DÍA ONCE (17/NOV)
Las distracciones permitidas
CONSIDERACIÓN. – La
Santa Escritura, nos invita a recrearnos bajo los ojos del Señor.
Nos es permitido
pues, buscar honestas distracciones y cuando hemos llevado el peso del día y
del calor, reposar en paz en el seno de nuestra familia; mas es necesario
comprar esta satisfacción con el trabajo.
Una buena lectura,
un paseo al campo, algunos instantes de dulce conversación entre personas que se
convienen, son cosas que se permiten y no hay duda que los santos habitantes de
Nazaret descansaban así de las fatigas de sus trabajos.
Huyamos, en esas
horas reparadoras, de todo lo que pueda alejarnos del Señor: las conversaciones
poco cristianas, una disipación muy grande, un gozo inmoderado contrario a la
dignidad de los hijos de Dios, los propósitos ligeros y bromistas que hieren la
modestia. Huyamos también de las lecturas perniciosas y malsanas, que, con el
pretexto de divertirnos un instante, llevan el veneno hasta el fondo de las
almas.
En fin, pensemos
entonces que nos hallamos bajo los ojos del Señor y que nada, en nuestra
conducta, en nuestras palabras y en nuestros pensamientos pueda herirlo.
EJEMPLO. – El gran
sabio cardenal Bellardino, visitando un día a los alumnos del colegio Romano,
durante el recreo, preguntó a algunos que se hallaban agrupados a su alrededor:
-¿Qué haríais si un Ángel del Cielo viniera, de parte de Dios, a comunicaros
que vais a morir?
Uno respondió: -Yo
iría en seguida a confesarme.
Otro: -Yo me
prosternaría delante del Santísimo Sacramento.
Un tercero: -Yo
continuaría recreándome.
El cardenal fijó
sobre este niño, que se llamaba Luis de Gonzaga, una mirada de emoción y
abrazándolo con ternura, le dijo: -Amigo, vuestra respuesta es la mejor.
El joven escolar
tenía razón: los honestos recreos están en la voluntad de Dios y santifican
cuando suceden al trabajo.
PLEGARIA DE SAN
EFRÉN. - ¡Oh Madre llena de gracia! interceded por mí ante vuestro divino Hijo,
y por vuestra intercesión aclarad mi entendimiento, abrazad mi corazón y
desligad mi lengua, a fin de que yo pueda cantar vuestras alabanzas. Así sea.
PROPÓSITO. – No me permitiré jamás, ningún placer en
medio del cual no desearía que la muerte viniera a sorprenderme.
JACULATORIA. –
María, causa de nuestra alegría, rogad por nosotros.
PLEGARIA DE SAN
BERNARDO, PARA TODOS LOS DÍAS. – Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María, que
jamás se ha oído decir que ninguno de aquellos que han acudido a vuestra
protección e implorado vuestro socorro, haya sido abandonado. Animado con tal
confianza, acudo a Vos ¡oh dulce Virgen de las vírgenes! me refugio a vuestros
pies, gimiendo bajo el peso de mis pecados. No despreciéis, ¡oh Madre del
Verbo!, mis humildes plegarias; antes bien, oídlas benignamente y cumplidlas.
Así sea.
JACULATORIA. – Oh María, sin pecado concebida,
rogad por nosotros que recurrimos a Vos
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