miércoles, 3 de julio de 2013

Evangelio - Jueves XIII Semana del Tiempo Ordinario

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 9, 1-8
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús subió de nuevo a la barca, pasó a la otra orilla del lago y llegó a Cafarnaún, su ciudad. 
En esto, trajeron a donde él estaba a un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: 
"Ten confianza, hijo; se te perdonan tus pecados".
Al oír esto, algunos escribas pensaron:
"Este hombre está blasfemando". 
Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: 
"¿Por qué piensan mal en sus corazones? ¿Qué es más fácil: decir "Se te perdonan tus 
pecados", o decir "Levántate y anda?" Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados -le dijo entonces al paralítico-: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".
El se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la gente se llenó de temor y glorificó a Dios, que había dado tanto poder a los hombres. 
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario: Rev. D. Francesc NICOLAU i Pous (Barcelona, España)
Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa
Hoy encontramos una de las muchas manifestaciones evangélicas de la bondad misericordiosa del Señor. Todas ellas nos muestran aspectos ricos en detalles. La compasión de Jesús misericordiosamente ejercida va desde la resurrección de un muerto o la curación de la lepra, hasta perdonar a una mujer pecadora pública, pasando por muchas otras curaciones de enfermedades y la aceptación de pecadores arrepentidos. Esto último lo expresa también en parábolas, como la de la oveja descarriada, la didracma perdida y el hijo pródigo.

El Evangelio de hoy es una muestra de la misericordia del Salvador en dos aspectos al mismo tiempo: ante la enfermedad del cuerpo y ante la del alma. Y puesto que el alma es más importante, Jesús comienza por ella. Sabe que el enfermo está arrepentido de sus culpas, ve su fe y la de quienes le llevan, y dice: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados» (Mt 9,2).

¿Por qué comienza por ahí sin que se lo pidan? Está claro que lee sus pensamientos y sabe que es precisamente esto lo que más agradecerá aquel paralítico, que, probablemente, al verse ante la santidad de Jesucristo, experimentaría confusión y vergüenza por las propias culpas, con un cierto temor a que fueran impedimento para la concesión de la salud. El Señor quiere tranquilizarlo. No le importa que los maestros de la Ley murmuren en sus corazones. Más aun, forma parte de su mensaje mostrar que ha venido a ejercer la misericordia con los pecadores, y ahora lo quiere proclamar.

Y es que quienes, cegados por el orgullo se tienen por justos, no aceptan la llamada de Jesús; en cambio, le acogen los que sinceramente se consideran pecadores. Ante ellos Dios se abaja perdonándolos. Como dice san Agustín, «es una gran miseria el hombre orgulloso, pero más grande es la misericordia de Dios humilde». Y en este caso, la misericordia divina todavía va más allá: como complemento del perdón le devuelve la salud: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mt 9,6). Jesús quiere que el gozo del pecador convertido sea completo.

Nuestra confianza en Él se ha de afianzar. Pero sintámonos pecadores a fin de no cerrarnos a la gracia.
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Otro comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
El poder más grande de Dios: perdonar los pecados
Hoy, viendo la fe de quienes ayudaban al paralítico, Jesús reacciona curándole la parálisis (¡milagro!) y perdonándole los pecados (¡más milagro!). Los escribas apenas quedan afectados por la extraordinaria "sanación médica", pero se sorprenden —se indignan— con el acto de "sanación moral". Nos llama la atención la reacción de estos escribas, porque nosotros admiraríamos lo primero, pero no lo segundo.

Dicha reacción, aun siendo equivocada, es una lección. La mentalidad creyente de aquellos judíos les permite entender que perdonar los pecados —en cuanto ofensa a la divinidad— es algo grande, tan grande que sólo es propio de Dios. Si Jesús perdona los pecados significa que Él mismo es Dios. Para ayudarnos a aceptarlo Él curó también la parálisis física. Con todo, lo más misterioso es que el hombre pueda resistirse ante Dios y que Él siga esperándonos con tanta paciencia.

—Señor, Tú manifiestas tu omnipotencia mostrándote como nuestro Padre misericordioso, siempre pronto a perdonar libremente —nadie podría obligarte a hacerlo— nuestros "des-amores".
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Otro comentario: San Juan Crisóstomo (c.345- 407), sacerdote en Antioquia, obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia 
Homilía sobre el evangelio de Mateo, nº 29, 2; PG 57, 359 

“¡Animo, hijo, tus pecados están perdonados!”

La profesión de fe de los judíos consiste en que sólo Dios puede perdonar los pecados. Pero Jesús, ya antes de perdonar los pecados, ha revelado los secretos de los corazones, mostrando con ello que también él poseía este poder reservado a Dios... Porque está escrito: “Sólo Tú, Señor, conoces los secretos de los humanos” y “el hombre ve las apariencias, Dios ve el corazón” (2Cr 6,30; 1S 16,7)... Jesús revela, pues, su divinidad y su igualdad con el Padre dando a conocer a los escribas lo que hay en el fondo de sus corazones, haciendo públicos los pensamientos que ellos mismos no osaban declarar abiertamente por temor a la muchedumbre. E hizo esto con gran dulzura...

El paralítico hubiera podido manifestar a Cristo su decepción diciéndole: “¡Está bien! Tú has venido para aliviar otra enfermedad y curar otro mal, el pecado. Pero ¿qué prueba tendré yo que me asegure que mis pecados están perdonados?”. Pero no dice nada de eso, sino que se confía a aquel que tiene el poder de curar...

Cristo dijo a los escribas: “¿Qué es más fácil decir: “tus pecados están perdonados” o decir “levántate y anda?» O dicho de otra manera: ¿Qué os parece más fácil: demostrar su poder sobre un cuerpo inerte, o perdonar a un alma sus faltas? Evidentemente que curar a un cuerpo, porque el perdón de los pecados sobrepasa la curación en tanto que el alma es superior al cuerpo. Pero, de la misma manera que una de estas obras es visible y la otra no, yo voy a realizar la obra visible y más pequeña, a fin de dar prueba de la que es más grande e invisible. En este mismo instante Jesús, a través de sus obras, da testimonio de que él es “el que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29).
    

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