miércoles, 27 de marzo de 2013

Evangelio - Miércoles Santo


† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 26, 14-25
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, uno de los Doce, el llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: 
"¿Qué me dan si les entrego a Jesús?" 
Ellos le ofrecieron treinta monedas de plata. 
Y desde ese momento buscaba la oportunidad para entregarlo.
El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron:
"¿Dónde quieres que te preparemos la cena de pascua?"
El respondió: 
"Vayan a la ciudad, a casa de Fulano, y díganle: "El Maestro dice: Se acerca el momento, y quiero celebrar la pascua en tu casa con mis discípulos"". 
Ellos hicieron lo que Jesús les había ordenado y prepararon la cena de pascua. 
Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce, y mientras cenaban les dijo: 
"Les aseguro que uno de ustedes me va a entregar".
Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: 
"¿Acaso soy yo, Señor?" 
Jesús respondió: 
"El que come en el mismo plato que yo, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, tal como está escrito de él; pero ¡ay de aquél que entrega al Hijo del hombre! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!"
Entonces preguntó Judas, el traidor: 
"¿Soy yo acaso, maestro?" 
Y Jesús le respondió: 
"Tú lo has dicho".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario: P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP (San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)
Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará
Hoy, el Evangelio nos propone —por lo menos— tres consideraciones. La primera es que, cuando el amor hacia el Señor se entibia, entonces la voluntad cede a otros reclamos, donde la voluptuosidad parece ofrecernos platos más sabrosos pero, en realidad, condimentados por degradantes e inquietantes venenos. Dada nuestra nativa fragilidad, no hay que permitir que disminuya el fuego del fervor que, si no sensible, por lo menos mental, nos une con Aquel que nos ha amado hasta ofrecer su vida por nosotros.

La segunda consideración se refiere a la misteriosa elección del sitio donde Jesús quiere consumir su cena pascual. «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’» (Mt 26,18). El dueño de la casa, quizá, no fuera uno de los amigos declarados del Señor; pero debía tener el oído despierto para escuchar las llamadas “interiores”. El Señor le habría hablado en lo íntimo —como a menudo nos habla—, a través de mil incentivos para que le abriera la puerta. Su fantasía y su omnipotencia, soportes del amor infinito con el cual nos ama, no conocen fronteras y se expresan de maneras siempre aptas a cada situación personal. Cuando oigamos la llamada hemos de “rendirnos”, dejando aparte los sofismas y aceptando con alegría ese “mensajero libertador”. Es como si alguien se hubiese presentado a la puerta de la cárcel y nos invita a seguirlo, como hizo el Ángel con Pedro diciéndole: «Rápido, levántate y sígueme» (Hch 12,7).

El tercer motivo de meditación nos lo ofrece el traidor que intenta esconder su crimen ante la mirada escudriñadora del Omnisciente. Lo había intentado ya el mismo Adán y, después, su hijo fratricida Caín, pero inútilmente. Antes de ser nuestro exactísimo Juez, Dios se nos presenta como padre y madre, que no se rinde ante la idea de perder a un hijo. A Jesús le duele el corazón no tanto por haber sido traicionado cuanto por ver a un hijo alejarse irremediablemente de Él.
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Otro Comentario: Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España)


La Pascua
Hoy, los apóstoles preparan la Pascua. Judas trama el “negocio” de entregar al Maestro, sin sospechar que su traición “proporciona” la Víctima de la nueva Pascua. Los demás apóstoles preparan el banquete, sin saber que esta Pascua ya no será del Antiguo Testamento, sino del Nuevo: Jesús, alimento eucarístico y víctima en la cruz.

Pascua significa “paso”: paso de esclavitud a libertad, paso por el desierto, por el Jordán, por el Mar Rojo… Un paso de Dios que siempre significa protección y salvación. Era la mayor fiesta de los judíos: sacrificio y banquete conjuntamente, que celebraba su historia de salvación.

—Señor Jesús, yo también quiero preparar tu Pascua como los discípulos. Sé que tu “hora” se acerca, la de “pasar” por el don de ti mismo, por el sacrificio de la cruz y por la muerte. Que tu “paso” sea el mío, y tu Pascua sea mi paso a una vida nueva en ti.
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Otro comentario: Santa Catalina de Siena (1347-1380), terciaria dominica, mística, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa 
Diálogo 37 

El desespero de Judas.

    “Judas se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos, diciendo: -He pecado entregando a este hombre inocente.- Ellos le replicaron: “¿A nosotros, qué nos importa? Tú verás.” El fue y se ahorcó” (cf Mt 27,3-5)

    Dios le dijo a Santa Catalina: -El pecado imperdonable, en este mundo y en el otro, es aquel que despreciando mi misericordia no quiere ser perdonado. Por esto lo tengo por el más grave, porque el desespero de Judas me entristeció más a mí mismo y fue más doloroso para mi Hijo que su misma traición. Los hombres serán condenados por este falso juicio, que les hace creer que su pecado es más grande que mi misericordia... Serán condenados por su injusticia, cuando se lamentan de su suerte más que de la ofensa que me hacen a mí.

    Porque esta es su injusticia: no me devuelven lo que me pertenece, ni se conceden a ellos mismos lo que les pertenece. A mí me deben amor, el arrepentimiento de su falta y la contrición; me los han de ofrecer a causa de sus faltas, pero hacen justo lo contrario. No tienen amor y compasión más que por ellos mismos, ya que no saben más que lamentarse sobre los castigos que les esperan. Ya ves, cometen una injusticia y por esto quedan doblemente castigados, por haber menospreciado mi misericordia.   





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