DÍA DIECINUEVE (25/NOV)
Del pecado
CONSIDERACIÓN.
- María fue pura e inmaculada desde su
Concepción y el blanco vestido de su inocencia, no fue jamás manchado por la
más pequeña falta.
¡Ay! no puede
decirse lo mismo de nosotros y sin embargo, sabemos que el pecado es el más
grande de los males, que el hombre debe temer, puesto que lo separa de Dios y
da muerte a su alma.
Ofendemos a Dios,
violamos su ley y no pensamos en el mal tan grande que nos hacemos a nosotros
mismos.
Sin embargo, la fe
nos enseña que inmediatamente después de nuestra muerte, seremos juzgados por
Dios. Nuestra conducta será puesta en vista de la ley divina, según las
obligaciones impuestas a nuestro estado. Nuestras palabras, nuestras acciones,
serán pesadas rigurosamente y nuestra felicidad o desgracia dependerá, para la
eternidad, de la sentencia que será pronunciada. Ninguna potencia celeste o
humana podrá cambiarla. Este pensamiento hace temblar, que no sea pues estéril
para nosotros; es tiempo aún de volver a nuestro juez favorable; huyamos,
detestemos el pecado y, como los santos, prefiramos todos los males, porque el
sufrimiento pasa, pero lo que sigue a la iniquidad, permanece eternamente.
Blanca de Castilla,
que amaba tiernamente a su hijo, le decía a menudo: “Hijo, me afligiría menos
veros morir que veros caer en un solo pecado mortal”; haciéndole así,
comprender que la vida del alma es infinitamente superior a la del cuerpo.
EJEMPLO. – El
emperador de Constantinopla, herético, habiendo sido irritado violentamente por
San Juan Crisóstomo, un día que éste le reprochaba sus faltas, dijo a sus
cortesanos: “Quisiera vengarme de este obispo”.
Cuatro o cinco
dieron su parecer. El primero dijo: “Enviadle tan lejos, en destierro, que lo
veáis jamás”. El segundo: “Confiscadle todos sus bienes”. El tercero:
“Arrojadle a una prisión, cargado de hierros”. El cuarto: “¿No sois el amo?
Hacedle perecer y libraos de él, por la muerte”. Un quinto, más inteligente:
“Vosotros todos, os equivocáis; éstos no son medios de castigarlo; si le
desterrarais, el mundo entero sería su patria; si le quitarais los bienes, le
quitaríais a los pobres y no a él; si le arrojarais a un calabozo, besaría sus
hierros y se estimaría feliz; si le condenarais a muerte, le abriríais el
cielo. Príncipe, ¿queréis vengaros? forzadle a cometer un pecado. Lo conozco,
este hombre no teme más que al pecado en este mundo.”
¡Pudiera decirse
siempre de nosotros, que no tememos más que al pecado!
PLEGARIA DE SAN
ALFONSO DE LIGORIO. - ¡Oh Virgen afligida! ¡Oh alma grande en virtud como en
dolor! ¡Oh Madre mía! ¡Tened piedad de mí, que no he amado a Dios y que le he
ofendido tanto!
¡Oh María, Vos
consoláis a todo el mundo, quered también pues, ser mi consuelo! Así sea.
PROPÓSITO. – Velaré atentamente sobre mí mismo, a fin de evitar el ofender a Dios.
JACULATORIA. –
María, Madre sin mancha, rogad por nosotros.
PLEGARIA DE SAN
BERNARDO, PARA TODOS LOS DÍAS. – Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María, que
jamás se ha oído decir que ninguno de aquellos que han acudido a vuestra
protección e implorado vuestro socorro, haya sido abandonado. Animado con tal
confianza, acudo a Vos ¡oh dulce Virgen de las vírgenes! me refugio a vuestros
pies, gimiendo bajo el peso de mis pecados. No despreciéis, ¡oh Madre del
Verbo!, mis humildes plegarias; antes bien, oídlas benignamente y cumplidlas.
Así sea.
JACULATORIA. – Oh
María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.
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