sábado, 15 de diciembre de 2012

Evangelio - Sábado II Semana de Adviento


† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 17, 10-13
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, los discípulos le preguntaron a Jesús:
"¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?"
Jesús les respondió:
"Sí, Elías tenía que venir a restaurarlo todo. Pero les digo que Elías ha venido ya y no lo han reconocido, sino que han hecho con él lo que han querido. Del mismo modo van a hacer padecer al Hijo del hombre".
Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan el Bautista.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria 
Adviento. 2ª semana. Sábado
EL EXAMEN DE CONCIENCIA

— Los frutos del examen de conciencia diario.
Mira, llego enseguida –dice el Señor–, y traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno su propio trabajo1.
En la Ley estaba dispuesto que se cumpliera el mandamiento del diezmo: se debía entregar la décima parte de los cereales, del mosto y del aceite para el sostenimiento del Templo y para el servicio del culto. Los fariseos, rigoristas sin amor, hacían pagar el diezmo de la hierbabuena, el eneldo y el comino, plantas que por sus propiedades aromáticas se cultivaban a veces en los jardines de las casas.
San Mateo recoge unas palabras del Señor de gran dureza, dirigidas a la hipocresía de los fariseos y a su falta de unidad de vida: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, que pagáis el diezmo de la hierbabuena y del eneldo y del comino, y habéis abandonado las cosas más esenciales de la Ley: la justicia, la misericordia y la buena fe. Estas debierais observar, sin omitir aquellas. ¡Guías ciegos!, que coláis un mosquito y os tragáis un camello2.
En sus vidas podemos ver, por una parte, una minuciosidad agobiante; por otra, una gran laxitud en las cosas verdaderamente importantes: abandonan las cosas más esenciales de la Ley: la justicia, la misericordia y la buena fe. No supieron entender lo que realmente esperaba el Señor de ellos.
También nosotros, en estos días del Adviento, podemos mejorar el examen de conciencia, para no detenernos en cosas que en el fondo son accidentales, y dejar escapar lo verdaderamente importante. Si nos acostumbramos a un examen de conciencia diario –breve, pero profundo– no caeremos en la hipocresía y en la deformación de los fariseos. Veremos así con claridad los errores que alejan nuestro corazón de Dios y sabremos reaccionar a tiempo.
El examen es como un ojo capaz de ver los íntimos recovecos de nuestro corazón, sus desviaciones y apegamientos. «Por él veo, soy iluminado, evito los peligros, corrijo los defectos y enderezo los caminos. Por medio de él, y sirviéndome de antorcha, registro y veo claro todo mi interior, y de este modo no puedo permanecer en el mal, sino que me veo obligado a practicar la verdad, es decir, a adelantar en la piedad»3.
Si por pereza descuidáramos nuestro examen, es posible que los errores y las inclinaciones echen sus raíces en el alma y no sepamos ver la grandeza a la que hemos sido llamados, sino que, por el contrario, nos quedemos en el eneldo y en el comino, en pequeñeces que nada o poco importan al Señor.
En el examen descubriremos el origen oculto de nuestras faltas evidentes de caridad o de trabajo, la raíz íntima de la tristeza y del malhumor, o de la falta de piedad, que se repiten, quizá con alguna frecuencia, en nuestra vida; y sabremos ponerles remedio. «Examínate: despacio, con valentía. —¿No es cierto que tu mal humor y tu tristeza inmotivados –inmotivados, aparentemente– proceden de tu falta de decisión para romper los lazos sutiles, pero “concretos”, que te tendió –arteramente, con paliativos– tu concupiscencia?»4.
El examen de conciencia diario es una imprescindible ayuda para seguir al Señor con sinceridad de vida.
— El examen, un encuentro anticipado con el Señor.
Toda nuestra actividad –familiar, profesional, social– es ocasión de encuentro con Dios. También, a lo largo de nuestro día, tienen lugar muchos encuentros especiales con el Señor: en la Comunión, en este rato de oración..., también en el examen.
El examen diario de conciencia es un repaso a fondo de lo que hemos escrito en la página de cada día irrepetible. Muchas palabras torcidas se pueden enderezar mediante la contrición. Una página de horror puede convertirse en algo bueno, incluso muy bueno, mediante el arrepentimiento y el propósito para comenzar la nueva página en blanco que nos presentará nuestro Ángel Custodio de parte de Dios; página única e irrepetible, como cada día de nuestra vida. «Y estas páginas blancas que empezamos a garabatear cada día –escribe un autor de nuestros tiempos– a mí me gusta encabezarlas con una sola palabra:Serviam!, ¡serviré!, que es un deseo y una esperanza (...).
»Después de este comienzo –deseo y esperanza–, quiero trazar palabras y frases, componer párrafos y llenar la hoja con una escritura clara y nítida. Lo cual no es más que el trabajo, la oración, el apostolado; es decir, toda la actividad de mi jornada.
»Procuro atender mucho a la puntuación, que es el ejercicio de la presencia de Dios. Esas pausas, que son como comas, o como puntos y comas, o como dos puntos, cuando son más largas, representan el silencio del alma y las jaculatorias con las cuales me esfuerzo en dar significado y sentido sobrenatural a todo lo que escribo.
»Me agradan mucho los puntos, y más todavía los puntos y aparte con los cuales me parece que cada vez vuelvo a empezar a escribir: son como esbozos de gestos mediante los cuales rectifico mi intención y digo al Señor que vuelvo a empezar –nunc coepi!–, que vuelvo a empezar con la voluntad recta de servicio y de dedicarle mi vida, momento por momento, minuto por minuto.
»Pongo también mucha atención en los acentos, que son las pequeñas mortificaciones por medio de las cuales mi vida y mi trabajo adquieren un significado verdaderamente cristiano.
»Una palabra no acentuada es una ocasión en la que no supe vivir cristianamente la mortificación que el Señor me enviaba, la que Él me había preparado con amor, la que Él deseaba que yo encontrara y que abrazase a gusto.
»Me esfuerzo porque no haya tachaduras, equivocaciones, o manchas de tinta, ni espacios en blanco, pero... ¡cuántos hay! Son las infidelidades, las imperfecciones, los pecados... y las omisiones.
»Me duele mucho ver que no hay casi ninguna página en donde no haya dejado huella mi torpeza y mi falta de habilidad.
»Pero me consuelo y me tranquilizo pronto, pensando que soy un niño pequeño que todavía no sabe escribir y que tiene necesidad de una falsilla para no torcerse y de un maestro que le lleve la mano para que no escriba tonterías –¡qué buen Maestro es Dios nuestro Señor!–, ¡qué inmensa paciencia tiene conmigo!»5.
— Cómo hacerlo. Contrición y propósitos.
La finalidad del examen de conciencia es conocernos mejor a nosotros mismos, para que podamos ser más dóciles a las continuas gracias que derrama en nosotros el Espíritu Santo y nos asemejemos cada vez más a Cristo.
Quizá una de las primeras preguntas que pueden darnos abundante luz es: ¿Dónde está mi corazón? ¿Qué es lo que ocupa más espacio en él? ¿Es Cristo? «En el instante mismo en que me pregunto eso tengo la contestación dentro de mí. Esta pregunta me hace dirigir un golpe de vista rápido sobre el centro más íntimo de mí mismo, y enseguida veo el punto saliente; presto el oído al sonido que da mi alma, e inmediatamente recojo la nota dominante. Es un procedimiento intuitivo, instantáneo. Es un golpe de vista, in ictu oculi. Unas veces veré que la disposición que me domina es el ansia del aplauso o el deseo de alabanzas, el temor de una censura; otras veces, es el desabrimiento, nacido de una contrariedad, de una conversación o de un proceder que me ha mortificado, o bien el resentimiento procedente de una reprensión agria y dura; otras veces es la amargura producida por la suspicacia o el malestar mantenido por una antipatía, o tal vez la cobardía inspirada por la sensualidad, o el desaliento causado por una dificultad o un fracaso; otras veces, es la rutina, fruto de la indolencia, o la disipación, fruto de la curiosidad y de la alegría vana, etcétera; o, por el contrario, el amor a Dios, la sed de sacrificio, el fervor encendido por un toque señalado de la gracia, la plena sumisión a la voluntad de Dios, el gozo de la humildad, etcétera. Buena o mala, lo que urge averiguar es cuál será la disposición principal y dominante, porque hay que ver el bien lo mismo que el mal, pues lo que se trata de conocer es el estado del corazón: es preciso que yo vaya directamente a examinar el gran resorte que hace mover todas las piezas del reloj»6.
Podemos preguntarnos, al hacer el examen de nuestra conciencia, si ese día hemos cumplido la voluntad de Dios, lo que Él esperaba de nosotros, o si hemos ido más bien a lo nuestro. Y descender a detalles concretos acerca de nuestro trato con Dios, del cumplimiento de nuestros deberes para con Él en el plan de vida, del trabajo, de nuestras relaciones con los demás. Examinaremos con qué empeño luchamos contra la tendencia a la comodidad o a crearnos necesidades; qué esfuerzo ponemos, por ejemplo, para llevar una vida sobria y templada –también en las relaciones sociales– en la comida y bebida, y en el uso de los bienes de la tierra. Hemos de ver si ese día lo hemos llenado de amor de Dios, o si por desgracia lo hemos dejado vacío para la eternidad –cosa que no va a suceder si nos dejamos ayudar por la gracia–, o en pecado. Es como un pequeño juicio adelantado que nos hacemos a nosotros mismos.
Veremos algunas cosas que merecen ser tenidas en cuenta para la próxima Confesión. Terminaremos siempre nuestro examen con un acto de contrición, porque si no hay dolor, es inútil el examen. Haremos un pequeño propósito, que podemos renovar al iniciarse el nuevo día, en el ofrecimiento de obras, en la oración personal, o en la Santa Misa. Y al acabar, daremos gracias al Señor por todas las cosas buenas con las que hemos cerrado la jornada.
1 Antífona de la comunión. Apoc 22, 12. — 2 Mt 23, 23-24. — 3 J. Tissot, La vida interior, p. 44. — 4 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 237. — 5 S. Canals, Ascética Meditada, pp. 130-137. — 6 J. Tissot, o. c., p. 534.

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Otro comentario: Rev. D. Xavier SOBREVÍA i Vidal (Sant Boi de Llobregat, Barcelona, España)


Elías vino ya, pero no le reconocieron, sino que hicieron con él cuanto quisieron
Hoy, Jesús conversa con los discípulos cuando baja de la montaña, donde han vivido la Transfiguración. El Señor no ha acogido la propuesta de Pedro de quedarse, y baja respondiendo a las preguntas de los discípulos. Éstos, que acaban de participar brevemente de la gloria de Dios, están sorprendidos y no entienden que ya haya llegado el Mesías sin que antes haya venido el profeta Elías a prepararlo todo.

Resulta que la preparación ya ha sido realizada. «Os digo, sin embargo, Elías vino ya» (Mt 17,12): Juan Bautista ha preparado el camino. Pero los hombres del mundo no reconocen a los hombres de Dios, ni los profetas del mundo reconocen a los profetas de Dios, ni los prepotentes de la Tierra reconocen la divinidad de Jesucristo.

Es necesaria una mirada nueva y un corazón nuevo para reconocer los caminos de Dios y para responder con generosidad y alegría a la llamada exigente de sus enviados. No todos están dispuestos a entenderlo y, menos, a vivirlo. Es más, nuestras vidas y nuestros proyectos pueden estar oponiéndose a la voluntad del Señor. Una oposición que puede convertirse, incluso, en lucha y rechazo de nuestro Padre del Cielo.

Necesitamos descubrir el intenso amor que guía los designios de Dios hacia nosotros y, si somos consecuentes con la fe y la moral que Jesús nos revela, no han de extrañarnos los malos tratos, las difamaciones y las persecuciones. Ya que estar en el buen camino no nos evita las dificultades de la vida y Él, a pesar del sufrimiento, nos enseña a continuar.

A la Madre de Jesús, Reina de los Apóstoles, le pedimos que interceda para que a nadie le falten amigos que, como los profetas, le anuncien la Buena Nueva de la salvación que nos trae el nacimiento de Jesucristo. Tenemos la misión, tú y yo, de que esta Navidad sea vivida más cristianamente por las personas que encontraremos en nuestro camino.

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Otro comentario: San Juan Damasceno (c.675-749), monje, teólogo, doctor de la Iglesia 
Discurso sobre el gran profeta Elías, el Tesbita 

“Estará lleno de Espíritu Santo...e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías...” 
(Lc 1,17)

    ¿Quién recibió el poder de abrir y cerrar los cielos, de retener o hacer caer la lluvia? ¿Quién puede hacer caer fuego sobre un sacrificio inundado de agua o sobre dos tropas de soldados por sus malas acciones? ¿Quién aniquiló en un arrebato de furor a los profetas paganos a causa de sus ídolos? ¿Quién ha visto a Dios en el susurro del aire suave?... Todos estos hechos son atribuidos únicamente a Elías y al Espíritu que habita en él.

    Ahora bien, se puede hablar de hechos aun más prodigiosos... Elías no ha padecido la muerte hasta el día de hoy, sino que fue arrebatado al cielo. Algunos piensan que vive con los ángeles cuya incorruptibilidad comparte en una vida inmaterial y pura... De hecho, Elías apareció en la transfiguración del Hijo de Dios, viéndolo cara a cara con el rostro descubierto. Al final de los tiempos, cuando se manifestará la salvación de Dios, él mismo proclamará la venida de Dios antes que nadie y la mostrará a todos, y, por muchos otros signos divinos, confirmará el día que hasta ahora está escondido ante el mundo. En aquel día, también nosotros, si estamos preparados, iremos por delante de este hombre admirable que nos prepara el camino que lleva a aquel día. ¡Que nos introduzca en las moradas del cielo, por Cristo Jesús a quien sea dada la gloria, el poder ahora y por los siglos de los siglos!

(Referencias bíblicas: 1R 17,1; 2R 1,10; 1R 18,40; 19,12; 2R 2,1; Mt 17,3)

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Otro comentario:

Elías vino y Cristo también
Dios ya estuvo en el mundo y se cumplieron las Escrituras que lo anunciaron, y se cumplirá la palabra de Dios, Jesús, haciendo saber al mundo de que este mundo terminará y continuará la vida en la Felicidad Celestial del Reino de Dios. Y algunos continuarán viviendo en el Infierno, sufriendo siempre, porque no aceptaron ser felices, sino que quisieron y quieren ganar en la vida, a costa de los sufrimientos de los demás, su propia felicidad; y nadie puede ser feliz sabiendo que otro sufre; sólo pueden ser felices los que no tienen corazón, los egoístas, esos que se olvidan de que el mundo es compartido, ¡que no es suyo!, sino de todos.
Sólo el que sabe vivir en familia, trabajar en equipo, sólo este puede decirse así mismo que vive feliz. No sé de nadie que sea feliz viviendo sólo, estando sólo; sufriendo solo.
Si sufres, busca a alguien que te ame y que comparta tu suerte, porque la caridad empieza allí donde hay dos. 
P. Jesús








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