miércoles, 31 de julio de 2013

INDULGENCIA PLENARIA en la fiesta franciscana del Perdón o Porciúncula

Queridos hijos y amigos:

Un recordatorio que espero sea de mucha bendición para todos,

Un cordial saludo y deseos de paz y bien para cada uno,

Carlos.

"Queridos hermanos en Cristo:

Paz y Bondad!

Les recuerdo que este próximo viernes, 02 de agosto, aparte de ser viernes primero del mes, es la fiesta franciscana del Perdón de Asís o de la Porciúncula, día en que también celebramos a Nuestra Madre, bajo la advocación de Reina de los Ángeles.

Por tal motivo, les pido que aprovechen la gracia de la indulgencia plenaria que nuestra Santa Madre Iglesia nos otorga a quienes cumplan con los requisitos necesarios:

1.  Intención de ganar esta indulgencia
2.  Confesión sacramental reciente (de preferencia el mismo día o no más de 7 días antes o después)
3.  Asistir a la Santa Misa y comulgar  (desde luego en estado de gracia = cero pecados)
4.  Orar por las intenciones del Santo Padre
5.  Visitar un Templo Franciscano y,
6.  De ser posible, hacer una Hora Santa por ser el primer viernes del mes

Les recuerdo que la indulgencia plenaria es una de las mayores gracias que nuestro buen Padre del Cielo nos concede: es como si volviéramos al día de nuestro Bautismo, limpios de todo pecado y de toda culpa, listos para entrar al Cielo de regreso. Así que... ¿quién quiere perderse esta inmensa gracia?

Gracias por difundirlo con todos los miembros de sus grupos y también a jóvenes,  niños etc...

Padre Domingo."

Nuestro frasco de vida

                                                 
                           jesucristo abrazando

Actualizado 31 julio 2013
Nuestro frasco de vida
            Es esta una historia más…, de las que recibo y creo que merece comentarla, aunque no sea una historia sorprendente ni importante, sino quizás una historia bastante vulgar, pero pensemos que lo vulgar es lo corriente en nuestras vidas, aunque el afán de protagonismo, que es muy acusado en muchas personas, nos haga creer este, que nuestra vida es algo especial. Lo que mucha gente no se da cuenta, es que en las personas lo importante y verdaderamente especial ocurre en su interior, en su alma y lo que en esta ocurre, nunca trasciende a los demás, porque si un alma ama con todo su ser al Señor, ese amor para ser verdadero es siempre íntimo y ningún enamorado o enamorada de verdad, es capaz de traicionar a su amado, destrozando la mutua intimidad. Pero no divaguemos más y vayamos al meollo de esta glosa. La historia a relatar dice así:     Un profesor en su clase de filosofía, sin decir palabra, tomó un frasco de cristal grande y vacío y de boca ancha y en presencia de la clase, que estaba pendiente de lo que hacía el profesor, este lleno el frasco con pelotas de golf.  Y luego preguntó a sus estudiantes si el frasco estaba lleno y ellos estuvieron de acuerdo en decir que sí. De nuevo, sin decir nada, el profesor agarró una caja llena de canicas y la vació dentro del frasco que ya tenía dentro las pelotas de golf. Las canicas llenaron los espacios vacíos entre las pelotas de golf. Y el profesor volvió a preguntar a los estudiantes si el frasco estaba lleno y ellos volvieron a decir que sí. Luego... el profesor tomó una caja con arena y la vació dentro del frasco, y por supuesto, la arena llenó todos los espacios vacíos, y el profesor preguntó nuevamente si el frasco estaba lleno. En esta ocasión los estudiantes respondieron con un ´sí´ unánime.
El profesor no había terminado su experimento, que era más propio de un profesor de física que no de filosofía y continuo agregando al frasco lleno de pelotas de golf, canicas y arena dos tazas de café al contenido del frasco y efectivamente llenó todos los espacios vacíos entre la arena, los estudiantes reían en esta ocasión. Cuando la risa se apagaba, el profesor dijo: Quiero que se den cuenta Vds. de que este frasco representa la vida, representa nuestra propia vida y la de todo el mundo.
Las pelotas de golf son las cosas importantes como la familia, los hijos, la salud, los amigos..., son cosas que, aunque si todo lo demás lo perdiéramos y solo éstas quedaran, nuestras vidas estarían llenas. Las canicas son las otras cosas que importan, como el trabajo, la casa, el coche, etc. La arena es todo lo demás… las pequeñas cosas. Si ponemos primero la arena en el frasco, no habría espacio para las canicas ni para las pelotas de golf. Lo mismo ocurre con nuestra vida, si llenamos primero el frasco de nuestra vida de arena, es decir, si gastamos todo nuestro tiempo y energía en las cosas pequeñas, nunca tendremos lugar para las cosas realmente importantes.
Presta atención a las cosas que son cruciales para nuestra felicidad, en este mundo; juega con tus hijos, dedica tiempo a revisar tu salud, ve con tu mujer a cenar, practica tu deporte o afición favoritos, y siempre te quedará tiempo para limpiar la casa y reparar la llave del agua. Ocúpate de las pelotas de golf primero, de las cosas que realmente importan. Establece tus prioridades, el resto es solo arena… uno de los estudiantes levantó la mano y preguntó qué representaba el café… el profesor sonrió y dijo: esperaba que me hicierais esta pregunta… sólo es para demostraros, que no importa que no andes sobrado de tiempo, aunque tu vida se encuentre muy ocupara, siempre hay lugar para un par de tazas de café con un amigo.
Para mí, que el amigo que más nos quiere y siempre nos espera, es el Señor y pensando así, sustituiría las dos tazas de café por dos actos de amor al Señor y a su bendita Madre celestial, de Él, y nuestra también. Independientemente de que cumplamos debidamente, con las obligaciones que nos crean nuestras pelotas de golf, y las canicas de nuestra vida, como prioridades de la vida, estas deben de ser, realizadas por y en razón del amor a Dios, y en cuento al resto a la arena de nuestro frasco, esta tiene que ser dedicado al Señor, si es que queremos ser ovejas de su rebaño.
Por muy importantes que sean nuestras obligaciones en este mundo, sobre ellas está la de Amar a Dios sobre todas las cosas. Ya en el A. T. el Señor en el Deuteronomio, les dejo explicitado a los israelitas el Schema Israel“4 Escucha, Israel: Yahvéh nuestro Dios es el único Yahvéh. 5 Amarás a Yahvéh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. 6 Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. 7 Se la repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; 8 las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; 9 las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas”. (Dt 6,4-9). El amor a Dios sobre todas las cosas, precisamente se recogen con el número uno, en nuestros Mandamientos de la Ley de Dios. Nuestro frasco de vida es importante pero más lo es, el amor a Dios sobre todas las cosas.
            Creer en Cristo y amarlo, significa, amar lo que Él quiere, es decir, amar su voluntad. Es imposible amar a Dios sin amar su voluntad. El mismo nos dio ejemplo de que amar a Dios es amar su voluntad, porque Él constantemente amó la voluntad de su Padre celestial. Testimonio de este amor de Cristo a su Padre, lo encontramos en varios pasajes evangélicos, que nos dice: “…, mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado, y dar cumplimiento a su obra”. (Jn 4,34). Y más adelante también en San Juan podemos leer: “…, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envío”. (Jn 6,38). En San Marcos podemos leer: “No se haga como yo quiero, Padre, sino cómo quieres Tu”. (Mc 14,36). Y en San Mateo podemos leer: “No todo el que dice: ¡Señor, Señor! entrara en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo”.  (Mt 7,21). Y también en San Mateo se puede leer: “¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos? 49 Y extendiendo su mano sobre sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. 50 Porque quienquiera que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ese es mi hermano, y mi hermana y mi madre”. (Mt 12,48-50).
            El Catecismo de la Iglesia Católica, en su parágrafo, 2233, nos dice: “Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: "El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre". (Mt 12,49)”. El Abad Vital Lehodey, escribe diciéndonos: “Seremos perfectos en la medida que hagamos la voluntad de Dios,… toda la santidad consiste en ejecutar lo que Dios quiere de nosotros. Hagamos primero nosotros la voluntad de Dios, y El hará la nuestra; hagamos todo lo que Él quiere, que El hará todo lo que nosotros queramos”
            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

martes, 30 de julio de 2013

31 de Julio - San Ignacio de Loyola - Memoria

31 de julio
SAN IGNACIO DE LOYOLA*
Memoria
* Nació el año 1491 en Loyola; siguió la carrera de las armas. Fue herido en la defensa de Pamplona; trasladado a su tierra natal, se convirtió durante la convalecencia a través de la lectura de una vida del Señor y vidas de algunos santos. Marchó a París para estudiar teología y allí reunió a los primeros seguidores, con los que más tarde, en Roma, fundaría la Compañía de Jesús. Murió en esta ciudad el año 1556.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
14, 25-33
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo:
"Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: "Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar"".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
— La influencia de la lectura en la conversión de San Ignacio.
Según cuenta en su Autobiografía Ignacio de Loyola «hasta los veintiséis años de su edad fue hombre dado a las vanidades del mundo, y principalmente se deleitaba en ejercicio de armas, con un grande y vano deseo de ganar honra»1. Después de haber sido herido en una pierna en la defensa de la ciudad de Pamplona fue llevado en una litera a su tierra, donde estuvo al borde de la muerte; después de una larga convalecencia recuperó la salud. En este tiempo, «y porque era muy dado a leer libros mundanos y falsos, que suelen llamar de caballerías, sintiéndose bueno, pidió que le diesen algunos dellos para pasar el tiempo: mas en aquella casa no se halló ninguno de los que él solía leer, y así le dieron un Vita Christi y un libro de la vida de los santos en romances»2. Se aficionó a estas lecturas, reflexionó en ellas en el largo tiempo que hubo de guardar cama, y «leyendo la vida de Nuestro Señor y de los santos, se paraba a pensar, razonando consigo: ¿Qué seria, sí yo hiciese esto que hizo San Francisco, y esto que hizo Santo Domingo?. Y así discurría por muchas cosas que hallaba buenas ...»3.
Se alegraba cuando se determinaba a seguir la vida de los santos y se entristecía cuando abandonaba estos pensamientos. «Y cobrada no poca lumbre de aquesta lección, comenzó a pensar más de veras en su vida pasada, y en cuánta necesidad tenía de hacer penitencia de ella»4. Así, poco a poco, Dios se fue metiendo en su alma, y de caballero valeroso de un señor terreno pasó «a heroico caballero del Rey Eterno, Jesucristo. La herida que sufriera en Pamplona, la larga convalecencia en Loyola, las lecturas, la reflexión y la meditación bajo el influjo de la gracia, los diversos estados de ánimo por los que pasaba su espíritu, obraron en él una conversión radical: de los sueños de una vida mundana a una plena consagración a Cristo, que aconteció a los pies de Nuestra Señora de Montserrat y maduró en el retiro de Manresa»5.
El Señor se valió de la lectura para la conversión de San Ignacio. Y así ha sido en muchos otros: Dios ha penetrado en muchas almas a través de un buen libro. Verdaderamente, «la lectura ha hecho muchos santos»6. En ella encontramos una gran ayuda para nuestra formación, y también para nuestra conversación diaria con Dios. «En la lectura me escribes formo el depósito de combustible. Parece un montón inerte, pero es de allí de donde muchas veces mi memoria saca espontáneamente material, que llena de vida mi oración y enciende mi hacimiento de gracias después de comulgar»7. Un buen libro para lectura espiritual es un gran amigo, del que nos cuesta separarnos porque nos enseña el camino que conduce a Dios, y nos alienta y ayuda a recorrerlo.
— Importancia de la lectura espiritual.
La lectura espiritual cobra particular importancia en nuestros días, pues de ordinario será uno de los medios más importantes para alcanzar esa buena doctrina que ha de servirnos para alimentar nuestra piedad y para dar a conocer la fe a un mundo lleno de una profunda ignorancia. No es raro que en nuestra conversación normal de todos los días con amigos, parientes, conocidos... nos encontremos con que desconocen las nociones más elementales de la fe y los criterios más fundamentales para enjuiciar los problemas del mundo. Desgraciadamente, sigue siendo actual lo que en los primeros siglos del cristianismo escribía San Juan Crisóstomo, lamentándose de la ignorancia religiosa de muchos cristianos de su época: «a veces ocurre escribe el Santo que consagramos todo nuestro esfuerzo a cosas, no solo superfluas, sino incluso inútiles o perjudiciales, mientras se abandona y desprecia el estudio de la Escritura. Aquellos que en las competiciones hípicas se excitan hasta el colmo, pueden referir con rapidez el nombre, la yeguada, la raza, la nación, el entrenamiento de los caballos, los años de su vida, la velocidad de su carrera, y quién con quién, si galoparan unidos, conseguirían la victoria; y qué caballo, entre estos o aquellos, si toma parte en la carrera y si fuera montado por tal jinete, vencería la prueba... Si, por el contrario, nos preguntamos cuántas son las epístolas de San Pablo, ni siquiera su número sabemos expresar»8. El Señor nos urge para que iluminemos con la doctrina católica la oscuridad y la cerrazón de tantos que ignoran las verdades fundamentales de la fe y de la moral.
Cuando son tantas las publicaciones, las imágenes que cada día nos llegan, que por sí mismas no acercan a Dios y muchas veces tienden a separar de Él, se hacen urgentes unos momentos de reflexión al hilo de esa lectura adecuada que nos recuerde nuestro fin último, el sentido de la vida y de los acontecimientos a la luz de las enseñanzas de la Iglesia9. Un buen libro puede llegar a ser un excelente amigo «que nos pone delante los ejemplos de los santos, condena nuestra indiferencia, nos recuerda los juicios de Dios, nos habla de la eternidad, disipa las ilusiones del mundo, responde a los falsos pretextos del amor propio, nos proporciona los medios para resistir a nuestras pasiones desordenadas. Es un monitor discreto que nos avisa en secreto, un amigo que jamás nos engaña...»10. A la lectura se le pueden aplicar las palabras que la Escritura reserva a una buena amistad: podemos decir que cuando encontramos un buen libro hemos hallado un tesoro11. En muchos casos, una buena lectura espiritual puede ser decisiva en la vida de una persona, como lo fue en la vida de San Ignacio de Loyola y en la de tantos cristianos. Aconsejar buenos libros es también una forma excelente de apostolado, de enriquecer espiritualmente a nuestros amigos.
— Cuidar lo que se lee. Modo de hacer la lectura espiritual.
He venido a traer fuego a la tierra dice el Señor ¡Y ojalá estuviera ya ardiendo!12.
Para extender ese amor a Dios por el mundo entero necesitamos tenerlo en el corazón, como lo tuvo San Ignacio. Y la lectura espiritual da luces en la vida interior, propone ejemplos vivos de virtud, enciende en deseos de amor a Dios y es una gran ayuda para la oración, además de ser un excelente medio para una buena formación doctrinal. En los Santos Padres se encuentran frecuentes y concretas enseñanzas sobre la lectura espiritual. San Jerónimo, por ejemplo, aconseja que se lean cada día unos versículos de la Sagrada Escritura, y «escritos espirituales de hombres doctos, cuidando, sin embargo, de que sean autores de fe segura, porque no se puede buscar el oro en medio del fango»13. La lectura espiritual ha de hacerse con libros cuidadosamente escogidos, de modo que constituya con seguridad el alimento que necesita nuestra alma según las personales circunstancias. En estas, como en tantas otras ocasiones, la ayuda que recibimos en la dirección espiritual puede ser inestimable. En general, más que obras que intenten presentar nuevos problemas teológicos(que probablemente solo interesarán a especialistas de la ciencia teológica) hay que elegir libros que ilustren los fundamentos de la doctrina común, que expongan claramente el contenido de la fe, que nos ayuden a contemplar la vida de Jesucristo.
Para hacer con provecho la lectura espiritual a veces bastará que le dediquemos, por ejemplo, quince minutos diarios, incluyendo algunos versículos del Nuevo Testamento será necesario leer despacio, con atención y recogimiento, «parándote a considerar, rumiar, pensar y saborear las verdades que te tocan más de cerca, para grabarlas más hondamente en tu alma, y sacar de ella actos y afectos»14 que lleven a amar más a Dios. San Pedro de Alcántara solía dar un consejo parecido: la lectura «no ha de ser apresurada ni corrida, sino atenta y sosegada; aplicando a ella no solo el entendimiento para entender lo que se lee, sino mucho más la voluntad para gustar lo que se entiende. Y cuando hallare algún paso devoto, deténgase algo más en él para mejor sentirlo»15.
Ayuda mucho hacerla con continuidad, con el mismo libro, y podrá ser útil llevarlo con nosotros cuando nos ausentamos en fines de semana, viajes profesionales, etc., como hacemos con otros enseres, quizá más voluminosos y menos útiles. En determinadas épocas nos será también de gran provecho «volver a leer las obras que años atrás hicieron bien a nuestras almas. La vida es corta; por eso nos hemos de contentar con leer y releer aquellos escritos que verdaderamente llevan impresa la huella de Dios, y no perder el tiempo en lecturas de cosas sin vida y sin valor»16.
A San Ignacio le pedimos que nos ayude desde el Cielo a sacar abundante provecho de nuestra lectura espiritual y que convierta nuestro corazón para un mayor servicio de Dios.
Señor, Dios nuestro, que has suscitado en tu Iglesia a San Ignacio de Loyola para extender la gloria de tu nombre, concédenos que después de combatir en la tierra, bajo su protección y siguiendo su ejemplo, merezcamos compartir con él la gloria del Cielo17.
1 San Ignacio de Loyola, Autobiografía, en Obras completas, BAC, Madrid 1963, I, 1. — 2 Ibídem, 1, 5. — 3 Ibídem, 1, 7. — 4 Ibídem, I, 9. — 5 Juan Pablo II, Mensaje para el Año Ignaciano, 31-VII-1990. — 6 Cfr. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 116. — 7 Ibídem, n. 117. — 8 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre algunos pasajes del Nuevo Testamento, 1, 1. — 9 Cfr. E. Boylan. El amor supremo, Rialp, 3.ª ed., Madrid 1963, vol. I, pp. 181 ss. — 10 Berthier, cit. por A. Royo Marín en Teología de la perfección cristiana, 4.ª ed., BAC, Madrid 1962, p. 737. — 11 Cfr. Ecl 6, 14. — 12Antífona de comunión, Lc 12, 49. — 13 San Jerónimo, Epístola 54, 10. — 14 San Juan Eudes, Royaume de Jésus, II. 15, 196. — 15 San Pedro de Alcántara, Tratado de la oración y meditación, I, 7. — 16 R. Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior, Palabra, 4.ª ed., Madrid 1982, vol. I, p. 291. — 17 Oración colecta de la Misa.

Evangelio - Miércoles XVII Semana del Tiempo Ordinario

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 13, 44-46
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: 
"El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. 
El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra". 
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
17ª Semana. Miércoles
EL TESORO Y LA PERLA PRECIOSA

— La vocación, algo de inmenso valor, una muestra muy particular del amor de Dios.
El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo un hombre, lo oculta y, gozoso del hallazgo, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. También es semejante a un comerciante que busca perlas finas y, cuando encuentra una perla de gran valor, va y vende todo cuanto tiene y la compra1.
Con estas dos parábolas descubre Jesús en el Evangelio de la Misa el valor supremo del Reino de Dios y la actitud del hombre para alcanzarlo. El tesoro y la perla han sido imágenes empleadas para expresar tradicionalmente la grandeza de la propia vocación, el camino para alcanzar a Cristo en esta vida y después, para siempre, en el Cielo.
El tesoro significa la abundancia de dones que se reciben con la vocación: gracias para vencer los obstáculos, para crecer en fidelidad día a día, para el apostolado...; la perla indica la belleza y la maravilla de la llamada: no solamente es algo de altísimo valor, sino también el ideal más bello y perfecto que el hombre puede conseguir.
Hay una novedad en esta segunda parábola con respecto a la del tesoro: el hallazgo de la perla supone una búsqueda esforzada, el tesoro se presenta de improviso2. Así puede pasar con Jesús y su llamada: muchos pueden haber encontrado la vocación casi sin buscarla: un tesoro que de pronto les deslumbra; en otras personas, Dios ha puesto una inquietud íntima en su corazón que les lleva a buscar perlas de más valor, dando todo cuanto tienen al encontrarlas; Dios les pone en el alma una insatisfacción hacia las cosas que no les acaban de llenar, y les urge a seguir buscando: Quid adhuc mihi deest?, ¿Qué me falta?3, habrán preguntado tantos al Señor en la intimidad de su alma. En ambos casos –un encuentro repentino o una búsqueda larga– se trata de algo de grandísimo precio: «un honor inmenso, un orgullo grande y santo, una muestra de predilección, un cariño particularísimo, que ha manifestado Dios en un momento concreto, pero que estaba en su mente desde toda la eternidad»4.
El hombre que descubre su vocación siempre ha tenido que esforzarse para seguirla, pues el Señor llama, invita, pero no coacciona.
Una vez descubierta la perla o encontrado el tesoro, es necesario dar un paso más. La actitud que se ha de tomar es idéntica en ambas parábolas y está descrita con los mismos términos: va y vende cuanto tiene y lo compra; el desprendimiento, la generosidad, es condición indispensable para alcanzarlo. «Escribías: “(...) Este pasaje del Santo Evangelio ha caído en mi alma echando raíces. Lo había leído tantas veces, sin coger su entraña, su sabor divino”.
»¡Todo..., todo se ha de vender por el hombre discreto, para conseguir el tesoro, la margarita preciosa de la Gloria!»5. ¡Nada hay que tenga tanto valor!
— Dios pasa por la vida de cada persona en circunstancias bien determinadas de edad, trabajo, etc. Pasa y llama.
El descubrimiento de los planes divinos proporciona al alma la clave para descifrar el propio pasado. En ese momento encajan las piezas de lo que hasta ahora era como un rompecabezas: por qué conocimos a aquella determinada persona, las ayudas especiales que experimentamos en un determinado momento... La vocación también proyecta su luz sobre la vida futura, que se ve plena de sentido6.
Ni el hombre que encontró el tesoro, ni el que halló la perla, echan de menos lo que antes poseían y que vendieron. Tal es la nueva riqueza, que ninguna otra cosa dejada debe añorarse. Lo mismo sucede a aquel que se desprende de todo por amor a Cristo: lo deja todo, y lo halla todo. Su vida, en apariencia la misma, es bien distinta. El Señor subraya en la parábola el gozo con que vende sus posesiones. Cabe pensar que serían cosas a las que tendría aprecio: la casa, el mobiliario, los adornos... representaban el esfuerzo de años de trabajo. Pero lo vende todo, sin regateos, sin pensarlo demasiado, con alegría. Lo vende todo porque sabe bien el tesoro que ha encontrado. Ante este, todo lo demás carece de importancia.
Dios pasa por la vida de cada persona en unas circunstancias bien determinadas, a una edad concreta, en situaciones distintas; y exige de acuerdo con esas condiciones, que Él mismo ha previsto desde la eternidad. Jesús pasa y llama: a unos a la primera hora7, cuando aún tienen pocos años, y les pide sus ambiciones, las esperanzas y proyectos de un futuro que, a esa edad, parece lleno de promesas; a otros, en la madurez de la vida... o en su declinar. A muchos, la mayoría, el Señor los encontrará en su trabajo de hombres y mujeres corrientes en medio del mundo, y querrá que sigan siendo fieles corrientes para que santifiquen ese mundo en cuyas entrañas se encuentran, a través de su profesión, de su prestigio profesional quizá duramente adquirido, con una entrega plena y total. A otros los encuentra el Señor en el matrimonio y les pide que santifiquen su familia y se den a Él por entero, en sus peculiares circunstancias.
En cualquier edad en la que se reciba la llamada, el Señor da una juventud interior que lo renueva todo, la llena de ilusiones a estrenar y de afán apostólico. Ecce nova facio omnia8, dice el Señor; Yo puedo renovarlo todo: acabar con la rutina en la vida, enseñar a mirar más lejos y más arriba. ¿Cuál es la mejor edad para entregarse a Dios? Aquella en la que el Señor llama. Lo importante es ser generoso con Él entonces y siempre, sin confiar en que habrá otra oportunidad, que tal vez no llegue nunca; sin suponer tampoco que ya se ha pasado el tiempo de las decisiones llenas de audacia y de valentía, que es demasiado tarde..., o demasiado pronto.
— Generosidad ante la llamada del Señor.
Es semejante el Reino de los Cielos a un comerciante que anda en busca de perlas finas, y hallando una muy preciosa, vende cuanto tiene y la compra... En comparación de aquella –comenta San Gregorio Magno– nada tiene valor, y el alma abandona todo cuanto había adquirido, derrama todo cuanto había congregado y considera deforme todo lo que le parecía bello en la tierra, porque solo brilla en el alma el resplandor de aquella perla preciosa9.
Quien es llamado –cualquiera que sea su situación personal– debe entregar al Señor todo lo que le pide: con frecuencia, todo lo que esté en condiciones de darle. Las circunstancias, sin embargo, son distintas y, por tanto, darlo todo no siempre significará materialmente lo mismo: una persona casada, por ejemplo, no puede ni debe abandonar lo que, por voluntad de Dios, pertenece a los suyos: el amor a su mujer o a su marido, la dedicación a su familia, la educación de los hijos... Al contrario, para esta persona, darlo todo supone vivir la vida de un modo nuevo, cumpliendo mejor con sus deberes legítimos; supone trabajar más y mejor; vivir heroicamente sus obligaciones familiares; desvivirse para educar humana y cristianamente a sus hijos; preocuparse de otras familias amigas; hablar de Dios con la conducta y con la palabra; buscar tiempo para colaborar en tareas de apostolado...; «en la vida real de un hombre o de una mujer casados, que después descubren la significación vocacional de su matrimonio, el “descubrimiento” aparece siempre como una dimensión concreta de su vocación cristiana, que es lo radical; y su respuesta, como un aspecto –importante– de su total obediencia de fe, que comporta necesariamente otros muchos aspectos»10.
Cuando se quiere seguir al Señor más de cerca –en cualquier estado y situación–, se comprende que no pueda uno quedarse encerrado en su pequeño mundo, en el que tal vez se había instalado como si fuera definitivo. Se entiende que es preciso dar claridad a los otros, llegar más lejos, entrar más a fondo en el propio ambiente para transformarlo desde dentro, ampliando el círculo de amistades, llegando a un apostolado más intenso y extenso, dando luz a muchas almas, porque el mundo está a oscuras.
La llamada del Señor es el acontecimiento más grande que nos puede suceder, como a aquellos a quienes Jesús llamó a orillas del lago de Genesaret. Sin embargo, seguir a Cristo en una entrega plena nunca es fácil. Quien se encuentra instalado en una posición más o menos estable, el que considera que tiene su vida hecha, puede ver que peligra esa tranquilidad conquistada, en la que se supone con pleno derecho. Y eso es precisamente lo que Cristo pide: romper con la rutina, con la medianía, con la vulgaridad cómoda. La vocación siempre exige renuncia y un cambio profundo en la propia conducta. La llamada reclama para Dios todo lo que uno se había reservado para sí mismo, y pone al descubierto apagamientos, flaquezas, reductos que se suponían intocables y que, sin embargo, es preciso destruir para adquirir el tesoro sin precio, la perla incomparable. Es Jesús el que nos busca: no me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo os he elegido a vosotros11. Y si Él llama, también da las gracias necesarias para seguirle, en los comienzos y a lo largo de toda la vida.
San José, nuestro Padre y Señor, encontró el tesoro de su vida y laperla preciosa en el encargo de cuidar de Jesús y de María aquí en la tierra. Pidámosle hoy que nos ayude siempre a vivir con plenitud y alegría lo que Dios quiere de cada uno de nosotros, y que entendamos en todo momento que nada vale la pena tanto como el cumplimiento de la propia vocación.
1 Mt 13, 44-45. — 2 Cfr. F. M. Moschner, Las parábolas del Reino de los Cielos, Rialp, Madrid 1957, p. 11. — 3 Mt 19, 20. — 4 San Josemaría Escrivá, Forja, 18. — 5Ibídem, 993. — 6 Cfr. F. Suárez, La Virgen Nuestra Señora, p. 88. — 7 Cfr. Mt 20, 1 ss. — 8 Apoc 2, 2-6. — 9 Cfr. San Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 11. — 10 P. Rodríguez, Vocación, trabajo. contemplación, EUNSA, Pamplona 1986, p. 31. — 11 Jn 15, 16.
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Otro comentario: REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)
Parábolas del "tesoro" y de la "perla" (el Reino de Dios)

Hoy escuchamos de Jesús —por enésima vez— que el Reino de los Cielos "es semejante a…". En efecto, Dios y su Reino son realidades muy ricas, muy grandes y, para aproximarnos a ellas con palabras humanas, Jesucristo se sirve de un amplio abanico de comparaciones. Sólo aceptando todo el conjunto de comparaciones podemos acercarnos al mensaje de Cristo.

La "soberanía de Dios" es una realidad "misteriosa". Se presenta discretamente (como la "levadura") ante la historia, pero es determinante y de gran valor: vale la pena dejarlo todo por este Reino. Es el tesoro enterrado en el campo: quien lo encuentra lo vuelve a enterrar y vende todo lo que tiene para poder comprar el campo, y así quedarse con el tesoro. Una parábola paralela es la de la perla preciosa: quien la encuentra también vende todo para hacerse con ese bien, que vale más que todos los demás.

—Señor, Rey mío, ayúdame a desprenderme de "cosas" para dar espacio a tu soberanía.
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Otro comentario: Rev. D. Enric CASES i Martín (Barcelona, España)
Vende todo lo que tiene y compra el campo
Hoy, Mateo pone ante nuestra consideración dos parábolas sobre el Reino de los Cielos. El anuncio del Reino es esencial en la predicación de Jesús y en la esperanza del pueblo elegido. Pero es notorio que la naturaleza de ese Reino no era entendida por la mayoría. No la entendían los sanedritas que le condenaron a muerte, no la entendían Pilatos, ni Herodes, pero tampoco la entendieron en un principio los mismos discípulos. Sólo se encuentra una comprensión como la que Jesús pide en el buen ladrón, clavado junto a Él en la Cruz, cuando le dice: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino» (Lc 23,42). Ambos habían sido acusados como malhechores y estaban a punto de morir; pero, por un motivo que desconocemos, el buen ladrón reconoce a Jesús como Rey de un Reino que vendrá después de aquella terrible muerte. Sólo podía ser un Reino espiritual.

Jesús, en su primera predicación, habla del Reino como de un tesoro escondido cuyo hallazgo causa alegría y estimula a la compra del campo para poder gozar de él para siempre: «Por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel» (Mt 13,44). Pero, al mismo tiempo, alcanzar el Reino requiere buscarlo con interés y esfuerzo, hasta el punto de vender todo lo que uno posee: «Al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra» (Mt 13,46). «¿A propósito de qué se dice buscad y quien busca, halla? Arriesgo la idea de que se trata de las perlas y la perla, perla que adquiere el que lo ha dado todo y ha aceptado perderlo todo» (Orígenes).

El Reino es paz, amor, justicia y libertad. Alcanzarlo es, a la vez, don de Dios y responsabilidad humana. Ante la grandeza del don divino constatamos la imperfección e inestabilidad de nuestros esfuerzos, que a veces quedan destruidos por el pecado, las guerras y la malicia que parecen insuperables. No obstante, debemos tener confianza, pues lo que parece imposible para el hombre es posible para Dios.
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Otro comentario: San Juan Crisóstomo (c.345- 407), presbítero en Antioquia, obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia 
Homilía sobre San Mateo 47,2 

«Las parábolas del tesoro y de la perla»

        La semejanza que puede haber entre la parábola del grano de mostaza y  la levadura se encuentra entre la del tesoro y la perla: las dos significan que es necesario elegir el mensaje evangélico a otra cosa... En efecto, el Evangelio se desarrolla como el grano de mostaza, impone su fuerza como la levadura; como la perla, es de un precio elevado; en fin, como un tesoro, otorga los más preciosos beneficios.

        A este propósito, conviene saber no solo que es necesario desprenderse de todo para acogerle Evangelio, más aún es necesario hacerlo con alegría... Observa cuan inadvertido pasa la predicación del Evangelio en el mundo, del mismo modo, el mundo no ve los numerosos bienes que tiene en recompensa... Dos condiciones son pues necesarias: la renuncia de los bienes del mundo y un firme valor. Se trata, en efecto, «de un comerciante en busca de perlas finas» que «habiendo encontrado una de gran valor va y vende todo lo que tiene» para comprarla. La verdad es una, no se divide. Lo mismo que el poseedor de la perla conoce su riqueza, en el momento que la  tiene en sus manos, por la pequeñez de la perla, los ayudantes no tienen duda, cuando lo saben, lo mismo estos que son instruidos por el Evangelio conocen su felicidad, los infieles, ignoran este tesoro, sin tener idea alguna de nuestra riqueza.

Evangelio - Martes XVII Semana del Tiempo Ordinario

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 13, 36-43
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús despidió a la gente y se fue a su casa. Entonces se le acercaron sus discípulos y le dijeron:
"Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo".
Jesús les contestó: 
"El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. 
Y así como recogen la cizaña y la queman en el fuego, así será al fin del mundo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles para que arranquen de su Reino a todos los que inducen a otros al pecado y a todos los malvados, y los arrojen en el horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre.
El que tenga oídos, que oiga".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
17ª Semana. Martes
LOS AMIGOS DE DIOS
— Amistad con Jesús.
En la larga travesía del desierto, el pueblo de Dios instalaba, fuera del lugar donde acampaba, la llamada Tienda de la reunión o del encuentro. Se trataba de un sitio sagrado, santo, un lugar aparte. El que visitaba al Señor salía fuera del campamento y se dirigía a la Tienda del encuentro. Allí iba Moisés para exponer al Señor las necesidades del pueblo, y Dios hablaba a Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo1.
En diversas ocasiones nos muestra la Sagrada Escritura a Dios como amigo de los hombres. También Abrahán es llamado el amigo de Dios2, y el pueblo apelaba con frecuencia a esta amistad para invocar el perdón y la protección divina. Es más, toda la revelación tiende a formar un pueblo amigo de Dios, enlazado con Él por una estrecha Alianza, que es continuamente renovada. «Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía»3. Este designio divino tuvo su pleno cumplimiento cuando, llegada la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad Santa, se hizo hombre. Como la amistad supone cierta igualdad y comunidad de vida4, y la distancia entre Dios y el hombre es infinita, Dios tomó la naturaleza humana, y el hombre se hizo partícipe de la divinidad mediante la gracia santificante5.
«El amigo es amigo para el amigo», la amistad exige benevolencia mutua. Primero nos amó Dios, y así pudimos corresponder; nosotros le amamos porque Él nos amó primero6. El hombre manifiesta su correspondencia aceptando este amor de Dios, abriéndole su alma, dejándose amar, expresando en obras su amor.
La esencia de la amistad entre Dios y los hombres se fundamenta en la naturaleza de la caridad, que es sobrenatural y se derrama en nuestros corazones7 para que podamos amar a Dios con el mismo amor con el que Él nos ama. Jesús nos dice: Como el Padre me amó a Mí, Yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor8. Y dirigiéndose al Padre: el amor con que Tú me has amado esté en ellos, y Yo en ellos9. La seguridad de que Dios nos ama es la raíz de la alegría y gozo del cristiano: Vosotros sois mis amigos...10. ¡Qué inmensa alegría podernos llamar amigos de Dios!
A lo largo de su vida terrena, Nuestro Señor estuvo siempre abierto a una amistad sincera con quienes se le acercaban; es más, en muchas ocasiones fue Él quien tomó la iniciativa para atraerse a todos a Sí: con Zaqueo, con la mujer samaritana..., con todos. Era amigo de sus discípulos, que son conscientes de este particular aprecio. Cuando no entendían algo, se acercaban a Él con confianza, como nos muestra el Evangelio de la Misa de hoy11: explícanos la parábola, le piden con toda naturalidad. Y el Señor les toma aparte y les desvela el contenido de sus enseñanzas de una manera más íntima. También participaban de sus alegrías y de sus preocupaciones; y recibían aliento y ánimo cuando lo necesitaban.
Del mismo modo, el Señor nos ofrece ahora su amistad desde el Sagrario. Allí nos consuela, nos anima, nos perdona. En el Sagrario, como en aquella Tienda del encuentro, habla el Señor con todos, cara a cara, como un hombre habla con su amigo. Con la gran diferencia de que aquí, en nuestros templos, está Dios hecho Hombre: Jesús, el mismo que nació de Santa María, el que murió por nosotros en una cruz.
— Jesucristo, ejemplo de toda amistad verdadera.
A Jesús le gustaba conversar con quienes acudían a Él o con quienes encontraba en el camino. Aprovechaba estas ocasiones para llegar al fondo del alma y levantar el corazón hasta un plano más alto, muchas veces –cuando sus interlocutores estaban bien dispuestos– hasta la conversión y la entrega plena. También quiere hablar con nosotros en la intimidad de la oración. Y para eso debemos estar abiertos al diálogo, a la amistad sincera. «Él mismo nos ha cambiado de siervos en amigos, como claramente lo dijo: vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os he mandado (Jn 15, 14). Nos ha dejado el modelo que debemos imitar. Por tanto, hemos de compartir la voluntad del amigo, revelarle confidencialmente lo que tenemos en el alma y no ignorar nada de cuanto Él lleva en su corazón. Abrámosle nuestra alma, y Él nos abrirá la suya. En efecto, el Señor declara: os he llamado mis amigos porque os he comunicado todo lo que he oído a mi Padre (Jn15, 14). El verdadero amigo, pues, no oculta nada al amigo; le descubre todo su ánimo, así como Jesús derramaba en el corazón de los Apóstoles los misterios del Padre»12.
Los cristianos podemos ser hombres y mujeres con más capacidad de amistad, porque el trato habitual con Jesucristo nos dispone a salir de nuestro egoísmo, de la preocupación excesiva por los problemas personales, y así estar abiertos a quienes frecuentan nuestro trato, aunque sean de diferente edad, aficiones, cultura o posición. La amistad, con todo, no nace de un simple encuentro ocasional, ni de la mutua necesidad de ayuda. Ni siquiera la camaradería, el trabajo en común o la misma convivencia llevan necesariamente a la amistad. No son amigas dos personas que se encuentran todos los días en la misma escalera, en el transporte público o en la oficina. Ni la mutua simpatía es, por sí misma, amistad.
Afirma Santo Tomás13 que no todo amor indica amistad, sino el amor que entraña benevolencia, es decir, cuando apreciamos a alguien de tal manera que deseamos para él el bien. Existe más posibilidad de amistad cuanto más grande es la ocasión de difundir el bien que se posee: «solo son verdaderos amigos aquellos que tienen algo que dar y, al mismo tiempo, la humildad suficiente para recibir. Por eso es más propia de los hombres virtuosos. El vicio compartido no produce amistad sino complicidad, que no es lo mismo. Nunca podrá ser legitimado el mal con una pretendida amistad»14; el mal, el pecado, no une jamás en la amistad y en el amor.
Nosotros, los cristianos, podemos dar a nuestros amigos comprensión, tiempo, ánimo y aliento en las dificultades, optimismo y alegría, muchos detalles de servicio..., pero, sobre todo, podemos y debemos darles el bien más grande que poseemos: Cristo mismo, el Amigo por excelencia. Por eso la amistad verdadera lleva al apostolado, en el que comunicamos los bienes inmensos de la fe.
— Fomentar una amistad cordial y optimista con quienes nos relacionamos. Apostolado y amistad.
...Y conversaba con Moisés, cara a cara, como habla un hombre con su amigo. Quien vive en amistad con Dios entenderá con más facilidad el valor de la amistad en sí misma y, sin instrumentalizarla, será cauce de un apostolado fecundo, como exigencia que le es natural, que pide comunicar al amigo los bienes propios.
Un amigo fiel es poderoso protector; el que lo encuentra halla un tesoro. Nada vale tanto como un amigo fiel; su precio es incalculable15. Por eso mismo la amistad necesita ser protegida y defendida contra el paso del tiempo, que lleva al olvido, al distanciamiento; contra la envidia, que es frecuentemente lo que más corrompe la amistad16. Ojalá podamos decir como aquel hombre, que terminaba así unos apuntes autobiográficos: «De algo puedo ufanarme: no creo haber perdido jamás un amigo».
Al amigo se le pide que sea fiel, que se mantenga firme en las dificultades, que resista la prueba del tiempo y de las contradicciones, que salga en defensa de su amigo en cualquier situación que se presente: «ser fieles a la amistad verdadera –aconsejaba San Ambrosio–, porque nada hay más hermoso en las relaciones humanas. Ciertamente consuela mucho en esta vida tener un amigo a quien abrir el corazón, desvelar la propia intimidad y manifestar las penas del alma; alivia mucho tener un amigo fiel que se alegre contigo en la prosperidad, comparta tu dolor en la adversidad y te sostenga en los momentos difíciles»17.
Fomentemos la amistad cordial y sincera, optimista, con quienes nos relacionamos todos los días: con los vecinos, con los compañeros de trabajo o de estudio, con esas personas de las que recibimos o a quienes prestamos cada día un servicio exigido por el quehacer profesional o voluntario... Seamos amigos de modo particular de nuestro Ángel Custodio. «Todos necesitamos mucha compañía: compañía del Cielo y de la tierra. ¡Sed devotos de los Santos Ángeles! Es muy humana la amistad, pero también es muy divina; como la vida nuestra, que es divina y humana»18. El Ángel Custodio no se aleja por nuestros caprichos y defectos; sabe las flaquezas y miserias, y tal vez por eso nos ame más19.
Pero, sobre toda amistad, debemos hacer fuerte y piadosa la amistad «con el Gran Amigo, que nunca traiciona»20. A Él lo encontramos con suma facilidad; está siempre dispuesto a recibirnos, a permanecer con nosotros el tiempo que deseemos. «Id a cualquier parte del mundo donde queráis, cambiad de casa cuantas veces lo deseéis, en la iglesia católica más próxima vuestro Amigo está siempre esperándoos, día tras día»21. Allí le podemos hablar cara a cara, como un hombre habla con su Amigo; nos espera siempre y desea que vayamos a verle... y a oírle. En Él aprendemos de verdad a ser amigos de nuestros amigos, a estar siempre prontos y abiertos a toda amistad sincera, que será camino natural por el que Cristo, nuestro Amigo, llegue hasta lo más profundo de sus almas.
1 Primera lectura. Año I. Ex 33, 11. — 2 Cfr. Is 41, 8. — 3 Conc. Vat. II, Const. Dei Verbum, 2. — 4 Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 23 a. 1. — 5 Ibídem. — 61 Jn 4, 19. — 7 Cfr. Rom 5, 5. — 8 Jn 15, 9. — 9 Jn 17, 26. — 10 Jn 15, 13-14. — 11Mt 13, 36-43. — 12 San Ambrosio, Sobre los oficios de los ministros, 3, 135. — 13Santo Tomás, loc. cit. — 14 J. Abad, Fidelidad, Palabra, Madrid 1987, p. 110. — 15Ecl. 6, 14-17 — 16 Cfr. San Basilio, Homilía sobre la envidia. — 17 San Ambrosio, o. c., 3, 134 — 18 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 315 — 19 Cfr. A. Vázquez de Prada, Estudio sobre la amistad, Rialp, Madrid 1956, p. 259. — 20 Cfr. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 88 — 21 R. A. Knox, Sermones pastorales, Rialp, Madrid 1963, p. 473.                                                                                                    ____________________________________________________________________________________________
Otro comentario: REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)
No todo acaba con la muerte: el juicio de Dios
Hoy, la parábola de la cizaña nos transmite un doble mensaje. Primero, para el tiempo actual: durante este "tiempo de la Iglesia" constataremos que junto al Reino de Dios —que nos trajo Jesucristo— aparece también el mal. Dios no se precipita en extirparlo: es la "paciencia de Dios", que respeta la libertad humana, porque Él nos deja caminar agarrados a una cuerda muy larga.

Segundo, para el más allá del tiempo: no todo acaba con la muerte. Es la certeza fundamental de la que parte la fe cristiana (y, en distintas modalidades, es común a toda la humanidad). La persona sabe, en cierto modo, que hay algo más, otra cosa. Eso significa que tenemos una responsabilidad para con Dios, que existe un juicio, y que la vida humana puede fructificar o fracasar.

—Te pedimos, Señor, que nos ayudes a dar fruto en nuestras vidas, un fruto que permanezca. Sólo así la tierra se transforma de valle de lágrimas en "jardín de Dios".
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Otro comentario: Rev. D. Iñaki BALLBÉ i Turu (Rubí, Barcelona, España)
Explícanos la parábola de la cizaña del campo
Hoy, mediante la parábola de la cizaña y el trigo, la Iglesia nos invita a meditar acerca de la convivencia del bien y del mal. El bien y el mal dentro de nuestro corazón; el bien y el mal que vemos en los otros, el que vemos que hay en el mundo.

«Explícanos la parábola» (Mt 13,36), le piden a Jesús sus discípulos. Y nosotros, hoy, podemos hacer el propósito de tener más cuidado de nuestra oración personal, nuestro trato cotidiano con Dios. —Señor, le podemos decir, explícame por qué no avanzo suficientemente en mi vida interior. Explícame cómo puedo serte más fiel, cómo puedo buscarte en mi trabajo, o a través de esta circunstancia que no entiendo, o no quiero. Cómo puedo ser un apóstol cualificado. La oración es esto, pedirle “explicaciones” a Dios. ¿Cómo es mi oración? ¿Es sincera?, ¿es constante?, ¿es confiada?

Jesucristo nos invita a tener los ojos fijos en el Cielo, nuestra casa para siempre. Frecuentemente vivimos enloquecidos por la prisa, y casi nunca nos detenemos a pensar que un día —lejano o no, no lo sabemos— deberemos dar cuenta a Dios de nuestra vida, de cómo hemos hecho fructificar las cualidades que nos ha dado. Y nos dice el Señor que al final de los tiempos habrá una tría. El Cielo nos lo hemos de ganar en la tierra, en el día a día, sin esperar situaciones que quizá nunca llegarán. Hemos de vivir heroicamente lo que es ordinario, lo que aparentemente no tiene ninguna trascendencia. ¡Vivir pensando en la eternidad y ayudar a los otros a pensar en ello!: paradójicamente, «se esfuerza para no morir el hombre que ha de morir; y no se esfuerza para no pecar el hombre que ha de vivir eternamente» (San Julián de Toledo).

Recogeremos lo que hayamos sembrado. Hay que luchar por dar hoy el 100%. Y que cuando Dios nos llame a su presencia le podamos presentar las manos llenas: de actos de fe, de esperanza, de amor. Que se concretan en cosas muy pequeñas y en pequeños vencimientos que, vividos diariamente, nos hacen más cristianos, más santos, más humanos.