lunes, 23 de septiembre de 2013

Evangelio - Lunes XXV Semana del Tiempo Ordinario

Evangelio según San Lucas 8,16-18.
No se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero, para que los que entren vean la luz.
Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado.
Presten atención y oigan bien, porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener".
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús 

25ª semana. Lunes
LA LUZ EN EL CANDELERO

— Los cristianos están para iluminar el ambiente en el que viven.
En el Evangelio de la Misa1 leemos esta enseñanza del Señor:Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entren tengan luz.
Quien sigue a Cristo –quien enciende un candil– no solo ha de trabajar por su propia santificación, sino también por la de los demás. El Señor lo ilustra con diversas imágenes muy expresivas y asequibles al pueblo sencillo que le escucha. En todas las casas alumbraba el candil al caer la tarde, y todos conocían dónde se colocaba y por qué. El candil está para iluminar y había de colocarse bien alto, quizá colgaba de un soporte fijo puesto solo para ese fin. A nadie se le ocurría esconderlo de tal manera que su luz quedara oculta. ¿Para qué iba a servir entonces?
Vosotros sois la luz del mundo2, había dicho en otra ocasión a sus discípulos. La luz del discípulo es la misma del Maestro. Sin este resplandor de Cristo, la sociedad queda en las más espesas tinieblas. Y cuando se camina en la oscuridad se tropieza y se cae. Sin Cristo, el mundo se vuelve difícil y poco habitable.
Los cristianos están para iluminar el ambiente en el que viven y trabajan. No se comprende a un discípulo de Cristo sin luz: sería como un candil que se escondiera debajo de una vasija o se metiera debajo de la cama. ¡Qué bien le entenderían quienes le escuchaban! El Concilio Vaticano II puso de relieve la obligación del apostolado, derecho y deber que nace del Bautismo y de la Confirmación3, hasta el punto de que, formando el cristiano parte del Cuerpo Místico, «el miembro que no contribuye según su medida al aumento de este Cuerpo, hay que decir que no aprovecha ni a la Iglesia ni a sí Mismo»4. Este apostolado, que tiene tan diversas formas, es continuo, como es continua la luz que alumbra a los que están en la casa. «El mismo testimonio de vida cristiana y las obras hechas con espíritu sobrenatural tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios»5. También los que aún no creen en Cristo han de ver iluminado su camino con el brillo de las obras de los que siguen al Maestro. «Porque todos los cristianos, donde quiera que vivan, por el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra, están obligados a manifestar el hombre nuevo de que se han revestido por el Bautismo, y en el que se han robustecido por la Confirmación, de tal forma que los demás, al reparar en sus obras, glorifiquen al Padre y descubran el genuino sentido de la vida y el vínculo universal de todos los hombres»6.
Examinemos hoy nosotros si aquellos que trabajan codo a codo con nosotros, quienes viven en el mismo hogar, los que nos tratan por motivos profesionales o sociales... reciben esa luz que señala el camino amable que conduce a Dios. Pensemos si esos mismos se sienten movidos a ser mejores.
— Prestigio profesional.
El trabajo, el prestigio profesional, es el candil en el que ha de lucir la luz de Cristo. ¿Qué apostolado podría llevar a cabo una madre de familia que no cuidara a conciencia de su hogar, de tal manera que su marido, sus hijos, encontraran al llegar un lugar grato? ¿Cómo podría hablar de Dios a sus amigos un estudiante que no estudiara, un empresario que no viviera los principios de la justicia social de la Iglesia con los empleados...? La vida entera del Señor nos hace entender que sin la diligencia, la laboriosidad y la constancia de un buen trabajador, la vida cristiana queda reducida, a lo más, a deseos, quizá aparentemente piadosos, pero estériles tanto en la santidad personal como en la influencia clara que hemos de ejercer a nuestro alrededor. Cada cristiano «debe obrar de tal manera que quienes le traten perciban el bonus odor Christi (cfr. 2 Cor 2, 15), el buen olor de Cristo; debe actuar de modo que, a través de las acciones del discípulo, pueda descubrirse el rostro del Maestro»7. Para eso, el ejemplo en aquello que constituye como la columna vertebral de todo hombre, el trabajo, ha de ir por delante. (El enfermo, el impedido, ha de ser luz –¡y cómo brilla!– siendo un buen enfermo, llevando con sentido sobrenatural la propia carga). El Señor quiere que la farmacéutica sea competente en aquellas medicinas que despacha, y que cuando sea oportuno sepa dar el consejo humano y sobrenatural que ayuda y anima, y que el taxista conozca bien las calles de la gran ciudad, que el conductor de un medio público de transporte no maltrate a los pasajeros con un mal modo de conducir...
Desde el comienzo de su vida pública conocen al Señor como el artesano, el hijo de María8. Y a la hora de los milagros la multitud exclama: ¡Todo lo hizo bien!9, absolutamente todo: «los grandes prodigios, y las cosas menudas, cotidianas, que a nadie deslumbraron, pero que Cristo realizó con la plenitud de quien es perfectus Deus, perfectus homo (Símbolo Quicumque), perfecto Dios y hombre perfecto»10. Jesús, que quiso emplear en sus enseñanzas los oficios más diversos, «mira con amor el trabajo, sus diversas manifestaciones, viendo en cada una de ellas un aspecto particular de la semejanza del hombre con Dios, Creador y Padre»11.
Para tener prestigio profesional es necesario cuidar la formación en la propia actividad u oficio, dedicando las horas necesarias, fijándose metas para perfeccionarla cada día, incluso después de terminados los estudios o el período de aprendizaje propio de todo trabajo. En no pocas ocasiones los resultados académicos, para un estudiante, serán un buen índice de su amor a Dios y al prójimo. Obras son amores.
Como consecuencia lógica de este empeño y de la seriedad de su tarea, el fiel cristiano tendrá entre sus colegas la reputación de buen trabajador o de buen estudiante que le es necesaria para realizar un apostolado profundo12. Sin darse apenas cuenta estará mostrando cómo la doctrina de Cristo se hace realidad en medio del mundo, en una vida corriente. Y se comprueba el acierto del comentario de San Ambrosio: las cosas nos parecen menos difíciles cuando las vemos realizadas en otros13. Y todos tienen derecho a ese buen ejemplo.
— Como luceros en medio del mundo.
Es evidente que la doctrina de Cristo no se ha difundido a fuerza de medios humanos, sino a impulsos de la gracia. Pero también es cierto que la acción apostólica edificada sobre una vida sin virtudes humanas, sin valía profesional, sería hipocresía y ocasión de desprecio por parte de los que queremos acercar al Señor. Por eso, el Concilio Vaticano II formulaba estas graves palabras: «El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación»14, porque no se santifica a sí mismo, deja de aprovechar los talentos recibidos, y no santifica a su prójimo.
Sea cual sea la profesión o el oficio que se desempeñe, la categoría ganada día a día en un trabajo hecho a conciencia otorga una autoridad moral ante colegas y compañeros que facilita el persuadir, el enseñar, el atraer... Es tan importante esta solidez profesional que un buen cristiano no se puede escudar en ningún motivo para no ganarla. Para quienes se empeñan en vivir hasta el fondo su vocación cristiana, el trabajo competente y los medios para lograrlo constituyen un deber primario. Por eso, el buen médico, si quiere seguir siéndolo, no abandonará el estudio que lo mantiene al día, y el buen profesor renovará su material pedagógico, sin contentarse con repetir una y otra vez los mismos guiones, que lo dejarían sumido en la mediocridad.
La competencia y la seriedad con que se debe realizar el trabajo profesional se convierte así en un candelero que ilumina a colegas y amigos15. La caridad cristiana se hace visible entonces desde lejos, y la luz de la doctrina ilumina desde esa altura; es una luz familiar y cercana que con facilidad llega a todos.
San Pablo escribe a los primeros cristianos de Filipo y les exhorta a vivir en medio de aquella generación apartada de Dios de tal manera que brillen como luceros en medio del mundo16. Y su ejemplo arrastraba tanto que en verdad se pudo decir de ellos: «lo que es el alma para el cuerpo, esto son los cristianos en medio del mundo»17, como se puede leer en uno de los escritos cristianos más antiguos.
Para llevar a todos la luz de Cristo, junto a los medios sobrenaturales, hemos de practicar también las normas corrientes de la convivencia. Para muchas personas estas normas se quedan en algo exterior y solo se practican porque hacen más fácil el trato social, por costumbre. Para nosotros los cristianos han de ser también fruto de la caridad, manifestaciones externas de un sincero interés por los demás. Todo esto es parte de la luz divina que hemos de llevar con nuestra vida, y del apostolado que el Señor quiere que llevemos a cabo, principalmente entre las personas que más tratamos.
1 Lc 8, 16-18. — 2 Mt 5, 14. — 3 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 33. — 4ídem, Decr. Apostolicam actuositatem, 2. — 5 Ibídem, 6. — 6 ídem, Decr. Ad gentes, 11. — 7 San Josemaría EscriváEs Cristo que pasa, 105. — 8 Mc 6, 3. — 9 Mc 7, 37.— 10 San Josemaría EscriváAmigos de Dios, 56. — 11 Juan Pablo II, Enc. Laborem exercens, 14-IX-1981, 26. — 12 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 36. — 13San AmbrosioSobre las vírgenes, 2, 2. — 14 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 43. — 15 Cfr. San Josemaría EscriváAmigos de Dios, 61. — 16 Flp 2, 15. — 17Epístola a Diogneto, VI, 1.                                                   ____________________________________________________________________________________________
Otro comentario: San Juan Crisóstomo (c.345- 407), presbítero en Antioquia, obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia, Padre de la Iglesia Oriental 
Homilía sobre los Actos de los Apóstoles, nº 20, 3-4; PG 60, 162 

“Se pone sobre el candelabro” (Mt 5,15)

    No hay nada más frío que un cristiano despreocupado por salvar a los hermanos. No puedes, en este asunto, poner por pretexto tu pobreza: aquella que dio las dos monedas ínfimas se levantaría para acusarte (Lc 21,2) También Pedro, que decía: “No tengo ni oro ni plata.” (Hch 3,6) Y Pablo que era tan pobre que a menudo pasaba hambre y le faltaba lo necesario para vivir (1 Cor 4,11) Tampoco puedes excusarte con tu procedencia humilde: ellos también eran de condición modesta. Ni la ignorancia sería una disculpa válida: ellos tampoco eran gente de letras...Ni pienses alegar la enfermedad: Timoteo tenía frecuentes molestias de estómago (1Tim 5,23)...Cualquiera puede ser útil a su prójimo si lo quiere de verdad...


    No digas que te es imposible restablecer en el buen camino a los demás, porque si tú eres cristiano es imposible que esto no suceda. Cada árbol lleva su fruto (Mt 17,17) y como no hay contradicción en la naturaleza, tampoco lo hay entre lo que nosotros decimos y la verdad, porque es inherente a la naturaleza del cristiano...Es más fácil que la luz se vuelva tinieblas que el cristiano deje de iluminar a los demás.
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Otro comentario: Rev. D. Joaquim FONT i Gassol (Igualada, Barcelona, España)
Pone (la lámpara) sobre un candelero, para que los que entren vean la luz
Hoy, este Evangelio tan breve es rico en temas que atraen nuestra atención. En primer lugar, “dar luz”: ¡todo es patente ante los ojos de Dios! Segundo gran tema: las Gracias están engarzadas, la fidelidad a una atrae a otras: «Gratiam pro gratia» (Jn 1,16). En fin, es un lenguaje humano para cosas divinas y perdurables.

¡Luz para los que entran en la Iglesia! Desde siglos, las madres cristianas han enseñado en la intimidad a sus hijos con palabras expresivas, pero sobre todo con la “luz” de su buen ejemplo. También han sembrado con la típica cordura popular y evangélica, comprimida en muchos refranes, llenos de sabiduría y de fe a la vez. Uno de ellos es éste: «Iluminar y no difuminar». San Mateo nos dice: «(...) para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres para que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,15-16).

Nuestro examen de conciencia al final del día puede compararse al tendero que repasa la caja para ver el fruto de su trabajo. No empieza preguntando: —¿Cuánto he perdido? Sino más bien: —¿Qué he ganado? Y acto seguido: —¿Cómo podré ganar más mañana, qué puedo hacer para mejorar? El repaso de nuestra jornada acaba con acción de gracias y, por contraste, con un acto de dolor amoroso. —Me duele no haber amado más y espero lleno de ilusión, estrenar mañana el nuevo día para agradar más a Nuestro Señor, que siempre me ve, me acompaña y me ama tanto. —Quiero proporcionar más luz y disminuir el humo del fuego de mi amor.

En las veladas familiares, los padres y abuelos han forjado —y forjan— la personalidad y la piedad de los niños de hoy y hombres de mañana. ¡Merece la pena! ¡Es urgente! María, Estrella de la mañana, Virgen del amanecer que precede a la Luz del Sol-Jesús, nos guía y da la mano. «¡Oh Virgen dichosa! Es imposible que se pierda aquel en quien tú has puesto tu mirada» (San Anselmo).

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