Buenas tardes queridos hermanos en Cristo, aquí les mandamos el noveno día de las meditaciones, para este mes de María.


                                                                        

DÍA NOVENO (15/NOV)
El trabajo
CONSIDERACIÓN. – Cuando el primer hombre hubo pecado, Dios le impuso como uno de los castigos por su falta, la necesidad de trabajar: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente –le dijo-, la tierra no producirá sola, sino zarzas y espinas”.
Esta obligación es general, cualquiera que sea el sitio donde la Divina Providencia nos haya colocado. El fastidio, la pena, la fatiga, que encontremos en el trabajo, no deben sorprendernos, ni descorazonarnos, porque el trabajo es una expiación.
Si algunas veces hallamos un cierto placer en nuestros trabajos, es Dios, que en su bondad, nos ayuda a cumplir nuestra tarea.
El Divino Maestro, ha santificado esta labor cotidiana, de la cual algunas veces nos quejamos: Dios ha sido obrero, se ha ocupado de duros trabajos y María, hija de reyes y que debía ser un día Reina de los Ángeles, estuvo sometida a la misma ley. La tradición nos la representa, bien hilando o tejiendo las telas necesarias para sus vestidos o los de su Hijo; o bien, ocupándose en los humildes quehaceres de su casa.
Elevemos muchas veces los ojos hacia la Santa Familia de Nazaret, cuando nos sintamos agobiados por la duración o la aridez de nuestro trabajo y pidámosle que nos ayude a imitarla.
EJEMPLO. -  San Silvano, que habitaba en el monte Sinaí con sus religiosos, recibió un día la visita de un ermitaño, quien, al ver a los monjes trabajando, se sorprendió.
-¿Por qué –les dijo- trabajáis con tanto ardor para procuraros un alimento material? ¿María no ha tomado la mejor parte? ¿Y Marta no fue reprendida por el Señor, a causa de su ocupación?
Sin responder a esta interpelación, San Silvano hizo dar un libro al ermitaño extranjero y le asignó una celda deshabitada.
A las tres horas de la tarde, el ermitaño, se extrañó de que nadie lo hubiese llamado a comer, esperó hasta el momento en que no pudo resistir el hambre que le atormentaba y entonces fue en busca del abad Silvano.
-Padre, le dijo, ¿los monjes no comen hoy?
El abad le respondió que todos ya lo habían hecho.
-¿Y cómo no me habéis invitado a participar de vuestro alimento?
-¡Cómo! respondióle San Silvano sonriendo, es porque como María, vos pretendéis haber tomado la mejor parte.
Vos miráis el trabajo como innecesario y es probable que no viváis, por supuesto, más que de alimento espiritual.
En cuanto a nosotros, que estamos revestidos de un cuerpo, estamos condenados a alimentarnos, y, por consiguiente, a conservar la vida para poder trabajar.
El ermitaño pidióle perdón, por haberse permitido una censura tan desconsiderada.
-Me siento feliz de que reconozcáis vuestro error, agregó San Silvano con benevolencia. De paso, veo que María tuvo necesidad de la ayuda de Marta.
Si Marta no hubiera trabajado, María no habría podido reposar a los pies de Jesús.
ORACIÓN. – Os suplicamos, ¡oh María! que no nos abandonéis en los trabajos de esta vida. Vos, que habéis querido someteros a la ley común del trabajo, haced que, a vuestro ejemplo, aceptemos con resignación las fatigas y sufrimientos, que son el resultado del pecado y que, de este modo, podamos adquirir verdaderos méritos a los ojos del Señor. Así sea.
RESOLUCIÓN. – Huiré de la ociosidad, como de un gran mal.
JACULATORIA. – Madre admirable, rogad por nosotros.


Un abrazo en Jesús Misericordioso y María Santísima, en el amor del Espíritu Santo, la protección de San José y la mirada amorosa de Dios Padre.
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