jueves, 13 de marzo de 2014

Evangelio - Viernes 1º Semana de Cuaresma

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5, 20-26
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: 
"Les aseguro que si no son mejores que los escribas y los fariseos, ustedes no entrarán en el Reino de los cielos.
Han oído que se dijo a nuestros antepasados: No matarás; y el que mate será llevado a juicio. Pero yo les digo que todo el que se enoje con su hermano será llevado a juicio; el que lo llame estúpido será llevado a juicio ante el tribunal supremo, y el que lo llame imbécil será condenado al fuego que no se apaga.
Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano; luego regresa y presenta tu ofrenda. Trata de ponerte de acuerdo con tu adversario mientras vas de camino con él; no sea que te entregue al juez, y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria

Cuaresma. 1ª semana. Viernes
LA CUARESMA, TIEMPO DE PENITENCIA

— El pecado es personal. Sinceridad para reconocer nuestros errores y flaquezas. Necesidad de la penitencia.

La eficacia de la auténtica penitencia, que es la conversión del corazón a Dios, puede perderse si se cae en la tentación, frecuente antes y ahora, de soslayar que el pecado es personal. En la Primera lectura de la Misa, el profeta Ezequiel pone en guardia a los judíos de su época para que no olviden la gran lección del destierro, pues lo veían como algo inevitable y fraguado de antiguo por los pecados de otros. El Profeta declara que el castigo es consecuencia de los pecados actuales de cada individuo. El Espíritu Santo nos habla, a través de sus palabras, de la responsabilidad individual y, por tanto, de la penitencia y de la salvación personal. Así dice el Señor: El que peca, ese morirá; el hijo no cargará con la culpa del padre, el padre no cargará con la culpa del hijo; sobre el justo recaerá su justicia, sobre el malvado recaerá su maldad1.
Dios quiere que el pecador se convierta y viva2, pero este ha de cooperar con su arrepentimiento y sus obras de penitencia. “El pecado –dice Juan Pablo II–, en sentido verdadero y propio, es siempre un acto de la persona, porque es un acto libre de la persona individual, y no precisamente de un grupo o una comunidad”3. Descargar al hombre de esta responsabilidad “supondría eliminar la dignidad y la libertad de las personas, que se revelan –aunque sea de modo tan negativo y tan desastroso– también en esta responsabilidad por el pecado cometido. Y así, en cada hombre no existe nada tan personal e intransferible como el mérito de la virtud o la responsabilidad de la culpa”4.
Por eso, es una gracia del Señor no dejar de arrepentirnos de nuestros pecados pasados ni enmascarar los presentes, aunque sean solo imperfecciones, faltas de amor... Que podamos decir nosotros también: porque yo conozco mi iniquidad, y mi pecado está siempre delante de mí5. Es cierto que confesamos un día nuestras culpas y el Señor nos dijo: Anda, vete y no peques más6. Pero los pecados dejan una huella en el alma. “Perdonada la culpa, permanecen las reliquias del pecado, disposiciones causadas por los actos precedentes; quedan, sin embargo, debilitadas y disminuidas de manera que no dominan al hombre, y están más en forma de disposición que de hábito”7. Además existen pecados y faltas no advertidas por falta de espíritu de examen, por falta de delicadeza de conciencia... Son como malas raíces que han quedado en el alma y que es necesario arrancar mediante la penitencia para impedir que generen frutos amargos.
Son muchos los motivos para hacer penitencia en este tiempo de Cuaresma, y debemos concretarla en cosas pequeñas: mortificación en las comidas –como la abstinencia que manda la Iglesia–, vivir la puntualidad, guardar la imaginación... Y también, con el consejo del director espiritual, del confesor, otras mortificaciones de más relieve, que nos ayuden a purificar nuestra alma y a desagraviar por los pecados propios y ajenos.

— El pecado personal tiene efectos en los demás. Reparar por los pecados del mundo. Penitencia y Comunión de los Santos.

El pecado deja una huella en el alma que es preciso borrar con dolor, con mucho amor. Por otra parte, aunque el pecado es siempre una ofensa personal a Dios, no deja de tener sus efectos en los demás. Para bien o para mal estamos constantemente influyendo en quienes nos rodean, en la Iglesia, en el mundo. No solo por el buen o el mal ejemplo que damos o por los resultados directos de nuestras acciones. “Es esta la otra cara de aquella solidaridad que, a nivel religioso, se desarrolla en el misterio profundo y magnífico de la comunión de los santos, merced a la cual se ha podido decir que “toda alma que se eleva, eleva al mundo”. A esta ley de la elevación corresponde, por desgracia, la ley del descenso, de suerte que puede hablarse de una comunión del pecado, por el que un alma que se abaja por el pecado abaja consigo a la Iglesia y, en cierto modo, al mundo entero. En otras palabras, no existe pecado alguno, aun el más íntimo y secreto, el más estrictamente individual, que afecte exclusivamente a aquel que lo comete. Todo pecado repercute, con mayor o menor intensidad, con mayor o menor daño, en todo el conjunto eclesial y en toda la familia humana”8.
Nos pide el Señor que seamos motivo de alegría y luz para toda la Iglesia. Será una gran ayuda en medio de nuestro trabajo y de nuestros quehaceres pensar en los demás, sabernos ayuda –también en la penitencia– para todo el Cuerpo Místico de Cristo, y en especial para aquellas personas que, en el caminar de la vida, el Señor ha puesto junto a nosotros y con las que mantenemos una especial unión: “Si sientes la Comunión de los Santos –si la vives–, serás gustosamente hombre penitente. —Y entenderás que la penitencia es “gaudium, etsi laboriosum”-alegría, aunque trabajosa-: y te sentirás “aliado” de todas las almas penitentes que han sido, son y serán”9. “Tendrás más facilidad para cumplir tu deber al pensar en la ayuda que te prestan tus hermanos y en la que dejas de prestarles, si no eres fiel”10.
La penitencia que nos pide el Señor, como cristianos en medio del mundo, ha de ser discreta, alegre...; que quiere pasar inadvertida, pero no deja de traducirse enabundantes hechos concretos. Por lo demás, tampoco importa mucho si alguna vez se advierte. “Si han sido testigos de tus debilidades y miserias, ¿qué importa que lo sean de tu penitencia?”11. Si otras personas han sido testigos de nuestro mal genio o falta de amor, o de nuestra pereza, o de otros pecados, no nos debe importar que sepan y veanque estamos reparando esas debilidades.

— Penitencia en la vida ordinaria, en el servicio a las personas que nos rodean.

La vida del cristiano puede estar llena de esta penitencia que Dios ve: ofrecimiento de la enfermedad o del cansancio, rendimiento del propio juicio, trabajo acabado y bien hecho por amor a Dios, orden en las cosas personales.
Una penitencia especialmente grata al Señor es aquella que recoge muchas muestras de caridad y que tiende a facilitar hacia otros el camino hacia Dios, haciéndoselo más amable.
En el Evangelio de la Misa de hoy nos dice el Señor: si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda12. Nuestro ofrecimiento al Señor debe ir acompañado de la caridad. Entre las mejores muestras de penitencia están las que hacen referencia al amor a los demás: el saber pedir perdón cuando hemos ofendido a los demás; el sacrificio que supone la formación de alguien que tenemos a nuestro cargo; la paciencia; el saber perdonar con prontitud y generosidad... A este respecto dice San León Magno: “Aunque en todo tiempo haga falta aplicarse a santificar el cuerpo, ahora sobre todo, durante los ayunos de la Cuaresma, debéis perfeccionaros por la práctica de una piedad más activa. Dad limosna, que es muy eficaz para corregirnos de nuestras faltas; pero perdonad también las ofensas, abandonad las quejas contra aquellos que os han hecho algún mal”13. “Perdonemos siempre, con la sonrisa en los labios. Hablemos claramente, sin rencor, cuando pensemos en conciencia que debemos hablar. Y dejemos todo en las manos de Nuestro Padre Dios, con un divino silencio –Iesus autem tacebat (Mt 26, 63), Jesús callaba–, si se trata de ataques personales, por brutales e indecorosos que sean”14.
Acerquémonos al altar de nuestro Dios sin el menor peso de enemistad o de rencor. Por el contrario, procuremos llevar muchas muestras de comprensión, de cortesía, de generosidad, de misericordia.
Así seguiremos a Cristo por el Vía Crucis que Él nos marcó y que le llevó a ser clavado en la Cruz: “—Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc 23, 34).
“Es el Amor lo que ha llevado a Jesús al Calvario. Y ya en la Cruz, todos sus gestos y todas sus palabras son de amor, de amor sereno y fuerte (...).
“Y nosotros, rota el alma de dolor, decimos sinceramente a Jesús: soy tuyo, y me entrego a Ti, y me clavo en la Cruz gustosamente, siendo en las encrucijadas del mundo un alma entregada a Ti, a tu gloria, a la Redención, a la corredención de la humanidad entera”15.
Nuestra Madre Santa María nos enseñará a encontrar muchas ocasiones para ser generosos en la entrega a quienes están a nuestro lado en el quehacer de todos los días.

1 Ez 18, 21. — 2 Cfr. Ez 18, 23. — 3 Juan Pablo II, Exhor. Apost. Reconciliatio et Paenitentia, 2-XII-1984, 16. — 4 Ibídem. — 5 Sal 50, 5. — 6 Cfr. Jn 8, 11. —7 Santo Tomás, Suma Teológica, 3, q. 86, a. 5 c. — 8 Juan Pablo II, loc. cit. — 9 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 548. — 10 Ibídem, n. 549. — 11 Ibídem, n. 197. — 12 Mt 5, 23-24. — 13 San León Magno,Sermón 45 sobre la Cuaresma. — 14 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 72. — 15ídem, Vía Crucis, XI.
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Otro comentario: Fr. Thomas LANE (Emmitsburg, Maryland, Estados Unidos)
Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano
Hoy, el Señor, al hablarnos de lo que ocurre en nuestros corazones, nos incita a convertirnos. El mandamiento dice «No matarás» (Mt 5,21), pero Jesús nos recuerda que existen otras formas de privar de la vida a los demás. Podemos privar de la vida a los demás abrigando en nuestro corazón una ira excesiva hacia ellos, o al no tratarlos con respeto e insultarlos («imbécil»; «renegado»: cf. Mt 5,22).

El Señor nos llama a ser personas íntegras: «Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,24), es decir, la fe que profesamos cuando celebramos la Liturgia debería influir en nuestra vida cotidiana y afectar a nuestra conducta. Por ello, Jesús nos pide que nos reconciliemos con nuestros enemigos. Un primer paso en el camino hacia la reconciliación es rogar por nuestros enemigos, como Jesús solicita. Si se nos hace difícil, entonces, sería bueno recordar y revivir en nuestra imaginación a Jesucristo muriendo por aquellos que nos disgustan. Si hemos sido seriamente dañados por otros, roguemos para que cicatrice el doloroso recuerdo y para conseguir la gracia de poder perdonar. Y, a la vez que rogamos, pidamos al Señor que retroceda con nosotros en el tiempo y lugar de la herida —reemplazándola con su amor— para que así seamos libres para poder perdonar.

En palabras de Benedicto XVI, «si queremos presentaros ante Él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros. Por eso, es necesario aprender la gran lección del perdón: no dejar que se insinúe en el corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el corazón a la magnanimidad de la escucha del otro, abrir el corazón a la comprensión, a la posible aceptación de sus disculpas y al generoso ofrecimiento de las propias».
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Otro comentario: REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)
No encontraremos a Dios sin perdonar
Hoy encontramos la enseñanza de Jesús sobre el perdón al comienzo del "Sermón de la Montaña", en una nueva interpretación del quinto mandamiento. La ofensa sólo se puede superar mediante el perdón, no a través de la venganza. Dios es un Dios que perdona porque ama a sus criaturas; pero el perdón sólo puede penetrar, sólo puede ser efectivo, en quien a su vez perdona.

El Señor nos dice que no se puede presentar ante Dios quien no se ha reconciliado con el hermano; adelantarse con un gesto de reconciliación, salir a su encuentro, es una condición previa para dar culto a Dios correctamente. A este respecto, podemos pensar que Dios mismo, sabiendo que los hombres estábamos enfrentados con Él como rebeldes, se ha puesto en camino desde su divinidad para venir a nuestro encuentro, para reconciliarnos. 

—Jesús, antes del don de la Eucaristía, te arrodillaste ante tus discípulos y les lavaste los pies sucios, los purificaste con tu su amor humilde. Que sea así mi perdón.



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