DÍA SÉPTIMO (13/NOV)
La oración de la mañana
CONSIDERACIÓN. –
Cada uno de nuestros días debe ser, desde su comienzo, consagrado a Dios por la
plegaria.
No basta, para
cumplir este primer deber, recitar cómodamente y sin atención algunas palabras
aprendidas de memoria. La plegaria es una elevación del alma hacia Dios, es
necesario que el cristiano le hable con la confianza con que un niño se dirige
a su padre, le expone sus necesidades, le confía sus inquietudes, solicita el
perdón de sus culpas, le agradece los dones que ha recibido. Cuando cada mañana
recitamos el Padrenuestro, del cual Jesús mismo nos ha dado el texto, que
nuestro corazón siga las palabras pronunciadas por nuestros labios.
Todo lo que debemos
pedir al Señor, está allí maravillosamente resumido.
No terminemos nunca
este piadoso ejercicio, sin pedir la protección maternal de María. ¡Con qué
fervor, con qué recogimiento se dedicaba Ella cada día a sus plegarias! ¡Qué
respeto en su actitud, qué fervor en su corazón!
¡Oh! si pudiéramos
orar como Ella ¡cómo seríamos felices!
EJEMPLO. – El santo
Cura de Ars, hablaba siempre con muy afectuoso reconocimiento, de los
constantes esfuerzos de su madre, para hacer de sus hijos verdaderos
cristianos, elevando desde su niñez, su corazón y espíritu hacia Dios. Apenas
comenzaban a balbucear y ya ella les enseñaba a juntar las manitas y pronunciar
los nombres de Jesús y María. Los despertaba ella misma y su primera ocupación,
era hacerles recitar las oraciones de la mañana. Les demostraba cómo es
necesario consagrar cada día la primera acción a Dios, a quien debemos la vida
y todo lo que poseemos.
Juan conservó el
recuerdo de este ejercicio de la mañana, hasta una edad muy avanzada. Un
eclesiástico que le había oído un día hablar con emoción, sobre este punto, le
dijo:
-¡Cómo sois feliz
de haber sentido, desde tan joven, esa potente atracción a la plegaria!
-Después de Dios,
le respondió el señor abate de Vianney, esto, fue obra de mi madre, ¡ella era
tan buena y tan piadosa!
PLEGARIA DE SAN
ANASTASIO. - ¡Oh Santísima Virgen! escuchad nuestras plegarias, distribuidnos
los dones de vuestras riquezas y dadnos parte en la abundancia de vuestras
gracias. El Señor está contigo, rogad por nosotros ¡oh Madre de Dios! nuestra
poderosa y augusta Soberana. Así sea.
PROPÓSITO. – No dejaré jamás, de hacer mi oración de la
mañana.
JACULATORIA. –
Madre del Salvador, rogad por nosotros.
PLEGARIA DE SAN
BERNARDO, PARA TODOS LOS DÍAS. – Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María, que
jamás se ha oído decir que ninguno de aquellos que han acudido a vuestra
protección e implorado vuestro socorro, haya sido abandonado. Animado con tal
confianza, acudo a Vos ¡oh dulce Virgen de las vírgenes! me refugio a vuestros
pies, gimiendo bajo el peso de mis pecados. No despreciéis, ¡oh Madre del
Verbo!, mis humildes plegarias; antes bien, oídlas benignamente y cumplidlas.
Así sea.
JACULATORIA. – Oh
María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.
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