viernes, 29 de noviembre de 2013

Evangelio - Viernes XXXIV Semana del Tiempo Ordinario

† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 21, 29-33
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos esta comparación:
"Fíjense en la higuera y en los demás árboles: cuando ven que empiezan a dar fruto, saben que ya está cerca el verano. Así también, cuando vean que suceden las cosas que les he dicho, sepan que el Reino de Dios está cerca. Yo les aseguro que antes de que esta generación muera, todo esto se cumplirá. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
34ª semana. Viernes
UNA PALABRA ETERNA

— Lectura del Evangelio.

A punto de concluir el ciclo litúrgico, leemos en el Evangelio de la Misa esta expresión del Señor: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán1. Son palabras eternas las de Jesús, que nos dieron a conocer la intimidad del Padre y el camino que habíamos de seguir para llegar hasta Él. Permanecerán porque fueron pronunciadas por Dios para cada hombre, para cada mujer que viene a este mundo. Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por el ministerio de los profetas; últimamente, en estos días, nos ha hablado por su Hijo2. “Estos días” son también los nuestros. Jesucristo sigue hablando, y sus palabras, por ser divinas, son siempre actuales.
Toda la Escritura anterior a Cristo adquiere su sentido exacto a la luz de la figura y de la predicación del Señor. San Agustín, con una expresión vigorosa, escribe que “la Ley estaba preñada de Cristo”3. Y en otro lugar afirma el Santo Doctor: “Leed los libros proféticos sin ver en ellos a Cristo: no hay nada más insípido, más soso. Pero descubrid en ellos a Cristo, y eso que leéis no solo se vuelve sabroso, sino embriagador”4. Él es quien descubre el profundo sentido que se contiene en la revelación anterior: Entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras5. Los judíos que se negaron a aceptar el Evangelio se quedaron como con un cofre con un gran tesoro dentro, pero sin la llave para abrirlo. Sus entendimientos -escribe San Pablo a los cristianos de Corinto- estaban velados, y lo están hoy por el mismo velo que continúa sobre la lectura de la alianza antigua, porque solo en Cristo desaparece6, pues “el fin principal de la economía antigua era preparar la venida de Cristo, redentor universal, y de su reino mesiánico (...). Dios es el autor que inspira los libros de ambos Testamentos, de modo que el Antiguo encubriera al Nuevo”7. Es conmovedor en este sentido el diálogo entre el apóstol Felipe y el etíope, ministro de Candace, que leía al Profeta Isaías. ¿Entiendes por ventura lo que lees?, le preguntó Felipe. ¿Cómo voy a entenderlo si alguien no me guía? Entonces, comenzando por esta escritura, le anunció a Jesús8. Jesús era el punto clave para comprender.
San Juan Crisóstomo comenta así este pasaje de los Hechos de los Apóstoles: “Considera qué gran cosa es no descuidar la lectura de la Escritura ni siquiera durante el viaje (...). Piensen esto los que ni siquiera en su casa las leen y, porque están con la mujer, o porque militan en el ejército, o tienen preocupaciones por sus familiares y ocupaciones en otros asuntos, creen que no les conviene hacer ese esfuerzo por leer las divinas Escrituras (...). Este bárbaro etíope es un ejemplo para nosotros: para los que tienen una vida privada, para los miembros del ejército, para las autoridades y también para las mujeres –más aún las que están siempre en casa– y para los que han escogido la vida monástica. Aprendan todos que ninguna circunstancia es impedimento para la lectura divina, que es posible realizar no solo en casa sino en la plaza, en el viaje, en compañía de muchos o en medio de una ocupación. No descuidemos, os ruego, la lectura de las Escrituras”9.
Desde siempre la Iglesia ha recomendado su lectura y meditación, principalmente del Nuevo Testamento, en el que siempre encontramos a Cristo que sale a nuestro encuentro. Unos pocos minutos diarios nos ayudan a conocer mejor a Jesús, a amarle más, pues solo se ama lo que se conoce bien.

— Dios nos habla en la Sagrada Escritura.

Todas las Escrituras habían trazado el camino que debía recorrer Cristo10, todas eran en cierto modo anunciadoras del Mesías. Los profetas habían descrito este día y deseado verlo11. Los discípulos reconocerán en Cristo al que tantas veces y de tantas formas fue predicho y anunciado12. Cuando San Pablo tenga que defenderse de las amenazas del rey Agripa, argüirá simplemente que se limita a anunciar el cumplimiento de lo que ya predicaron los Profetas13. Con todo, no es Cristo quien mira y obedece a los Profetas y a Moisés. Fueron estos los que en sus descripciones, por inspiración divina, se sujetaron a lo que sería la existencia en la tierra del Hijo de Dios. Moisés escribió acerca de Él14. Y Abrahán, vuestro padre, se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró15.
Jesucristo se aplica a sí las viejas figuras: el templo16, el maná17, la roca18, la serpiente de metal19. Por eso dirá en cierta ocasión: Escudriñad las Escrituras: ellas son las que dan testimonio de Mí20. Cuando en el Evangelio de la Misa leemos hoy que el cielo y la tierra pasarán, pero no sus palabras, nos señala de algún modo que en ellas se contiene toda la revelación de Dios a los hombres: la anterior a su venida, porque tiene valor en cuanto hace referencia a Él, que la cumple y clarifica; y la novedad que Él trae a los hombres, indicándoles con claridad el camino que han de seguir. Jesucristo es la plenitud de la revelación de Dios a los hombres. “En darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar”21.
La Carta a los hebreos22 enseña que la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo: penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y descubre los sentimientos y pensamientos del corazón. Es nueva cada día, expresamente dirigida a cada uno si sabemos leerla con fe. “En los libros sagrados, el Padre que está en el Cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tanta la eficacia que radica en la Palabra de Dios, que es en verdad apoyo y vigor de la Iglesia y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de vida espiritual”23.
De alguna manera, es actual la marcha y la vuelta del hijo pródigo, la necesidad de la levadura para transformar la masa del mundo, los leprosos que quedan sanos en su encuentro con Jesús. Cuántas veces hemos pedido a Jesús luz para nuestra vida con las palabras –ut videam!, que vea, Señor– de Bartimeo; o hemos acudido a su misericordia con las del publicano: ¡Oh Dios, apiádate de mí que soy un pecador! ¡Cómo salimos reconfortados después de ese encuentro diario con Jesús en el Evangelio!

— Para sacar fruto.

¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras, más que la miel para mi boca!24.
A veces –relata Ronald Knox25–, cuando varias personas están cantando sin acompañamiento de instrumento musical, existe en el grupo una tendencia a bajar el tono; la voz baja cada vez más y más. Por eso, si el coro no está acostumbrado a cantar sin acompañamiento musical, el director suele tener escondido un diapasón con el que de vez en cuando da una pequeña señal, para recordar a todos la nota más alta que deben dar.
Cuando la vida cristiana comienza a bajar de tono, a languidecer, también es necesario un diapasón que dé una nota más alta. ¡Cuántas veces la meditación de un pasaje del Evangelio, sobre todo de la Pasión de Nuestro Señor, ha sido como una enérgica llamada a huir de esa vida menos heroica a la que nos empujaba un excesivo cuidado de la salud, un tono menos vibrante...! No podemos pasar las páginas del Santo Evangelio como si fuera un libro cualquiera. ¡Con qué amor era custodiado durante tantos siglos, cuando solo algunas comunidades cristianas tenían el privilegio de poseer una copia o solo unas páginas! ¡Con qué piedad y reverencia era leído! Su lectura –enseña San Cipriano a propósito de la oración– es cimiento para edificar la esperanza, medio para consolidar la fe, alimento de la caridad, guía que indica el camino...26. San Agustín señala que sus enseñanzas son como lámparas colocadas en un lugar oscuro”27, que siempre esclarecen nuestra vida. Para sacar fruto de la lectura y meditación, “piensa que lo que allí se narra –obras y dichos de Cristo– no solo has de saberlo, sino que has de vivirlo. Todo, cada punto relatado, se ha recogido, detalle a detalle, para que lo encarnes en las circunstancias concretas de tu existencia.
“—El Señor nos ha llamado a los católicos para que le sigamos de cerca y, en ese Texto Santo, encuentras la Vida de Jesús; pero, además, debes encontrar tu propia vida.
“Aprenderás a preguntar tú también, como el Apóstol, lleno de amor: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?...” -¡La Voluntad de Dios!, oyes en tu alma de modo terminante.
“Pues, toma el Evangelio a diario, y léelo y vívelo como norma concreta. —Así han procedido los santos”28.
Entonces podremos decir con el Salmista: Tu palabra es para mis pies una lámpara, la luz de mi sendero29.

1 Lc 21, 33. — 2 Heb 1, 1. — 3 San Agustín, Sermón 196, 1. — 4 ídem, Comentario al Evangelio de San Juan, 9. 3. — 5 Lc 24, 45. — 6 2 Cor 3, 14. — 7 Conc. Vat. II, Const. Dei Verbum, 15 ss. — 8 Cfr. Hech 8, 27-35. — 9 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Génesis, 35. — 10 Cfr. Lc 22, 37. — 11 Cfr. Lc 10, 24.— 12 Cfr. Jn 1, 41-45. — 13 Cfr. Hch 26, 2. — 14Jn 5, 46. — 15 Jn 8, 56. — 16 Jn 2, 19. — 17 Cfr. Jn 6, 32. — 18 Cfr. Jn 7, 8. — 19 Cfr. Jn 3, 14. — 20 Jn 5, 39. — 21 San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, 11, 22. — 22 Hebr 4, 12. — 23 Conc. Vat. II, Const. Dei Verbum, 2. — 24 Sal 118, 103. — 25 R. A. Knox, Ejercicios para seglares, Rialp, 2ª ed., Madrid 1962, p. 177. — 26 Cfr. San Cipriano, Tratado sobre la oración. — 27 San Agustín, Comentarios sobre los Salmos, 128. — 28 San Josemaría Escrivá,Forja, n. 754. — 29 Sal 118, 105.                                                                                                                                 __________________________________________________________________________________________

Otro comentario: REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)
La Iglesia naciente se desmarcó del Templo y sus sacrificios
Hoy admiramos a los primeros cristianos discerniendo los signos de su tiempo: tenían que reunir y leer juntos los fragmentos —misteriosos— de las palabras de Jesucristo. Tarea nada fácil, que fue afrontada a partir de Pentecostés y, antes del fin material del Templo, todos los elementos esenciales de la nueva síntesis se encontraban ya en la teología paulina.

Para la predicación y la oración, la Iglesia naciente se reunía en el Templo, pero el "partir el pan" (el nuevo centro "cultual", ligado a la Última Cena, muerte y resurrección del Señor) tenía lugar en sus casas. Ya se perfilaba, pues, una distinción esencial: los sacrificios fueron reemplazados por el "partir el pan".

—En la nueva síntesis teológica destacan dos nombres. Para Esteban ha comenzado algo nuevo que lleva a cumplimiento lo realmente originario: con Jesús ha pasado el periodo del sacrificio en el Templo. Pero la vida y el mensaje del "Protomártir" —declarando ante el Sanedrín— quedaron interrumpidos con su lapidación. Correspondería a otro, Saulo —¡después san Pablo!— completar esta visión teológica.
Otro comentario: Diácono D. Evaldo PINA FILHO (Brasilia, Brasil)
Cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca
Hoy somos invitados por Jesús a ver las señales que se muestran en nuestro tiempo y época y, a reconocer en ellas la cercanía del Reino de Dios. La invitación es para que fijemos nuestra mirada en la higuera y en otros árboles —«Mirad la higuera y todos los árboles» (Lc 21,29)— y para fijar nuestra atención en aquello que percibimos que sucede en ellos: «Al verlos, sabéis que el verano está ya cerca» (Lc 21,30). Las higueras empezaban a brotar. Los brotes empezaban a surgir. No era apenas la expectativa de las flores o de los frutos que surgirían, era también el pronóstico del verano, en el que todos los árboles "empiezan a brotar". 

Según Benedicto XVI, «la Palabra de Dios nos impulsa a cambiar nuestro concepto de realismo». En efecto, «realista es quien reconoce en el Verbo de Dios el fundamento de todo». Esa Palabra viva que nos muestra el verano como señal de proximidad y de exuberancia de la luminosidad es la propia Luz: «Cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca» (Lc 21,31). En ese sentido, «ahora, la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro (...) que podemos ver: Jesús de Nazaret» (Benedicto XVI). 

La comunicación de Jesús con el Padre fue perfecta; y todo lo que Él recibió del Padre, Él nos lo dio, comunicándose de la misma forma con nosotros. De esta manera, la cercanía del Reino de Dios, —que manifiesta la libre iniciativa de Dios que viene a nuestro encuentro— debe movernos a reconocer la proximidad del Reino, para que también nosotros nos comuniquemos con el Padre por medio de la Palabra del Señor —Verbum Domini—, reconociendo en todo ello la realización de las promesas del Padre en Cristo Jesús.


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