DÍA OCTAVO (14/NOV)
La unión con Dios
CONSIDERACIÓN. – La
Santísima Virgen, no se limitaba a ofrecer a Dios, las primicias de sus días.
Ella cumplía en seguida cada uno de sus actos, en espíritu de fe. Cuando nuestro
Señor nos dice, en el Evangelio, que es necesario no dejar de orar jamás, no
debemos entender que estamos obligados a continuas meditaciones, sino a
frecuentes elevaciones de nuestra alma hacia Dios y a una unión constante de
nuestro corazón con Él, aún en medio de las más variadas ocupaciones.
Algunas veces, nos
quejamos de que nos falta coraje en el dolor, fuerza en la tentación; esto
viene de que no recurrimos frecuentemente a Dios.
Una invocación
ferviente, un signo de la cruz, un impulso de nuestro corazón hacia Él,
pidiéndole socorro y ayuda, nos mantendrán fuertes y enérgicos, en todas las
circunstancias de la vida.
Seamos fieles
también, a las prácticas que la Iglesia nos recomienda; asistamos cada día, si
podemos, al Santo Sacrificio de la Misa;
no omitamos nunca el Ángelus, ese gracioso saludo a María.
En fin, volviendo a
tomar nuestra comparación de ayer, vayamos frecuentemente a Dios, que es
nuestro Padre, y dirijámonos a la Santísima Virgen que Él nos ha dado por
Madre.
EJEMPLO. – San Vicente
de Paúl se mantenía constantemente unido a Dios. Cualquier clase de ocupación o
trabajo que le llegara, le encontraba siempre recogido, siempre dueño de sí
mismo. Era de notarse que, ordinariamente, antes de responder a cualquier
pregunta, sobre todo si se trataba de algo importante, hacía una pequeña pausa,
durante la cual elevaba su alma a Dios para implorar su luz y su gracia, a fin
de no decir ni hacer nada, más que según su voluntad, y para su mayor gloria.
Se servía de cosas naturales y sensibles para elevarse hasta el Creador.
Cuando veía la
campaña cubierta de trigo o los árboles cargados de fruta, tenía motivos para
admirar esta abundancia inagotable de bienes que está en Dios, de alabar y
bendecir el cuidado paternal de su Providencia. Cuando veía flores o cualquier
otra cosa agradable o hermosa, pensaba en su corazón:
¿Qué hay comparable
a la bondad de Dios, que es el principio de toda la perfección de las
criaturas?
¿No es de Él, que
los astros, las flores, los pájaros, toman su brillo y hermosura?
PLEGARIA DE SAN
EFRÉN. - ¡Oh Madre Inmaculada del Salvador! ¡Oh mi gloriosa Soberana! Vos sois
más pura que el resplandor brillante de los rayos del sol, Vos que sois el
socorro de los pecadores, el puerto de los desgraciados, el consuelo del mundo,
guardadme bajo vuestras alas... Haced que yo llegue a Jesucristo, haced que yo
entre en la corte bienaventurada de los Santos. Así sea.
PROPÓSITO. – Elevaré frecuentemente mi corazón a Dios,
durante el día.
JACULATORIA. –
Virgen digna de alabanza, rogad por nosotros.
PLEGARIA DE SAN
BERNARDO, PARA TODOS LOS DÍAS. – Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María, que
jamás se ha oído decir que ninguno de aquellos que han acudido a vuestra
protección e implorado vuestro socorro, haya sido abandonado. Animado con tal
confianza, acudo a Vos ¡oh dulce Virgen de las vírgenes! me refugio a vuestros
pies, gimiendo bajo el peso de mis pecados. No despreciéis, ¡oh Madre del
Verbo!, mis humildes plegarias; antes bien, oídlas benignamente y cumplidlas.
Así sea.
JACULATORIA. – Oh
María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.
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