viernes, 2 de mayo de 2014

¿Te pesan mucho tus cargas?



¿Te pesan mucho tus cargas?

Salmo 55:22:

“Echa sobre el SEÑOR tu carga, y El te sustentará; 
El nunca permitirá que el justo sea sacudido. .”

Una carga es un peso que llevamos a cuesta. Ya sea desde el punto de vista físico, emocional o espiritual. Todos nosotros en algún momento hemos experimentado una carga de cualquiera de estos tipos. A medida que vamos caminando por este mundo vamos adquiriendo “cargas” que, si no las descargamos en algún lugar, con el tiempo se van haciendo cada vez más pesadas. Estas “cargas” son, generalmente, el resultado emocional de situaciones que nos han causado algún pesar: Alguna herida en el corazón que no ha sanado del todo; circunstancias que chocan con nuestros principios y no las aceptamos. Luchamos contra ellas, pero persisten y nos hacen daño; resentimientos contra personas que nos han herido; el dolor de haber perdido un ser querido, una relación que se rompió, en fin una enorme variedad de situaciones que pueden dar como resultado esas “cargas” emocionales que tanto daño hacen.

Muchas personas, agobiadas por el peso de estas cargas acuden a los siquiatras y psicólogos en busca de ayuda. Allí se encuentran con ciertas técnicas encaminadas a eliminar el efecto de esas cargas. La idea es aceptar todo aquello que nos afecta negativamente. Puede no gustarnos, pero podemos aceptarlo. Te dicen que debes aprender a tratar con los pensamientos negativos, la tristeza, los resentimientos, las cosas que no puedes cambiar, las quejas, la terquedad, el apego al pasado, las decepciones, los prejuicios, etc. Que debes aprender a tratar con todas estas cosas y así te quitas la preocupación. Suena muy bonito. El problema principal consiste en llevarlo a la práctica, fundamentalmente porque la acción está basada en nuestras propias fuerzas. 

¿Y qué dice la Biblia que debemos hacer con nuestras cargas? El versículo inicial nos exhorta a echarlas sobre el Señor. En realidad es Dios quien hace el trabajo, no somos nosotros con nuestras propias fuerzas. ¡Esta es la gran diferencia!

Según el diccionario, la palabra “echar” significa: “Hacer que una cosa vaya a parar a otra parte, dándole impulso con la mano o de otra manera.” Por ejemplo, si yo tengo un libro en mi mano, y hago un gesto de tirarlo pero no lo suelto, ¿es esto “echar”? No, porque el libro no ha ido a parar a otra parte. Todavía está en mi mano, porque no lo solté. Ahora bien, si esta vez lo suelto de mi mano, y el libro va a parar a otra parte, ¿es esto “echar”? Sí. Esto es lo que el Señor espera que hagamos. Que soltemos la carga. Que la echemos sobre Él. 

La Psicología ayuda a una persona a aceptar una cierta condición y adaptarse a ella. Esto significa que esa condición se mantiene en esa persona. O sea, la meta es eliminar el efecto de la carga. Sin embargo, Dios promete librarnos de esa carga. Él elimina la causa, es decir la raíz del mal, no solamente los síntomas. Dios transforma nuestras circunstancias y hace todo nuevo. 

¿Qué pasa cuando echamos nuestras cargas sobre Dios? Dice la Biblia que cuando tú echas tus cargas sobre el Señor, “Él te sustentará.” La palabra "sustentar" quiere decir "mantener, sostener, alimentar", es decir, proveer a uno del alimento necesario, prestar apoyo o auxilio. Eso es lo que el Señor puede y desea hacer con cada uno de nosotros. Proveernos del alimento que necesitamos (físico, emocional y espiritual). Suplir nuestras necesidades. Ayudarnos, prestarnos auxilio. 
 Dios es nuestro refugio y fortaleza, 
socorro siempre a mano en momentos de angustia. , dice el Salmo 46:1. Pero antes tenemos que echar sobre Él nuestras cargas. Se requiere una acción de nuestra parte.

Jesús nos dice en Mateo 11:28: “Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. ” Quizás no sepamos de memoria este versículo, y probablemente en medio de alguna prueba lo hayamos puesto en práctica y hayamos ido al Señor con nuestras cargas. Sin embargo, muchas veces no recibimos ese alivio que Jesús nos promete. ¿Por qué? ¿Acaso Jesús nos ha fallado? NO. Simplemente es que no echamos la carga sobre él. Nos quedamos con ella. Vamos a él con nuestras cargas, pero al retirarnos las llevamos con nosotros. No las soltamos.

Es como aquel hombre que iba caminando por la banquina de la ruta con un bulto en la cabeza. El conductor de un camión se detuvo y le ofreció llevarlo. El hombre subió a la parte de atrás del camión. Pero para sorpresa del chófer, cuando miró por el espejo retrovisor vio que el hombre todavía llevaba el bulto sobre su cabeza, en lugar de apoyarlo en el piso del camión. Nosotros muchas veces actuamos de esta manera con Dios. Vamos caminando en esta vida con nuestras cargas. Dios quiere ayudarnos, pero nosotros no soltamos la carga. Por eso continuamos cargados.

¿Y por qué no la soltamos? Porque no tenemos fe. Nos aferramos a lo que nosotros consideramos es la manera correcta de resolver el problema y queremos tener en control. No le damos el control al Señor. Es como si le estuviésemos pidiendo simplemente que nos dé “una manito”, pero nosotros seguimos dirigiendo. 

No es eso lo que Jesús espera de nosotros. Ya en Mateo 11:29-30, él continúa diciendo: 
 Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso. 
Pues mi yugo es suave y mi carga liviana.
 El yugo es lo que se pone en el cuello de dos bueyes para mantenerlos unidos mientras aran la tierra. Generalmente se junta a un buey grande, fuerte y maduro con uno más joven e inexperto para que el segundo aprenda del primero. Es decir, el buey más experimentado, que ya conoce el camino a seguir, funciona como maestro y líder del buey más joven. Cuando llevamos el yugo de Jesús, es decir cuando nos unimos a Él y nos dejamos dirigir por Él, nos lleva hacia la victoria por el camino que Él ya conoce. Nos consuela, nos fortalece, toma nuestras cargas y nos da un descanso que es más que un descanso puramente emocional, superficial y temporal; es un descanso profundo y eterno, un descanso espiritual. 

Jesús vivió 33 años en este mundo. Vino con una misión que solamente Él podía llevar a cabo: la salvación de la humanidad. Fue perseguido, injuriado, humillado e injustamente acusado. Fue juzgado y condenado por una muchedumbre enfurecida que prefirió que dejaran en libertad a un ladrón asesino y lo crucificaran a él. Sin haber cometido un solo pecado, el Señor tuvo que cargar sobre sí, todos los pecados de la humanidad en la cruz del Calvario. Era tan grande la carga, que pocas horas antes de esa terrible prueba, en el huerto de Getsemaní, en su condición humana, Jesús se sintió débil y a punto de desfallecer. Le invadía una tristeza tan grande que confesó a sus discípulos: “Siento una tristeza de muerte. Quédense aquí conmigo y permanezcan despiertos.” (Mateo 26:38). Quiso decir: “Ya no puedo más”. La tentación de huir de la cruz era cada vez mayor. La carga que sentía sobre Él era insoportable. ¿Qué hizo entonces Jesús? ¿Dónde buscó fortaleza? Jesús se postró en oración tres veces, y clamó al Padre sometiendo a él su voluntad. Allí echó su carga sobre Dios. “Entonces se le apareció un ángel del cielo para animarlo”, dice Lucas 22:43. Cuando Jesús se puso de pie, ya estaba descansado, fortalecido y listo para enfrentarse a la terrible prueba y así se dirigió a la cruz a dar su vida por cada uno de nosotros. 

El apóstol Pablo fue otro hombre que sufrió muchas pruebas duras en su vida. Estando preso en una cárcel romana, pasando mil incomodidades y esperando ser ejecutado en cualquier momento, Pablo escribió a los filipenses y les dijo: 
 No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. 
 Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús
.” (Filipenses 4:6-7).

Es decir, cuando nos dirigimos al Señor, oramos, y le clamamos, Él toma nuestras cargas, nuestras preocupaciones, nuestros afanes, nuestras ansiedades, y las convierte en paz. Una paz que no entendemos aunque quizás las circunstancias no cambien inmediatamente, sin embargo la sentimos profundamente y la disfrutamos. Pero para lograr eso, es necesario “echar” las cargas sobre Dios. 

¿Crees que el Señor puede darte descanso? ¿Crees que su yugo es fácil y su carga es ligera? Entonces confía plenamente en Él, echa sobre Él todas tus cargas, somete a él todas las áreas de tu vida, y disfruta del descanso que Él te ofrece. Si sientes que no puedes soltar tus cargas en los brazos del Señor, pídele entonces a Él para que te ayude a lograrlo. 

Saludos
Hno. Fernando Fortunato
Monasterio Benedictino Santa María de los Toldos.
C.C.8 - B6015WAA Los Toldos
Buenos Aires - Argentina


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