domingo, 23 de diciembre de 2012

Secretos para bien morir

                                                                 [Muerte de San José asistido por Jesús y María]
     Secretos para bien morir

El que mal anda, mal acaba.
Es un dicho popular: “El que mal anda, mal acaba”. Y esto puede aplicarse a la vida de cada uno de los hombres sobre la tierra, porque el árbol suele caer hacia el lado que está inclinado. Y si tenemos una vida desordenada es lógico que terminen nuestros días en el desorden, con la grave posibilidad de caer en el Infierno para siempre.
Por eso tenemos que tratar de vivir bien, en gracia de Dios, siempre, para que nuestra muerte sea serena y feliz, sin congojas ni terrores. Es cierto que hay casos en que muchos hombres, después de una vida de pecado, en el último momento se han vuelto a Dios y se han salvado. Esto le sucedió al Buen Ladrón, que tuvo toda la vida lejos de Dios y en el último instante se convirtió y se salvó. Pero nosotros no podemos poner nuestra esperanza en que tendremos tiempo de cambiar antes de la muerte, así que debemos vivir en gracia de Dios siempre, para tener una buena muerte.
Todos tenemos que pasar por la dura experiencia de la muerte, ya que la muerte no fue creada por Dios, sino que ella entró en el mundo por el pecado, por el demonio, y ahora todos los hombres tenemos que morir.
Siendo esta una gran verdad y que no podemos escapar de la muerte, es necesario que seamos sensatos y pensemos en ella, para afrontarla de la mejor manera posible cuando nos llegue.
                                     
                                      San Giuseppe Protettore della Buona Morte

SAN JOSÉ PROTECTOR DE LA BUENA MUERTE


La vida santa de San José, la asistencia de Jesús y de María, todo contribuyó a que su muerte fuese preciosa y ante los ojos del Señor.

La Iglesia compara aquella muerte con la hora de un sueño pacífico, como el de un niño que se adormece sobre el seno de su madre; con una antorcha odorífera, que se consume a medida que arde y que muere exhalando el perfume suave de su sustancia. La muerte de los santos es siempre envidiable, porque todos mueren en el beso del Señor, pero ese beso no es más que un dulce y precioso sentimiento de amor.

José murió verdaderamente en el beso del Señor, ya que exhaló su último suspiro en los brazos de Jesús. Y si, como creemos, él tuvo el uso de los sentidos y de la palabra hasta ese último suspiro, que no podía ser otro que un suspiro o un impulso de amor, ¿como no habrá él coronado una vida tan santa sino pronunciando los nombres sagrados de Jesús y de María?

¡Oh muerte feliz! Si no puedo, como José, exhalar mi último suspiro entre Jesús y María, visibles a mi mirada, pueda yo, al menos, sobre mi labios moribundos, unir vuestro nombre, ¡oh José! a los nombres de Jesús y de María.

La santa muerte de José ha producido preciosos frutos sobre la tierra. Fue como aromatizada del suave perfume que deja tras de sí una santa vida y una santa muerte, y dio a los cristianos un potente protector en el cielo cerca de Dios, especialmente para los agonizantes.

Cualquiera que invoque a San José en la última batalla, incluso si fuera violenta, atraerá la victoria. Bendito, por eso, quien coloca su confianza en este santo Patriarca y une al exhalar su último suspiro el santo nombre de José a los dulces nombres de Jesús y María.

Todo el mundo cristiano lo reconoce como abogado de los agonizantes y, por tanto, de la buena muerte. José hijo de Jacob, socorría en el tiempo de la carestía a los Egipcios distribuyendo entre ellos el trigo que había recogido. Pero para socorrer a los propios hermanos, hizo más: no contento con haber llenado sus sacos de trigo, les añadió el precio del mismo. Así hará ciertamente nuestro glorioso Santo José. ¿Con qué generosidad tratará a sus devotos? Así, en el momento de la extrema necesidad, en el punto de la muerte, él sabrá rendir a los devotos homenajes con que habría sido honrado.

La muerte de los sirvientes de San José es sumamente tranquila y suave. Santa Teresa narra las circunstancias que acompañaban los últimos instantes de sus primeras hijas, tan devotas a San José. «He observado - dice ella -, que al momento de exhalar el último suspiro gozaban de inefable paz y tranquilidad. Esa muerte era semejante al dulce descanso de la oración. Nada indicaba que su interior fuese agitado por tentaciones. Aquellas lámparas divinas liberan mi corazón del temor de la muerte. Morir me parece ahora la cosa más fácil para una fiel devota de San José».

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