jueves, 27 de septiembre de 2012

Evangelio - Viernes XXV Semana del Tiempo Ordinario


† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 9, 18-22
Gloria a ti, Señor.
Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó:
"¿Quién dice la gente que soy yo?"
Ellos contestaron:
"Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que alguno de los antiguos profetas, que ha resucitado".
El les preguntó:
"Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?"
Respondió Pedro:
"El Mesías de Dios".
Entonces Jesús les prohibió severamente decírselo a nadie. Después les dijo:
"Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, sea rechazado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, sea entregado a la muerte y resucite al tercer día".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria 
25ª semana. Viernes
EL TIEMPO Y EL MOMENTO

— Vivir el momento presente,

Muchas son las tareas que hemos de realizar para presentarnos ante nuestro Padre Dios con las manos llenas de fruto. La Sagrada Escritura nos enseña, en la primera lectura de la Misa de hoy, que todo tiene su tiempo y su momento. Las circunstancias y acontecimientos de la vida forman parte de un plan divino. Pero hay veces en las que el hombre no acierta a comprender ese querer de Dios sobre sus criaturas y no encuentra el tiempo oportuno para cada cosa. Con frecuencia los hombres ponen su interés lejos de la labor que tienen entre manos: el padre puede vivir ajeno a los hijos cuando, además de estar físicamente presentes, requerían una mayor atención a sus problemas, a sus motivos de alegría o de preocupación; el estudiante en ocasiones tiene la imaginación fuera de la asignatura que ha de aprobar y desaprovecha un tiempo que luego echará de menos, quizá con preocupación y angustia. “El tiempo es precioso, el tiempo pasa, el tiempo es una fase experimental de nuestra suerte decisiva y definitiva. De las pruebas que damos de fidelidad a los propios deberes depende nuestra suerte futura y eterna.
“El tiempo es un don de Dios: es una interpelación del amor de Dios a nuestra libre y –puede decirse– decisiva respuesta. Debemos ser avaros del tiempo, para emplearlo bien, con la intensidad en el obrar, amar y sufrir. Que no exista jamás para el cristiano el ocio, el aburrimiento. El descanso sí, cuando sea necesario (cfr. Mc 6, 31), pero siempre con vistas a una vigilancia que solo en el último día se abrirá a una luz sin ocaso”1.
Una de las lecturas de la Misa nos invita a aprovechar la vida de cara a Dios, estando atentos al momento presente, el único del que verdaderamente podemos disponer. Cada tarea tiene su tiempo: Tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado... tiempo de construir y tiempo de derribar, tiempo de llorar y tiempo de reír... tiempo de hablar y tiempo de callar...2. Perder el tiempo es dedicarlo a otras tareas, quizá humanamente interesantes y productivas, pero distintas de las que Dios esperaba que atendiéramos en ese momento preciso: dedicar al trabajo o a los amigos unas horas que se debían emplear en el hogar, leer el periódico cuando el quehacer profesional pedía estar metidos de lleno en la tarea o en la vida de familia... Ganarlo es hacer lo que Dios quiere que llevemos a cabo: vivir el momento presente sabiendo que la vida del hombre se compone de continuos presentes, los únicos que podemos santificar. Del pasado solo debemos sacar motivos de contrición por todo aquello que hicimos mal, de acciones de gracias por las ayudas que recibimos del Señor, y experiencia para llevar a cabo con más perfección nuestras tareas.
Los sucesos del futuro no nos deben preocupar demasiado, pues todavía no tenemos la gracia de Dios para enfrentarnos a ellos. “Vivir plenamente el momento presente es el pequeño secreto con el cual se construye, ladrillo a ladrillo, la ciudad de Dios en nosotros”3. No poseemos otro tiempo que el actual. Este es el único que, sean cuales sean las circunstancias que nos acompañen, podemos y debemos santificar. Hoy y ahora, este momento, vivido con intensidad, con amor, es lo que podemos ofrecer al Señor. No lo dejemos pasar esperando oportunidades mejores.


— Realizar con plena atención las tareas que tenemos entre manos.

No cumplir el deber que el instante requería, dejarlo para después, equivale en muchas ocasiones a omitirlo. Aprovechad el tiempo presente...4, exhortaba San Pablo a los primeros cristianos. Y para esto necesitaremos someternos a un orden en nuestros quehaceres, y cumplirlo. Así, venciendo la pereza de un modo habitual, podremos ayudar a los demás y contribuiremos a “elevar el nivel de la sociedad entera y de la creación”5 mediante nuestro trabajo diario, cualquiera que este sea. Perezoso no es solo el que deja pasar el tiempo sin hacer nada, sino también el que realiza muchas cosas, pero rehúsa llevar a cabo su obligación concreta: escoge sus ocupaciones según el capricho del momento, las realiza sin energía, y la mínima dificultad es suficiente para hacerle cambiar de trabajo. El perezoso puede incluso ser amigo de los “comienzos”, pero su incapacidad para un trabajo continuo y profundo le impide poner las “últimas piedras”, acabar bien lo que ha comenzado. “El que es laborioso aprovecha el tiempo, que no solo es oro, ¡es gloria de Dios! Hace lo que debe y está en lo que hace, no por rutina, ni por ocupar las horas, sino como fruto de una reflexión atenta y ponderada”6.
Vivir el hodie et nunc, el hoy y ahora, nos llevará a estar atentos a lo que tenemos entre manos, con el convencimiento, muchas veces actualizado, de que se trata de una ofrenda para el Señor y que, por tanto, requiere plena dedicación, como si fuera la última obra que ofrecemos a Dios. Esta atención nos ayudará a terminar bien nuestros quehaceres, por pequeños que puedan parecer, pues se convertirán en algo grande en la presencia del Señor.
Estar pendientes del momento actual nos alejará de inútiles preocupaciones hacia enfermedades, desgracias o trabajos que aún no se han presentado y que quizá nunca lleguen a ser realidad. “Un sencillo razonamiento sobrenatural los haría desaparecer: puesto que estos peligros no son actuales y estos temores todavía no se han verificado, es obvio que no tienes la gracia de Dios necesaria para vencerlos y para aceptarlos. Si tus temores se verificasen, entonces no te faltará la gracia divina, y con ella y tu correspondencia tendrás la victoria y la paz.
“Es natural que ahora no tengas la gracia de Dios para vencer unos obstáculos y aceptar unas cruces que solo existen en tu imaginación. Es necesario basar la propia vida espiritual sobre un sereno y objetivo realismo”7. Vivir al día, de la mano de nuestro Padre Dios, viviendo en la filiación divina, nos libra de muchas ansiedades y nos permite aprovechar bien el tiempo. ¡Cuántas cosas funestas que temíamos no llegaron a ocurrir! Nuestro Padre Dios tiene más cuidado de sus hijos de lo que nosotros en ocasiones nos figuramos.


— Evitar preocupaciones inútiles.

Aprovechar el tiempo significa vivir con plenitud el momento presente, como si no hubiera más oportunidades, sin recurrir al falso expediente de un pasado ya cumplido, sin pensar demasiado en un futuro incierto. Hoy y ahora, esta tarea concreta, es lo que podemos ofrecer al Señor y así enriquecer la propia vida sobrenatural. Es ahí donde podemos ejercitar las virtudes humanas (laboriosidad, orden, optimismo, cordialidad, espíritu de servicio...) y las sobrenaturales (fe, caridad, fortaleza...). “Ahora es el tiempo de misericordia, entonces será solo tiempo de justicia; por eso, ahora es nuestro momento, entonces será solo el momento de Dios”8.
El mismo Señor nos invitó a vivir con serenidad e intensidad cada jornada, eliminando preocupaciones inútiles por lo que ocurrió ayer y por lo que puede suceder mañana: No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio; a cada día le basta su afán9. Es un consejo, y a la vez un consuelo, que nos lleva a no evadirnos del momento actual. Vivir el momento presente significa cargar con él decididamente para santificarlo, y eludir muchos pesos innecesarios y, ¡tantas veces!, mucho más duros de llevar. Esta sabiduría es propia de los hijos de Dios, que se saben en sus manos, y del sentido común de la experiencia cotidiana: El que está pendiente del viento no sembrará; el que se queda observando las nubes, no segará10.
Lo importante, lo que está en nuestras manos, es vivir con fe y con intensidad el momento presente: “Pórtate bien “ahora”, sin acordarte del “ayer”, que ya pasó, y sin preocuparte de “mañana”, que no sabes si llegará para ti”11. Ni el deseo del Cielo, ni la meditación sobre las postrimerías pueden hacernos olvidar los quehaceres de aquí abajo. Se ha dicho de formas bien diversas que hemos de trabajar para esta tierra como si fuésemos a vivir siempre en ella, a la vez que trabajamos para la eternidad como si fuéramos a morir esta misma tarde. Es más, debemos tener siempre presente que es precisamente esta tarea del momento presente la que nos lleva al Cielo. Ahora es tiempo de edificar: no nos engañemos pensando que lo haremos en un futuro próximo.

1 Pablo VI, Homilía 1-I-1976. — 2 Ch. Lubich, Meditaciones, p. 61. — 3 Primera lectura. Año II. Eccl 3, 1-11. — 4 Cfr. Gal 6, 10. — 5 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 41. —6 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 81. —7 S. Canals, Ascética meditada, Rialp, 14ª ed., Madrid 1980, p. 134. — 8 Santo Tomás, Sobre el Credo, 7, en Escritos de catequesis, p. 86. — 9 Mt 6, 34.  10 Eccl 11, 4. — 11 San Josemaría Escrivá,Camino, n. 253.
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Otro comentario: Rev. D. Pere OLIVA i March (Sant Feliu de Torelló, Barcelona, España)

¿Quién dice la gente que soy yo? (…) Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Hoy, en el Evangelio, hay dos interrogantes que el mismo Maestro formula a todos. El primer interrogante pide una respuesta estadística, aproximada: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Lc 9,18). Hace que nos giremos alrededor y contemplemos cómo resuelven la cuestión los otros: los vecinos, los compañeros de trabajo, los amigos, los familiares más cercanos... Miramos al entorno y nos sentimos más o menos responsables o cercanos —depende de los casos— de algunas de estas respuestas que formulan quienes tienen que ver con nosotros y con nuestro ámbito, “la gente”... Y la respuesta nos dice mucho, nos informa, nos sitúa y hace que nos percatemos de aquello que desean, necesitan, buscan los que viven a nuestro lado. Nos ayuda a sintonizar, a descubrir un punto de encuentro con el otro para ir más allá...

Hay una segunda interrogación que pide por nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Lc 9,20). Es una cuestión fundamental que llama a la puerta, que mendiga a cada uno de nosotros: una adhesión o un rechazo; una veneración o una indiferencia; caminar con Él y en Él o finalizar en un acercamiento de simple simpatía... Esta cuestión es delicada, es determinante porque nos afecta. ¿Qué dicen nuestros labios y nuestras actitudes? ¿Queremos ser fieles a Aquel que es y da sentido a nuestro ser? ¿Hay en nosotros una sincera disposición a seguirlo en los caminos de la vida? ¿Estamos dispuestos a acompañarlo a la Jerusalén de la cruz y de la gloria?

«Es un camino de cruz y resurrección (...). La cruz es exaltación de Cristo. Lo dijo Él mismo: ‘Cuando sea levantado, atraeré a todos hacia mí’. (...) La cruz, pues, es gloria y exaltación de Cristo» (San Andrés de Creta). ¿Dispuestos para avanzar hacia Jerusalén? Solamente con Él y en Él, ¿verdad?









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