DÍA VEINTITRÉS (29/NOV)
Jesús entre nosotros
CONSIDERACIÓN. – La
Santísima Virgen tenía la felicidad de vivir aquí abajo, en la dulce sociedad
de Jesús, y se consideraba bien feliz de poder recoger cada una de sus
palabras.
Si no nos es dado
verlo, como Ella, con los ojos del cuerpo, la fe nos muestra al divino Maestro
viviendo y habitando en medio de nosotros; pues, como Él ha dicho a sus
apóstoles, no nos ha dejado, absolutamente, huérfanos, al ascender a los
cielos, sino que ha quedado entre los hombres, escondiéndose bajo los velos
eucarísticos. Él reside, no sólo en las magníficas catedrales del mundo
católico, sino hasta en las más pobres iglesias de nuestras aldeas. El
tabernáculo es la humilde morada que ha escogido aquí abajo. Día y noche está
pronto a oír, a escuchar nuestras súplicas y nosotros pensamos apenas
acercarnos a adorarle y exponerle nuestros pedidos y necesidades.
Encontraríamos
junto a Jesús tan bueno y tan poderoso, la fuerza para soportar las pruebas de
la vida, el ánimo para triunfar de nuestras pasiones y tentaciones diarias.
Vayamos, pues,
seguido al pie del altar. Nuestro Maestro es el mejor y el más tierno de los
amigos. Él quiere que le hablemos con una confianza verdaderamente filial.
Jamás rechaza a sus
hijos, aun cuando éstos sean culpables, y no pide más que una cosa: que se
conviertan y vuelvan a Él.
EJEMPLO. – El santo
cura de Ars, gustaba contar el buen ejemplo que daba un paisano, quien, dejando
a las puertas de la iglesia sus instrumentos de trabajo, a la tarde, al volver del
campo, pasaba largas horas en presencia del Tabernáculo.
-¿Qué dices al
Señor en todo ese tiempo? -le preguntó un día.
-No le digo nada,
respondió el paisano, yo lo veo y Él me ve.
Bella y sublime
respuesta, aun más tocante en el lenguaje de ese simple cristiano.
¡Yo lo advierto y
Él me advierte!
Había, añade el
señor abate de Vianney, en la mirada que iba y venía del corazón del servidor
al Corazón del Maestro, un cambio de inefables sentimientos. Ver a Dios y ser
visto por Él, es ya la eternidad, es la corona, es la patria!...
PLEGARIA DE SAN
BUENAVENTURA. - ¡Oh María! Virgen de una dulzura inalterable, más dulce que la
miel y que la luz más suave, paloma purísima, jamás un mínimo de hiel hubo en
vuestro corazón. Madre de benignidad, rechazad lejos de nosotros, os lo
suplicamos, todo aquello que pueda imprimir una mancha en nuestra conciencia.
PROPÓSITO. – Recurriré a Dios en las dificultades que
encontrare.
JACULATORIA. –
Madre amable, rogad por nosotros.
PLEGARIA DE SAN
BERNARDO, PARA TODOS LOS DÍAS. – Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María, que
jamás se ha oído decir que ninguno de aquellos que han acudido a vuestra
protección e implorado vuestro socorro, haya sido abandonado. Animado con tal
confianza, acudo a Vos ¡oh dulce Virgen de las vírgenes! me refugio a vuestros
pies, gimiendo bajo el peso de mis pecados. No despreciéis, ¡oh Madre del
Verbo!, mis humildes plegarias; antes bien, oídlas benignamente y cumplidlas.
Así sea.
JACULATORIA. – Oh
María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.
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