domingo, 1 de diciembre de 2013

Mes de María - 25º Día - La Iglesia

DÍA VEINTICINCO (1/DIC)

La Iglesia

CONSIDERACIÓN. – Nuestro Señor ha descendido a la tierra no solamente para salvar a la humanidad con sus sufrimientos y muerte, sino también para fundar la Iglesia, esa sociedad de fieles que hacen profesión de una misma fe. Dio las direcciones a San Pedro, a los apóstoles y a sus sucesores.
Nosotros tenemos la felicidad de haber nacido en su seno. Nuestros sacerdotes, nuestros Obispos y nuestro muy Santo Padre el Papa, son, aquí abajo, los representantes de Jesús y los continuadores de su obra. Nosotros les debemos un gran respeto y una entera sumisión.
La Iglesia es una familia de la cual Jesús es el jefe y nosotros los miembros. El verdadero cristiano ama a la Iglesia; su corazón se entristece cuando es perseguida por los malvados y sus sacerdotes calumniados.
El cristiano sabe que el Sacerdote es amigo del desgraciado, socorro del pecador y lo rodea de toda clase de respetos.
La Santísima Virgen amaba a la Iglesia. En los años que siguieron a la Ascensión de su Divino Hijo, San Pedro y los otros apóstoles, continuamente le pedían consejos y solicitaban sus plegarias. Pidámosle que sea siempre la protectora de los cristianos y obtenga de su Divino Hijo, el triunfo de la Iglesia.

EJEMPLOS. – Sobre todo en las épocas en que la Iglesia es perseguida, la fe de los fieles y su consagración, deben manifestarse por sus obras.
En los primeros siglos del cristianismo vemos a hombres venerables como Pudente, príncipe del senado romano; a mujeres de alta posición como Priscila, su esposa, emplear su oro y su celo en la propagación de la fe.
Cuando fueron muertos, dos jóvenes, sus hijas, las jóvenes Pudenciana y Práxedes, vendieron sus villas y pusieron el importe con todos sus demás bienes a la disposición de San Pedro, para la propagación de la fe, alivio de los pobres y servicio de la Iglesia, mientras que ellas se retiraban a una humilde buhardilla, para llevar una vida toda de caridad y plegarias.
Así, en nuestro siglo mismo hemos visto a valerosos jóvenes, dejar, al primer llamado, a sus familias y sus países para ir a derramar su sangre por la defensa de la Iglesia, alentados en este supremo sacrificio, por madres verdaderamente cristianas. Una de ellas, al enterarse de la pérdida de su hijo único, muerto en Monte Libretti, llevó su heroísmo al punto de lamentar no tener un segundo hijo que pudiera reemplazar, en el ejército de la Santa Sede, a aquel que acababa de perecer gloriosamente.
Citamos aún la consagración de esa pobre sirvienta, quien, llevando a un ministro del Señor sus ganancias de un año, para ser enviadas al Santo Padre, despojado por los enemigos de la Iglesia, dijo simplemente:
-¿Los hijos no deben, acaso, ayudar a su Padre?

PLEGARIA DE SAN GERMÁN. – Acordaos de vuestros servidores, Virgen santa, inspirad sus plegarias, conservadles la fe, llamad los pueblos a la unidad de la Iglesia; haced que reine la paz en el mundo, libradnos de los peligros que  nos rodean y obtenednos un día la recompensa eterna. Así sea.

PROPÓSITO. – Rezaré cada día por el triunfo de la Iglesia.

JACULATORIA. – María, Torre de David, rogad por nosotros.

PLEGARIA DE SAN BERNARDO, PARA TODOS LOS DÍAS. – Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de aquellos que han acudido a vuestra protección e implorado vuestro socorro, haya sido abandonado. Animado con tal confianza, acudo a Vos ¡oh dulce Virgen de las vírgenes! me refugio a vuestros pies, gimiendo bajo el peso de mis pecados. No despreciéis, ¡oh Madre del Verbo!, mis humildes plegarias; antes bien, oídlas benignamente y cumplidlas. Así sea.

JACULATORIA. – Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.


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