sábado, 6 de abril de 2013

Evangelio - Sábado de la octava de Pascua


Día litúrgico: Sábado de la octava de Pascua
Texto del Evangelio (Mc 16,9-15): Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron.

Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos. Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado (…).
Comentario: Pbro. Gerardo GÓMEZ (Merlo, Buenos Aires, Argentina)
Ateísmo (rechazo de la fe)
Hoy Jesucristo resucitado se aparece a mujeres y hombres que lo acompañaron en su vida. Hay diversas reacciones: algunos, de asombro; otros viven la experiencia con miedo, o con indiferencia o incredulidad; otros creen y gozan del encuentro con el Resucitado.

Fe es "conocer", un conocer confiando en la palabra de otra persona que me habla. Ante los misterios de Dios es razonable tener fe y, a la vez, la fe es razonable, porque tiene también sus razones. Creer en Dios no es un ciego salto al vacío: el católico, cuando entra en la iglesia, no se quita la cabeza, sino el sombrero. Lo anti-natural es no creer: hace falta más "fe" para ser ateo que para ser creyente.

—Jesús Resucitado, con mis padres y la Iglesia te he encontrado: quiero creer —conocerte— más y más. Ahora, en Pascua me das una nueva oportunidad para reafirmar mi fe en tu resurrección. Concédeme manifestar en mis actos la alegría de este "encuentro".
____________________________________________________________________

Otro comentario: P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP (San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)

María Magdalena (...) fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, (... pero) no creyeron
Hoy, el Evangelio nos ofrece la oportunidad de meditar algunos aspectos de los que cada uno de nosotros tiene experiencia: estamos seguros de amar a Jesús, lo consideramos el mejor de nuestros amigos; no obstante, ¿quién de nosotros podría afirmar no haberlo traicionado nunca? Pensemos si no lo hemos mal vendido, por lo menos alguna vez, por un bien ilusorio, del peor oropel. En segundo lugar, aunque frecuentemente estamos tentados a sobrevalorarnos en cuanto cristianos, sin embargo el testimonio de nuestra propia conciencia nos impone callar y humillarnos, a imitación del publicano que no osaba ni tan sólo levantar la cabeza, golpeándose el pecho, mientras repetía: «Oh Dios, ven junto a mí a ayudarme, que soy un pecador» (Lc 18,13).

Afirmado todo esto, no puede sorprendernos la conducta de los discípulos. Han conocido personalmente a Jesús, le han apreciado los dotes de mente, de corazón, las cualidades incomparables de su predicación. Con todo, cuando Jesucristo ya había resucitado, una de las mujeres del grupo —María Magdalena— «fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, que estaban tristes y llorosos» (Mc 16,10) y, en lugar de interrumpir las lágrimas y comenzar a bailar de alegría, no le creen. Es la señal de que nuestro centro de gravedad es la tierra.

Los discípulos tenían ante sí el anuncio inédito de la Resurrección y, en cambio, prefieren continuar compadeciéndose de ellos mismos. Hemos pecado, ¡sí! Le hemos traicionado, ¡sí! Le hemos celebrado una especie de exequias paganas, ¡sí! De ahora en adelante, que no sea más así: después de habernos golpeado el pecho, lancémonos a los pies, con la cabeza bien alta mirando arriba, y... ¡adelante!, ¡en marcha tras Él!, siguiendo su ritmo. Ha dicho sabiamente el escritor francés Gustave Flaubert: «Creo que si mirásemos sin parar al cielo, acabaríamos teniendo alas». El hombre, que estaba inmerso en el pecado, en la ignorancia y en la tibieza, desde hoy y para siempre ha de saber que, gracias a la Resurrección de Cristo, «se encuentra como inmerso en la luz del mediodía».
____________________________________________________________________

Otro comentario: Beato Juan Pablo II (1920-2005), papa 
Carta Apostólica para el nuevo milenio “Novo millenio ineunte”, § 29 (trad. © Libreria Editrice Vaticana) 
“...el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes y el Señor cooperaba con ellos.” (Mc 16, 19-20)  

    La vuelta de Cristo al cielo: “.yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.” (cf Mt 28,20) Esta certeza, queridos hermanos y hermanas, ha acompañado a la Iglesia durante dos mil años y se ha renovado en nuestros corazones por la celebración del año santo. Debemos sacar de aquí un renovado empeño para nuestra vida cristiana, haciendo de esta verdad la fuerza inspiradora de nuestro caminar. Conscientes de esta presencia del resucitado entre nosotros, nos hacemos hoy la pregunta que fue dirigida a Pedro en Jerusalén, después de su discurso de Pentecostés: “¿Qué tenemos que hacer?” (Hch 2,37)

    Nos interrogamos con un optimismo lleno de confianza, sin olvidar los problemas. No nos dejamos seducir por una perspectiva ingenua, como si existiera una fórmula mágica para enfrentarnos a los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no es una fórmula mágica que nos salvará, sino una persona y la certeza que nos inspira: “Yo estoy con vosotros.”

    No se trata, pues, de inventar un “nuevo programa”. El programa ya existe: es el de siempre, sacado del evangelio y de la Tradición viva. Está centrado, en último término, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar, imitar, para vivir en él la vida trinitaria y para transformar con él la historia hasta su plenitud en la Jerusalén celestial... Con todo, es necesario que este programa se traduzca en orientaciones pastorales adaptadas a las condiciones de cada comunidad...En las iglesias locales hay que fijar los elementos concretos de un programa... que permita llegar a las personas con el mensaje de Cristo y modelar las comunidades, actuar en profundidad, por el testimonio de los valores evangélicos, en las sociedades y la cultura...Se trata, pues, de un relanzamiento pastoral lleno de entusiasmo que nos concierne a todos.  




No hay comentarios:

Publicar un comentario