viernes, 26 de julio de 2013

Evangelio - Sábado XVI Semana del Tiempo Ordinario

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 13, 24-30
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la muchedumbre: 
"El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras los trabajadores dormían, llegó un enemigo del dueño, sembró cizaña entre el trigo y se marchó. Cuando crecieron las plantas y se empezaba a formar la espiga, apareció también la cizaña. Entonces los trabajadores fueron a decirle al amo:
"Señor, ¿qué no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, salió esta cizaña?"
El amo les respondió:
"De seguro lo hizo un enemigo mío".
Ellos le dijeron:
"¿Quieres que vayamos a arrancarla?"
Pero él les contestó:
"No. No sea que al arrancar la cizaña, arranquen también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha y, cuando llegue la cosecha, diré a lo segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla; y luego almacenen el trigo en mi granero"".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
16ª Semana. Sábado
LA NUEVA ALIANZA
— La alianza del Sinaí y la Nueva Alianza de Cristo en la Cruz.
Leemos en el libro del Éxodo1 que cuando Moisés bajó del Sinaí dio a conocer al pueblo los mandamientos que había recibido de Dios. Los israelitas se obligaron a cumplirlos y Moisés los puso por escrito. A la mañana siguiente edificaron un altar en la parte más baja de la montaña y alzaron doce piedras, en memoria de las doce tribus de Israel. Inmolaron unas víctimas con cuya sangre ratificaron la Alianza que Yahvé realizaba con su pueblo. Mediante este pacto, los israelitas se comprometían a cumplir los preceptos divinos recibidos por Moisés en el Sinaí, y Yahvé, con amor paternal, velaría por su pueblo, elegido entre todos los pueblos de la tierra. El rito se realizó a través de la sangre, símbolo de la fuente de la vida. Se roció sobre el altar, que representaba a Dios y después de leer Moisés solemnemente y en voz alta el «libro de la Alianza», roció al pueblo. La aspersión con la sangre expresaba esta unión especial de Yahvé y su pueblo2.
Tan importante es este acontecimiento que ha de ser recordado y renovado en muchas ocasiones3. El pueblo romperá incontables veces el pacto, pero Dios no se cansa de perdonar y de amar; no solo perdona: anuncia por los Profetas, una y otra vez, la nueva Alianza en la que mostrará su infinita misericordia4. Por la Sangre de Cristo, derramada en la Cruz, se sellará el nuevo y definitivo pacto anunciado, que une estrechamente a Dios su nuevo pueblo, la humanidad entera, llamada a formar parte de la Iglesia. El sacrificio del Calvario fue un sacrificio de valor infinito que estableció unas relaciones completamente nuevas e irrevocables de los hombres con Dios.
«¿Deseas descubrir (...) el valor de esta sangre?, pregunta San Juan Crisóstomo. Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma Cruz y su fuente fue el costado del Señor. Pues muerto ya Jesús, dice el Evangelio, uno de los soldados se acercó con la lanza, y le traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre: agua, como símbolo del Bautismo; sangre, como figura de la Eucaristía. El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del templo santo, y yo encuentro allí el tesoro escondido y me alegro con la riqueza hallada»5. Esta riqueza la encontramos cada día en la Santa Misa, donde el cielo parece unirse con la tierra, ante el asombro de los mismos ángeles, y allí nos unimos con Cristo en una intimidad real y verdadera; el antiguo pueblo elegido jamás pudo imaginar algo semejante. «Te suplico, dulcísimo Jesucristo –le decimos al Señor con una antigua oración para la acción de gracias de la Misa–, que tu Pasión sea la virtud que me fortalezca, proteja y defienda; tus llagas sean para mí manjar y bebida con las cuales me alimente, embriague y deleite; la aspersión de tu sangre me purifique de todos mis delitos; tu muerte sea para mí vida permanente, tu Cruz sea mi eterna gloria...»6.
— La renovación de la Alianza: la Santa Misa.
Vienen días, palabra de Yahvé, en los que Yo haré una alianza nueva con la casa de Israel y la casa de Judá; no como la alianza que hice con sus padres, cuando los saqué de la tierra de Egipto...7. En la Última Cena, el Señor anticipó lo que más tarde llevaría a cabo al morir. En aquella acción mostró a sus discípulos lo que quería hacer e hizo en la Cruz: la entrega de su Cuerpo y de su Sangre por todos. La Cena es la anticipación del sacrificio de la Cruz8. Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre; cuantas veces lo bebáis, hacedlo en conmemoración mía9, palabras del Señor que recoge San Pablo en la primera Carta a los Corintios escrita unos veintisiete años después de aquella noche memorable, y que se guardaban en el seno de la Iglesia como un tesoro.
La palabra conmemoración recoge el sentido de la palabra hebrea que se utilizaba para designar la esencia de la fiesta judía, como recuerdo o memorial de la salida de Egipto y de la Alianza hecha por Dios en el Sinaí10. Con estos ritos, los israelitas no solo recordaban un acontecimiento pasado, sino que tenían conciencia de actualizarlo o revivirlo, para participar en él a lo largo de todas las generaciones. Cuando Nuestro Señor manda a los Apóstoles haced esto en conmemoración mía, no les dice simplemente que recuerden aquel momento único de la Cena memorable, sino que renueven su sacrificio del Calvario, que está ya anticipadamente presente en aquella Cena.
Ahora, cada día, en todo el mundo, se renueva esta Alianza siempre que se celebra la Santa Misa. En cada altar se re-presenta, es decir, se vuelve a hacer presente, de modo misterioso pero real, el mismo sacrificio de Cristo en el Calvario: se realiza en el presente, aquí y ahora, la obra de nuestra Redención que Cristo realizó allí y entonces, como si desapareciesen los veinte siglos que nos separan del Calvario. El carácter de Nueva Alianza del Sacrificio Eucarístico se pone particularmente de manifiesto en el momento de la Consagración11. En esos instantes hemos de expresar, de modo más consciente, nuestra fe y nuestro amor.
Un autor antiguo daba estas recomendaciones al sacerdote que celebra, y que, con la oportuna acomodación, nos pueden ayudar a todos a vivir con más intensidad de fe y de amor ese momento tan grande. Una vez pronunciadas las palabras que hacen presente a Cristo sobre el altar, «penetra con los ojos de la fe en lo que se esconde bajo las especies sacramentales; arrodillándote entonces, mira con los ojos de la fe al ejército de los ángeles que te rodea, y adora con ellos a Cristo con una reverencia tan profunda que humilles tu corazón hasta el abismo. En la elevación, contempla a Cristo elevado en la Cruz, y pídele que traiga a Sí todas las cosas. Haz actos intensísimos de las diversas virtudes, ora unos, ora otros, de fe, de esperanza, de amor, de adoración, de humildad..., diciendo con la mente: “¡Jesús, Hijo de Dios, ten compasión de mí! Señor mío y Dios mío. Te amo, Dios mío, y te adoro con todo mi corazón y sentimientos”. Puedes también renovar la intención por la que celebras y ofrecer lo ya consagrado según los cuatro fines. Pero de modo especial, cuando elevas el cáliz, acuérdate con dolor y lágrimas de que la sangre de Cristo fue derramada por ti y de que con frecuencia tú la has despreciado; adórale en compensación por los desprecios pasados»12.
Nuestra fe y nuestro amor han de quedar fortalecidos particularmente en esos momentos de la Consagración.
— Amar el Sacrificio del altar.
¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor13. ¡Con qué amor y reverencia hemos de acercarnos a la Santa Misa! Allí está el manantial sublime de las gracias siempre nuevas, al que deben venir todas las generaciones que van sucediéndose en el tiempo para encontrar la fortaleza en el largo camino hacia la eternidad14. Allí encontramos la gracia, y al Autor mismo de toda gracia15.
Cuando nos preparemos para celebrar o para participar del Santo Sacrificio del altar, hemos de hacerlo de un modo tan intenso y tan activo que estrechamente nos unamos con Jesucristo, Sumo Sacerdote, según lo que nos indica San Pablo: Habéis de tener en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesús en el suyo16, y ofrezcamos el Santo Sacrificio juntamente con Él y por Él, y con Él nos ofrezcamos también nosotros mismos17. Y para cuidar esa íntima unión con Jesucristo en la Santa Misa nos ayudará mucho el esmero en la participación exterior en la Liturgia, que ha de serconsciente, piadosa y activa, con recta disposición de ánimo, poniendo el alma en consonancia con la voz y colaborando con la gracia divina18. Prestaremos delicada atención a los diálogos y a las aclamaciones, haremos actos de fe y de amor en los breves silencios previstos, pediremos a la Santísima Virgen que nos enseñe a estar particularmente vigilantes, con la vigilancia del amor, en el momento de la Consagración, al recibir en nuestra alma a Jesús... No echaremos en olvido el valor de la puntualidad, delicada atención para con el Señor y para con los demás, el modo de vestir, con sencillez pero con la dignidad que tal acción requiere, pues «no ama a Cristo quien no ama la Santa Misa, quien no se esfuerza en vivirla con serenidad y sosiego, con devoción, con cariño. El amor hace a los enamorados finos, delicados; les descubre, para que los cuiden, detalles a veces mínimos, pero que son siempre expresión de un corazón apasionado. De este modo hemos de asistir a la Santa Misa. Por eso he sospechado siempre que, los que quieren oír una Misa corta y atropellada, demuestran con esa actitud poco elegante también, que no han alcanzado a darse cuenta de lo que significa el Sacrificio del altar»19.
La acción de gracias después de la Misa completará esos momentos tan importantes del día, que tendrán una influencia decisiva en el trabajo, en la vida familiar, en la alegría con que tratamos a los demás, en la seguridad y confianza con que vivimos la jornada. La Misa, así vivida, nunca será un acto aislado, sino alimento de nuestras acciones; les dará unas características peculiares, las que corresponden y definen a un hijo de Dios que vive como tal en medio del mundo, corredimiendo con Cristo.
Procuremos encontrar a Nuestra Señora en la Santa Misa, que es como una prolongación del Calvario, donde Ella acompañó a su Hijo en el dolor, ofreciéndose al Padre. Ofrezcamos a Jesús, y nosotros con Él, por medio de Santa María, que de un modo muy particular se halla presente en el Santo Sacrificio: «¡Padre Santo! Por el Corazón Inmaculado de María os ofrezco a Jesús, vuestro Hijo muy amado, y me ofrezco yo mismo en Él, con Él y por Él a todas sus intenciones y en nombre de todas las criaturas»20.
1 Primera lectura. Año I. Ex 24, 3-8. — 2 Cfr. B. Orchard y otros, Verbum Dei, vol I, in loc. — 3 Cfr. 2 Sam 7, 13-16, 28, 69; Jos 24, 19-28. — 4 Cfr. Jer 31, 31-34; Ez 16, 60; Is 42, 6. — 5 San Juan Crisóstomo, Catequesis bautismales, III, 19. — 6 Preces selectae, Adamas Verlag, Colonia 1987, p. 20. — 7 Jer 31, 31.— 8 Cfr. M. Schmaus,Teología dogmática, vol. VI p. 244. — 9 1 Cor 11, 25. — 10 Cfr. Sagrada Biblia,Epístolas de San Pablo a los Corintios, EUNSA, Pamplona 1984, nota a 1 Cor 11, 24. — 11 Cfr. B. Orchard y otros, loc. cit. — 12 Card. J. Bona, El sacrificio de la Misa, pp. 145-146. — 13 Salmo responsorial. Año II. Sal 83, 2-3. — 14 Cfr. R. Garrigou-Lagrange Las tres edades de la vida interior, vol. I, p. 131. — 15 Cfr. Pablo VI, Instr.Eucaristicum Mysterium, 25-III-1967, 4. — 16 Cfr. Flp. 2, 5 — 17 Cfr. Pío XII, Enc.Mediator Dei, 20-XI-1947. — 18 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 48 y 11. — 19 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 92. — 20 P. M. Sulamitis,Ofrenda del Amor Misericordioso, Salamanca 1931.
________________________________________________________________________________
Otro comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
La paciencia de Dios
Hoy, Jesús nos descubre con mucho realismo la lucha que entraña el Reino a causa de la presencia y la acción de un "enemigo" que siembra "cizaña" en medio del grano. Los siervos del amo del campo querrían arrancarla, pero éste no se lo permite.

Esta parábola explica la coexistencia del bien y del mal en el mundo, en nuestra vida y en la misma historia de la Iglesia. Jesucristo nos enseña a ver las cosas con realismo cristiano y a afrontar cada problema con claridad de principios, pero también con prudencia y paciencia. Esto supone una visión "trascendente" (sobrenatural) de la historia, en la que se sabe que todo pertenece a Dios y que todo resultado final es obra de su Providencia.

—Dios, Padre y Señor de misericordia, haz que el recuerdo del destino final de los buenos (la recogida del grano en el granero) y de los malos (la quema de la cizaña) impida que abusemos de tu paciencia.
____________________________________________________________________
Otro comentario: Rev. D. Manuel SÁNCHEZ Sánchez (Sevilla, España)
Dejad que ambos crezcan juntos
Hoy consideramos una parábola que es ocasión para referirse a la vida de la comunidad en la que se mezclan, continuamente, el bien y el mal, el Evangelio y el pecado. La actitud lógica sería acabar con esta situación, tal como lo pretenden los criados: «¿Quieres que vayamos a recogerla?» (Mt 13,28). Pero la paciencia de Dios es infinita, espera hasta el último momento —como un padre bueno— la posibilidad del cambio: «Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega» (Mt 13,30).

Una realidad ambigua y mediocre, pero en ella crece el Reino. Se trata de sentirnos llamados a descubrir las señales del Reino de Dios para potenciarlo. Y, por otro lado, no favorecer nada que ayude a contentarnos en la mediocridad. No obstante, el hecho de vivir en una mezcla de bien y mal no debe impedir el avanzar en nuestra vida espiritual; lo contrario sería convertir nuestro trigo en cizaña. «Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?» (Mt 13,27). Es imposible crecer de otro modo, ni podemos buscar el Reino en ningún otro lugar que en esta sociedad en la que estamos. Nuestra tarea será hacer que nazca el Reino de Dios.

El Evangelio nos llama a no dar crédito a los “puros”, a superar los aspectos de puritanismo y de intolerancia que puedan haber en la comunidad cristiana. Fácilmente se dan actitudes de este tipo en todos los colectivos, por sanos que intenten ser. Encarados a un ideal, todos tenemos la tentación de pensar que unos ya lo hemos alcanzado, y que otros están lejos. Jesús constata que todos estamos en camino, absolutamente todos.

Vigilemos para no dejar que el maligno se cuele en nuestras vidas, cosa que ocurre cuando nos acomodamos al mundo. Decía santa Ángela de la Cruz que «no hay que dar oído a las voces del mundo, de que en todas partes se hace esto o aquello; nosotras siempre lo mismo, sin inventar variaciones, y siguiendo la manera de hacer las cosas, que son un tesoro escondido; son las que nos abrirán las puertas del cielo». Que la Santísima Virgen María nos conceda acomodarnos sólo al amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario