Sagradas imágenes de María
Cuando besamos una fotografía.
Cuando besamos una fotografía de un ser querido vivo o difunto, estamos besando a ese ser y no al papel material. Así también cuando veneramos y besamos una imagen de María, una estatua, estampita o medalla, estamos besando a la misma Santísima Virgen, nuestra Madre, a quien le debemos amor, como todo buen hijo le debe a su madre.
No hagamos caso a los protestantes y otras sectas que se escandalizan de que demos culto a las imágenes de la Virgen, sino llevemos siempre con nosotros alguna imagencita de María, una medalla suya o un rosario, como signo bendito contra el demonio.
Con el sólo hecho de corroborar el odio y terror que le tiene el demonio a las imágenes de María y a sus medallas, rosarios y escapularios, ya debería ser indicio de que ello es muy bueno. Por eso nosotros los católicos siempre debemos dar culto a las imágenes que representan a nuestra Madre, como la historia de la Iglesia lo ha venido mostrando desde el principio, y como la misma Virgen en sus apariciones, daba sus imágenes para veneración.
Detrás de este error funesto no puede estar otro que Satanás, que quiere borrar de la mente y del corazón de los hombres a María, su adversaria, la que lo destronó de su puesto de gloria, y la que lo vence en cada ocasión que se presenta.
Veneremos a María, que no es Dios, pero sí es una criatura que está en los límites de la divinidad, pues tiene una relación con la Santísima Trinidad que la hace única, y a quien la Iglesia Católica llama Omnipotencia Suplicante, porque todo lo que Dios es y puede por naturaleza, María lo es y lo puede por gracia.
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