Las Bodas de Caná
DÍA CATORCE (20/NOV)
Del amor al prójimo
CONSIDERACIÓN. – El
Divino Maestro, nos dice, en el Evangelio, que el primer mandamiento es amar a
Dios sobre todas las cosas y que el segundo, en todo semejante al primero, es
amar al prójimo como a nosotros mismos, por el amor de Él.
María, nuestra
Madre, no dejó nunca de practicar, con gran perfección, esta bella virtud de la
caridad. Ella amaba al prójimo puesto que amaba a Dios; veía el prójimo en Él y
más tarde, llevó este amor a la sublimidad, puesto que, al pie de la Cruz,
aceptó la muerte de su divino Hijo, por la salvación del género humano.
No basta reconocer,
de un modo general, que debemos amar a nuestros hermanos; es necesario, en la
práctica, probarles ese amor y esto nos será más fácil, cuanto más nos dejamos
guiar por la fe, porque de este modo, viendo, como veía la Santa Virgen, a Dios
en nuestros hermanos, los amaremos a pesar de todos sus defectos y podremos
triunfar de las antipatías y aversiones naturales que tantas veces perjudican
la paz en las familias.
San Juan, llegado a
una edad muy avanzada, se hacía llevar a la asamblea de los fieles y les
repetía sin cesar: “mis pequeños hijos, amaos los unos a los otros”, resumiendo
así, esta sublime doctrina de la caridad, de la cual fue el apóstol toda la
vida.
Los primeros
cristianos habían comprendido bien esto: estaban tan unidos los unos a los
otros, que los paganos se admiraban de sus virtudes y decían: “¡Ved cómo se
aman!” Sus bienes eran comunes y ponían en práctica este mandamiento del
Salvador: “Amad a vuestro prójimo como a vosotros mismos”.
EJEMPLO. – En un
invierno tan riguroso que mucha gente moría de frío, San Martín encontró en una
de las puertas de la ciudad de Amiens, a un pobre harapiento. Movido a
compasión, viendo que nadie había reparado en su miseria, pensó que Dios se lo
había reservado particularmente para aliviarlo. Mas ¿qué podría hacer habiendo
distribuido ya todo su dinero en obras de esta naturaleza y no teniendo más que
una capa con la cual se hallaba cubierto?
Cortó en dos partes
la capa con su espada y reservándose la más pequeña dio la otra al pobre, para
revestirse.
La noche siguiente,
cuando San Martín dormía, se le apareció Jesús, cubierto con esta parte de la
capa y oyó estas palabras: “Aunque Martín no sea aún más que catecúmeno, me ha
dado, sin embargo, este vestido”.
Recordando así, que
es Él mismo, a quien nosotros vestimos o alimentamos en la persona del pobre.
PLEGARIA DE SAN
BUENAVENTURA. – Pueda ¡oh María! arder siempre mi corazón y consumirse mi alma
por Vos.
Jesús, mi Salvador
y María, mi tierna Madre, acordadme, por vuestros méritos, amaros tanto como
sois dignos. Así sea.
PROPÓSITO. – Asistiré a los pobres tanto como pueda y
veré a nuestro Señor sufriendo, en ellos.
JACULATORIA. – Oh
María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.
PLEGARIA DE SAN
BERNARDO, PARA TODOS LOS DÍAS. – Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María, que
jamás se ha oído decir que ninguno de aquellos que han acudido a vuestra
protección e implorado vuestro socorro, haya sido abandonado. Animado con tal
confianza, acudo a Vos ¡oh dulce Virgen de las vírgenes! me refugio a vuestros
pies, gimiendo bajo el peso de mis pecados. No despreciéis, ¡oh Madre del
Verbo!, mis humildes plegarias; antes bien, oídlas benignamente y cumplidlas.
Así sea.
JACULATORIA. – Oh
María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.
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