DÍA DOCE (18/NOV)
La plegaria de la noche
CONSIDERACIÓN. –
Cada noche hay, para aquel que ha llenado laboriosamente su día, una
satisfacción bien legítima, al ver llegar, al fin, la hora del reposo. Mas,
antes de entregarse al sueño, el cristiano desea santificar esas horas de la
noche, haciéndolas preceder de una plegaria, en la cual da gracias a Dios, por
los favores que ha recibido y solicita su protección todopoderosa.
Después, manteniéndose
en su presencia, examina seriamente su conciencia y, como un negociante, que,
cada noche, no deja de poner sus cuentas en orden, se pregunta si, desde el
punto de vista de su salvación, hay pérdida o ganancia para él. Cuando ha
reconocido sus faltas, se humilla por ellas delante de Dios, pidiéndole perdón
y prometiéndole evitarlas en el porvenir. La muerte podría sorprenderle durante
ese sueño, del cual es la imagen; él está sometido a la voluntad de Dios y de
antemano, acepta la decisión tomada por el Soberano Maestro, sobre nuestros
destinos.
María también,
conoció la necesidad del reposo. Pero ¡con cuánta perfección lo ha santificado,
ofreciéndolo a su Creador! Sus ojos se cerraban a la luz material, pero su
corazón vivía unido al Señor, pues Ella cumplió su voluntad.
Imitemos a nuestra
Madre y así, ni un solo instante de nuestra vida, aún de aquellos que
consagramos al sueño, será perdido para la eternidad.
Hay, no obstante,
hombres bastante insensatos que no consagran a Dios ni el comienzo ni el fin de
cada día. Es a éstos, a quienes se dirigen las palabras de San Bernardo:
“Cuando dais a un pobre mendigo un pedazo de pan, no abandona vuestra puerta
sin daros las gracias. Y Dios os ha alimentado todo el día, no solamente a la
noche sino también a la mañana y al mediodía y queréis acostaros sin haber
agradecido a vuestro bienhechor.
Vuestro criado os
desea buenas noches y le agradecéis y cuando se trata de Dios, que puede no
solamente desearos sino acordaros una buena noche, no le hacéis un saludo ni un
signo de gratitud.
¡Qué proceder
extraño e inconcebible!
EJEMPLO. – San
Alfonso de Ligorio, había tenido la felicidad de nacer de padres cristianos.
La piadosa madre no
descuidaba nada, para cultivar en el corazón de sus hijos, el germen de la virtud.
Cada mañana y cada
noche los reunía e inspiraba a sus tiernos corazones el amor a Dios y una
tierna devoción a la Santa Virgen.
San Alfonso,
todavía niño, mostraba gran afición hacia esos piadosos ejercicios.
Oía inmóvil, el
curso de instrucción religiosa que daba su madre y luego, cuando llegaba el
momento de la plegaria de la noche, su modestia, su recogimiento, su fervor,
eran para todos, un motivo de grande edificación.
PLEGARIA DE SAN
EFRÉN. - ¡Oh Santa Madre de Dios, protegednos, conservadnos bajo las alas de
vuestra misericordia!
Toda nuestra
confianza está en Vos.
¡Oh Virgen
Inmaculada! nosotros os estamos consagrados y nos ponemos bajo vuestra
protección para siempre. Así sea.
PROPÓSITO. – No omitiré jamás, la oración de la noche.
JACULATORIA. –
Virgen poderosa, rogad por nosotros.
PLEGARIA DE SAN
BERNARDO, PARA TODOS LOS DÍAS. – Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María, que
jamás se ha oído decir que ninguno de aquellos que han acudido a vuestra
protección e implorado vuestro socorro, haya sido abandonado. Animado con tal
confianza, acudo a Vos ¡oh dulce Virgen de las vírgenes! me refugio a vuestros
pies, gimiendo bajo el peso de mis pecados. No despreciéis, ¡oh Madre del
Verbo!, mis humildes plegarias; antes bien, oídlas benignamente y cumplidlas.
Así sea.
JACULATORIA. – Oh
María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.
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