viernes, 25 de mayo de 2012

Esperando Pentecostés 1° Parte





Los Dones del Espíritu Santo
Según Santo Tomás de Aquino
por
Padre Peter John Cameron,O.P.

INTRODUCCIÓN
A través de toda la historia, Dios se ha revelado a sí mismo como el Dador de Bienes.
La creación es un don. La vida es un don. El Señor dio sus alianzas como dones, y llamó para sí a Abraham, Moisés y al pueblo judío por pura generosidad. Aun más, Dios nos envió a su Hijo como un don, y Cristo obtuvo para todos nosotros el don de la vida eterna.
Dios no quiere nada más que compartir su propia vida con nosotros. El Señor quiere hacernos, como dice la Escritura, “partícipes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1, 4). Sin embargo, como criaturas, y además pecadoras,, necesitamos estar preparados y elevados por Dios antes de que podamos unirnos perfectamente con Él. En una palabra, debemos cambiar.
Parte de nuestra transformación en la persona que Dios quiere que seamos, sucede porque su gracia nos hace virtuosos. Ser virtuosos no sólo significa hacer lo correcto, sino ser la clase de persona que hace el bien pronta y espontáneamente, y con alegría. La vida de las virtudes evita que el mal envenene el amor que hay en nuestros corazones y nos libera para crecer en santidad. Pero además de fortalecernos en bondad, también Dios infunde en nuestras almas los dones de fe, esperanza y caridad, las “virtudes teologales,”
que son nada menos que una participación en la propia sabiduría y el amor divino de Dios. Por medio de la Fe, la Esperanza y la Caridad somos llevados a vivir en unión con la Santísima Trinidad aun durante nuestra vida en la Tierra.
Al darnos las virtudes teologales, el Espíritu Santo mora en nosotros y nos vivifica con abundantes bendiciones de toda clase, haciéndonos día con día más como Cristo y guiándonos a la vida de perfección en el cielo.
La Escritura enfatiza dos grupos de bendiciones que el Espíritu Santo ofrece a quienes lo reciben. Primero están los doce “Frutos del Espíritu Santo” que San Pablo nos enumera en su carta a los Gálatas: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, generosidad, modestia, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí y castidad (Gálatas 5, 22-23). Además, el Espíritu nos dota con bendiciones que tradicionalmente llamamos los siete “dones del Espíritu Santo.” Estos dones en particular son dotes perdurables (pero no indestructibles) que perfeccionan los buenos hábitos y poderes naturales del alma humana y tienen el efecto de hacernos sobrenaturalmente sensibles y receptivos a las direcciones e inspiraciones de Dios.
El profeta Isaías habla de estos siete dones cuando escribe, profetizando la venida de Cristo (la “flor de Jesé”):
Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y piedad y le inspirará en el temor de Yahveh (Isaías 11, 1-3).1
Estos siete dones – sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios – se mencionan en las Escrituras y han sido recibidos y explicados por los santos a través de los siglos. Entre éstos, el teólogo dominico del siglo XIII, Santo Tomás de Aquino, nos ofrece lo que es quizás la explicación más clara y detallada de cómo obran los dones en nuestra vida.
Nuestra meta con este folleto es presentar la explicación de Santo Tomás junto con su descripción de cómo podemos ver los dones en acción en la mujer que fue la morada más perfecta del Espíritu Santo, la Santísima Virgen María.

¿Qué son exactamente los dones?
Los dones del Espíritu Santo son bendiciones conferidas a nuestra alma para realzar y refinar los poderes naturales que poseen: “El ‘alma’ se refiere al aspecto más interno del hombre, aquél que es de más valor en él, aquél por el cual él es más especialmente a imagen de Dios: ‘alma’ significa el principio espiritual en el hombre”. Dios Espíritu Santo obra siempre inspirándonos y guiándonos a mayor pureza, mayor amor y mayor santidad. Sin embargo, aun con las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, nuestros corazones pueden permanecer insensibles al Espíritu Santo. Los siete dones son el remedio para esta pereza.
Realzan los poderes del alma y hacen que nuestros corazones sean más sensibles a Dios, de modo que podamos seguir fácil y consistentemente los movimientos e inspiraciones del Espíritu Santo. Los dones son disposiciones habituales perdurables que nos mantienen finamente armonizados y devotamente sensibles a las más sutiles insinuaciones de Dios. Nos preparan para Sus iniciativas y nos permiten actuar de forma santa y hasta divina.
Estas siete gracias son llamadas “ dones” por dos razones. Primero, son “dones” porque Dios las infunde en nosotros sin esperar recompensa alguna Segundo, son “ dones” porque nos dan el privilegio de responder a

inspiraciones divinas. El nombre de “ dones,” que les da la Escritura parece ser el más apropiado cuando consideramos las bendiciones supremas y los beneficios que Dios nos da mediante ellos.

¿Quién necesita los dones?
Todos necesitamos los dones del Espíritu Santo, ya que sin la ayuda de Dios es imposible que encontremos el camino hacia Él. Además de que necesitamos que nuestros pecados sean perdonados, necesitamos que Dios venza nuestros vicios, tonterías, ignorancias, torpeza mental y otros defectos de mente y alma. Él hace esto de forma maravillosa dándonos estos dones, ya que compensan de sobra las debilidades de nuestra naturaleza caída y son el remedio para las enfermedades espirituales que nos privan de una plena comunión con Dios. Los dones son más que un remedio, nos fortalecen y reafirman nuestra voluntad de observar las buenas inspiraciones y la guía del Espíritu Santo. Los dones nos hacen escuchar y obedecer a Dios prontamente y hacen que realizar su voluntad sea el gozo supremo.



¿Cómo obtenemos los dones?
Los siete dones, al igual que las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, nos son dados en el santo Bautismo. Una vez recibidos, elevan el alma y existen como nuevas facultades o poderes sobrenaturales. A diferencia de las facultades naturales, sin embargo, los dones dependen directamente de Dios para su ejercicio. Por naturaleza tenemos el poder de pensar y razonar (por ejemplo), pero cuando nacemos a la vida por la gracia de Dios, somos dotados con los dones como facultades sobrenaturales, sentidos (por decirlo así) que hacen posible nuestra vida como nuevas criaturas espirituales. La verdadera acción o función de los dones – y, por lo tanto, sus beneficios – dependen de la obra ulterior de Dios. De hecho, con frecuencia la función de los dones es desconocida para nosotros. No es raro que se nos revelen sólo
retrospectivamente, por medio de un análisis bien informado de nuestros actos.
Esto no debe sorprendernos, ya que en el momento en que ejercimos los dones nuestra atención estaría fija en Dios y en otros objetos relacionados con Él.
La función de los dones del Espíritu Santo depende, particular y esencialmente, de la gracia de Dios. Por nuestra parte, podemos cultivarlos evitando el pecado y practicando las virtudes morales e intelectuales. Debemos estar siempre dispuestos a obedecer para deshacernos de aquello que pudiera impedir u ofrecer resistencia al movimiento del Espíritu Santo. Por ejemplo, si somos testarudos, egoístas o autocomplacientes, estamos creando obstáculos en nuestras almas e impidiendo el trabajo de la gracia. No podemos disfrutar de los dones del Espíritu Santo de forma estable o duradera mientras permanezcamos dispuestos a pecar o indecisos en cuanto a nuestra determinación de nunca ofender a Dios. En el Evangelio, Cristo nos recuerda que “nadie puede servir a dos señores” (Mateo 6, 24).
Los dones del Espíritu Santo aparecen cuando estamos viviendo con verdadera caridad divina. Cuando amamos a Dios sobre todas las cosas, y cuando amamos todas las cosas en su nombre, entonces ese mismo fuego de amor espiritual nos hace sutilmente sensibles a su dirección. Por lo tanto, los dones aparecen con la caridad y, a su vez, nos llevan a mayor santidad y amor.
Los dones siempre están presentes en conjunto, ya que en la vida de amor divino forman un todo orgánico integral. (Esto es así aunque, en casos particulares, es necesaria y evidente la función de un don en particular.) En la caridad, los dones no se pueden desunir o repartir por separado, y obran de tal modo que se refuerzan, complementan y recargan unos a otros puesto que actúan unidos para mantenernos en consonancia con la voluntad de Dios.



Los dones nos hacen como Cristo
Como los dones crean una exquisita sensibilidad y apertura a Dios, podemos decir que son, en cierto sentido, la dignidad suprema de nuestra naturaleza humana. Incluso Nuestro Señor Jesucristo, como verdadero hombre, fue dotado con los dones. En su infinita y amorosa sabiduría, Dios ha establecido que sólo mediante los dones del Espíritu Santo las almas se hacen plenamente atentas, alertas y vigilantes a las solicitudes del Espíritu. Cuando los recibimos, los dones nos conducen a una conformidad más profunda con Cristo, quien, en su perfecta humanidad, era suprema y perfectamente sensible y sujeto a las inspiraciones de Dios.
Nuestra participación en la gloria de los dones del Espíritu Santo no está limitada al tiempo de nuestra corta vida terrenal. Es cierto que, en esta vida actual, los dones nos ayudan en las áreas que purifican y perfeccionan nuestra relación con Dios. De manera especial nos protegen contra la tentación y las pruebas que nos pone el mal. Pero en el cielo, nuestra vida entera seguirá los movimientos y la vida del Espíritu Santo. Los dones nos permitirán participar en la vida misma de la Santísima Trinidad, de una forma que sólo Dios puede enseñarnos. En su esencia, entonces, los dones del Espíritu Santo perdurarán y continuarán activos en el cielo. Allí, éstos permanecerán y continuarán activos en el cielo. Allí serán plenamente permanentes y perfectos, permitiéndonos disfrutar de una comunión total con Dios y con todos los ángeles y santos en Él. Juntos nos regocijaremos en el propio amor y belleza de Dios, y participaremos de ellos juntos como sus amados hijos por siempre.


Continúa....






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