DÍA DIECISÉIS (22/NOV)
Relaciones con el prójimo
CONSIDERACIÓN. –
María vivió llena de benevolencia para todos. Sus oídos, dice uno de sus
historiadores, estaban sin cesar abiertos para oír el bien, pero su boca
cerrada, salvo para alabar a Dios o para utilidad del prójimo.
¿No es esta
consideración, una condenación notable de nuestra conducta, cuando revelamos
sin necesidad las faltas o defectos del prójimo, o que lo acusamos de algo que
no ha cometido?
Si un alma recta y
verdadera, retrocede, espantada, ante la calumnia, no es así, desgraciadamente,
de la maledicencia. No nos dominamos tampoco, nosotros mismos, que nos dejamos
arrastrar muy fácilmente a hablar con ligereza del prójimo.
Si hemos sido
contrariados en nuestros intentos o heridos en nuestro amor propio, por
alguien, no nos venguemos tan pronto, con palabras picantes.
No le robaríamos
una moneda y sin escrúpulos, trabajamos en robarle aquello que estima más que
la plata o el oro: la estimación de sus semejantes.
EJEMPLO. – En el
fondo del desierto de Tebaida, un joven anacoreta cayó enfermo. A pesar de sus
sufrimientos, una dulce serenidad brillaba en su semblante.
-Hermano, pareces
bien feliz, le dijo el superior.
-Lo soy, en efecto,
dijo el enfermo.
-¿Me permites una
reflexión?
-¡Oh! ¡padre mío,
hablad!
-Muchas veces, en
la muerte, el demonio se esconde bajo la cara de un ángel de luz y cubre de
flores el pasaje a la eternidad; dime cuál es la razón de esa calma perfecta,
de esa alegría que brilla en tus ojos, de esa felicidad inexplicable que te
arrebata.
Nosotros estamos
angustiados y temblamos.
-Padre mío, yo era
muy joven, cuando leí en el Evangelio estas palabras sagradas: “No juzguéis y
no seréis juzgados”. Las he meditado; nunca he juzgado, he aquí, por qué yo
espero en la misericordia de mi Dios.
Expiró pronunciando
estas palabras.
San Agustín,
imitador de las virtudes de su digna madre que no sufría que se atacara al
prójimo en su presencia, había hecho escribir en gruesas letras en la sala
donde tomaba sus alimentos, esta sentencia:
“Si alguno gusta
hablar mal de ausentes, que sepa que esta mesa le está prohibida”.
Un día, uno de sus
amigos comenzó a hablar de los defectos del prójimo; él lo reprendió en seguida
diciendo: “Borrad esas inscripción o levantaos de la mesa”.
PLEGARIA DE SAN
AGUSTÍN. - ¡Oh María! no rehuséis vuestro socorro a los desgraciados; levantad
el coraje de los débiles y consolad a aquellos que están afligidos; rogad por
nosotros, a fin de que todos los que han recurrido a Vos en sus necesidades,
sientan los efectos de vuestra protección todopoderosa. Así sea.
PROPÓSITO. – Seré afable en mis relaciones con el prójimo
y no hablaré mal de nadie.
JACULATORIA. – María,
Refugio de los pecadores, rogad por nosotros.
PLEGARIA DE SAN
BERNARDO, PARA TODOS LOS DÍAS. – Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María, que
jamás se ha oído decir que ninguno de aquellos que han acudido a vuestra
protección e implorado vuestro socorro, haya sido abandonado. Animado con tal
confianza, acudo a Vos ¡oh dulce Virgen de las vírgenes! me refugio a vuestros
pies, gimiendo bajo el peso de mis pecados. No despreciéis, ¡oh Madre del
Verbo!, mis humildes plegarias; antes bien, oídlas benignamente y cumplidlas.
Así sea.
JACULATORIA. – Oh
María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.
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