viernes, 14 de febrero de 2014

Evangelio - Viernes V Semana del Tiempo Ordinario

Texto del Evangelio (Mc 7,31-37): En aquel tiempo, Jesús se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: "¡Ábrete!". 

Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
 Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
5ª semana. Viernes
TODO LO HIZO BIEN

— Jesús, nuestro Modelo, realizó su trabajo en Nazaret con perfección humana.
Con frecuencia los Evangelios recogen los sentimientos y las palabras de admiración que provocó el Señor en sus años aquí en la tierra: las gentes estaban maravilladas, todos estaban admirados por los prodigios que hacía... Y “entre las muchas alabanzas que dijeron de Jesús los que contemplaron su vida, hay una que en cierto modo comprende todas. Me refiero a aquella exclamación, cuajada de acentos de asombro y de entusiasmo, que espontáneamente repetía la multitud al presenciar atónita sus milagros: bene omnia fecit (Mc 7, 37), todo lo ha hecho admirablemente bien: los grandes prodigios, y las cosas menudas, cotidianas, que a nadie deslumbraron, pero que Cristo realizó con la plenitud de quien es perfectus Deus, perfectus homo (Símbolo Quicumque), perfecto Dios y hombre perfecto”1.
El Evangelio de la Misa2 nos invita a considerar este pasaje en el que quienes seguían al Señor no pueden dejar de exclamar: Todo lo ha hecho bien. Cristo se nos presenta como Modelo para nuestra vida corriente, y nos puede servir para examinar si de nosotros se podría decir que tratamos de hacer bien todas las cosas, las grandes y las que parecen sin importancia, porque queremos imitar a Cristo.
La mayor parte de la existencia humana de Jesús fue una vida corriente de trabajo en un pueblo hasta entonces desconocido. Y allí, en Nazaret, también el Señor lo hizo todo acabadamente, con perfección humana. En Nazaret se diría de Jesús que era un buen carpintero, el mejor que habían conocido.
Una buena parte de la vida de cada hombre y de cada mujer se encuentra configurada por la realidad del trabajo, y difícilmente encontraremos a una persona responsable que –por propia voluntad– esté sin ocupación o empleo. Muchos se sienten movidos a trabajar por fines humanos nobles: mantener a la familia, labrarse un mejor futuro..., también hay quienes se dedican a una tarea por el afán de poner en práctica y desarrollar una particular habilidad o afición, o por contribuir al bien de la sociedad, porque sienten la responsabilidad de hacer algo por los demás. Otros muchos trabajan por fines menos nobles: riqueza, ambición, poder, afirmar la propia valía, obtener lo necesario para dar satisfacción a sus pasiones. Conocemos a gentes competentes, que trabajan muchas horas a conciencia por fines exclusivamente humanos. El Señor quiere que quienes le siguen en medio del mundo sean personas que trabajan bien, con prestigio, competentes en su profesión o en su oficio, sin chapuzas; gentes muy distintas, que se mueven por fines humanos nobles y porque el trabajo –sea el que sea– es el medio donde debemos ejercitar las virtudes humanas y las sobrenaturales..., pues “sabemos que, con la oblación de su trabajo a Dios, los hombres se asocian a la propia obra redentora de Jesucristo, quien dio al trabajo una dignidad sobreeminente laborando con sus propias manos en Nazaret”3.
Nosotros le decimos al Señor que queremos realizar ejemplarmente nuestros quehaceres –de modo particular nuestro trabajo– porque deseamos vivamente que sean una ofrenda diaria que llegue hasta Él, y porque estamos decididos a imitarle en aquellos años de vida oculta en Nazaret.

— Laboriosidad, competencia profesional.
Cuando Jesús busca a quienes han de seguirle, lo hace entre hombres acostumbrados al trabajo. Maestro, toda la noche hemos estado trabajando...4, le dicen aquellos que serían sus primeros discípulos. Toda la noche, en un trabajo duro, porque les es necesario para vivir, porque son pescadores. San Pablo nos ha dejado su propio ejemplo y el de los que le acompañaban: nos afanamos con nuestras propias manos5. Y a los primeros cristianos de Tesalónica, les escribe: ni comimos el pan de balde a costa de otro, sino con trabajo y fatiga, trabajando noche y día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros6. No se dedicaba San Pablo al trabajo por simple recreo y distracción –comenta San Juan Crisóstomo–, sino que realizaba un esfuerzo tal que podía subvenir a sus necesidades y a las de los otros. Un hombre que imperaba a los demonios, que era maestro de todo el universo, a quien se le confiaron los habitantes de pueblos, naciones y ciudades, a quienes cuidaba con toda solicitud; ese hombre trabajaba día y noche. Nosotros –sigue el santo–, que no tenemos una mínima parte de sus preocupaciones, ¿qué excusas tendremos?7. No tenemos excusas para no trabajar con intensidad, con perfección, sin chapuzas.
Para trabajar bien, primero es necesario trabajar con laboriosidad, aprovechando bien las horas, pues es difícil, quizá imposible, que quien no aproveche bien el tiempo pueda acostumbrarse al sacrificio y que mantenga despierto su espíritu, que pueda vivir las virtudes humanas más elementales. Una vida sin trabajo se corrompe, y con frecuencia corrompe lo que hay a su alrededor. “El hierro que yace ocioso, consumido por la herrumbre, se torna blando e inútil; pero si se lo emplea en el trabajo, es mucho más útil y hermoso y apenas si le va en zaga a la misma plata. La tierra que se deja baldía no produce nada sano, sino malas hierbas, cardos y espinas y plantas infructuosas; mas la que se cultiva, se llena de suaves frutos. Y, para decirlo en una palabra, todo ser se corrompe por la ociosidad y se mejora por la actividad que le es propia”8. Y eso sirve igualmente para la madre de familia que debe dedicar muchas horas a su hogar y a la educación de sus hijos, para el que trabaja por cuenta propia, o para el estudiante, el jefe de la empresa y el obrero que ocupa el último lugar en una cadena de producción.
El Señor nos pide un trabajo humano bien realizado, en el que se pone intensidad, orden, ciencia, competencia, afán de perfección; una tarea que no tiene rincones sin terminar, sin tacha ni errores. Trabajo serio, que no solo parezca bueno, sino que lo sea realmente. No importa que sea manual o intelectual, de ejecución o de organización, que lo presencien otras personas de más responsabilidad o ninguna. El cristiano añade algo nuevo al trabajo: además de lo anterior, lo hace por Dios, a quien cada día lo presenta como una ofrenda que permanecerá en la eternidad; pero el modo –responsable, competente, intenso...– es el normal de todo trabajo honrado. Una tarea realizada de esta manera dignifica al que la realiza y da gloria a su Creador; se hacen rendir los dones naturales y se convierte en una continua alabanza a Dios.
Porque queremos seguir de cerca a Cristo y tratamos de imitarle, hemos de añadir a nuestros quehaceres una mayor perfección, porque en todo momento tenemos presente al Maestro, que todo lo hizo bien. Examinemos hoy en la oración la calidad humana de nuestras tareas, del estudio, y veamos junto al Señor aquellas facetas en las que pueden mejorar: intensidad, puntualidad, acabar bien lo que comenzamos con ilusión, orden, cuidado de los instrumentos de trabajo...

— Terminar con perfección el trabajo. Las cosas pequeñas en el quehacer profesional.
El cristiano descubre en el trabajo nuevas riquezas, “pues todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo”9, como solía decir de muchos modos diferentes San Josemaría Escrivá, quien predicó toda su vida que “la santidad no es cosa de privilegiados”10. Rememoraba un hecho de experiencia que le había servido para enseñar de modo gráfico a quienes se acercaban a su apostolado cómo ha de ser el trabajo hecho de cara a Dios: “Recuerdo también la temporada de mi estancia en Burgos (...). A veces, nuestras caminatas llegaban al monasterio de Las Huelgas, y en otras ocasiones nos escapábamos a la Catedral.
“Me gustaba subir a una torre, para que contemplaran de cerca la crestería, un auténtico encaje de piedra, fruto de una labor paciente, costosa. En esas charlas les hacía notar que aquella maravilla no se veía desde abajo. Y, para materializar lo que con repetida frecuencia les había explicado, les comentaba: ¡esto es el trabajo de Dios, la obra de Dios!: acabar la tarea personal con perfección, con belleza, con el primor de estas delicadas blondas de piedra. Comprendían, ante esa realidad que entraba por los ojos, que todo eso era oración, un diálogo hermoso con el Señor. Los que gastaron sus energías en esa tarea, sabían perfectamente que desde las calles de la ciudad nadie apreciaría su esfuerzo: era solo para Dios. ¿Entiendes ahora cómo puede acercar al Señor la vocación profesional? Haz tú lo mismo que aquellos canteros, y tu trabajo será también operatio Dei, una labor humana con entrañas y perfiles divinos”11, aunque nadie lo vea, aunque ninguna persona lo valore. Dios sí lo ve y lo aprecia; esto es suficiente para poner empeño en acabar las tareas con perfección, con amor.
Acabar bien lo que realizamos significa en muchos casos estar pendientes de lo pequeño. Eso exige esfuerzo y sacrificio, y al ofrecerlo se convierte en algo grato a Dios. El estar en los detalles por amor a Dios no empequeñece el alma, sino que la agranda porque se perfecciona la obra que realizamos y, ofreciéndola por intenciones concretas, nos abrimos a las necesidades de toda la Iglesia; así, nuestra tarea adquiere una dimensión sobrenatural que antes no tenía. En el quehacer profesional –lo mismo que en los otros aspectos de una vida corriente: la vida familiar y social, el descanso...– se nos ofrece siempre esa doble oportunidad: el descuido y la chapuza, que empobrecen el alma, o la pequeña obra de arte ofrecida al Señor, expresión de un alma con vida interior.
Quizá quiera el Señor hacernos ver, en este rato de oración, detalles que exigen un cambio de orientación o de ritmo en nuestro modo de trabajar. ¿Vivo el orden, que lleva a abordar las tareas según su verdadera importancia, y no guiado por el capricho o la comodidad? ¿Retraso sin motivo, solo por falta de intensidad o de puntualidad, la terminación de mi trabajo? ¿Interrumpo por cualquier excusa la tarea que tengo entre manos, haciendo quizá perder el tiempo también a los demás?
Con la ayuda de la Virgen María, terminemos este rato de meditación con un propósito concreto, que nos moverá a realizar nuestro quehacer con más perfección, y que nos facilitará acordarnos con más frecuencia del Señor: “Ahí, desde ese lugar de trabajo, haz que tu corazón se escape al Señor, junto al Sagrario, para decirle, sin hacer cosas raras: Jesús mío, te amo”12.
1 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 56. — 2 Mc 7, 31-37. — 3 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 67. —4 Lc 5, 5. — 5 1 Cor 4, 12. — 6 2 Tes 3, 8. — 7 Cfr. San Juan Crisóstomo, Homilía sobre Priscila y Aquila. — 8Ibídem. — 9 San Josemaría Escrivá, Carta 24-III-1930. — 10 ídem, Carta 19-III-1954. — 11 ídem, Amigos de Dios, 65. — 12 ídem, Forja, n. 747.
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Otro comentario: Rev. D. Joan MARQUÉS i Suriñach (Vilamarí, Girona, España)
                               Todo lo ha hecho bien
Hoy, el Evangelio nos presenta un milagro de Jesús: hizo volver la escucha y destrabó la lengua a un sordo. La gente se quedó admirada y decía: «Todo lo ha hecho bien» (Mc 7,37).

Ésta es la biografía de Jesús hecha por sus contemporáneos. Una biografía corta y completa. ¿Quién es Jesús? Es aquel que todo lo ha hecho bien. En el doble sentido de la palabra: en el qué y en el cómo, en la sustancia y en la manera. Es aquel que sólo ha hecho obras buenas, y el que ha realizado bien las obras buenas, de una manera perfecta, acabada. Jesús es una persona que todo lo hace bien, porque sólo hace acciones buenas, y aquello que hace, lo deja acabado. No entrega nada a medias; y no espera a acabarlo después.

—Procura también tú dejar las cosas totalmente listas ahora: la oración; el trato con los familiares y las otras personas; el trabajo; el apostolado; la diligencia para formarte espiritual y profesionalmente; etc. Sé exigente contigo mismo, y sé también exigente, suavemente, con quienes dependen de ti. No toleres chapuzas. No gustan a Dios y molestan al prójimo. No tomes esta actitud simplemente para quedar bien, ni porque este procedimiento es el que más rinde, incluso humanamente; sino porque a Dios no le agradan las obras malas ni las obras “buenas” mal hechas. La Sagrada Escritura afirma: «Las obras de Dios son perfectas» (Dt 32,4). Y el Señor, a través de Moisés, manifiesta al Pueblo de Israel: «No ofrezcáis nada defectuoso, pues no os sería aceptado» (Lev 22,20). Pide la ayuda maternal de la Virgen María. Ella, como Jesús, también lo hizo todo bien.

San Josemaría nos ofrece el secreto para conseguirlo: «Haz lo que debas y está en lo que haces». ¿Es ésta tu manera de actuar?

Otro comentario: REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)
              En la acción sanadora de Jesús entra la oración
Hoy consideramos cómo en la acción sanadora de Jesús entra claramente la oración, con su mirada hacia el cielo. La fuerza que curó al sordomudo fue provocada ciertamente por la compasión hacia él, pero provino del hecho de que Jesucristo recurre al Padre. 

La decisión de llevar al enfermo a un lugar apartado hace que, en el momento de la curación, Jesús y el sordomudo se encuentren solos, en la cercanía de una relación singular. La intensidad de la atención de Jesús se manifiesta en que el Señor toca los oídos y la lengua del enfermo, o sea, los sitios específicos de su enfermedad, y usa sus propios dedos e, incluso, su propia saliva. 

—Pero el punto central de este episodio es el hecho de que Jesús, en el momento de obrar la curación, busca directamente su relación con el Padre. La atención al enfermo, los cuidados de Jesús hacia él, están relacionados con una profunda actitud de oración dirigida a Dios.

Otro comentario: San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia  - Discurso sobre el salmo 103; IV, 17

                "Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”

“Cantaré al Señor mientras viva, tocaré para mi Dios mientras exista” (Sal 103,33) ¿Qué cantará el salmista? Cantará todo lo que Dios es. ¡Cantemos la gloria del Señor durante toda nuestra vida! Nuestra vida actual no es más que una esperanza; nuestra vida auténtica será la eternidad; la vida de esta vida mortal es la esperanza de la vida inmortal. “Cantaré al Señor mientras viva, tocaré para mi Dios mientras exista”. Y como viviré en él para siempre, mientras exista cantaré a mi Dios.

Cuando hayamos iniciado nuestro canto al Señor en la ciudad del cielo no haremos otra cosa. Toda nuestra vida será entonces cantar la gloria de Dios. Si, aquí abajo, el objeto de nuestras alabanzas nos produce hastío, nuestros cantos de alabanzas también nos cansarán. Pero si amamos al Señor, objeto de nuestra alabanza, cantaremos por siempre su gloria. “¡Cantaré al Señor mientras viva...!”


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