lunes, 18 de noviembre de 2013

Nuestro pobre y escaso amor al Señor - Juan del Carmelo

                                                
Actualizado 18 noviembre 2013
Nuestro pobre y escaso amor al Señor
            En esta vida terrenal por la que ahora pasamos…, uno de los estigmas por no decir el peor con el que podemos calificar a una persona es el de indeseable, y dentro de esta calificativo, encuadramos al que es un mal hijo o hija, dado el comportamiento que esta persona tiene con sus padres, maltratándolos de palabra y de obra, incluso pegándoles y robándoles. Y a esta clase de conductas, le damos mucha importancia hablando siempre de estas personas o persona en términos peyorativos, como por ejemplo, decir de ella: ¿Pero qué se puede esperar de él o de ella? Si ni siquiera se trata con sus padres.
            Y de lo que no somos conscientes en este caso, es que: vemos la mota en el ojo ajeno y no nos vemos la viga en el nuestro. Porque vamos a ver: Cual es nuestro comportamiento con nuestro Padre celestial. Pienso que en este caso, ni siquiera cualquiera de nosotros nos merecemos el calificativo de mal hijo. Este calificativo de mal hijo, en este caso me parece muy suave para calificar nuestro comportamiento con nuestro Padre celestial. No es que sea mucho lo que le debemos a Él, sino es que, se lo debemos todo, absolutamente todo. Si levantamos la vista y miramos todo lo que nos rodea sea mucho poco, todo se lo debemos al que nos ha creado, que también es el Creador de todo lo que nos rodea.
            Si cualquiera de nosotros existimos y vivimos es por razón del amor que Dios nos profesa. Por razón de su amor fuimos, creados para compartir con  Él una eterna felicidad que  desconocemos como es, pero que todos buscamos anhelantemente por la sencilla razón, de que hemos sido creados para gozar de ella y no la encontramos en este mundo, porque aquí abajo ni la hay, ni existe. Y es el caso de que el futuro goce y disfrute que esta ignorada por ahora, felicidad que nos espera, el día de mañana, su tamaño e intensidad estará en relación directa, exactamente con la intensidad y tamaño del amor que en esta vida le demostremos a quien tanto nos ama. Porque aquí estamos para pasar una prueba de fe y de amor, de demostrar cuanto somos capaces de amar a Dios y cuanto mayor sea el entrenamiento que aquí abajo desarrollemos,  ensanchando nuestra capacidad de amor a Dios, mayor capacidad de adquisición de amor tendremos cuando llegue el momento. 
            Es uno de los principios básicos de la esencia del amor, el de la reciprocidad, cuanto más amemos a una persona, más amor recibiremos de esta. Es por ello que San Juan de la Cruz, nos manifestaba recomendándonos que: Donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor. Y este básico principio, funciona tanto en el amor natural entre los seres humanos, como en el amor sobrenatural, que el Señor nos tiene a nosotros y nosotros le podamos tener a Él. Y es que el amor es el bien espiritual más potente que existe, mucho más que el odio, pues por muy grande que puede ser el odio de una persona, el amor se lo hace olvidar
            No tiene nada de extraño que esto sea así, pues realmente no existe nada más que una clase de amor, porque Dios que es amor y solo amor (1Jn 4,17) Él es el único Ser capaz de general amor, nosotros aunque nos creamos lo contrario, no podemos generar amor, solo podemos recoger al amor que Dios nos tiene y como en un reflejo suyo, amar a nuestros semejantes: “34 Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así que también amaos mutuamente. 35 En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos a otros”, (Jn 13,34-35). Todo amor humano que no tenga su entronque con el amor generado por Dios, le podremos llamar amor, pero no es amor, generalmente en esta clase de expresiones humanas siempre median en ellas, espurios intereses.
            El hombre lo ha creado Dios, que es amor y solo amor, como un ser semejante a Él, y por ello, es por lo que el hombre siente una necesidad de amar y de ser amado, y cuando no puede amar o no se siente amado es tremendamente infeliz, él vive siempre con hambre de amor y cuando carece de amor, trata de buscarlo desesperadamente, muchas veces calmando su carencia con nefastos sustitutivos, olvidándose de algo muy fundamental, y es que nadie le ama más a él, que su propio Creador. Dios nos ama a cada uno de nosotros mucho más que un padre una madre un esposo o una esposa, o mucho más de lo que nosotros somos capaces de amarnos a nosotros mismos. Eso es Cristo, un loco en su amor por los hombres y su locura de amor, le lleva a instituir la Eucaristía, que es una expresión de su loco amor a los hombres.  
            Dios no necesita nada, de cada uno de nosotros, y solo desea que le amemos y hasta tal punto lo desea que su problema consiste en que no encuentra almas en las que poder derramar su inmenso amor. La relación de Dios con nosotros, es un inexplicable misterio, que nunca acabaremos de comprender, ni nosotros ni los ángeles que deben de preguntarse: ¿pero que tiene los hombres que generan este tremendo amor en Dios hacia ellos? Dios omnipotente, tiene un temor con nosotros y es que, no aceptemos su amor, o que habiéndolo aceptado, nos marchemos abandonando su amor. Es esta una situación de tal naturaleza, que Santa Teresa de Lisieux llegó a decir que Dios se comporta como unmendigo del amor humano.
            Y nosotros no tomamos conciencia de este gran amor y hasta muchos lo ignoran y en lo que lo aceptan no llegan nunca a profundizar en él. Es por ello que lo nuestro es un pobre y escaso amor, el que en el mejor de los casos le otorgamos. Somos tan insensatos y absurdos, que amamos más a lo que por Él, ha sido creado, que al Creador absoluto de todo. Por ello San Agustín nos pregunta: ¿Pudiendo poseer al Creador de todo, porque buscas ansiosamente la posesión de lo que Él ha creado?

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