martes, 6 de mayo de 2014

Evangelio - Martes 3º Semana de Pascua

† Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 30-35
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, la gente preguntó a Jesús:
"¿Qué señal puedes ofrecernos para que, al verla, te creamos? ¿Cuál es tu obra? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio a comer pan del cielo".
Jesús les respondió:
"Les aseguro que no fue Moisés quien les dio el pan del cielo. Es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. El pan de Dios viene del cielo y da la vida al mundo".
Entonces le dijeron:
"Señor, danos siempre de ese pan".
Jesús les contestó:
"Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
Pascua. 3ª semana. Martes
RECTITUD DE INTENCIÓN

— Pureza de intención y presencia de Dios. Actuar de cara a Dios.

La vida de los primeros fieles y su testimonio en el mundo nos dan a conocer su temple y valentía. No tenían como norma de conducta aquello que era más fácil o más cómodo o más popular, sino el cumplimiento acabado de la voluntad de Dios. “No hacían caso de los peligros de la muerte (...), ni de su pequeño número, ni de la multitud de sus contrarios, ni del poder, fuerza y sabiduría de sus enemigos; porque tenían fuerzas mayores que todo eso: el poder de Aquel que había muerto en la Cruz y había resucitado”1. Tenían la mirada fija en Cristo, que dio su vida por todos los hombres. No buscaban su gloria personal ni el aplauso de sus conciudadanos. Actuaban con rectitud de intención, con la mirada puesta en su Señor. Esto es lo que permite decir a San Esteban en el momento de su martirio: Señor, no les tengas en cuenta su pecado2, como leemos en la Misa de hoy.
La intención es recta cuando Cristo es el fin y el motivo de nuestras acciones. “La pureza de intenciones no es más que presencia de Dios: Dios nuestro Señor está presente en todas nuestras intenciones. ¡Qué libre estará nuestro corazón de todo impedimento terrenal, qué limpia será nuestra mirada y qué sobrenatural todo nuestro modo de obrar cuando Jesucristo reine de verdad en el mundo de nuestra intimidad y presida toda nuestra intención!”3.
Por el contrario, quien busca la aprobación ajena y el aplauso de los demás puede llegar a deformar la propia conciencia: Se puede entonces tomar como criterio de actuación “el qué dirán” y no la voluntad de Dios. La preocupación por la opinión de los demás podría transformarse en miedo al ambiente; se llegaría fácilmente entonces a neutralizar la actividad apostólica de los cristianos, quienes “han tomado sobre sí una tarea urgente que han de cumplir en la tierra”4: la evangelización del mundo.
En ocasiones, por no desentonar con el ambiente, se comienza con facilidad a no ser del todo coherente con los principios. Se cae en la tentación de inclinarse hacia el lado en que es más fácil recoger sonrisas y cumplidos, o, en el mejor de los casos, del lado de la mediocridad. Es lo que ocurrió con los fariseos. “Ella (la vanagloria y la cobardía) fue la que los apartó de Dios; ella les hizo buscar otro teatro para sus luchas, y esto los perdió. Porque como se procura agradar a los espectadores que cada uno tiene, según los espectadores, tales son los combates que se realizan”5. Por el contrario, el que busca de verdad a Cristo ha de saber que su conducta –sobre todo si su vida se desarrolla en un medio poco cristiano– será impopular y combatida en muchas ocasiones.
Debemos procurar, en primer lugar, en nuestras actuaciones, agradar a Cristo. Si aún buscara agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo6. Y el mismo San Pablo replicaba así a algunos fieles de Corinto que criticaban su apostolado: En cuanto a mí, muy poco se me da ser juzgado por vosotros o por cualquier otro tribunal, que ni aun a mí mismo me juzgo... Quien me juzga es el Señor7.
Los juicios humanos son a menudo errados y poco fiables. Solo Dios puede juzgar nuestras acciones y también nuestras intenciones. “Entre las sorpresas que nos esperan en el día del juicio, no será la menor el silencio que el Señor guardará sobre aquellas de nuestras acciones que nos valieron los aplausos de nuestros semejantes (...). En cambio, puede suceder que haya inscrito en nuestro activo algunas acciones que nos hayan atraído críticas, censuras (...). Nuestro juez es el Señor. Y a Él es a quien hemos de agradar”8. Preguntémonos muchas veces al día: ¿hago en este momento lo que debo?, ¿busco la gloria de Dios, o la propia vanidad, el quedar bien? Si somos sinceros en esas ocasiones, tendremos luz para rectificar la intención, si fuera necesario, y dirigirla al Señor.

— Vigilantes ante las alabanzas y elogios. “Para Dios toda la gloria”. Rectificar.

Una mala intención destruye las mejores acciones; la obra puede estar bien hecha, incluso ser beneficiosa, pero, por estar corrompida en su fuente, pierde todo su valor a los ojos de Dios. La vanidad o el buscarse a uno mismo puede destruir, a veces totalmente, lo que podría haber sido una obra de santidad. Sin rectitud de intención equivocamos el camino.
En algunas ocasiones el recibir un pequeño elogio es un signo de amistad y puede ayudarnos en el camino del bien. Pero debemos dirigirlo con sencillez al Señor; además, una cosa es recibir un elogio, una señal de ser bien recibidos, y otra, el buscarlo. Y siempre hemos de estar atentos y vigilantes ante las alabanzas, pues “muchas veces nuestra débil alma, cuando recibe por sus buenas acciones el halago de los aplausos humanos, se desvía (...), encontrando así mayor placer en ser llamada dichosa que en serlo realmente (...). Y aquello que había de serle motivo de alabanza a Dios se le convierte en causa de separación”9.
El Señor señala en diversas ocasiones el pago de las buenas obras hechas sin rectitud de intención: ya recibieron su recompensa, dice refiriéndose a los fariseos que buscaban el ser alabados y considerados. Se ha obtenido lo que se había buscado: una mirada de aprobación, un gesto admirativo, una palabra elogiosa. Y de todo eso quedará solo humo en muy poco tiempo: nada para la eternidad. ¡Qué fracaso haber perdido tanto por tan poco! Dios recibe nuestras acciones –aunque sean pequeñas– si las hemos ofrecido con intención pura: hacedlo todo para la gloria de Dios10, nos aconseja San Pablo. Las dos pequeñas monedas que aquella pobre viuda echó en el cepillo del Templo11, se convirtieron en un gran tesoro en el Cielo.
El Señor contempla nuestra vida y tiene cada día la mano extendida para ver qué le ofrecemos: acepta aquello que verdaderamente hacemos por Él. De lo demás ya recibimos nuestra triste recompensa aquí abajo. “Pureza de intención. —Las sugestiones de la soberbia y los ímpetus de la carne los conocemos pronto... y peleas y, con la gracia, vences.
“Pero los motivos que te llevan a obrar, aun en las acciones más santas, no te parecen claros... y sientes una voz allá dentro que te hace ver razones humanas..., con tal sutileza, que se infiltra en tu alma la intranquilidad de pensar que no trabajas como debes hacerlo —por puro Amor, sola y exclusivamente por dar a Dios toda su gloria.
“Reacciona enseguida cada vez y di: “Señor, para mí nada quiero. —Todo para tu gloria y por Amor”“12.
Qué estupenda jaculatoria para repetirla muchas veces: “Señor, para mí nada quiero. —Todo para tu gloria y por Amor”. Nos ayudará a vivir el desprendimiento de tantas cosas y a rectificar la intención en muchas ocasiones.

— Examinar los motivos que mueven nuestras acciones. Omisiones en el apostolado por falta de rectitud de intención.

Para ser personas de intención recta es conveniente examinar los motivos que mueven nuestras acciones: considerar en la presencia de Dios lo que nos induce a comportarnos de una manera o de otra, lo que nos lleva a reaccionar de este modo, si existen omisiones en nuestro apostolado por falsos respetos humanos, si nos amoldamos con facilidad a un ambiente poco cristiano, etcétera. A la luz de la fe podremos descubrir los puntos de cobardía o de vanagloria que puede haber en la conducta.
Nos indica el Señor una norma clara: cuando des limosna no lo vayas pregonando...13, no publicar lo que hacemos, no detenernos en lo que nos parece que hemos hecho bien. Ni en el momento de hacerlo, ni después: que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha. No dejar de hacer tampoco aquello que debemos.
Tenemos un testigo de excepción. Ninguno de nuestros actos pasa inadvertido ante nuestro Padre Dios. Nada le es indiferente, esto ya es recompensa suficiente, un gran motivo para rectificar la intención en el trabajo y en las obras de apostolado. “Una impaciente y desordenada preocupación por subir profesionalmente, puede disfrazar el amor propio so capa “de servir a las almas”. Con falsía –no quito una letra–, nos forjamos la justificación de que no debemos desaprovechar ciertas coyunturas, ciertas circunstancias favorables...
“Vuelve tus ojos a Jesús: Él es “el Camino”. También durante sus años escondidos surgieron coyunturas y circunstancias “muy favorables”, para anticipar su vida pública. A los doce años, por ejemplo, cuando los doctores de la ley se admiraron de sus preguntas y de sus respuestas... Pero Jesucristo cumple la Voluntad de su Padre, y espera: ¡obedece!
“—Sin perder esa santa ambición tuya de llevar el mundo entero a Dios, cuando se insinúen esas iniciativas –ansias quizá de deserción–, recuerda que también a ti te toca obedecer y ocuparte de esa tarea oscura, poco brillante, mientras el Señor no te pida otra cosa: Él tiene sus tiempos y sus sendas”14.
Vigilancia nos pide el Señor, porque si nos descuidamos, buscaremos la recompensa de aquí abajo, y dejaremos de hacer el bien por cobardía, por respetos humanos, por miedo a la opinión de los demás. No nos vaya a suceder “como la nave, que ha realizado muchos viajes, y ha escapado de muchas tempestades, pero en el mismo puerto choca contra una roca y se le caen por la borda todos los tesoros que guardaba; así, quien, después de muchos trabajos, no rechaza el deseo de alabanzas, naufraga en el mismo puerto”15.
Somos más libres cuando hacemos las cosas solamente por Dios. Así no estamos supeditados al “qué dirán” ni a la gratitud humana, que es siempre frágil. La rectitud de intención nos ayuda a realizar un apostolado más fecundo en cualquier ambiente y en cualquier circunstancia, nos señala el camino de la libertad anterior.

1 San Juan Crisóstomo, Hom. sobre San Mateo, 4. — 2 Hech 7, 59. — 3 S. Canals, Ascética meditada, p. 143. — 4 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 93. — 5 San Juan Crisóstomo,Homilías sobre San Mateo, 72. — 6 Gal 1, 10. — 7 1 Cor 4, 3-4. — 8 G. Chevrot, En lo secreto, p. 33. — 9 San Gregorio Magno, Moralia, 10, 47-48. — 10 1 Cor 10, 31. — 11 Mc 12, 42. — 12 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 783. — 13 Mt 6, 2-4. — 14 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 701. —15 San Juan Crisóstomo, Hom. de perect. Evang.
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Otro comentario: REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)
Juan 6: la Ley se ha hecho Persona
Hoy vuelve a resonar el "Yo soy" de Jesús. Él les acaba de pedir que se afanen por el alimento que permanece para la vida eterna. El hombre, en realidad, tiene hambre de algo más que del maná del desierto. El don que alimente al hombre en cuanto hombre debe ser superior, estar a otro nivel. 

¿Es la Torá ese otro alimento? A través de ella, el hombre puede de algún modo hacer de la voluntad de Dios su alimento. Sí, la Torá es "pan" que viene de Dios; pero sólo nos muestra, por así decirlo, la "espalda" de Dios, es una "sombra". «El pan de Dios es el que ha bajado del cielo y da la vida al mundo» (Jn 6,33). Como los que le escuchaban seguían sin entenderlo, Jesús lo repite de un modo inequívoco: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed» (Jn 6,35).

—¡La Ley se ha hecho Persona!

Otro comentario: Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)
Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo
Hoy, en las palabras de Jesús podemos constatar la contraposición y la complementariedad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: el Antiguo es figura del Nuevo y en el Nuevo las promesas hechas por Dios a los padres en el Antiguo llegan a su plenitud. Así, el maná que comieron los israelitas en el desierto no era el auténtico pan del cielo, sino la figura del verdadero pan que Dios, nuestro Padre, nos ha dado en la persona de Jesucristo, a quien ha enviado como Salvador del mundo. Moisés solicitó a Dios, a favor de los israelitas, un alimento material; Jesucristo, en cambio, se da a sí mismo como alimento divino que otorga la vida.

«¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas?» (Jn 6,30), exigen incrédulos e impertinentes los judíos. ¿Les ha parecido poco el signo de la multiplicación de los panes y los peces obrada por Jesús el día anterior? ¿Por qué ayer querían proclamar rey a Jesús y hoy ya no le creen? ¡Qué inconstante es a menudo el corazón humano! Dice san Bernardo de Claraval: «Los impíos andan alrededor, porque naturalmente, quieren dar satisfacción al apetito, y neciamente despreciar el modo de conseguir el fin». Así sucedía con los judíos: sumergidos en una visión materialista, pretendían que alguien les alimentara y solucionara sus problemas, pero no querían creer; eso era todo lo que les interesaba de Jesús. ¿No es ésta la perspectiva de quien desea una religión cómoda, hecha a medida y sin compromiso? 

«Señor, danos siempre de este pan» (Jn 6,34): que estas palabras, pronunciadas por los judíos desde su modo materialista de ver la realidad, sean dichas por mí con la sinceridad que me proporciona la fe; que expresen de verdad un deseo de alimentarme con Jesucristo y de vivir unido a Él para siempre.

Otro comentario:  Baudoin de Ford (¿-c. 1190), abad cisterciense, obispo
El Sacramento del Altar III,3; PL 204,, 768-769

“Mi Padre os da el verdadero pan bajado del cielo.” (Jn 6,32)

Dios, cuya naturaleza es bondad, cuya sustancia es amor, cuya vida es benevolencia, queriendo mostrarnos la dulzura de su naturaleza y la ternura que siente hacia sus hijos, envió a su Hijo a este mundo, el pan de los ángeles (Sal 77,25) “por el amor extremo con que nos amó” (Ef 2,4) “Porque Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único.” (Jn 3,16)

Este es el verdadero maná que el Señor hizo llover del cielo como alimento de los hombres...éste el que Dios en su bondad ha preparado para sus pobres. (Sal 67,9ss) Porque Cristo, que descendió por todos los hombres y hasta el lugar concreto de cada hombre, atrae a todos hacia si por su bondad inefable. No rechaza a nadie y admite a todos los hombres a la conversión. Para todos los que le reciben es dulzura deliciosa. Únicamente él puede colmar todos los anhelos del hombre... y se adapta de manera diferente a unos y a otros, según sus tendencias, sus deseos y apetitos...

Cada uno encuentra en él un sabor distinto...Porque no tiene el mismo sabor para el que se convierte y comienza el camino como para el que avanza en él o está ya llegando a la meta. No tiene el mismo sabor en la vida activa que en la vida contemplativa, ni para el que usa de este mundo como el que vive apartado de él, para el célibe y el hombre casado, para el que ayuna y distingue los días como para el que considera todos iguales. (cf Rm 14,5)...Este maná cura las enfermedades, alivia los dolores, anima en los esfuerzos y fortalece la esperanza... Aquellos que lo han saboreado “siempre tendrán hambre” (Ecl 24,29) Los que tienen hambre serán saciados.

Otro comentario:   Jesús bajó del Cielo

El Reino de Dios está en los Cielos, y de allí vino Jesús, que llegó a la vida humana, como Hijo de Dios y de la Virgen María. Para los incrédulos, os digo que Dios creó a Adán y a Eva, y te creó a ti y al mundo entero; lo creó todo, y entró en su Madre María, como formó el sol, con su sola voluntad. Es de fe, es la realidad.  

P. Jesús


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