miércoles, 29 de enero de 2014

Evangelio - Jueves III Semana del Tiempo Ordinario

† Lectura del santo Evangelio según san Marcos 4, 21-25
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo dijo Jesús a la multitud:
"¿Acaso se enciende una vela para meterla debajo de una olla o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero? Porque si algo está escondido, es para que se descubra; y si algo se ha ocultado es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga".
Siguió hablándoles y les dijo:
"Pongan atención a lo que están oyendo: La misma medida que utilicen para tratar a los demás, ésa misma se usará para tratarlos a ustedes, y con creces. Al que tiene, se le dará; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
3ª SEMANA. JUEVES
 CRECER EN VIDA INTERIOR

- La vida interior está destinada a crecer. Corresponder a las gracias recibidas.

Jesús llama unas veces la atención de los Apóstoles para que escuchen su doctrina; otras, los convoca para explicarles de nuevo, a solas, una parábola o para que no dejen de observar algún suceso del que deben retener una enseñanza, pues reciben un tesoro para toda la Iglesia del que luego deberán dar cuenta. Prestad atención..., les dice en cierta ocasión. Y les da esta enseñanza: Al que tiene se le dará; y al que no tiene, incluso lo que parece tener se le quitará (1). Y comenta San Juan Crisóstomo: “Al que es diligente y fervoroso, se le dará toda la ayuda que depende de Dios: pero al que no tiene amor ni fervor ni hace lo que de él depende, tampoco se le dará lo de Dios. Porque aun lo que parece tener -dice el Señor- lo perderá; no porque Dios se lo quite, sino porque se incapacita para nuevas gracias” (2).
Al que tiene se le dará... Es una enseñanza fundamental para la vida interior de cada cristiano. A quien corresponde a la gracia se le dará más gracia todavía y tendrá aún más; pero el que no hace fructificar las inspiraciones, mociones y ayudas del Espíritu Santo, que dará cada vez más empobrecido. Aquellos que negociaron con los talentos en depósito, recibieron una fortuna más cuantiosa; pero el que enterró el suyo, lo perdió (3). La vida interior, como el amor, está destinada a crecer: “Si dices: basta, ya has muerto” (4); exige siempre un progreso, corresponder, estar abierto a nuevas gracias. Cuando no se avanza, se retrocede.
El Señor nos ha prometido que tendremos siempre las ayudas necesarias. En cada instante podremos decir con el Salmista: el Señor anda solícito por mí (5). Las dificultades, las tentaciones, los obstáculos internos o externos son motivo para crecer; cuanto más fuerte es la dificultad, mayor es la gracia; y si fueran muy grandes las tentaciones o las contradicciones, más serían las ayudas del Señor para convertir lo que parecía entorpecer o imposibilitar la santidad en motivo de progreso espiritual y de eficacia en el apostolado. Sólo el desamor, la tibieza, hace enfermar o morir la vida del alma. Sólo la mala voluntad, la falta de generosidad con Dios, retrasa o impide la unión con Él. “Según la capacidad que el vaso de la fe lleve a una fuente, así es lo que recibe” (6). Jesucristo es una fuente inagotable de ayuda, de amor, de comprensión: ¿con qué capacidad -con qué deseos- nos acercamos a Él? ¡Señor, le decimos en nuestra oración, danos más y más sed de Ti, que te desee con más intensidad que el pobre que anda perdido en el desierto, a punto de morir por falta de agua!

- La fidelidad en lo pequeño y el espíritu de sacrificio.

Las causas que llevan a no progresar en la vida interior y, por tanto, a retroceder y a dar cabida al desaliento, pueden ser muy diversas, pero en muchas ocasiones se reducen a unas pocas: el descuido, la dejadez en las cosas pequeñas que miran al servicio y amistad con Dios, y el retroceder ante los sacrificios que nos pide (7). Todo lo que poseemos cada día para ofrecer al Señor son pequeños actos de fe y de amor, peticiones, acciones de gracias en la Santa Misa, la Visita al Santísimo sabiendo que vamos a encontrar al mismo Jesucristo que nos espera..., las oraciones acostumbradas a lo largo de la jornada; y vencimientos en el trabajo, amabilidad en las contestaciones, afabilidad al pedir... Muchas cosas pequeñas hechas con amor y por amor constituyen nuestro tesoro de ese día, que llevaremos a la eternidad. La vida interior se alimenta normalmente de lo pequeño realizado con atención, con amor. Pretender otra cosa sería equivocar el camino, no encontrar nada o muy poco para ofrecer al Señor. “Viene bien recordar -nos señala Mons. Escrivá de Balaguer-la historia de aquel personaje imaginado por un escritor francés, que pretendía cazar leones en los pasillos de su casa, y, naturalmente, no los encontraba. Nuestra vida es común y corriente; pretender servir al Señor en cosas grandes sería como intentar ir a la caza de leones en los pasillos. Igual que el cazador del cuento, acabaríamos con las manos vacías” (8), sin nada que ofrecer. Tenemos lo normal de todos los días.
Como las gotas de agua sumadas unas con otras fecundan la tierra sedienta, así nuestras pequeñas obras: una “mirada” a una imagen de la Virgen, una palabra de aliento a un amigo, una genuflexión reverente ante el Sagrario, el rechazo de una distracción en la oración, un vencimiento en el trabajo evitando la pereza... crean los buenos hábitos, las virtudes, que hacen progresar la vida del alma y la conservan. Si somos fieles en estos pequeños actos, si actualizamos muchas veces el deseo de agradar al Señor, cuando llegue algo más importante que ofrecer -una enfermedad costosa de llevar, un fracaso profesional...- entonces también sabremos sacar fruto de eso que el Señor ha querido o permitido. Se cumplirán así las palabras de Jesús: El que es fiel en lo poco, también lo es en lo mucho (9).
Otra causa de retroceso en la vida del alma es “negarse a aceptar los sacrificios que pide el Señor” (10). Son las negaciones al propio egoísmo que todo amor necesita, el empeño por buscar a Cristo durante el día en lugar de buscarnos a nosotros mismos.
El amor a Dios “se adquiere en la fatiga espiritual” (11), en el empeño, en el interés que nace de lo más profundo del alma, con la ayuda de la gracia. No existe amor, ni humano ni divino, sin este sacrificio gustoso. “El amor crece en nosotros y se desarrolla también entre las contradicciones, entre las resistencias que se le oponen desde el interior de cada uno de nosotros, y a la vez "desde fuera", esto es, entre las múltiples fuerzas que le son extrañas e incluso hostiles” (12). Como el Señor nos ha prometido que no nos faltará la ayuda de la gracia, sólo depende de nuestra correspondencia, de nuestro empeño, del recomenzar una y otra vez, sin desánimos. Cuanto más fieles seamos a la gracia, más ayudas nos dará Él, más facilidad para recorrer el camino...; también más exigencia y finura de alma se nos pedirá. El amor reclama siempre más amor.

- La contrición y el crecimiento interior.

La vida interior tiene una particular oportunidad de crecer cuando se presentan situaciones adversas. Y para el alma no existe obstáculo mayor que el creado por las propias miserias y por las dejaciones y faltas de amor. Pero el Espíritu Santo nos enseña y nos impulsa en esas circunstancias a reaccionar de modo sobrenatural, con un acto de contrición: Ten piedad de mí, Señor, que soy un pecador (13). Enseña San Francisco de Sales que debemos sentirnos fuertes con tales jaculatorias, hechas con actos de amor y de dolor, con deseos de una viva reconciliación a fin de que, por medio de ellas,* nos confiemos a su Corazón misericordioso (14). Los actos de contrición son un medio eficaz de progreso espiritual.
Pedir perdón es amar, es contemplar a Cristo cada vez más dispuesto a la comprensión y a la misericordia. Y como somos pecadores (15), nuestro camino estará lleno de actos de dolor, de amor, que llenan el alma de esperanza y de nuevos deseos de reemprender el camino de la santidad. Es necesario volver al Señor una y otra vez, sin desánimos y sin angustiarse, aunque hayan sido muchas las veces en que no se ha respondido al Amor. La misericordia divina es infinita, y anima a volver con nuevo empeño, con esperanza renovada. Debemos hacer como el hijo pródigo, que, en lugar de quedarse allí, lejos, en un país extraño, avergonzado, malviviendo, volviendo en sí, dijo:... Me levantaré e iré a mi padre (16). “La vida humana es, en cierto modo, un constante volver hacia la casa de nuestro Padre. Volver mediante la contrición (...).
“Dios nos espera, como el padre de la parábola, extendidos los brazos, aunque no lo merezcamos. No importa nuestra deuda. Como en el caso del hijo pródigo, hace falta sólo que abramos el corazón, que tengamos añoranza del hogar de nuestro padre, que nos maravillemos y nos alegremos ante el don que Dios nos hace de podernos llamar y de ser, a pesar de tanta falta de correspondencia por nuestra parte, verdaderamente hijos suyos” (17). Nunca nos abandona el Señor. Siempre nos acoge, nos reconforta y mueve a comenzar una vez más, con más amor, con más humildad.
Nuestras flaquezas nos ayudan a buscar la misericordia divina, a ser humildes. Y crecer en esta virtud es dar muchos pasos en la vida interior. Todas las virtudes se benefician cuando somos más humildes. Si alguna vez nos encontramos faltos de corrrespondencia ante tantas gracias recibidas, si no hemos sido tan fieles al Señor como Él esperaba, debemos acudir confiadamente a Él con corazón contrito: crea en mí, ¡oh Dios!, un corazón puro; renueva dentro de mí un espíritu recto (18).
Muchas veces debemos pensar nosotros en aquellas cosas que, aunque sean pequeñas, nos separan de Dios. Y nos moveremos al dolor y a la contrición, que nos acercan más a Él. Así la vida interior sale enriquecida no sólo de los obstáculos sino también de las flaquezas, de los errores, de los pecados. Y si nos resultara más costoso el recomenzar, acudiremos a María, que hace fácil el camino que conduce a su Hijo. Pidámosle que nos ayude en el día de hoy a realizar muchos actos de contrición. Quizá nos puede servir la misma oración del publicano: Ten piedad de mí, Señor, que soy un pobre pecador. O la oración del rey David: Cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies: No despreciarás, oh Dios, un corazón contrito y humillado (19). De modo particular nos ayudará el repetir jaculatorias cuando divisemos los muros de una iglesia, sabiendo que allí, en persona, está Jesús Sacramentado, la Fuente de toda misericordia.
La Virgen, que es Madre de gracia, de misericordia, de perdón, avivará siempre en nosotros la esperanza de alcanzar la ambiciosa meta de ser santos; pongamos en sus manos el fruto de este rato de oración personal, convencidos de que a quien corresponde a la gracia, se le dará más gracia todavía.

(1) Mc 4, 24-25.- (2) SAN JUAN CRISOSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 45, 1.- (3) Cfr. Mt 25, 14-30.- (4) SAN AGUSTIN, Sermón 51, 3.- (5) Sal 39, 19.- (6) SAN AGUSTIN, Tratado sobre el evangelio de San Juan, 17.- (7) Cfr. R. GARRIGOU-LAGRANGE, Las tres edades de la vida interior, Palabra, 4ª ed., Madrid 1982, vol. I, p. 531 ss.- (8) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Carta 24-III-1930.- (9) Cfr. Lc 16, 10.- (10) R. GARRIGOU-LAGRANGE, loc. cit., p. 533.- (11) JUAN PABLO II, Homilía 3-II-1980.- (12) Ibídem.- (13) Lc 18, 13.- (14) Cfr. SAN FRANCISCO DE SALES, Tratado del amor de Dios, 2, 20.- (15) Cfr. 1 Jn 1, 8-9.- (16) Lc 15, 17-18.- (17) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 64.- (18) Sal 50, 12.- (19) Sal 50, 19.
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Otro comentario: Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch (Salt, Girona, España)
¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho?
Hoy, Jesús nos explica el secreto del Reino. Incluso utiliza una cierta ironía para mostrarnos que la “energía” interna que tiene la Palabra de Dios —la propia de Él—, la fuerza expansiva que debe extenderse por todo el mundo, es como una luz, y que esta luz no puede ponerse «debajo del celemín o debajo del lecho» (Mc 4,21).

¿Acaso podemos imaginarnos la estupidez humana que sería colocar la vela encendida debajo de la cama? ¡Cristianos con la luz apagada o con la luz encendida con la prohibición de iluminar! Esto sucede cuando no ponemos al servicio de la fe la plenitud de nuestros conocimientos y de nuestro amor. ¡Cuán antinatural resulta el repliegue egoísta sobre nosotros mismos, reduciendo nuestra vida al marco de nuestros intereses personales! ¡Vivir bajo la cama! Ridícula y trágicamente inmóviles: “autistas” del espíritu.

El Evangelio —todo lo contrario— es un santo arrebato de Amor apasionado que quiere comunicarse, que necesita “decirse”, que lleva en sí una exigencia de crecimiento personal, de madurez interior, y de servicio a los otros. «Si dices: ¡Basta!, estás muerto», dice san Agustín. Y san Josemaría: «Señor: que tenga peso y medida en todo..., menos en el Amor».

«‘Quien tenga oídos para oír, que oiga’. Les decía también: ‘Atended a lo que escucháis’» (Mc 4,23-24). Pero, ¿qué quiere decir escuchar?; ¿qué hemos de escuchar? Es la gran pregunta que nos hemos de hacer. Es el acto de sinceridad hacia Dios que nos exige saber realmente qué queremos hacer. Y para saberlo hay que escuchar: es necesario estar atento a las insinuaciones de Dios. Hay que introducirse en el diálogo con Él. Y la conversación pone fin a las “matemáticas de la medida”: «Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará» (Mc 4,24-25). Los intereses acumulados de Dios nuestro Señor son imprevisibles y extraordinarios. Ésta es una manera de excitar nuestra generosidad.

Otro comentario:              Con alegría

¡Alegría, cristiano! No te escondas, pero tampoco hace falta que alardees de nada, ya que todo lo que tienes, esta fe tuya ¡bendita!, viene de parte de Dios, y es a Él, es de Él, de quien tienes que hablar a los demás, no de ti, sino de Dios.
¡Con alegría!, la alegría de la fe, la alegría cristiana de saber que tienes un futuro asegurado, que pases lo que pases, ¡nadie puede quitarte tu alegría!
¡Amigo!, que lo sepas, tú eres salvado por Cristo, el Crucificado.
P. Jesús


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