viernes, 14 de junio de 2013

Evangelio - Viernes X Semana del Tiempo Ordinario

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5, 27-32
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: 
"Han oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo les digo que quien mira con malos deseos a una mujer, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, arráncatelo y arrójalo lejos de ti; te conviene más perder uno de tus miembros, que ser echado todo entero al fuego que no se apaga. Y si tu mano derecha es ocasión de pecado para ti, córtatela y arrójala lejos de ti; te conviene más perder uno de tus miembros, que ser arrojado todo entero al fuego que no se apaga.
También se dijo: El que se separe de su mujer, que le dé un acta de divorcio. Pero yo les digo que el que se separe de su mujer, salvo en caso de unión ilegítima, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una separada, comete adulterio". 
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
10ª semana. Viernes
PUREZA DE CORAZÓN
— El Noveno Mandamiento y la pureza del alma.
El Señor señala en diversas ocasiones cómo la fuente de los actos humanos está en el corazón, en el interior del hombre, en el fondo de su espíritu; y esta interioridad ha de mantenerse pura y limpia de afectos desordenados, de rencores, de envidias... En el corazón se origina todo lo bueno que luego se hace realidad en la conducta externa de la persona. En él se consolidan, con la gracia, una piedad sincera para tratar a Dios, y el amor limpio, la comprensión y la cordialidad en las relaciones con el prójimo. La pureza del corazón agranda su capacidad de amar, mientras el aburguesamiento, el egoísmo, la ceguera espiritual son consecuencia de una interioridad manchada. Porque del corazón provienen también los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias...1. Por eso advierte el Libro de los Proverbios: Guarda tu corazón más que toda otra cosa, porque de él brotan los manantiales de la vida2. El corazón es el símbolo de lo más íntimo del hombre.
El Señor nos señala hoy en el Evangelio de la Misa3: Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón. Jesucristo declara en su sentido más auténtico la esencia delNoveno Mandamiento, que prohíbe los actos internos (pensamientos, deseos, imaginaciones) contra la virtud de la castidad; también supone una transgresión de este precepto todo afecto desordenado, aunque aparentemente parezca limpio y desinteresado, si no está de acuerdo con la voluntad de Dios en las circunstancias de cada uno.
Para vivir con delicadeza este Mandamiento –condición de todo amor verdadero– es necesario, en primer lugar, tratar a Dios, para que su amor acabe por llenar nuestro corazón. Además, es necesario evitar los motivos de tentaciones internas contra la castidad. Éstas pueden tener lugar cuando falta la prudencia para guardar los sentidos, cuando no se mortifica la imaginación y se la deja vagar en fantasías que alejan de la realidad y del cumplimiento del deber, o en busca de compensaciones afectivas, de vanidad..., o revolviendo recuerdos. Si, una vez advertidas esas tentaciones internas, no se rechazan con prontitud y no se ponen los medios para alejarlas netamente, entre los que está en primer lugar la oración humilde y confiada, se mantiene un clima interior confuso, con falta de correspondencia a la gracia, y el alma se acostumbra a no ser generosa con el Señor; y, si se empeña en estar en ese límite dudoso del consentimiento, es fácil que la falta de mortificación interior llegue a constituir verdaderos pecados internos contra la santa pureza. Con esa actitud se hace difícil, quizá imposible, avanzar en el camino del verdadero progreso espiritual. Por el contrario, cuando el alma está decidida a mantenerse limpia, con la ayuda de la gracia, o rectifica con prontitud si ha tenido un descuido, aunque sea pequeño, entonces el Espíritu Santo, dulce Huésped del alma, da más y más gracias. Y de ese modo se va afianzando en ella la alegría, que es uno de los frutos del Paráclito en quienes le prefieren a Él y renuncian a ridículas compensaciones que suelen dejar en el alma un poso de tristeza y de soledad.
— La guarda del corazón y la fidelidad según la propia vocación y estado.
No solo pide el Señor en este Mandamiento que evitemos lo que claramente es impuro en pensamientos y deseos contra la castidad, sino también que guardemos el corazón, defendiéndolo de aquello que puede incapacitarlo para amar. Conservar el alma limpia significa cuidar la intimidad, los afectos, ser prudentes para que la ternura no se desborde donde y cuando no debe, ser consecuentes en todo momento con la propia vocación y estado4. Quienes han sido llamados por el camino del matrimonio deben guardar su corazón para conservarlo siempre entregado a la persona con quien se casaron; y esto en los comienzos y cuando pasen los años. Y para ello es necesario encauzar el corazón con perseverancia, vigilarlo para no dejar que se enrede en compensaciones reales o imaginarias. Los esposos no deben olvidar «que el secreto de la felicidad conyugal está en lo cotidiano, no en ensueños (...). Digo constantemente, a los que han sido llamados por Dios a formar un hogar, que se quieran siempre, que se quieran con el amor ilusionado que se tuvieron cuando eran novios. Pobre concepto tiene del matrimonio –que es un sacramento, un ideal y una vocación–, el que piensa que el amor se acaba cuando empiezan las penas y los contratiempos, que la vida lleva siempre consigo»5.
Aquellos a quienes el Señor pidió un día su corazón por entero, sin compartirlo con otra criatura, tienen además motivos más altos para conservar su alma limpia y libre de ataduras. Sería un lamentable engaño dejar el corazón enredado en unas pequeñeces que ahogarían –como el tallo frágil entre espinas– el amor infinito de Dios, al cual fue llamado desde la eternidad. «¿Tú crees –pregunta San Jerónimo– que has llegado a la cumbre de las virtudes, porque has ofrecido una parte del todo? A ti mismo te quiere el Señor como hostia viva y grata a Dios»6. El Señor da siempre su gracia para conservar el corazón intacto para Él y para las almas todas por Él: sin compensaciones, sin hilillos o cadenas que le impidan alcanzar las alturas a las que fue llamado, con generosidad, con fortaleza para cortar una atadura o rectificar un afecto.
Para la guarda del corazón es preciso primero cuidar el amor, pues una persona desamorada en lo humano, tibia en el trato con Dios, difícilmente podrá impedir que penetren en su alma deseos y afán de compensaciones, pues el corazón fue hecho para amar y no se resigna a la sequedad y al hastío.
Examinemos en nuestra oración cómo cuidamos esos momentos de nuestro plan de vida más particularmente dedicados al Señor: la Comunión, la Visita al Santísimo, el rato de oración, el recogimiento en las horas de la noche... Miremos hoy si nuestro trato con Jesús es un trato personal, como el de un Amigo, si huimos de la rutina y de la mediocridad. Veamos si los afectos de nuestro corazón están ordenados según el querer de Dios, si rechazamos con prontitud cualquier pensamiento que los enturbien o distorsionen.
— La guarda de la vista, de la afectividad y de los sentidos internos.
La guarda del corazón comenzará en muchas ocasiones por la guarda de la vista. Entonces, el sentido común y el sentido sobrenatural ponen como un filtro delante de los ojos, para no fijarse en lo que no se debe mirar. Y esto con naturalidad y sencillez, sin hacer cosas raras, pero con reciedumbre, sabiendo bien lo que se guarda; por la calle, en el trabajo, en las relaciones sociales.
Para conocer y querer es necesario el trato. Y para evitar que el corazón se quede apegado a lo que no deba será necesario mantener una prudente distancia con aquellas personas «con las que es más fácil que esto suceda» y «Dios no quiere que suceda». Se trata de esa distancia moral, espiritual, afectiva, que se manifiesta en evitar confidencias indebidas, manifestaciones y desahogos de penas o disgustos... Suele haber circunstancias en las que la prudencia aconseje incluso poner por medio una distancia física... Si hay rectitud en la conciencia, el examen atento y sincero descubrirá una intención menos recta en esa compañía o en esos desahogos: lo que parece quererse y lo que en realidad se busca.
Para evitar que se desborde la afectividad no es necesario suprimirla (no sería posible, ni quizá humano), sino ordenarla y encauzarla según el querer de Dios: llenar el corazón de un amor fuerte y limpio que lo defienda de afectos no gratos a Dios.
Con la guarda del corazón está relacionado el control de la memoria, para rechazar escenas, diálogos, imágenes que pueden encender los rescoldos de una afectividad que impide tener el corazón donde se debe. De modo parecido, el refugio en una imaginación desbordada, en unos sueños fantásticos, impide estar abiertos a la realidad cotidiana. Cuando se cede con alguna frecuencia a esta tentación –que quizá se agudiza en momentos de cansancio, de aridez interior, o como compensación a los pequeños fracasos de la vida normal–, se va produciendo una falta de unidad de vida entre ese mundo interior en el que la vanidad sale siempre triunfante, y la vida real, austera, que es la única válida para llevar a cabo la santificación personal, para hacer el bien que Dios espera de cada hombre, de cada mujer. Un alma descontenta de su situación y dada a evadirse en esa interioridad irreal y fantástica difícilmente afrontará con generosidad y realismo lo que le corresponde hacer en cada momento para crecer en las virtudes. ¿Cómo es posible vivir de fantasías sin descuidar los propios deberes? ¿Cómo luchará contra sus defectos quien, en vez de afrontarlos con humildad y esperanza, los rehúye y los vence solo en su imaginación? ¿Qué alegría se puede poner en aquello que exige sacrificio cuando existe el hábito de refugiarse en el reducto de la fantasía llena de sueños y de irrealidad? También es posible tener el corazón apegado –atado– a personajes sacados de una película, de una novela o de la vida real, pero con los que no se tiene trato alguno. Y el corazón así atado, y quizá manchado, no puede subir hasta el Señor.
Examinemos hoy dónde tenemos puesto el corazón a lo largo del día, en quién pensamos, quién es el personaje central de nuestro mundo interior. Pidámosle a Nuestra Señora que Jesús sea el centro real de nuestro vivir y, junto a Él, el querer noble y limpio real, sacrificado, que Él también desea para cada hombre y para cada mujer, según la propia vocación.
«Permíteme un consejo, para que lo pongas en práctica a diario. Cuando el corazón te haga notar sus bajas tendencias, reza despacio a la Virgen Inmaculada: ¡mírame con compasión, no me dejes, Madre mía! —Y aconséjalo a otros»7. ¡No me dejes... no les dejes, no le dejes, Madre mía!
1 Mt 15, 19. — 2 Prov 4, 23. — 3 Mt 5, 27-32. — 4 Cfr. J. L. Soria, Amar y vivir la castidad, p. 116. — 5 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, 91. — 6 San Jerónimo, Epístola 118, 5. — 7 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 849.
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Otro comentario: Tertuliano (c.155 - c.220),teólogo 
A su esposa II, 9 
“Allí donde dos estén reunidos, Él está presente”

¿Dónde voy a encontrar la fuerza para describir de manera satisfactoria la felicidad de un matrimonio cristiano? La Iglesia confirma el contrato, la ofrenda eucarística lo sella con la bendición, los ángeles lo proclaman y el Padre celestial lo ratifica.
¡Qué dulce y santa alianza aquella en la que los dos son cristianos (Mt 11,29), unidos por una sola esperanza, un solo deseo, una sola disciplina, el mismo servicio¡ Los dos son hijos de un mismo Padre, servidores de un mismo Señor… son ciertamente dos en una sola carne(Mt 19,5). Allí donde la carne es una, uno también es el espíritu. Juntos oran, juntos se postran, juntos observan a los jóvenes; se instruyen mutuamente, se exhortan mutuamente, se dan ánimos mutuamente.

Los encontráis juntos en la iglesia, juntos en el banquete de Dios, juntos en las pruebas, las persecuciones, los consuelos. Entre ellos no existe ningún secreto, ninguna escapatoria, ningún motivo de pena. Con toda libertad visitan a los enfermos, asisten a los indigentes. Para la limosna ninguna tacañería, para el sacrificio ningún contratiempo, para la observancia de los deberes cotidianos no hay trabas. En su casa ningún signo de cruz furtivo, saludo inquieto, bendición muda. Entre ellos, resuenan salmos e himnos; se provocan mutuamente para saber quien entona el mejor canto a su Señor. Cristo se alegra de esta vista en este concierto.
Les envía su paz. Allí donde dos están reunidos, él también está presente (Mt 18,20). Allí donde él está presente, el malvado no tiene lugar.
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Otro comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
El matrimonio: ¿qué es casarse?
Hoy Jesús es taxativo: o todo, o nada. El amor es así. ¡También en el  matrimonio!, pues casarse es, exactamente, “regalar mi vida”. Es la institución del compromiso total entre un hombre y una mujer para “regalarse la vida” y “regalar la vida” (a los hijos). Cualquier restricción descalifica al matrimonio.

Eso implica un “para siempre” y un “solo tú”. El amor es “totalizante”: o todo o nada. Las condiciones y las restricciones son para el comercio. No hay alternativa. Y el sentido de la “celebración” del matrimonio (tanto civil como religioso) es el de otorgarse este compromiso públicamente: ante la sociedad (no es lógico que este compromiso permanezca escondido) y ante el Creador (el amor y el matrimonio son un “invento divino”).

—No hay fiesta nupcial sin acto jurídico, en el que el hombre y la mujer se entregan y aceptan mutuamente. Y es que tanto el Derecho como la Fiesta son realidades sociales: nadie es capaz de celebrar una fiesta por sí solo, prescindiendo de los demás.
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Otro comentario: Pare Josep LIÑÁN i Pla SchP (Sabadell, Barcelona, España)
«Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio»
Hoy, Jesús continúa profundizando en la exigencia del Sermón de la Montaña. No deroga la Ley, sino que le da plenitud; por eso, su observancia es algo más que el simple cumplimiento de unas condiciones mínimas para tener en regla los papeles. Dios nos da la Ley del amor para llegar a la cima, pero nosotros buscamos el modo de convertirla en la ley del mínimo esfuerzo. ¡Dios nos pide tanto...! Sí, pero también nos ha dado lo máximo que puede dar, ya que se ha dado a sí mismo.

Hoy, Jesucristo apunta alto al manifestar su autoridad sobre el sexto y el noveno mandamiento, los preceptos que se refieren a la sexualidad y a la pureza de pensamiento. La sexualidad es un lenguaje humano para significar el amor y la alianza, por tanto, no puede ser banalizada, como tampoco podemos convertir a los demás en objetos de placer, ¡ni siquiera con el pensamiento!, de aquí esta afirmación tan severa de Jesús: «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mt 5,28). Es preciso, pues, cortar el mal de raíz y evitar pensamientos y ocasiones que nos llevarían a obrar lo que Dios aborrece; esto es lo que quieren indicar tales palabras, que pueden parecernos radicales y exageradas, pero que los oyentes de Jesús entendían en su expresividad: saca, corta, arroja...

Finalmente, la dignidad del matrimonio debe ser protegida siempre, pues forma parte del proyecto de Dios para el hombre y la mujer, para que en el amor y en la mutua donación se conviertan en una sola carne, y al mismo tiempo es signo y participación en la Alianza de Cristo con la Iglesia. El cristiano no puede vivir la relación hombre-mujer ni la vida conyugal según el espíritu mundano: «No debéis creer que por haber escogido el estado matrimonial os es permitido continuar con una vida mundana y abandonaros a la ociosidad y la pereza; al contrario, eso mismo os obliga a trabajar con mayor esfuerzo y a velar con más cuidado por vuestra salvación» (San Basilio).



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