sábado, 29 de octubre de 2016

Engañar a Dios - 2º Parte

"Engañar" a Dios - IIª parte

Jesus
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La misión de Sor Consolata es precisamente la de narrar al mundo la misericordia infinita del Corazón de Jesús: narrarla en primer lugar a los Hermanos y Hermanas por ella espiritualmente adoptados, después a todas las almas. Y puede ella narrarla con las palabras y con los hechos: con todo lo que Jesús obró en ella, hasta hacer de su alma una de las más bellas obras maestras de la gracia. 
Le cedemos pues la palabra a ella, cuyo corazón, modelado sobre el de Jesús, sintió siempre una viva compasión por los pobres pecadores, un deseo ardentísimo de llevarlos a todos al Corazón de Dios. 
... “Cuando Jesús, desahogando su corazón, se lamenta de algún alma, si en lugar de dar crédito a sus lamentos, le disuade diciéndole: -No, Jesús, no es así-... y excuso y compadezco, siento en mí que Jesús se serena y contenta, y termino pidiendo por aquella alma. El Corazón de Jesús es corazón de madre. Si una madre, quebrantada por los dolores que le ocasiona un hijo ingrato, llega a confiárselos a una persona amiga; si esa amiga para confortarla, la hace cambiar de opinión, presentándole al hijo bajo distinto aspecto, oh ¡cuánto goza aquella madre, al creer que su hijo es bueno? Tiene necesidad de pensarlo, de creerlo así. ¡El corazón materno, es un débil reflejo del Corazón divino! Pero una madre no podrá transformar al ingrato hijo; en cambio Jesús, si se lo pedimos, convertirá al alma infiel que traspasa su corazón.” 
Así escribía ella el 5 de diciembre de 1935. Dos días después, como para darle a demostrar que tales sentimientos venían de Él y eran conformes a la bondad de su Corazón Divino, Jesús confirmaba todo esto de viva voz, palabra por palabra. Será una repetición, pero, ahora son palabras divinas: “Una verdadera madre por feo que sea su hijo, no lo considera tal; para ella es siempre hermoso y así lo verá siempre su corazón. 
Así, exactamente así, es mi Corazón con las almas: por feas que sean, por enfangadas y sucias que estén, mi amor siempre las juzga hermosas. 
Y sufro cuando se me dan nuevas pruebas de su fealdad y en cambio gozo, penetrado de mis sentimientos maternales, cuando se me disuade de su fealdad, se me dice que no es cierto, que son hermosas todavía. 
Sé que es un piadoso engaño; sin embargo, qué quieres, tengo necesidad de creerlo así. ¡Las almas son mías, por ellas he dado toda mi sangre! 
Comprendes ahora cuánto hiere mi corazón materno todo lo que es juicio severo, vituperio, condenación, aún basado en la verdad; y cuánto me alivia en cambio todo lo que significa compasión, indulgencia, misericordia. 
Tú jamás juzgues a nadie; no profieras nunca una palabra severa contra ninguno, sino consuela mi corazón, aparta mis tristezas, hazme ver, con los recursos de la caridad, sólo el lado bueno de un alma culpable; y yo te creeré y después escucharé tu oración en su favor y la despacharé favorablemente. ¡Si supieses cuánto sufro al hacer justicia! 
Sírvete de piadosos engaños; en este caso mi corazón tiene necesidad de creer que no es cierto que mis criaturas son tan ingratas y si tú tratas de disuadirme, diciéndome que no es cierto que tal o cual alma es tan mala, infiel, ingrata, Yo, al momento te lo creo. 
¡Qué quieres, mi corazón tiene necesidad de confortarse de esa manera, tiene necesidad de hacer siempre misericordia, jamás justicia!” 
Semejante divino lenguaje podrá parecer nuevo y acaso dar motivo de asombro, pero sólo en quien lo considera superficialmente. No es, en efecto, que a los ojos de Jesús pueda parece hermosa el alma pecadora, en cuanto tal, pero siempre le parece hermosa atendido el infinito amor con que la creó, la redimió y la quiere salvar. De igual manera, no es que Jesús quiera o pueda ser engañado por el alma pecadora, pero se goza de ser piadosamente engañado por las almas justas que se interponen entre Él y los pecadores: para excusarlos y como para ocultarlos dentro del mismo amor reparador; imitando en estoe el ejemplo que Él mismo nos dio en la cruz interponiéndose entre el Divino Padre y la humanidad culpable: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). En otras palabras: el Dios que en el Evangelio proclamó la bienaventuranza de los misericordiosos ¿no ha revelado acaso con esto mismo su bienaventuranza infinitamente mayor que puede siempre ejercitar su misericordia? Por otra parte, ésta no puede ejercitarse sino donde hay miseria y ¿qué miseria más espantosa que la del pecado? 
Bondad y misericordia: he aquí las efusiones del Corazón de Jesús sobre todos los hombres, pero en particular sobre los pecadores, como que son esos más necesitados de ella. No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos (Mc 2, 17), así como el Evangelio, lo confirma a Sor Consolata: “Consolata, jamás olvides que soy y gusto de ser exclusivamente bueno y misericordioso con mis criaturas. La justicia que ejercito con los pobres pecadores, en vida, es colmarles de beneficios.” 
Otras parecidas manifestaciones misericordiosas del Corazón de Jesús encontraremos en este libro, que es toda una lección de amor para los justos y una invitación de amor para los pecadores. Pero no podemos dejar de traer aquí otra página dictada por el Corazón de Jesús a Sor Consolata, que será de gran ayuda a los pecadores para reavivar la esperanza y aún a las almas que sufren por el temor excesivo, a veces oprimente, de no conseguir la eterna salvación. Esta falta de esperanza cristiana perjudica a las almas a la vez que ofende al Corazón Divino en lo más íntimo, esto es, en su amor misericordioso y en su voluntad salvífica. El 15 de diciembre de 1935, Jesús hacía escribir a Sor Consolata para todas las almas: 
“Consolata, muchas veces almas buenas, almas piadosas, y a veces hasta almas que me están consagradas hieren lo íntimo de mi Corazón con una frase de desconfianza - ¡Quizás me salve! – 
Abre el Evangelio y lee mis promesas; a mis ovejitas he prometido: Les daré la vida eterna y jamás perecerán y nadie será capaz de arrebatármelas de mis manos. (jn 10, 28) ¿Lo entiendes Consolata? Nadie pueda arrebatarme un alma. 
Pero sigue leyendo: mi Padre que me las ha dado, es más grande que todos y nadie puede arrebatárselas a mi Padre (Jn 10, 29). ¿Lo has oído Consolata? Nadie puede arrebatarme un alma... jamás perecerán... porque le doy la vida eterna ¿Para quién he pronunciado estas palabras? Para las ovejas, para todas las almas. 
¿A qué viene entonces el insulto: quizás me salve-, si en el Evangelio he asegurado que nadie puede arrebatarme un alma y que a esta alma doy la vida eterna y que por consiguiente no perecerá? 
Créeme, Consolata, al infierno va el que quiere, esto es, el que verdaderamente quiere ir; porque si nadie puede arrebatarme un alma de las manos, el alma valiéndose de la libertad que se le concede, puede huir, puede traicionarme, renegar de Mí y consiguientemente pasar a manos del demonio por su propia voluntad. 
¡Oh, si en vez de herir mi Corazón con estas desconfianzas, pensaran un poco más en el paraíso que les espera! Porque no los he creado para el infierno, sino para el paraíso, no para ir a hacer compañía de los demonios, sino para gozar de mi amor eternamente. 
Mira, Consolata, al infierno va el que quiere... Piensa cuán necio es vuestro temor de condenaros, después que para salvar vuestra alma he derramado mi sangre, después de haberos colmado de gracias y más gracias durante una larga existencia... en el último instante de la vida cuando me dispongo a recoger el fruto de la redención, y esta alma está ya en situación de amarme eternamente; Yo, Yo que en el Santo Evangelio he prometido darle la vida eterna y que nadie será capaz de arrebatármela de mis manos, ¿me la dejaré robar del demonio, de mi peor enemigo? Pero, Consolata ¿se puede creer semejante monstruosidad? 
Mira, la impenitencia final, la que tiene el alma que quiere ir al infierno de propósito y que se obstina en rehusar mi misericordia, porque yo jamás niego el perdón a nadie; a todos ofrezco y doy mi inmensa misericordia; porque por todos he derramado mi sangre, por todos. 
No, no es la multitud de los pecados lo que condena al alma porque Yo los perdono si ella se arrepiente, sino la obstinación en no querer mi perdón, en querer condenarse. 
Dimas, en la cruz, concibe un sólo acto de confianza en Mí y aunque muchos son sus pecados, pero en un instante es perdonado y el mismo día de su arrepentimiento, entra en posesión de mi reino y es un santo. ¡Mira el triunfo de mi misericordia y de la confianza depositada en Mí! 
No, Consolata, mi Padre que me ha dado las almas, es más grande y poderoso que todos los demonios y nadie puede arrebatarlas de las manos de mi Padre. 
Oh, Consolata, confía, confía siempre; cree ciegamente que cumpliré todas las grandes promesas que te he hecho, porque soy bueno, inmensamente bueno y misericordioso y no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.”
"El Corazón de Jesús al Mundo" - Sor Consolata Betrone

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