jueves, 17 de octubre de 2013

Evangelio - Viernes XXVIII Semana del Tiempo Ordinario - San Lucas Evangelista

† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10, 1-12
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir. Y les decía:
"La mies es abundante y los obreros pocos: Rueguen, pues, al dueño que mande obreros a su cosecha. ¡Pónganse en camino! Miren que los mando como corderos en medio de lobos. No lleven bolsa, ni morral, ni sandalias; y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Cuando entren en una casa, digan primero: Paz a a esta casa. Y si allí hay gente de paz,
descansará sobre ellos su paz; si no, volverá a ustedes. Quédense en esa casa, coman y beban de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No anden cambiando de casa.
Si entran en un pueblo y los reciben bien, coman lo que les pongan, curen a los enfermos que haya, y digan: Está cerca de ustedes el Reino de Dios.
Pero si entran en un pueblo y no los reciben bien, salgan a la plaza y digan: Hasta el polvo de su pueblo que se nos ha pegado a los pies, lo sacudimos sobre ustedes en señal de protesta. Pero sepan de todas formas que está llegando el Reino de Dios.
Les digo que el día del juicio será más tolerable para Sodoma que para ese pueblo".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
28ª semana. Viernes
EL FERMENTO DE LOS FARISEOS


— La hipocresía de los fariseos.

Se reunió tal muchedumbre para ver a Jesús que se atropellaban unos a otros. Y entre tantos como le rodeaban, el Maestro se dirigió en primer lugar a sus discípulos con esta advertencia: Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Y añadió: Nada hay oculto que no sea descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Porque cuanto hayáis dicho en la oscuridad será escuchado a la luz; cuanto hayáis hablado al oído bajo este techo será pregonado sobre los terrados1.
La palabra hipócrita designaba en el mundo griego antiguo al actor que, con una máscara y un disfraz, asumía una personalidad ajena. Fingía ante el público ser otro, frecuentemente muy lejano a su propia realidad: unas veces era rey y, otras, mendigo o general. Le bastaba con ocultar su propio ser detrás de la máscara y tomar cualidades y sentimientos postizos. Su papel se desarrollaba cara al público, teniendo como regla suprema de su actuación la aprobación y el aplauso de la galería.
El ser íntimo –la levadura– de muchos fariseos era la hipocresía, el actuar de cara a los demás y no de cara a Dios. Su vida era tan falsa como la de los actores durante la representación. Cayeron en la tentación de darle gran importancia al juicio de los hombres –¡tan endeble y pasajero!– y descuidar el de Dios. El Señor les dirá en otra ocasión que son semejantes a sepulcros blanqueados: por fuera parecen hermosos y por dentro están llenos de huesos que se pudren2. En realidad llevaban una doble vida: una llena de máscaras, de apariencias, de falsedad, que andaba pendiente del concepto que los hombres tenían de ellos; otra, descuidada y poco generosa, de cara a Dios.
El Señor quiere para los suyos una levadura, un modo de ser, bien distinto. Quiere que tengamos ante Él y ante los demás una única vida, sin máscaras, sin disfraces, sin mentiras. Hombres y mujeres de una pieza, que van con la verdad por delante.

— El cristiano, un hombre sin doblez.

Jesús mismo nos enseñó el modo de comportarnos: Sea vuestro modo de hablar sí, sí, o no, no; lo que pasa de esto, de mal principio procede3. En el trato con los demás la palabra del hombre debe bastar. El sí debe ser  y el no, no. El Señor quiso realzar el valor y la fuerza de la palabra de un hombre de bien que se siente comprometido por lo que dice.
Nuestra palabra y nuestra actuación de cristianos y de hombres honrados ha de tener un gran valor delante de los demás, porque hemos de buscar siempre y en todo la verdad, huyendo de la hipocresía y de la doblez. En las situaciones normales de la vida debe bastar la palabra del cristiano para dar toda la fuerza necesaria a lo que afirma o promete. La verdad es siempre un reflejo de Dios y debe ser tratada con respeto. Si tenernos el hábito de decir siempre la verdad, aun en asuntos que parecen intrascendentes, nuestra palabra tendrá una gran fuerza, “como la firma de un notario”, que no se pone en entredicho. Así imitamos al Señor.
Muy lejos de lo que ha de ser un cristiano está el hombre de ánimo doble, inconstante en todos sus caminos4, que presenta una personalidad o unas ideas, como los actores, según el público que tenga delante. Es un hombre de ánimo doble –comenta San Beda– “el que aquí quiere regocijarse con el mundo, y allí reinar con Dios”5.
Hoy se hace especialmente urgente para el cristiano el ser un hombre, una mujer, de una sola palabra, de “una sola vida”, sin utilizar máscaras o disfraces ante situaciones en las que puede ser costoso mantener la verdad, sin preocuparse excesivamente del “qué dirán” y echando lejos los respetos humanos, rechazando toda hipocresía. La veracidad es la virtud que inclina a decir siempre la verdad y a manifestarse al exterior tal como se es interiormente6, enseña Santo Tomás de Aquino. Con todo, se darán casos en los que no estemos obligados a manifestar la verdad, y aun, en ocasiones, es deber grave de justicia no revelarla: pueden ser motivos de secreto profesional, de seguridad pública u otras graves razones, entre las que destaca el sigilo sacramental del confesor y lo que hace referencia a la dirección espiritual. En esos casos caben diversos modos de ocultar la verdad, sin incurrir en la mentira. También, cuando el que pregunta no tiene derecho alguno a conocer la verdad y, en casos extremos, actúa como injusto agresor, perdiendo incluso el derecho a no ser engañado. Pero, “no olvidemos, por lo demás, que con frecuencia es culpa nuestra el que nos hagan preguntas indiscretas. Si guardásemos mejor el recogimiento y el silencio, no nos las harían o nos las formularían rarísimas veces”7.
Imitemos al Señor en su amor a la verdad. Formulemos el propósito de huir de la mentira y de todo aquello que suene a falso e hipócrita. “Leías en aquel diccionario los sinónimos de insincero: “ambiguo, ladino, disimulado, taimado, astuto”... —Cerraste el libro, mientras pedías al Señor que nunca pudiesen aplicarte esos calificativos, y te propusiste afinar aún más en esta virtud sobrenatural y humana de la sinceridad”8.

— Amar la verdad y darla a conocer.

Dice Jesús: Yo soy la Verdad9. Él tiene la verdad en plenitud, y esta nos vino por medio de Él10. Toda su enseñanza, también su vida y su muerte, constituyen un testimonio de la Verdad11. Aquel en quien está la verdad es de Dios y, por tanto, tiene el oído atento para escuchar a Dios12.
La verdad tuvo su origen en Dios y la mentira en la oposición consciente a Él. Por eso llama Jesús al demonio padre de la mentira, porque la mentira comenzó con él. Y el que miente tiene al diablo como padre13. Por eso, la enseñanza moral de la Iglesia reprueba no solo la falsedad que produce un daño al prójimo, sino que también desaprueba a los que –sin acarrear daño al prójimo– “mienten por recreo y diversión, y a los que lo hacen por interés y utilidad”14.
La falta de veracidad que se manifiesta en la mentira o en la hipocresía, o en la falta de “unidad de vida”, revela una discordia interior, una fractura de la misma personalidad humana. Un hombre, una mujer así es como una campana rota: carece de buen sonido. El testimonio que el Señor manifestó acerca de Natanael, indicando que era un israelita sin doblez15, es lo más bello que se puede decir de un hombre: “en él no hay doblez; es de una pieza”. Eso mismo debe poderse decir de cada uno de nosotros, de cada cristiano.
Estamos en una época en la que se valora extraordinariamente la sinceridad, pero a la que, por contraste, se le ha llamado el tiempo de los impostores, de la falsedad y de la mentira16. Entre otros, pueden ser a veces impostores “los hombres de la gran prensa, que, divulgando indiscreciones sensacionalistas e insinuaciones calumniosas...”, confunden a sus lectores. A la “gran prensa” se le podrían añadir en muchas ocasiones el cine, la radio, la televisión... Estos instrumentos, que por su naturaleza han de ser transmisores de la verdad, “si los manipula gente astuta, a fuerza de bombardear a los receptores con colores sonorizados y de una persuasión tanto más eficaz cuanto más oculta, son capaces de hacer que los hijos acaben odiando al mejor de los padres y la gente vea blanco lo que es negro”17, que se cambien los criterios morales de una sociedad. Siempre que tengamos esos medios a nuestro alcance, los usaremos para hacer llegar la verdad a la sociedad, principalmente sobre esos temas que, por su trascendencia, marcan el futuro de un pueblo: la defensa de la vida, desde su concepción; la dignidad de la familia y de la persona; la justicia social; el derecho al trabajo; la preocupación por los más débiles... Muchas veces, esos medios están al alcance de todos: una carta, una llamada por teléfono, participar en una encuesta o en un programa de la radio..., nos pueden permitir que muchos oigan la doctrina de la Iglesia sobre esas materias, o manifestar la disconformidad con un programa o artículo que conculca los fundamentos morales de un hombre de bien. No dejemos de actuar pensando que es poco lo que podemos hacer. Muchos pocos cambian el rumbo de una sociedad.
Al terminar nuestra oración, acudamos a Nuestra Señora para vivir en todo momento la verdad sin componendas, y para darla a conocer sin las trabas de los respetos humanos o de la pereza, causante de tantas omisiones. Pidámosle una vida sin doblez, sin la hipocresía que echó en cara Jesús a aquellos fariseos.
““Tota pulchra es Maria, et macula originalis non est in te!” —¡toda hermosa eres, María, y no hay en ti mancha original!, canta la liturgia alborozada. No hay en Ella ni la menor sombra de doblez: ¡a diario ruego a Nuestra Madre que sepamos abrir el alma en la dirección espiritual, para que la luz de la gracia ilumine toda nuestra conducta!
“—María nos obtendrá la valentía de la sinceridad, para que nos alleguemos más a la Trinidad Beatísima, si así se lo suplicamos”18.

1 Lc 12, 1-3. — 2 Cfr. Mt 23, 27. — 3 Mt 5, 37. — 4 Cfr. Sant 1, 8. — 5 San Beda, Comentario a la Carta del Apóstol Santiago, 1, 8. — 6 Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 109, a. 3 ad 3. — 7 R. Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la Vida interior, vol. II, p. 717. — 8 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 337. — 9 Jn 14, 6. — 10 Cfr. Jn 1, 14; 17. — 11 Cfr. Jn 18, 37. —12 Cfr. Jn 8, 44. — 13 Cfr. Jn 8, 42 ss. — 14 Catecismo Romano, III, 9, n. 23. — 15 Cfr. Jn 1, 47. — 16 Cfr. A. Luciani, Ilustrísimos señores, p. 141 ss. — 17 Ibídem, pp. 141-142. — 18 San Josemaría Escrivá, o. c., n. 339.                                                                                                        _________________________________________________________________________________________________________________________________

Otro comentario: Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet (Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)

El Reino de Dios está cerca de vosotros
Hoy, en la fiesta de san Lucas —el Evangelista de la mansedumbre de Cristo—, la Iglesia proclama este Evangelio en el que se presentan las características centrales del apóstol de Cristo.

El apóstol es, en primer lugar, el que ha sido llamado por el Señor, designado por Él mismo, con vista a ser enviado en su nombre: ¡es Jesús quien llama a quien quiere para confiarle una misión concreta! «El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir» (Lc 10,1).

El apóstol, pues, por haber sido llamado por el Señor, es, además, aquel que depende totalmente de Él. «No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino» (Lc 10,4). Esta prohibición de Jesús a sus discípulos indica, sobre todo, que ellos han de dejar en sus manos aquello que es más esencial para vivir: el Señor, que viste los lirios de los campos y da alimento a los pájaros, quiere que su discípulo busque, en primer lugar, el Reino del cielo y no, en cambio, «qué comer ni qué beber, y [que] no estéis inquietos. [Porque] por todas esas cosas se afanan los gentiles del mundo; y ya sabe vuestro Padre que tenéis la necesidad de eso» (Lc 12,29-30).

El apóstol es, además, quien prepara el camino del Señor, anunciando su paz, curando a los enfermos y manifestando, así, la venida del Reino. La tarea del apóstol es, pues, central en y para la vida de la Iglesia, porque de ella depende la futura acogida al Maestro entre los hombres.

El mejor testimonio que nos puede ofrecer la fiesta de un Evangelista, de uno que ha narrado el anuncio de la Buena Nueva, es el de hacernos más conscientes de la dimensión apostólico-evangelizadora de nuestra vida cristiana.
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Otro comentario: San Ireneo de Lyon ( c.130- c.208), obispo, teólogo y mártir 
Contra las herejías, III, 14-15; SC 34 

San Lucas, compañero y colaborador de los apóstoles

    Que Lucas haya sido compañero inseparable de Pablo y colaborador suyo en la obra de evangelización, él mismo nos lo muestra con clara evidencia, no para gloriarse, sino para decir, sencillamente, la Verdad, tal cual es. Escribe: “Bernabé y Juan, por sobrenombre Marco, se separaron de Pablo y embarcaron para Chipre, y nosotros zarpamos para Troas” (Hch 16,8-11); después de lo cual describe detalladamente su viaje, su llegada a Filipos, su primer discurso… Y relata por orden todo el viaje que hizo con Pablo, del cual señala con gran cuidado las circunstancias del mismo… Porque Lucas estuvo presente en todas, las ha podido relatar con detalle –no podemos encontrar en él ni mentira ni orgullo, porque todos estos hechos eran patentes…


    Que Lucas haya sido no solamente el compañero sino también el cooperador de los apóstoles, sobre todo de Pablo, lo dice claramente en sus epístolas: “Dimas me ha abandonado y se ha ido a Tesalónica, Crescencio a Galacia, Tito a Dalmacia, tan sólo Lucas está conmigo” (2Tm 4,11). Todo ello es una prueba de que Lucas ha estado siempre unido a Pablo y de manera inseparable. Igualmente en la epístola a los Colosenses, se lee: “Lucas, el médico amado, os saluda” (Col 4,14).


    Por otra parte, Lucas nos ha dado a conocer muchos rasgos del Evangelio, y de los más importantes…Y también, nadie sabe si Dios lo ha hecho con el fin de que muchos rasgos del Evangelio hayan sido revelados sólo por Lucas, precisamente con el fin de que todos den su asentimiento a lo que él mismo da, seguidamente, en las actas y la doctrina de los apóstoles, y así, manteniendo inalterada la norma de la verdad, todos puedan ser salvados. De esta manera el testimonio de Lucas es verdad, la enseñanza de los apóstoles queda manifiesta, sólida, y no esconde nada… Estas son las voces de la Iglesia, de donde toda la Iglesia saca su origen. 


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