lunes, 4 de noviembre de 2013

Evangelio - Martes XXXI Semana del Tiempo Ordinario

† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 14, 15-24
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, uno de los que estaban sentados a la mesa con Jesús le dijo:
"¡Dichoso aquél que participe en el banquete del Reino de Dios!"
Entonces Jesús le dijo:
"Un hombre preparó un gran banquete y convidó a muchas personas; cuando llegó la hora del
banquete mandó un criado suyo a avisarles a los invitados que vinieran, porque ya todo estaba
listo. Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. Uno le dijo:
"Compré un terreno y necesito ir a verlo; te ruego que me disculpes".
Otro le dijo:
"Compré cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego que me disculpes".
Y otro más le dijo:
"Acabo de casarme y por eso no puedo ir".
Volvió el criado y le contó todo al amo. Entonces éste se enojó y le dijo al criado:
"Sal corriendo a las plazas y a las calles de la ciudad y trae a mi casa a los pobres, a los lisiados, y a los ciegos y a los cojos".
Cuando regresó el criado, le dijo:
"Señor, hice lo que ordenaste y todavía hay lugar".
Entonces el amo respondió:
"Sal a los caminos y a las veredas; insísteles a todos para que vengan y se llene mi casa.
Yo les aseguro que ninguno de los primeros invitados participará de mi banquete".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
31ª semana. Martes
SOLIDARIDAD CRISTIANA

— Miembros de un mismo Cuerpo.

El Señor ha querido asociarnos a Él con los más apretados lazos, con nudos tan estrechos como aquellos que atan a los miembros de un cuerpo vivo. San Pablo nos enseña en una de las lecturas de la Misa1 que siendo muchos formamos un solo cuerpo en Cristo, siendo todos miembros los unos de los otros. Cada cristiano, conservando su propia vida, está insertado en la Iglesia con vínculos vitales muy íntimos. El Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, es algo inmensamente más trabado y compacto que un cuerpo moral, algo más sólido que cualquier grupo humano. La misma Vida, la Vida de Cristo, corre por todo el Cuerpo, y mucho dependemos unos de otros. El más pequeño dolor lo acusa el ser entero, y todo el cuerpo trabaja en la reparación de cualquier herida. “Volvemos a encontrar en las palabras de Pablo el eco fiel de las enseñanzas del mismo Jesús, que nos ha revelado la misteriosa unidad de sus discípulos con Él y entre sí, presentándola como imagen y prolongación de aquella arcana comunión que liga el Padre al Hijo y el Hijo al Padre en el vínculo amoroso del Espíritu (cfr. Jn17, 21). Es la misma unidad de la que habla Jesús con la imagen de la vid y de los sarmientos:Yo soy la vid, vosotros los sarmientos (Jn 15, 5); imagen que da luz no solo para comprender la profunda intimidad de los discípulos con Jesús, sino también la comunión vital de los discípulos entre sí: todos son sarmientos de la única Vid”2.
Cada fiel cristiano, con sus obras buenas, con su empeño por estar más cerca del Señor, enriquece a toda la Iglesia, a la vez que hace suya la riqueza común. “Esta es la Comunión de los Santos que profesamos en el Credo; el bien de todos se convierte en el bien de cada uno, y el bien de cada uno se convierte en el bien de todos”3.
De una manera misteriosa pero real, con nuestra santidad personal estamos contribuyendo a la vida sobrenatural de todos los miembros de la Iglesia. El cumplimiento del deber diario, la enfermedad, la oración... son una continua fuente de méritos sobrenaturales para nuestros hermanos. “Si tú oras por todos, también la oración de todos te aprovechará a ti, pues tú formas parte del todo. De esta manera obtendrás un gran beneficio, pues la oración de cada miembro del Pueblo se enriquece con la oración de los demás”4. La meditación de esta verdad, ¿nos mueve a vivir mejor el día de hoy, con más amor, con más entrega?

— La unión en la caridad.

Cada uno de nosotros hemos de sentir la responsabilidad personal de aportar –con nuestro empeño por ser mejores, con el ejercicio de las virtudes– nueva savia a los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, y a la humanidad entera. Todos los días, “cada uno sostiene a los demás y los demás le sostienen a él”5. Por eso, no son del todo exactas “esas formas de discurrir, que distinguen las virtudes personales de las virtudes sociales. No cabe virtud alguna que pueda facilitar el egoísmo; cada una redunda necesariamente en bien de nuestra alma y de las almas de los que nos rodean (...). Todos hemos de sentirnos solidarios y, en el orden de la gracia, estamos unidos por los lazos sobrenaturales de la Comunión de los Santos”6.
San Pablo, después de indicar los diversos carismas, las gracias particulares que Dios otorga para servicio de los demás, señala el gran don común a todos, que es la caridad, con la que cada día podemos sembrar tanto bien a nuestro alrededor, amándoos de corazón unos a otros con el amor fraterno, honrando cada uno a los otros más que a sí mismo; diligentes en el deber, fervorosos en el espíritu, servidores del Señor; alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación; en la oración constantes; compartiendo las necesidades de los santos, procurando practicar la hospitalidad.
Quizá pensemos en alguna ocasión que no tenemos dotes excepcionales para ayudar a los demás, que carecemos de medios...; sin embargo, la caridad, participación en el amor de Cristo por sus hermanos, está al alcance de todos los que siguen al Maestro. Todos los días damos mucho y recibimos mucho. Nuestra vida es un intercambio continuo en lo humano y en lo sobrenatural. ¡Qué grato es al Señor cuando nosotros al ver una rotura en ese tejido finísimo que componemos los miembros de la lglesia, procuramos repararla con amor, con desagravio! ¡Cómo se alegra cuando nos ve compartir, hacer nuestras, las necesidades de los santos! No existe flaqueza ni virtud solitaria. Lo bueno y lo malo tienen efectos centuplicados en los demás. Sembramos un grano de trigo en la tierra y brota una espiga, buena o mala según la semilla que esparcimos. Si caminamos con firmeza hacia Cristo, nuestros amigos corren. Si flaqueamos, quizá ellos se detengan. “Todo lo bueno y santo que emprende un individuo –enseña el Catecismo Romano– repercute en bien de todos, y la caridad es la que permite les aproveche, pues esta virtud no busca su propio provecho”7. No dejemos de sembrar; nuestra vida es en realidad una gran siembra en la que nada se pierde. Son incontables las oportunidades de hacer el bien, de enriquecer a los hombres, de aumentar el Cuerpo Místico de Cristo. No desaprovechemos las ocasiones, no esperemos grandes momentos que quizá nunca lleguen a presentarse.

— La unión en la fe. Apostolado.

Al crearnos, Dios nos hizo a los hombres hermanos, necesitados unos de otros en la vida familiar y social. Y también mantuvo esta complementariedad en el plano sobrenatural. La Trinidad Beatísima ha querido salvar a los hombres a través de los hombres y propagar la fe por medio de ellos. A través del apostolado personal de los cristianos, que se encuentran en el mundo, en las situaciones más variadas (en el hogar, en una peluquería, en el comercio, en la banca, en el Parlamento...), “la irradiación del Evangelio puede hacerse extremadamente capilar, llegando a tantos lugares y ambientes como son aquellos ligados a la vida cotidiana y concreta de los laicos. Se trata, además, de una irradiación constante, pues es inseparable de la continua coherencia de la vida personal con la fe; y se configura también como una forma de apostolado particularmente incisiva, ya que al compartir plenamente las condiciones de vida y de trabajos, las dificultades y esperanzas de sus hermanos, los fieles laicos pueden llegar al corazón de sus vecinos, amigos o colegas, abriéndolo al horizonte total, al sentido pleno de la existencia humana: la comunión con Dios y entre los hombres”8. Cada miembro trabaja para el mejor rendimiento de todo el cuerpo, y encender la fe de otros, o avivarla si estaba en sus cenizas, es el mayor bien que podemos comunicar. “Ansí me acaece –escribe Santa Teresa– que, cuando en la vida de los santos leemos que convirtieron almas, mucha más devoción me hace y más ternura y más envidia que todos los martirios que padecen (por ser esta la inclinación que Dios me ha dado), pareciéndome que precia más un alma que por nuestra industria y oración le ganásemos mediante su misericordia, que todos los servicios que le podamos hacer”9.
Si con el ejemplo y la palabra acercamos a otros a Cristo, no permaneceremos indiferentes a sus necesidades corporales: ¡Tanta ignorancia, tanta miseria, tanta soledad...! El trato diario con el Señor llenará nuestro corazón, cada vez más, de misericordia y de generosidad para compartir lo mucho o lo poco que tengamos: el talento, el tiempo, los bienes materiales, la alegría... Si no está en nuestras manos remediar esos males, al menos sentirán el calor de nuestra amistad, de nuestro empeño por ayudarles. No dejaremos solos a los enfermos, a los impedidos, a quien lleva una carga superior a sus fuerzas... Aunaremos nuestros esfuerzos con otros cristianos y con los hombres de buena voluntad en orden al bien común, superando posiciones partidistas que separan y enfrentan. Así imitaremos a los primeros cristianos, que con su amor, y muchas veces con sus escasos medios materiales para ayudar a los demás, asombraron al mundo pagano porque hicieron realidad el mandato de Jesucristo: un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; como Yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor entre vosotros10. El amor es ingenioso y suple, cuando es preciso, la escasez de tiempo, de medios económicos, de posibilidades humanas.

1 Primera lectura. Año I. Rom 12, 5-16. — 2 Juan Pablo II, Exhort. Apost. Christifideles laici, 30-XII-1988, 12. — 3 Ibídem, 28. — 4 San Ambrosio, Tratado sobre Caín y Abel, 1. — 5 San Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, 2, 1, 5. — 6 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 76. — 7 Catecismo Romano, I, 10, n. 23.  8 Juan Pablo II, loc. cit., 28. — 9 Santa Teresa, Libro de las Fundaciones, 1, 7. — 10 Jn 13, 34-35.
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Otro comentario: Rev. D. Joan COSTA i Bou (Barcelona, España)
Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa
Hoy, el Señor nos ofrece una imagen de la eternidad representada por un banquete. El banquete significa el lugar donde la familia y los amigos se encuentran juntos, gozando de la compañía, de la conversación y de la amistad en torno a la misma mesa. Esta imagen nos habla de la intimidad con Dios trinidad y del gozo que encontraremos en la estancia del cielo. Todo lo ha hecho para nosotros y nos llama porque «ya está todo preparado» (Lc 14,17). Nos quiere con Él; quiere a todos los hombres y las mujeres del mundo a su lado, a cada uno de nosotros.

Es necesario, sin embargo, que queramos ir. Y a pesar de saber que es donde mejor se está, porque el cielo es nuestra morada eterna, que excede todas las más nobles aspiraciones humanas —«ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman» (1Cor 2,9) y, por lo tanto, nada le es comparable—; sin embargo, somos capaces de rechazar la invitación divina y perdernos eternamente el mejor ofrecimiento que Dios podía hacernos: participar de su casa, de su mesa, de su intimidad para siempre. ¡Qué gran responsabilidad!

Somos, desdichadamente, capaces de cambiar a Dios por cualquier cosa. Unos, como leemos en el Evangelio de hoy, por un campo; otros, por unos bueyes. ¿Y tú y yo, por qué somos capaces de cambiar a aquél que es nuestro Dios y su invitación? Hay quien por pereza, por dejadez, por comodidad deja de cumplir sus deberes de amor para con Dios: ¿Tan poco vale Dios, que lo sustituimos por cualquier otra cosa? Que nuestra respuesta al ofrecimiento divino sea siempre un sí, lleno de agradecimiento y de admiración.

Otro comentario: Si te invitan ¿vas a una gran fiesta?

La mejor fiesta a la que puedes acudir, es asistir a la Santa Misa; el Pan es Cristo y te alimenta para la vida eterna.
Invita tú a los demás a ir a Misa, y ve con ellos, y disfruta de la gran belleza de esta real fiesta, donde el Novio está presente y se entrega en la eucaristía, para que tu fe sea alegría.
Disfruta de ir a comulgar, disfruta de ir a Misa, disfruta de leer la Sagrada Biblia y de hacer obras de misericordia y caridad.
Dios te ve y te apoya, está contento de ti porque le has dicho que sí, que sí quieres tener fe y vivirla y propagarla y disfrutar de la dicha de los que no dudan, sino que tienen claro su futuro, el Cielo eterno.
María quiere verte feliz, contento, porque sabe que tu alegría es ir a Misa y comulgar, después de confesarte y de orar.
Ora, habla a Dios de las cosas que necesitas hablar con Él, sobre todo, háblale de la fe, de que te la aumente, te la preserve, y te haga propagarla con tus obras y palabras de caridad.
P. Jesús
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Otro comentario: San Ambrosio (c.340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia 
Comentario al Evangelio de Lucas, 7, 200-203; SC 52 (trad. cf SC p. 84)

«Insiste para que entre la gente, hasta que mi casa esté llena»

Los invitados se excusan, siendo así que el Reino no se cierra a nadie, a no ser que se excluya él mismo por su palabra. En su clemencia, el Señor invita a todo el mundo, pero es nuestra desidia o nuestra desviación quien nos aleja de él. Aquel que prefiere comprar un terreno es ajeno al Reino; en tiempo de Noé, compradores y vendedores fueron tragados, por igual, por el diluvio (Lc 17,28)... Igualmente el que se excluye porque se ha casado, porque está escrito: “si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26)...


Así que, después del desprecio orgulloso de los ricos, Cristo se vuelve hacia los paganos; hace entrar a buenos y malos, para hacer crecer a los buenos y para mejorar las disposiciones de los malos... Invita a los pobres, a los enfermos, a los ciegos, lo cual os muestra que la enfermedad física no deja a nadie fuera del Reino, o bien que la enfermedad de los pecados, se cura por la misericordia del Señor...


Manda, pues, a las encrucijadas de los caminos a buscarlos, porque “la Sabiduría grita allí done los caminos se entrecruzan” (Pr 1,20). Los envía a las plazas, porque ha dicho a los pecadores que abandonen los caminos anchos y encuentren el camino estrecho que conduce a la vida (Mt 7,13). Los envía a las carreteras y a lo largo de los setos, porque son capaces de alcanzar el Reino de los Cielos aquellos que, no estando retenidos por los bienes de este mundo, se afanan hacia los venideros, comprometidos en el camino de la buena voluntad..., oponiendo la muralla de la fe, a las tentaciones del pecado.


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