miércoles, 12 de febrero de 2014

Nuestro conocimiento de la divina voluntad


Actualizado 12 febrero 2014
Nuestro conocimiento de la divina voluntad
            El cumplimiento de la voluntad de Dios…., era para el Señor su Hijo, lo más fundamental de todo. Así tenemos que San Juan escribe en evangelios: “…, mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado, y dar cumplimiento a su obra”. (Jn 4,34), y en el capítulo seis: “…, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envío”.  (Jn 6,38). También San Marcos recoge las palabras del Señor cuando dice: “No se haga como yo quiero, Padre, sino como quieres Tu”. (Mc 14,36). Por su parte San Mateo, también escribe: “No todo el que dice: ¡Señor, Señor! entrara en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo”. (Mt 7,21). “…, mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado, y dar cumplimiento a su obra”. (Jn 4,34). “…, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envío”. (Jn 6, 38). Y además de estas citas existen otras varias más acerca de la importancia que tenía para el Señor, cumplimentar la voluntad de su padre. Y esa misma importancia ha de tener para nosotros.
            Pero para cumplimentar la voluntad de Dios, desde luego que lo primero de todo es tener el deseo de cumplimentarla, de hacer lo que Dios desea que hagamos. Y si este deseo es firme y cierto, viene después la segunda parte, que es, la de que hay que tener un perfecto conocimiento, de cuál es el contenido de esa voluntad de Dios, que deseamos cumplimentar en el caso concreto de que se trate. Eso es un algo, que a primera vista puede parecer fácil, pero no lo es tanto, puesto que para ello se ha de tener una tremenda limpieza de nuestra alma y un gran y perfecto desarrollo de nuestra vida espiritual. Y de todo esto generalmente, al menos yo, carecemos muchos y desde luego no se dispone debidamente de estos bienes espirituales.
            Escriben los autores norteamericanos, Nemeck F. K. y Coombs M. T. diciéndonos, que: “El discernimiento se va evidenciando según la medida de iluminación que Dios quiera concedernos y hasta el grado que seamos capaces de asimilar en ese momento. Puesto que el discernimiento comienza en fe, prosigue en fe, y termina en fe, y siempre permanecerá envuelto en cierta oscuridad. No podemos saber con rigor y precisión científica que es exactamente lo que el Señor desea. En el deslizamiento normal de los acontecimientos de nuestra vida diaria, la intuición y el sentido común constituyen dos de los más importantes medios para percibir la voluntad de Dios”.
            Para Jean Lafrance, “El discernimiento solo es posible a los que viven habitualmente en oración. No se trata de cualquier oración, sino de una oración que nos enseña a contemplar la acción del Espíritu Santo en nosotros a fin de colaborar en ella”. Y sigue diciéndonos más adelante: “Es preciso que una persona se halla desarrollado en la vida del Espíritu para ser capaz de discernir. No es el trabajo de una razón que reflexiona o discute, ni de una voluntad que decide, sino de un sentido espiritual que reconoce la acción del Espíritu, descubriendo su rastro”.
Diariamente nos encontramos ante dilemas de que es, lo que debemos de hacer, que es lo que Dios desea que yo haga. Y estamos obligados a buscar la auténtica voluntad de Dios, no la que más de una vez nosotros pensamos que esa es la auténtica, Nuestra dichosa concupiscencia, unida a nuestra soberbia consciente o inconsciente, ayudado todo esto con las razones justificativas que nos susurra satanás, nos desvían de adquirir un exacto y autentico conocimiento de cual es y en cada momento y circunstancia esta la voluntad de Dios. Lo normal es que nos encontremos muchas veces, escribe Fernández Carvajal que estamos a oscuras y desorientados porque, en vez de buscar la luz de la voluntad de Dios, vamos alumbrando nuestra vida con la luz de nuestros propios caprichos, que nos llevan quizás por sendas más fáciles. Realmente a todos los que deseamos cumplir con la voluntad de Dios, nos gustaría tener la certeza de estar cumpliendo la voluntad de Dios: un deseo lógico y natural y desde luego hay que pensar que, si lo que pretendemos es amoldarnos a ella: y si las buscamos con corazón sincero, normalmente Dos se ocupará de ello, y contaremos con las luces que nos permitan comprenderla.
Pero no siempre es así, escribe Jacques Philippe. Por dos razones: la primera porque Dios nos trata como adultos y existen multitud de circunstancias en las que quiere que decidamos por nosotros mismos. Y en segundo lugar con el fin de purificarnos: si siempre tuviéramos la seguridad de estar en la Verdad, de estar haciendo la voluntad de Dios, no tardaríamos en caer en una peligrosa presunción que podría convertirse fácilmente en orgullo espiritual, por nuestra parte. La imposibilidad de estar siempre absolutamente seguros de hacer la voluntad divina es una dolorosa desgracia, pero nos protege, nos hace humildes y pequeños, en búsqueda constante, y nos impide apoyarnos en nosotros mismos y alcanzar una falsa seguridad que nos eximiría del abandono
            Lo importante desde luego es la buena fe en la intencionalidad de nuestros actos. Así el Abad Eugene Boyland, nos dice: “Dios no se enojará con nosotros por no seguir un camino inseguro, y donde su voluntad no está clara, nunca debemos dejar que nuestra duda sea una fuente de inquietud para nosotros o un desvío de Él”. Y San Francisco de Sales, el dulce obispo de Ginebra, aunque los protestantes no le dejaban entrar en su diócesis y resida cerca de Ginebra en Annency, se preguntaba: ¿A qué calentarme la cabeza en adivinar si Dios prefiere que yo rece el rosario, mejor que el oficio parvo,…?. ¿O que vaya a visitar enfermos del hospital mejor que a rezar las Vísperas?…. Lo importante es obrar siempre de buena fe, sin pararse en nimiedades…”.
            Para comprender bien ese tema y darnos cuenta que el discernimiento correcto, siempre nos vendrá de Dios si procuramos actuar siempre de buena fe y con limpia intencionalidad, debemos de tener presente tal cómo nos dice el obispo Fulton Sheen que:“El conocimiento es adquirido; la sabiduría es infusa. El conocimiento proviene del afuera; se aprende y se absorbe. La sabiduría es infundida y nos llega como una iluminación”. Será mediante la razón y mediante el Evangelio, con la iluminación del Espíritu Santo, como Dios nos guiará..
Si así actuamos, nos dice Jean Lafrance que: “La paz y la alegría son señales de la acción de Dios en ti…. Si gozas de una paz duradera, y de una verdadera alegría, puedes decir que los proyectos que acompañan a tus sentimientos interiores son queridos por Dios, pues el Espíritu Santo obra siempre en la alegría la paz y la dulzura. Si por el contrario, estas triste, desanimado e inquieto puedes suponer que el proyecto formado está inspirado probablemente por la carne o por el espíritu del mal”.  
            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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