martes, 21 de febrero de 2012

La Adoración - 4° Parte






Pedido de oración por el Santo Padre
a todas las Capillas de Adoración Perpetua
El Cardenal D. Antonio  Cañizares,
Prefecto del Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, pidió –y lo hizo con mucho énfasis resaltando la necesidad y la urgencia- que en todos las Capillas de AEP se rece por el Santo Padre, en todos los turnos y en todo el mundo.
Está siendo muy atacado.

     
Como Prefecto de la Congregación, recibió los días 23 y 24 de abril en Roma la visita de la Comunidad de Misioneros del Santísimo Sacramento -cuyo carisma es la promoción, organización y fundación de la Adoración Perpetua en las Parroquias y en las diócesis- y pidió que en todas las Capillas de Adoración Perpetua, en todos  los turnos, se rece por el Santo Padre que, como sabemos, está siendo muy atacado. Les transmitimos su pedido, el cual fue percibido por la Comunidad, por la insistencia, como muy urgente. 
     En su reciente carta a los sacerdotes y fieles de la arquidiócesis de Toledo, entre otros conceptos, agregó:
    
 "Quered mucho y apoyad al Papa. Queredlo muchísimo, orad para que Dios le consuele, le fortalezca, le dé sabiduría, nos lo conserve y proteja, para el bien del mundo y de la Iglesia. Con mi gratitud y bendición para todos".

Queridos hermanos, pongamos esta intención como prioridad de las Horas Santas, muchas gracias, rogamos su difusión.
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ADORACIÓN DEL  SANTÍSIMO SACRAMENTO
Algunas iglesias protestantes en Suecia conservan su antigua estructura católica. Al entrar en una de ellas fuera de las horas de culto se palpa un gran vacío. Falta el Santísimo, que tanto calor da a nuestras iglesias y capillas. Maravilloso entrar en una iglesia católica en cualquier momento y ver una lucecita que silenciosamente anuncia “El Señor está aquí”. Mucho más maravilloso entrar en una humilde capilla y contemplar el Santísimo expuesto. 
Si Salomón volviese a Jerusalén en toda su gloria, muchos irían a verlo, escucharlo y admirarlo. “Aquí hay uno que es más que Salomón” (Mt 12,42). ¡Y lo tenemos tan cerca! Por fortuna, son muchos los que en nuestros días sienten una fuerte llamada, como María de Betania: “El Maestro está aquí y te llama” (Jn 11,28). ¡No le dejemos solo! ¡El tiene tantas cosas que enseñarnos! Solo él conoce todo el misterio de Dios y de nuestra vida.
Juan Pablo II: “El culto que se da a la eucaristía fuera de la misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia... Es hermoso estar con él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto, palpar el amor infinito de su corazón.” (Ecclesia de Euc. 25). Para palpar ese amor hay que escuchar los latidos de ese corazón. Ello sólo es posible en el más profundo silencio. Cuando entramos en el silencio de Jesús eucaristía, nos adentramos en la eternidad. Palpamos el amor que arde en el corazón de Dios; experimentamos paz, serenidad, salud; recibimos una fuerza que no es de este mundo, fuerza capaz de superar todos los obstáculos del mundo.
¡Impresionante el silencio de Jesús en la Eucaristía, por 2000 años! Silencio que grita en favor de la humanidad con tanta fuerza, que jamás se oyen las amenazas y lamentos de parte de Dios tan frecuentes en el antiguo testamento.
¿Queremos aprender a interceder? Jesús es el mejor maestro, la Eucaristía la mejor escuela. Acudamos ahí. Ahondando en ese silencio eucarístico, uno se olvida de sus problemas, deseos y proyectos... tan estrechos y mezquinos. Uno siente la llamada a interceder por cierta persona, necesidad, causa o país, por la Iglesia, por la humanidad. Tarde o temprano uno descubre que la intercesión más poderosa se hace desde el silencio sagrado de la Eucaristía. 
El Papa Benedicto recibió a cien mil niños en la Plaza de san Pedro. Dialogando con ellos, anunció iba a haber adoración con el Santísimo. Un niño le preguntó, “¿Qué es adoración?” “Abrazarte a Jesús y decirle: soy tuyo, quédate siempre conmigo”.
La obra más grandiosa de Dios, la Encarnación, se realiza en silencio, oscuridad, humildad. Para ella se sirve Dios de una mujer pobre y humilde. “¿Cómo será esto?”, pregunta María. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti” (Lc 1,34s). El Espíritu se encarga de las grandes maravillas de Dios, como la presencia eucarística de Jesús entre nosotros.
Todos los acontecimientos de la historia suceden una vez, en un momento dado, luego son absorbidos por el pasado. Todo pasa. Pero hay un acontecimiento que sucedió hace 2000 años y que no pasa: se mantiene  presente y actual a lo largo de los siglos. Es el misterio pascual de Cristo. “Su muerte fue un morir al pecado de una vez para siempre; su vida es un vivir para Dios” (Rm 6,10). “Cristo penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos, sino con su propia sangre consiguiendo la liberación definitiva” (Hb 9,12). Al penetrar en el santuario de la eternidad todos los acontecimientos en la vida de Cristo participan de la eternidad, y se mantienen siempre presentes. 
           Juan Pablo II: “Todo lo que Cristo es, todo o que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación, y se realiza la obra de nuestra redención. Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes. Así todo fiel puede participar en él y obtener sus frutos inagotablemente” (n.11).   
En la Eucaristía se encuentra como condensada toda la vida de Cristo Salvador. La encarnación, su nacimiento e infancia, la proclamación de la buena nueva, crucifixión, resurrección... todos los acontecimientos, todos los momentos de la vida de Jesús perduran y se hacen presentes en la eucaristía. Ahí podemos vivir con Jesús cualquier momento de su vida, especialmente su pasión y gloriosa resurrección.
Santa Teresa se ríe de los que se lamentan no haber vivido en los tiempos de Cristo. Sin fe de nada les hubiese servido. Ahora en la Eucaristía lo tenemos más cerca; y con una fe viva, más accesible.
Según una vieja leyenda del Tibet, Buda disparó una flecha. Allí donde la flecha cayó brotó un manantial. A quien se lava en él, se le perdonan todos los pecados de modo que puede presentarse limpio ante Dios. Algunos devotos recorren selvas, valles y montañas en busca del prodigioso manantial. Hasta le fecha nadie ha dado con él.
¡Qué afortunados nosotros, los cristianos: conocemos un manantial capaz de borrar todos nuestros pecados y los del mundo entero! Cuando Jesús estaba ya muerto, víctima de nuestros pecados, “uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza, y al punto salió sangre y agua” (Jn 19,34). Y el evangelista recuerda la profecía, que dice, “Mirarán al que traspasaron” Jn 19,37). Cuando con fe y amor contemplamos a Jesús en el Santísimo Sacramento se cumple esta profecía, y nos encontramos ante la fuente de toda gracia, de salud, de vida.
La contemplación del Santísimo Sacramento es, a su vez, una profecía, porque anuncia lo que haremos por toda la eternidad. En el cielo cesará la inmolación del Cordero. Pero nunca cesará la contemplación del Cordero que se inmoló por nosotros, resucitó, vive y reina para siempre. Con gratitud y gozo infinitos le cantaremos todos. (Ap 5,6ss).
Es interesante notar cómo Jesús resucitado se aparece a sus más íntimos amigos, y estos no le reconocen de inmediato; lo toman por un hortelano, un peregrino, un cocinero, un desconocido... Jesús resucitado se puede confundir con cualquiera, porque se ha identificado con todos. En la Eucaristía es Jesús resucitado a quien contemplamos y veneramos. Su rostro está oculto. Pero en ese rostro se pueden ver todos los rostros humanos. Algunos muy desfigurados por el pecado. Pero todos  redimidos en la sangre de Jesús y sumergidos en un océano sin límites de misericordia divina.
Escribe la Beata Isabel de la Trinidad en un Jueves Santo: “¡Qué momento más sublime acabo de pasar contigo! Amor divino, ¡qué lágrimas tan dulces y suaves he derramado en tu compañía! Perdón, perdón por los pecadores. He suplicado tanto a Dios cuando permanecías en mi corazón... He dicho a ese Padre Omnipotente que no podía negarme nada, pues se lo pedía en tu nombre... Cuando esta mañana he visto a tantos hombres acercarse a la mesa eucarística, he llorado de alegría. Me pareció, sin embargo, que en el fondo de mi alma me recordabas a los ausentes. Amor mío, perdónales; admite el consuelo de quienes te aman”. 
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LA ESENCIA DE LA FE

La Eucaristía no es algo importante, sino imprescindible, para vivir nuestra fe. La Eucaristía es la esencia y fundamento de nuestra fe cristiana, porque sin Cristo, no hay cristianismo. Y la Eucaristía es el mismo Cristo en persona. No basta con creer en Cristo de modo teórico, es necesario amarlo personalmente y tenerle el máximo respeto.
Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690) decía: Mi soberano Señor no ha cesado nunca de reprenderme directamente mis faltas. Lo que más le desagrada y de lo que me ha reprendido siempre con mayor severidad es la falta de atención y de respeto en presencia del Santísimo Sacramento, especialmente en el tiempo de la oración. ¡Ay de mí! De cuántas gracias me he privado por una distracción, por una mirada curiosa, por una posición más cómoda y menos respetuosa.
Santa Faustina Kowalska nos dice: Hoy, después de la comunión, Jesús me ha dicho: Has de saber, hija mía, que cuando llego a un corazón humano que me recibe en la santa comunión, tengo las manos llenas de toda clase de gracias y deseo dárselas, pero las almas ni siquiera me prestan atención. Me dejan solo, piensan en otras cosas. ¡Oh, qué triste para Mí que me traten como a una cosa muerta!.
Hija mía, no dejes la santa comunión a no ser que estés segura de haber caído gravemente. Fuera de esto, no te detenga ninguna duda para unirte a Mí en la comunión. Tus pequeños defectos desaparecerán en mi amor como una pajita arrojada a un gran fuego. Debes saber que me entristeces mucho, cuando no me recibes en la comunión.
El santo cura de Ars aconsejaba: Para acercarte a la comunión, te levantarás con gran modestia, te arrodillarás en presencia de Jesús sacramentado, pondrás todo tu esfuerzo en avivar tu fe. Tu mente y tu corazón deben estar centrados en Jesús. Cuida de no volver la cabeza a uno y otro lado. Si debes esperar algunos instantes, excita en tu corazón un ferviente amor a Jesucristo. Suplícale que se digne venir a tu pobre corazón. Y, después de haber tenido la inmensa dicha de comulgar, te levantarás con modestia, volverás a tu sitio y te pondrás de rodillas. Debes conversar unos momentos con Jesús, al que tienes la dicha de albergar en tu corazón donde durante un cuarto de hora, está en cuerpo y alma como en su vida mortal.
Carlo Carretto, el gran escritor italiano, nos dice: Quisiera decir a todos aquellos que dejan solitario a Jesús en el sagrario: Imaginad que la fe de la Iglesia sea cierta. En tal caso, ¿no estaría justificado venir a quedarse junto a Él? Yo creo que Jesús está presente en la Eucaristía. ¡Cuánto me ha ayudado esta fe! ¡Cuánto debo a esta presencia! Es aquí delante, donde aprendí a orar. La Eucaristía es la mejor puerta de acceso a Dios. ¡Cuánta dulzura he sentido en la presencia de Jesús Eucaristía! ¡Qué bien he comprendido la razón de los santos para quedarse en contemplación ante este pan, implorando, adorando y amando!.
Santa Teresita de los Andes, la santa chilena, muerta a los 19 años, decía: Quisiera hacer comprender a todos que la Eucaristía es un cielo, puesto que el cielo no es sino un sagrario sin puertas, una Eucaristía sin velos, una comunión sin término. La venerable María Angélica Álvarez Icaza (1887-1978), la santa mexicana fundadora del Monasterio de la Visitación de la ciudad de México, escribió: Hoy he sentido de modo inefable la real presencia de Jesús en la Eucaristía, tan sensible como se siente la presencia de una persona viva al acercarse a ella. Así siento a mi Amado, al acercarme al sagrario. Siento algo así como su calor, su respiración, su vida. No puedo explicar cómo es esto, pero repito que lo siento como se siente a una persona viva.
Y ¡cuánto amor y cuántas bendiciones recibimos al comulgar! Deberíamos tener verdaderas ansias de comulgar como los santos. La Venerable Sor Teresa María de Jesús Ortega dice así: Vino la guerra civil y Teruel, donde yo estaba, quedó cercado por los rojos. La angustia más dura era la comunión diaria. Comulgar..., por encima de todo, comulgar. No había formas. No había máquinas para hacer formas. No había. No había... tantas cosas. Pero había una cosa: hambre y sed de Dios. Había que comulgar, había que hacer lo imposible. Era el grito del alma, era la necesidad de la vida. ¡Comulgar, comulgar! Por encima de todo, comulgar. ¿Qué sería la vida sin comunión?
Busqué dos planchas de carbón y las calentaba en un fuego que había por allí, busqué harina y un poco de agua. Con esa harina y esa agua hacía una masa y la metía entre las dos planchas. Salían unas formas empolvadas, deformes, pero Dios bajaba allí. El padre franciscano las consagraba a diario. ¡Qué misterio! No faltó un solo día la comunión. Faltó todo..., pan, agua, descanso, pero Dios no faltó, porque tenía Él más sed de nosotras que nosotras de Él.
Un día, haciendo esas formas tan sin forma, se cayó el techo encima. El techo y las paredes... La masa quedó convertida en algo negro, no servía para nada. Había que peregrinar de nuevo a otro rinconcito para seguir haciendo pan y poder alimentar nuestra alma de Dios. Pero se acabó el asedio y me metieron en la cárcel... ¡Un mes sin comulgar! Al salir de la cárcel, alguien me dio una cajita muy chica, pero llena de hostias consagradas. La llevaba a todas partes. ¡Cuántas comuniones ocultas! ¡Cuántos repartos diarios! ¡Qué comuniones de catacumbas! Paseaba por Valencia con el misterio... ¡Qué procesión del Corpus entre aquellos milicianos rojos! Él iba oculto y paseaba por las calles sin que nadie lo supiera. ¡Misterios invisibles! ¡Qué bueno eres Señor! Estás loco de amor por tus criaturas.
Al menos visitemos a Jesús todos los días en el sagrario. ¿Acaso no tenemos nada que pedir o nada que agradecer?
San Juan Bosco decía a sus jóvenes: ¿Queréis abundancia de gracias? Visitad a Jesús sacramentado con frecuencia. ¿Queréis pocas? Sed mezquinos en visitarlo. ¿No queréis ninguna? Pasad de largo.
El beato Manuel González repetía: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejen abandonado! Cuando en 1912 lo enviaron a dar una misión popular a Palomares del Río (Sevilla) se sintió estremecido por el abandono del sagrario. Dice así:
Fuime derecho al sagrario de la restaurada iglesia en busca de alas a mis casi caídos entusiasmos... y ¡qué sagrario! Allí de rodillas, ante aquel montón de harapos y suciedades, mi fe veía a través de aquella puertecilla apolillada, a un Jesús tan callado, tan paciente, tan desairado, tan bueno que me miraba. Parecíame que, después de recorrer con su vista aquel desierto de almas, pasaba su mirada entre triste y suplicante, que me decía mucho y me pedía más..., una mirada en la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio. De mí sé deciros que aquella tarde, en aquel rato de sagrario, yo entreví para mi sacerdocio una ocupación en la que antes no había soñado. Ser cura de un pueblo que no quisiera a Jesucristo para quererlo yo por todo el pueblo, emplear mi sacerdocio en cuidar a Jesucristo en las necesidades que su vida de sagrario le ha creado, alimentarlo con mi amor, calentarlo con mi presencia, entretenerlo con mi conversación, defenderlo contra el abandono y la ingratitud.
¡Ay! ¡Abandono del sagrario, cómo te quedaste pegado a mi alma! ¡Ay! ¡Qué claro me hiciste ver todo el mal que de ahí salía y todo el bien que por él dejaba de recibirse!
El cristianismo es el sagrario y el sagrario no es el remate, el broche de oro, sino que es todo el cristianismo, el principio y el fin y la razón de ser. Yo no puedo pensar qué sería un cristianismo sin Eucaristía, porque el fundador no quiso que lo hubiera. A más frecuencia del sagrario, más cristianismo; a menos sagrario, menos cristianismo.
¡Si supieras la diferencia que hay entre los sabios de biblioteca y los sabios del sagrario! ¡Si supieras, todo lo que un rato de sagrario da de luz a la inteligencia, de calor a un corazón, de aliento a un alma, de suavidad y fruto a una Obra! ¡Si supieras tú el valor que infunde ese rato de rodillas ante el sagrario!.
Por eso, quiero ser enterrado junto a un sagrario para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasan: Ahí está Jesús. Ahí está. No lo dejen abandonado.
¡Cuántas bendiciones nos perdemos por no amar más a Jesús Eucaristía! ¡Cuántas misas y comuniones y visitas perdidas para siempre por no haber puesto un poquito más esfuerzo de nuestra parte! Jesús es nuestro amigo, nuestro vecino, nuestro Dios, que nos espera pacientemente en el sagrario para enriquecernos con sus dones. Y pasamos de largo... ¡Cuántas bendiciones nos perdemos! ¡Cuán solo se siente Jesús en el sagrario! ¡Cuántas iglesias cerradas durante el día y Él esperando! ¡Qué pocos van a visitarlo y a recibirlo en la comunión con verdadera fe y amor! ¡Vayamos nosotros a visitarlo y hacerle compañía, porque Él no se dejará ganar en generosidad!

Haste un tiempo y visítalo y veraz como cambia tu vida.
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