DIA DIECIOCHO (24/NOV)
CONSIDERACIÓN. – No basta aceptar el lugar social, en el cual gustó el Señor colocarnos; es
necesario también evitar abandonarnos al descorazonamiento, cuando nos llega el sufrimiento y la prueba.
Dios es nuestro Creador y Padre; no solamente nos ha sacado Él de la nada, sino que vela por
nosotros, durante los días de nuestro destierro, aquí abajo. ¿Por qué, pues, dejarnos llevar a la turbación e
inquietud?
¿No hemos tenido pruebas de la bondad del Señor y podemos dudar de su amor?
Nosotros no conocemos el porvenir y ¿quién sabe si las cosas que deseamos con ardor, no serían
una verdadera desgracia? Dejemos, pues, hacer al buen Dios, y abandonémonos completamente en sus
manos.
Veamos cuál ha sido el proceder de la Santísima Virgen en los momentos de prueba, por los cuales
quiso el Señor hacerla pasar. Ella ve a su Hijo bienamado, amenazado por el rey Herodes y llena de
confianza en la bondad divina, toma con calma el camino a Egipto. Lo pierde en el templo, pero sin
descorazonarse ruega al Señor que se lo devuelva. Así debemos proceder nosotros, recurriendo a Dios por
la oración y no dejándonos llevar jamás a la desesperación.
“Poned vuestra confianza en el Señor, dice San Agustín, y abandonaos enteramente a la
Providencia, ella no cesa de protegeros”.
EJEMPLO. – San Vicente de Paúl mostraba, en la dulzura de sus palabras y la severidad de su
rostro, que se hallaba preparado siempre para los diversos accidentes de la vida. No olvidaba su gran
máxima: “Nada sucede en el mundo, más que por orden de la divina Providencia”.
Se había arrojado en sus brazos y abandonado enteramente.
Un obispo, admirándose de que nada era suficiente para turbarlo nunca, decía:
-“El señor Vicente es siempre el señor Vicente”.
El santo, sabiendo que se quería suscitar procesos para apoderarse de los bienes de muchas de sus
casas, tenía la costumbre de responder a los que le hablaban de los medios empleados para conseguir
despojarle: “No me ocurrirá sino lo que plazca al Señor. Él, es el amo de todos mis bienes, que Él
disponga de ellos como guste”.
ORACIÓN DE SAN PEDRO DAMIÁN. - ¡Oh Santa Virgen, Madre abnegada! Dios
Todopoderoso, os ha hecho la depositaria de su poder y de sus gracias; derramad sobre nosotros la
abundancia; todo es posible, puesto que intercedéis por nosotros. Más sois poderosa, más sois
misericordiosa. Así sea.
PROPÓSITO. – Me abandonaré a la voluntad de Dios y reposaré, en Él, del cuidado de mi
porvenir.
JACULATORIA. – María, Virgen clemente, rogad por nosotros.
PLEGARIA DE SAN
BERNARDO, PARA TODOS LOS DÍAS. – Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María, que
jamás se ha oído decir que ninguno de aquellos que han acudido a vuestra
protección e implorado vuestro socorro, haya sido abandonado. Animado con tal
confianza, acudo a Vos ¡oh dulce Virgen de las vírgenes! me refugio a vuestros
pies, gimiendo bajo el peso de mis pecados. No despreciéis, ¡oh Madre del
Verbo!, mis humildes plegarias; antes bien, oídlas benignamente y cumplidlas.
Así sea.
JACULATORIA. – Oh
María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.
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