domingo, 13 de abril de 2014

Evangelio - Domingo de Ramos

Evangelio

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 26, 14-75; 27, 1-54
A. En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo:
B. "¿Cuánto me dan si les entregó a Jesús?"
A. Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregárselo.
El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron:
B. "¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?"
A. El respondió:
†. "Vayan a la ciudad, a casa de fulano y díganle: "El Maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa" ".
A. Ellos hicieron lo que Jesús les había ordenado y prepararon la cena de Pascua.
Al atardecer, se sentó a la mesa con los Doce, y mientras cenaban, les dijo:
†. "Yo les aseguro que uno de ustedes va a entregarme".
A. Ellos se pusieron muy tristes y comenzaron a preguntarle uno por uno:
B. "¿Acaso soy yo, Señor?"
A. El respondió:
†. "El que moja su pan en el mismo plato que yo, ése va a entregarme. Porque el Hijo del hombre va a morir, como está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Más le valiera a ese hombre no haber nacido".
A. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
B. "¿Acaso soy yo, Maestro?"
A. Jesús le respondió:
†. "Tú lo has dicho".
A. Durante la cena, Jesús tomó un pan, y pronunciada la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
†. "Tomen y coman. Este es mi Cuerpo".
A. Luego tomó en sus manos una copa de vino, y pronunciada la acción de gracias, la pasó a sus discípulos, diciendo:
†. "Beban todos de ella, porque ésta es mi Sangre, Sangre de la nueva alianza, que será derramada por todos, para el perdón de los pecados. Les digo que ya no beberé más del fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre".
A. Después de haber cantado el himno, salieron hacia el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo:
†. "Todos ustedes se van a escandalizar de mí esta noche, porque está escrito: "Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño". Pero después de que yo resucite, iré delante de ustedes a Galilea".
A. Entonces Pedro le replicó:
B. "Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré".
A. Jesús le dijo:
†. "Yo te aseguro que esta misma noche, antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces".
A. Pedro le replicó:
B. "Aunque tenga que morir contigo, no te negaré".
A. Y lo mismo dijeron todos los discípulos.
Entonces Jesús fue con ellos a un lugar llamado Getsemaní y dijo a los discípulos:
†. "Quédense aquí mientras yo voy a orar más allá".
A. Se llevó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo y comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo:
†. "Mi alma está llena de una tristeza mortal. Quédense aquí y velen conmigo".
A. Avanzó unos pasos más, se postró rostro en tierra y comenzó a orar, diciendo:
†. "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero que no se haga como yo quiero, sino como quieres tú".
A. Volvió entonces a donde estaban los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro:
†. "¿No han podido velar conmigo ni una hora? Velen y oren, para no caer en la tentación, porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil".
A. Y alejándose de nuevo, se puso a orar, diciendo:
†. "Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad".
A. Después volvió y encontró a sus discípulos otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados de sueño. Los dejó y se fue a orar de nuevo, por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Después de esto, volvió a donde estaban los discípulos y les dijo:
†. "Duerman ya y descansen. He aquí que llega la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya está aquí el que me va a entregar".
A. Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegó Judas, uno de los Doce, seguido de una chusma numerosa con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que lo iba a entregar les había dado esta señal:
B. "Aquel a quien yo le dé un beso, ése es. Aprehéndanlo".
A. Al instante se acercó a Jesús y le dijo:
B. "¡Buenas noches, Maestro!"
A. Y lo besó. Jesús le dijo:
†. "Amigo, ¿es esto a lo que has venido?"
A. Entonces se acercaron a Jesús, le echaron mano y lo apresaron.
Uno de los que estaban con Jesús, sacó la espada, hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó una oreja. Le dijo entonces Jesús:
†. "Vuelve la espada a su lugar, pues quien usa la espada, a espada morirá. ¿No crees que si yo se lo pidiera a mi Padre, él pondría ahora mismo a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Pero, ¿cómo se cumplirían entonces las Escrituras, que dicen que así debe suceder?"
A. Enseguida dijo Jesús a aquella chusma:
†. "¿Han salido ustedes a apresarme como a un bandido, con espadas y palos? Todos los días yo enseñaba, sentado en el templo, y no me aprehendieron. Pero todo esto ha sucedido para que se cumplieran las predicciones de los profetas".
A. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
Los que aprehendieron a Jesús lo llevaron a la casa del sumo sacerdote Caifás, donde los escribas y los ancianos estaban reunidos. Pedro los fue siguiendo de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote. Entró y se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello.
Los sumos sacerdotes y todo el sanedrín andaban buscando un falso testimonio contra Jesús, con ánimo de darle muerte; pero no lo encontraron, aunque se presentaron muchos testigos falsos. Al fin llegaron dos, que dijeron:
B. "Este dijo: "Puedo derribar el templo de Dios y reconstruirlo en tres días"".
A. Entonces el sumo sacerdote se levantó y le dijo:
B. "¿No respondes nada a lo que éstos atestiguan en contra tuya?"
A. Como Jesús callaba, el sumo sacerdote le dijo:
B. "Te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios".
A. Jesús le respondió:
†. "Tú lo has dicho. Además, yo les declaro que pronto verán al Hijo del hombre, sentado a la derecha de Dios, venir sobre las nubes del cielo".
A. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó:
B. "¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes mismos han oído la blasfemia. ¿Qué les parece?"
A. Ellos respondieron:
B. "Es reo de muerte".
A. Luego comenzaron a escupirle en la cara y a darle de bofetadas. Otros lo golpeaban, diciendo:
B. "Adivina quién es el que te ha pegado".
A. Entretanto, Pedro estaba fuera, sentado en el patio. Una criada se le acercó y le dijo:
B. "Tú también estabas con Jesús, el galileo".
A. Pero él lo negó ante todos, diciendo:
B. "No sé de qué me estás hablando".
A. Ya se iba hacia el zaguán, cuando lo vio otra criada y dijo a los que estaban allí:
B. "También ése andaba con Jesús, el nazareno".
A. El de nuevo lo negó con juramento:
B. "No conozco a ese hombre".
A. Poco después se acercaron a Pedro los que estaban allí y le dijeron:
B. "No cabe duda de que tú también eres de ellos, pues hasta tu modo de hablar te delata".
A. Entonces él comenzó a echar maldiciones y a jurar que no conocía a aquel hombre. Y en aquel momento cantó el gallo. Entonces se acordó Pedro de que Jesús había dicho: "Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces". Y saliendo de allí se soltó a llorar amargamente.
Llegada la mañana, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo celebraron consejo contra Jesús para darle muerte. Después de atarlo, lo llevaron ante el procurador, Poncio Pilato, y se lo entregaron.
Entonces Judas, el que lo había entregado, viendo que Jesús había sido condenado a muerte, devolvió arrepentido las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo:
B. "Pequé, entregando la sangre de un inocente".
A. Ellos dijeron:
B. "¿Y a nosotros qué nos importa? Allá tú".
A. Entonces Judas arrojó las monedas de plata en el templo, se fue y se ahorcó.
Los sumos sacerdotes tomaron las monedas de plata y dijeron:
B. "No es lícito juntarlas con el dinero de las limosnas, porque son precio de sangre".
A. Después de deliberar, compraron con ellas el Campo del alfarero, para sepultar allí a los extranjeros. Por eso aquel campo se llama hasta el día de hoy "Campo de sangre". Así se cumplió lo que dijo el profeta Jeremías: "Tomaron las treinta monedas de plata en que fue tasado aquel a quien pusieron precio algunos hijos de Israel, y las dieron por el Campo del alfarero, según lo que me ordenó el Señor".
Jesús compareció ante el procurador, Poncio Pilato, quien le preguntó:
B. "¿Eres tú el rey de los judíos?"
A. Jesús respondió:
†. "Tú lo has dicho".
A. Pero nada respondió a las acusaciones que le hacían los sumos sacerdotes y los ancianos. Entonces le dijo Pilato:
B. "¿No oyes todo lo que dicen contra ti?"
A. Pero él nada respondió, hasta el punto de que el procurador se quedó muy extrañado. Con ocasión de la fiesta de la Pascua, el procurador solía conceder a la multitud la libertad del preso que quisieran. Tenían entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Dijo, pues, Pilato a los allí reunidos:
B. "¿A quién quieren que les deje en libertad: a Barrabás o a Jesús, que se dice el Mesías?"
A. Pilato sabía que se lo habían entregado por envidia.
Estando él sentado en el tribunal, su mujer mandó decirle:
B. "No te metas con ese hombre justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa".
A. Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la muchedumbre de que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Así, cuando el procurador les preguntó:
B. "¿A cuál de los dos quieren que les suelte?".
A. Ellos respondieron:
B. "A Barrabás".
A. Pilato les dijo:
B. "¿Y qué voy a hacer con Jesús, que se dice el Mesías?"
A. Respondieron todos:
B. "Crucifícalo".
A. Pilato preguntó:
B. "Pero, ¿qué mal ha hecho?"
A. Mas ellos seguían gritando cada vez con más fuerza:
B. "¡Crucifícalo!"
A. Entonces Pilato, viendo que nada conseguía y que crecía el tumulto, pidió agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo:
B. "Yo no me hago responsable de la muerte de este hombre justo. Allá ustedes".
A. Todo el pueblo respondió:
B. "¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!"
A. Entonces Pilato puso en libertad a Barrabás. En cambio a Jesús lo hizo azotar y lo entregó para que lo crucificaran.
Los soldados del procurador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a todo el batallón. Lo desnudaron, le echaron encima un manto de púrpura, trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza; le pusieron una caña en su mano derecha, y arrodillándose ante él, se burlaban diciendo:
B. "¡Viva el rey de los judíos!"
A. Y le escupían. Luego, quitándole la caña, lo golpeaban con ella en la cabeza. Después de que se burlaron de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y lo llevaron a crucificar. Juntamente con él crucificaron a dos ladrones.
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz. Al llegar a un lugar llamado Gólgota, es decir, "Lugar de la Calavera", le dieron a beber a Jesús vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no lo quiso beber. Los que lo crucificaron se repartieron sus vestidos, echando suertes, y se quedaron sentados allí para custodiarlo. Sobre su cabeza pusieron por escrito la causa de su condena: "Este es Jesús, el rey de los judíos". Juntamente con él, crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Los que pasaban por allí lo insultaban moviendo la cabeza y gritándole:
B. "Tú, que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz".
A. También se burlaban de él los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, diciendo:
B. "Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo. Si es el rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios, que Dios lo salve ahora, si es que de verdad lo ama, pues él ha dicho: "Soy el Hijo de Dios"".
A. Hasta los ladrones que estaban crucificados a su lado lo injuriaban.
Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, se oscureció toda aquella tierra. Y alrededor de las tres, Jesús exclamó con fuerte voz:
†"Elí, Elí, ¿ lemá sabactaní?"
A. Que quiere decir:
†. "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"
A. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
B. "Está llamando a Elías".
A. Enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y sujetándola a una caña, le ofreció de beber. Pero los otros le dijeron:
B."Déjalo. Vamos a ver si viene Elías a salvarlo".
A. Entonces Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, expiró.
Aquí todos se arrodillan y guardan silencio por unos instantes.
A. Entonces el velo del templo se rasgó en dos partes, de arriba a abajo, la tierra tembló y las rocas se partieron. Se abrieron los sepulcros y resucitaron muchos justos que habían muerto, y después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. Por su parte, el oficial y los que estaban con él custodiando a Jesús, al ver el terremoto y las cosas que ocurrían, se llenaron de un gran temor y dijeron:
B. "Verdaderamente éste era Hijo de Dios".
A. Estaban también allí, mirando desde lejos, muchas de las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.
Al atardecer, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que se había hecho también discípulo de Jesús. Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús, y Pilato dio orden de que se lo entregaran. José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo, que había hecho excavar en la roca para sí mismo. Hizo rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro y se retiró. Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro.
Al otro día, el siguiente de la preparación de la Pascua, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron ante Pilato y le dijeron:
B. "Señor, nos hemos acordado de que ese impostor, estando aún en vida, dijo: "A los tres días resucitaré". Manda, pues, asegurar el sepulcro hasta el tercer día; no sea que vengan sus discípulos, lo roben y digan luego al pueblo: "Resucitó de entre los muertos", porque esta última impostura sería peor que la primera".
A. Pilato les dijo:
B. "Tomen un pelotón de soldados, vayan y aseguren el sepulcro como ustedes quieran".
A. Ellos fueron y aseguraron el sepulcro, poniendo un sello sobre la puerta y dejaron allí la guardia.
Hasta aquí la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, según san Mateo. 

† Meditación diaria
Domingo de Ramos
ENTRADA TRIUNFAL EN JERUSALÉN

— Entrada solemne, y a la vez sencilla, en Jerusalén. Jesús da cumplimiento a las antiguas profecías.
 “Venid, y al mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy de Betania y, por propia voluntad, se apresura hacia su venerable y dichosa pasión, para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los hombres”1.
Jesús sale muy de mañana de Betania. Allí, desde la tarde anterior, se habían congregado muchos fervientes discípulos suyos; unos eran paisanos de Galilea, llegados en peregrinación para celebrar la Pascua; otros eran habitantes de Jerusalén, convencidos por el reciente milagro de la resurrección de Lázaro. Acompañado de esta numerosa comitiva, junto a otros que se le van sumando en el camino, Jesús toma una vez más el viejo camino de Jericó a Jerusalén, hacia la pequeña cumbre del monte de los Olivos.
Las circunstancias se presentaban propicias para un gran recibimiento, pues era costumbre que las gentes saliesen al encuentro de los más importantes grupos de peregrinos para entrar en la ciudad entre cantos y manifestaciones de alegría. El Señor no manifestó ninguna oposición a los preparativos de esta entrada jubilosa. Él mismo elige la cabalgadura: un sencillo asno que manda traer de Betfagé, aldea muy cercana a Jerusalén. El asno había sido en Palestina la cabalgadura de personajes notables ya desde el tiempo de Balaán2.
El cortejo se organizó enseguida. Algunos extendieron su manto sobre la grupa del animal y ayudaron a Jesús a subir encima; otros, adelantándose, tendían sus mantos en el suelo para que el borrico pasase sobre ellos como sobre un tapiz, y muchos otros corrían por el camino a medida que adelantaba el cortejo hacia la ciudad, esparciendo ramas verdes a lo largo del trayecto y agitando ramos de olivo y de palma arrancados de los árboles de las inmediaciones. Y, al acercarse a la ciudad, ya en la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los que bajaban, llena de alegría, comenzó a alabar a Dios en alta voz por todos los prodigios que había visto, diciendo: ¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el Cielo y gloria en las alturas!3.
Jesús hace su entrada en Jerusalén como Mesías en un borrico, como había sido profetizado muchos siglos antes4. Y los cantos del pueblo son claramente mesiánicos. Esta gente llana –y sobre todo los fariseos– conocían bien estas profecías, y se manifiesta llena de júbilo. Jesús admite el homenaje, y a los fariseos que intentan apagar aquellas manifestaciones de fe y de alegría, el Señor les dice: Os digo que si estos callan gritarán las piedras5.
Con todo, el triunfo de Jesús es un triunfo sencillo, “se contenta con un pobre animal, por trono. No sé a vosotros; pero a mí no me humilla reconocerme, a los ojos del Señor, como un jumento: como un borriquito soy yo delante de ti; pero estaré siempre a tu lado, porque tú me has tomado de tu diestra (Sal 72, 23-24), tú me llevas por el ronzal”6.
Jesús quiere también entrar hoy triunfante en la vida de los hombres sobre una cabalgadura humilde: quiere que demos testimonio de Él, en la sencillez de nuestro trabajo bien hecho, con nuestra alegría, con nuestra serenidad, con nuestra sincera preocupación por los demás. Quiere hacerse presente en nosotros a través de las circunstancias del vivir humano. También nosotros podemos decirle en el día de hoy: Ut iumentum factus sum apud te... “Como un borriquito estoy delante de Ti. Pero Tú estás siempre conmigo, me has tomado por el ronzal, me has hecho cumplir tu voluntad; et cum gloria suscepisti me, y después me darás un abrazo muy fuerte”7. Ut iumentum... como un borrico soy ante Ti, Señor..., como un borrico de carga, y siempre estaré contigo. Nos puede servir de jaculatoria para el día de hoy.
El Señor ha entrado triunfante en Jerusalén. Pocos días más tarde, en esa ciudad, será clavado en una cruz.

— El Señor llora sobre la ciudad. Correspondencia a la gracia.
El cortejo triunfal de Jesús había rebasado la cima del monte de los Olivos y descendía por la vertiente occidental dirigiéndose al Templo, que desde allí se dominaba. Toda la ciudad aparecía ante la vista de Jesús. Al contemplar aquel panorama, Jesús lloró8.
Aquel llanto, entre tantos gritos alegres y en tan solemne entrada, debió de resultar completamente inesperado. Los discípulos estaban desconcertados viendo a Jesús. Tanta alegría se había roto de golpe, en un momento.
Jesús mira cómo Jerusalén se hunde en el pecado, en su ignorancia y en su ceguera: ¡Ay si conocieras por lo menos en este día que se te ha dado, lo que puede traerte la paz! Pero ahora todo está oculto a tus ojos9. Ve el Señor cómo sobre ella caerán otros días que ya no serán como este, día de alegría y de salvación, sino de desdicha y de ruina. Pocos años más tarde, la ciudad sería arrasada. Jesús llora la impenitencia de Jerusalén. ¡Qué elocuentes son estas lágrimas de Cristo! Lleno de misericordia, se compadece de esta ciudad que le rechaza.
Nada quedó por intentar: ni en milagros, ni en obras, ni en palabras; con tono de severidad unas veces, indulgente otras... Jesús lo ha intentado todo con todos: en la ciudad y en el campo, con gentes sencillas y con sabios doctores, en Galilea y en Judea... También ahora, y en cada época, Jesús entrega la riqueza de su gracia a cada hombre, porque su voluntad es siempre salvadora.
En nuestra vida, tampoco ha quedado nada por intentar, ningún remedio por poner. ¡Tantas veces Jesús se ha hecho el encontradizo con nosotros! ¡Tantas gracias ordinarias y extraordinarias ha derramado sobre nuestra vida! “El mismo Hijo de Dios se unió, en cierto modo, con cada hombre por su encarnación. Con manos humanas trabajó, con mente humana pensó, con voluntad humana obró, con corazón de hombre amó. Nacido de María Virgen se hizo de verdad uno de nosotros, igual que nosotros en todo menos en el pecado. Cordero inocente, mereció para nosotros la vida derramando libremente su sangre, y en Él el mismo Dios nos reconcilió consigo y entre nosotros mismos y nos arrancó de la esclavitud del diablo y del pecado, y así cada uno de nosotros puede decir con el Apóstol: el Hijo de Dios me amó y se entregó por mí (Gal 2, 20)”10.
La historia de cada hombre es la historia de la continua solicitud de Dios sobre él. Cada hombre es objeto de la predilección del Señor. Jesús lo intentó todo con Jerusalén, y la ciudad no quiso abrir la puertas a la misericordia. Es el misterio profundo de la libertad humana, que tiene la triste posibilidad de rechazar la gracia divina. “Hombre libre, sujétate a voluntaria servidumbre para que Jesús no tenga que decir por ti aquello que cuentan que dijo por otros a la Madre Teresa: “Teresa, yo quise... Pero los hombres no han querido”“11.
¿Cómo estamos respondiendo nosotros a los innumerables requerimientos del Espíritu Santo para que seamos santos en medio de nuestras tareas, en nuestro ambiente? Cada día, ¿cuántas veces decimos sí a Dios y no al egoísmo, a la pereza, a todo lo que significa desamor, aunque sea pequeño?

— Alegría y dolor en este día: coherencia para seguir a Cristo hasta la Cruz.
Al entrar el Señor en la ciudad santa, los niños hebreos profetizaban la resurrección de Cristo, proclamando con ramos de palmas: “Hosanna en el cielo”12.
Nosotros conocemos ahora que aquella entrada triunfal fue, para muchos, muy efímera. Los ramos verdes se marchitaron pronto. El hosanna entusiasta se transformó cinco días más tarde en un grito enfurecido: ¡Crucifícale! ¿Por qué tan brusca mudanza, por qué tanta inconsistencia? Para entender algo quizá tengamos que consultar nuestro propio corazón.
“¡Qué diferentes voces eran –comenta San Bernardo–: quita, quita, crucifícale y bendito sea el que viene en nombre del Señor, hosanna en las alturas! ¡Qué diferentes voces son llamarle ahora Rey de Israel, y de ahí a pocos días: no tenemos más rey que el César! ¡Qué diferentes son los ramos verdes y la cruz, las flores y las espinas! A quien antes tendían por alfombra los vestidos propios, de allí a poco le desnudan de los suyos y echan suertes sobre ellos”13.
La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén pide a cada uno de nosotros coherencia y perseverancia, ahondar en nuestra fidelidad, para que nuestros propósitos no sean luces que brillan momentáneamente y pronto se apagan. En el fondo de nuestros corazones hay profundos contrastes: somos capaces de lo mejor y de lo peor. Si queremos tener la vida divina, triunfar con Cristo, hemos de ser constantes y hacer morir por la penitencia lo que nos aparta de Dios y nos impide acompañar al Señor hasta la Cruz.
“La liturgia del Domingo de Ramos pone en boca de los cristianos este cántico: levantad, puertas, vuestros dinteles; levantaos, puertas antiguas, para que entre el Rey de la gloria (Antífona de la distribución de los ramos). El que se queda recluido en la ciudadela del propio egoísmo no descenderá al campo de batalla. Sin embargo, si levanta las puertas de la fortaleza y permite que entre el Rey de la paz, saldrá con Él a combatir contra toda esa miseria que empaña los ojos e insensibiliza la conciencia”14.
María también está en Jerusalén, cerca de su Hijo, para celebrar la Pascua. La última Pascua judía y la primera Pascua en la que su Hijo es el Sacerdote y la Víctima. No nos separemos de Ella. Nuestra Señora nos enseñará a ser constantes, a luchar en lo pequeño, a crecer continuamente en el amor a Jesús. Contemplemos la Pasión, la Muerte y la Resurrección de su Hijo junto a Ella. No encontraremos un lugar más privilegiado.
1 San Andrés de Creta, Sermón 9 sobre el Domingo de Ramos. — 2 Cfr. Num 22, 21 ss. — 3 Lc 19, 37-38. — 4 Zac 9, 9. — 5 Lc 19, 40. — 6 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 181. — 7 ídem, citado por A. Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid 1983, p. 124. — 8 Lc 19, 41. — 9 Lc 19, 42. —10 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 22. — 11 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 761. — 12 Himno a Cristo Rey. Liturgia del Domingo de Ramos. — 13 San Bernardo, Sermón en el Domingo de Ramos, 2, 4. — 14 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 82.
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Otro comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Cristo Rey: la autoridad para servir
Hoy, la Iglesia —leyendo la Pasión de Jesucristo— recuerda sus últimas horas en Jerusalén. Le reciben como Rey. ¡Pero llega montado en un borriquillo! Así es nuestro Rey-Jesús. Durante esas horas nos regaló la Eucaristía —en la Última Cena—, rezó a Dios-Padre por nosotros en el Huerto de Getsemaní, fue injustamente maltratado y entregó su vida en la Cruz. No se enfadó; lo aceptó todo con silencio y humildad.

Jesucristo es Rey para la paz. Sus "armas" son: oración, serenidad, orden... Con esas virtudes se llega a una felicidad profunda. En la Cruz, Jesús sufre sin hacer sufrir. Está sereno porque obedece a su Padre y porque está salvando a los hombres. Ahí descubrimos el sentido de la "autoridad": servir a la sociedad para el bien de las personas.

—Hoy te pido, Dios-Rey, que todos —padres, autoridades, profesores— sepamos mandar para servir, y que todos —hijos, ciudadanos, alumnos— sepamos obedecer también para servir.
Otro comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
¿Eres tú el rey de los judíos?
Hoy se nos invita a contemplar el estilo de la realeza de Cristo salvador. Jesús es Rey, y —precisamente— en el último domingo del año litúrgico celebramos a Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo. Sí, Él es Rey, pero su reino es el «Reino de la verdad y la vida, el Reino de la santidad y la gracia, el Reino de la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey). ¡Realeza sorprendente! Los hombres, con nuestra mentalidad mundana, no estamos acostumbrados a eso.

Un Rey bueno, manso, que mira al bien de las almas: «Mi Reino no es de este mundo» (Jn 18,36). Él deja hacer. Con tono despectivo y de burla, «‘¿Eres tú el rey de los judíos?’. Jesús respondió: ‘Tú lo dices’» (Mt 27,11). Más burla todavía: Jesús es parangonado con Barrabás, y la ciudadanía ha de escoger la liberación de uno de los dos: «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?» (Mt 27,17). Y… ¡prefieren a Barrabás! (cf. Mt 27,21). Y… Jesús calla y se ofrece en holocausto por nosotros, ¡que le juzgamos!

Cuando poco antes había llegado a Jerusalén, con entusiasmo y sencillez, «la gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: ‘¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!’» (Mt 21,8-9). Pero, ahora, esos mismos gritan: «‘Que lo crucifiquen’. Pilato insistió: ‘Pues, ¿qué mal ha hecho?’. Pero ellos gritaban más fuerte: ‘¡Que lo crucifiquen!’» (Mt 27, 22-23). «‘¿A vuestro Rey voy a crucificar?’ Replicaron los sumos sacerdotes: ‘No tenemos más rey que el César’» (Jn 19,15).

Este Rey no se impone, se ofrece. Su realeza está impregnada de espíritu de servicio. «No viene para conquistar gloria, con pompa y fastuosidad: no discute ni alza la voz, no se hace sentir por las calles, sino que es manso y humilde (…). No echemos delante de Él ni ramas de olivo, ni tapices o vestidos; derramémonos nosotros mismos al máximo posible» (San Andrés de Creta, obispo).

Otro comentario:  Papa Francisco
Homilía del 24/03/2013 (trad. © copyright Librería Editrice Vaticana)


     “Hosanna ¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Bendito                    
                                sea el reino que viene” (Mc 11,9s)

Jesús entra en Jerusalén. La muchedumbre de los discípulos lo acompaña festivamente… La multitud lo aclama como rey. Y él no se opone, no la hace callar (cf. Lc 19,39-40). Pero, ¿qué tipo de rey es Jesús? Mirémoslo: montado en un pollino, no tiene una corte que lo sigue, no está rodeado por un ejército, símbolo de fuerza. Quien lo acoge es gente humilde, sencilla, que tiene el sentido de ver en Jesús algo más; tiene ese sentido de la fe, que dice: Éste es el Salvador.

Jesús no entra en la Ciudad Santa para recibir los honores reservados a los reyes de la tierra, a quien tiene poder, a quien domina; entra para ser azotado, insultado y ultrajado…; entra para recibir una corona de espinas, una caña, un manto de púrpura: su realeza será objeto de burla; entra para subir al Calvario cargando un madero…, Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz. Y es precisamente aquí donde resplandece su ser rey según Dios: su trono regio es el madero de la cruz…

¿Por qué la cruz? Porque Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, el de todos nosotros, y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios. Miremos a nuestro alrededor: ¡cuántas heridas inflige el mal a la humanidad! Guerras, violencias, conflictos económicos que se abaten sobre los más débiles, la sed de dinero… Amor al dinero, al poder, la corrupción, las divisiones, los crímenes contra la vida humana y contra la creación. Y también –cada uno lo sabe y lo conoce– nuestros pecados personales: las faltas de amor y de respeto a Dios, al prójimo y a toda la creación. Y Jesús en la cruz siente todo el peso del mal, y con la fuerza del amor de Dios lo vence, lo derrota en su resurrección. Este es el bien que Jesús nos hace a todos en el trono de la cruz. La cruz de Cristo, abrazada con amor, nunca conduce a la tristeza, sino a la alegría, a la alegría de ser salvados y de hacer un poquito eso que ha hecho él aquel día de su muerte.

 Otro comentario: Sí, Jesús, es el Rey de los judíos y de todos

El Rey, Cristo, Jesús, el Hijo de Dios, reina en el Cielo, y los hombres mueren y no regresan a la tierra; ¿adónde van?...

¿Adónde quieres ir tú, al Cielo o al Infierno?

Bendice la obra de Dios, que es su Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

Hazte un seguidor de Jesús, y sé su discípulo para ir al Cielo, y por tu ejemplo y palabras, llevar a muchos contigo.

¡Todos al cielo, amigo!
P. Jesús


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