viernes, 6 de diciembre de 2013

Mes de María - 30º Día - El Cielo

DÍA TREINTA (6/DIC)

El Cielo

CONSIDERACIÓN. – Somos, aquí abajo, nada más que pobres desterrados; gemimos, sufrimos en este valle de lágrimas; nuestra verdadera patria es el Cielo donde gozaremos de la presencia de Dios y de una felicidad tal, que nuestras débiles inteligencias no pueden alcanzar a comprender.
El apóstol San Pablo, que fue arrebatado al tercer cielo, confiesa su imposibilidad de contarnos las maravillas de las que ha sido, por un instante, feliz testigo. “Los ojos no han visto, el oído no ha escuchado y el corazón del hombre no sabría comprender lo que Dios reserva a aquellos que ama”.
A medida que avanzamos en edad, el vacío se va haciendo a nuestro alrededor; perdemos a los seres queridos y dejándonos Dios mucho tiempo sobre la tierra, la tristeza, consecuencia inevitable de las crueles separaciones, invadirá nuestra alma.
Tendremos sed de reposo, de calma, de consuelo y de luz.
¡Paciencia! Llegará el momento en que un día nuevo se levantará sobre nosotros; las puertas de la Jerusalén celeste se abrirán y contemplaremos a nuestro Dios cara a cara. Veremos también a María, nuestra Madre bienamada.
Para nosotros, sus hijos, ¡qué felicidad, qué gloria, rodear su trono, cantar sus alabanzas, contemplar sus rasgos, oír su voz!
Después, en el Cielo, volveremos a ver a nuestros padres, a nuestros amigos que nos han precedido en la Patria y esta beatitud no dejará lugar a ningún deseo; tan completa será. Nadie podrá arrebatárnosla; los días sucederán a los días, los años a los años, los siglos a los siglos y la eternidad no hará más que comenzar.

EJEMPLOS. – San Agustín había hablado tan frecuentemente a su pueblo de Hipona del reino de los cielos, que habiéndosele dicho, a este pueblo: “Supongamos que Dios os prometiera vivir cien años, mil años aun, en la abundancia de todos los bienes de la tierra, mas a condición de no reinar jamás con Él”... un grito se elevó en toda la asamblea: ¡que todo perezca y nos quede Dios!
Tales son los sentimientos que deberían animar a todos los cristianos y nosotros los encontramos en el alma simple y recta de un pobre obrero que hemos conocido: Esteban Carrete perdió a su esposa cuando sus hijos se hallaban en la primera infancia. Después de largos años de penosa labor para educar a su numerosa familia, llegó a una extrema vejez sin ningún recurso. No podía trabajar más y sus hijos no lo ayudaban sino en forma insuficiente.
Casi continuamente enfermo, solo, abandonado, parecía no obstante, verdaderamente feliz, sus rasgos denotaban calma, alegría y cuando le preguntaban qué necesitaba, respondía invariablemente:
“Aquí abajo, nada, pues no deseo más que el Cielo”. Y ese hombre sin instrucción hablaba entonces de la felicidad que le esperaba después de su muerte, con un ardor, una fe y, ¿por qué no decirlo? , con una elocuencia que sorprendía a las personas que lo visitaban.
“El Cielo, decía, es la patria, el gozo de Dios, es allí donde reinaremos durante la eternidad. Yo, tan pequeño, tan pobre, tan desconocido, entraré pronto en posesión de esa felicidad, de esa gloria de la cual no podemos siquiera formarnos una idea”.
“¡Oh, cómo Dios es bueno, repetía frecuentemente, de haber preparado tan magnífica recompensa a los elegidos!”

PLEGARIA DEL BIENAVENTURADO LUIS DE GRANADA. – Os suplicamos, ¡oh Madre nuestra! tomarnos bajo vuestra protección y defender nuestra causa ante el tribunal de vuestro Hijo bien amado, a fin de que cuando Él juzgue a los vivos y a los muertos, seamos libertados por vuestra intercesión, de la muerte eterna y colocados a su diestra, en compañía de aquellos que deben reinar con Él por los siglos de los siglos. Así sea.

PROPÓSITO. – Me consolaré de las penas y tristezas de esta vida, con el pensamiento del Cielo.

JACULATORIA. – María, Puerta del Cielo, rogad por nosotros.


PLEGARIA DE SAN BERNARDO, PARA TODOS LOS DÍAS. – Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de aquellos que han acudido a vuestra protección e implorado vuestro socorro, haya sido abandonado. Animado con tal confianza, acudo a Vos ¡oh dulce Virgen de las vírgenes! me refugio a vuestros pies, gimiendo bajo el peso de mis pecados. No despreciéis, ¡oh Madre del Verbo!, mis humildes plegarias; antes bien, oídlas benignamente y cumplidlas. Así sea.

JACULATORIA. – Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.

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