viernes, 4 de enero de 2013

Evangelio - Viernes 5 de Enero


EVANGELIO DEL DIA

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


viernes 04 Enero 2013

Feria de tiempo de Navidad (4 ene.)


Santo(s) del día : Santa Isabel Ana Seton


Evangelio según San Juan 1,35-42.
Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos
y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: "Este es el Cordero de Dios".
Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús.
El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: "¿Qué quieren?". Ellos le respondieron: "Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?".
"Vengan y lo verán", les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.
Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro.
Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías", que traducido significa Cristo.
Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas", que traducido significa Pedro. 

Comentario: Rupert de Deutz (c 1075-1130), monje benedictino 
Homilía sobre San Juan
«Vio a Jesús que pasaba...» (Jn 1,36)

      «Juan estaba allí, de pie, con dos de sus discípulos cuando Jesús pasaba.» Se trata de una postura corporal que traduce algo de la misión de Juan, de su vehemencia de palabra y de acción. Pero, según el evangelista, se trata también, más profundamente, de esta viva tensión, siempre presente entre los profetas. Juan no se contentaba de desempeñar exteriormente su papel de precursor. El guardaba en su corazón el vivo deseo de ver a su Señor  a quien había reconocido en el bautismo... Sin duda alguna,  Juan tendía hacia el Señor con todo su ser. Deseaba verlo de nuevo, porque ver a Jesús era la salvación para quien le confesaba, la gloria para quien lo anunciaba, la alegría para quien lo mostraba. Juan se tenía de pie, alerta por el deseo profundo de su corazón. Se mantenía de pie, esperaba a Cristo todavía disimulado en la sombra de su humildad...

      Con Juan estaban dos de sus discípulos, de pie como su maestro, primicias de aquel pueblo preparado por el precursor, no por él mismo, sino por el Señor. Viendo a Jesús que pasaba, Juan dice. «Este es el Cordero de Dios!» Prestad atención a las palabras de esta narración. A primera vista, todo parece claro, pero para quien penetra en el sentido profundo, todo se manifiesta cargado de significado y misterio. «Jesús pasaba...» Qué significa sino que Jesús vino a participar en nuestra naturaleza humana que pasa, que cambia. El, a quien los hombres no conocían, se da a conocer y amar pasando por en medio de nosotros. Vino en el seno de la Virgen. Luego, pasó del seno de su madre al pesebre y del pesebre a la cruz, de la cruz al sepulcro, del sepulcro se levantó al cielo... Nuestro corazón también, si aprende a desear a Cristo como Juan, reconocerá a Jesús cuando pase. Si le sigue, llegará como los discípulos al sitio donde mora Jesús: en el misterio de su divinidad.
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Otro comentario: Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España)
‘Maestro, ¿dónde vives?’. Les respondió: ‘Venid y lo veréis’
Hoy, el Evangelio nos recuerda las circunstancias de la vocación de los primeros discípulos de Jesús. Para prepararse ante la venida del Mesías, Juan y su compañero Andrés habían escuchado y seguido durante un tiempo al Bautista. Un buen día, éste señala a Jesús con el dedo, llamándolo Cordero de Dios. Inmediatamente, Juan y Andrés lo entienden: ¡el Mesías esperado es Él! Y, dejando al Bautista, empiezan a seguir a Jesús.

Jesús oye los pasos tras Él. Se gira y fija la mirada en los que le seguían. Las miradas se cruzan entre Jesús y aquellos hombres sencillos. Éstos quedan prendados. Esta mirada remueve sus corazones y sienten el deseo de estar con Él: «¿Dónde vives?» (Jn 1,38), le preguntan. «Venid y lo veréis» (Jn 1,39), les responde Jesús. Los invita a ir con Él y a mirar, contemplar.

Van, y lo contemplan escuchándolo. Y conviven con Él aquel atardecer, aquella noche. Es la hora de la intimidad y de las confidencias. La hora del amor compartido. Se quedan con Él hasta el día siguiente, cuando el sol se alza por encima del mundo.

Encendidos con la llama de aquel «Sol que viene del cielo, para iluminar a los que yacen en las tinieblas» (cf. Lc 1,78-79), marchan a irradiarlo. Enardecidos, sienten la necesidad de comunicar lo que han contemplado y vivido a los primeros que encuentran a su paso: «¡Hemos encontrado al Mesías!» (Jn 1,41). Los santos también lo han hecho así. San Francisco, herido de amor, iba por las calles y plazas, por las villas y bosques gritando: «El Amor no está siendo amado».

Lo esencial en la vida cristiana es dejarse mirar por Jesús, ir y ver dónde se aloja, estar con Él y compartir. Y, después, anunciarlo. Es el camino y el proceso que han seguido los discípulos y los santos. Es nuestro camino.


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