DÍA CUARTO (10/NOV)
Debemos amar a Dios
CONSIDERACIÓN. –
Cuanto más la Santísima Virgen avanzaba en el conocimiento de Dios, tanto más
lo amaba. ¿Cómo en efecto, se podría no dar todos los efectos del corazón a
Aquél que reúne todas las grandezas, todas las perfecciones, de quien las
criaturas que más admiramos aquí abajo, no son sino un pálido reflejo?
Si hay todavía
hombres que no aman al Señor, que no piensan en Él, que no elevan su alma hacia
Él, es porque les es desconocido.
Esos infelices no
saben que ese Dios todopoderoso, el Creador del universo, el Rey de los reyes,
les ha amado con un amor tan grande, que por redimirlos de la condenación
eterna, el Verbo eterno, la Segunda persona de la Santísima Trinidad ha querido
descender del cielo, nacer en un establo y morir sobre la cruz. ¡Oh! ¿no
sentimos que nuestro corazón se emociona, considerando tantas pruebas de amor?
Comprendamos cómo seríamos ingratos, si no amáramos a Dios con todas las
fuerzas de nuestra alma, más que a ninguna de las cosas creadas, más que a
nosotros mismos y si no estuviésemos dispuestos a sacrificar todo por su amor.
EJEMPLO. – Un día
que el santo Cura de Ars oía cantar a los pajarillos dijo suspirando: ¡Pobrecillos!
habéis sido creados para cantar y cantáis. El hombre ha sido creado para amar a
Dios y no lo ama. Sin embargo, la única felicidad que tenemos sobre la tierra
es amar a Dios y saber que Él nos ama. Ser amado por Dios, estar unido a Dios,
vivir en la presencia de Dios, vivir para Dios.
¡Oh! ¡qué bella
vida!
PLEGARIA DE SAN
AGUSTÍN. - ¡Oh nuestra poderosa Soberana, hablad por nosotros a nuestro Señor
Jesucristo, ¿quién podría hacerlo mejor que Vos, que habéis gozado tan
íntimamente de sus pláticas sobre la tierra? Pedid para nosotros un gran amor a
Dios, la perseverancia en su santa gracia y la felicidad de morir en su
amistad. Así sea.
PROPÓSITO. – Diré continuamente a Dios que lo amo y
trataré de probárselo con mi conducta.
JACULATORIA. –
Madre del Salvador, rogad por nosotros.
PLEGARIA DE SAN
BERNARDO, PARA TODOS LOS DÍAS. – Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María, que
jamás se ha oído decir que ninguno de aquellos que han acudido a vuestra
protección e implorado vuestro socorro, haya sido abandonado. Animado con tal
confianza, acudo a Vos ¡oh dulce Virgen de las vírgenes! me refugio a vuestros
pies, gimiendo bajo el peso de mis pecados. No despreciéis, ¡oh Madre del
Verbo!, mis humildes plegarias; antes bien, oídlas benignamente y cumplidlas.
Así sea.
JACULATORIA. – Oh
María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.
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