miércoles, 27 de junio de 2012

Evangelio - Miércoles XII del Tiempo Ordinario


Día litúrgico: Miércoles XII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 7,15-20): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis».

Comentario: Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret (Vic, Barcelona, España)

Por sus frutos los reconoceréis
Hoy, se nos presenta ante nuestra mirada un nuevo contraste evangélico, entre los árboles buenos y malos. Las afirmaciones de Jesús al respecto son tan simples que parecen casi simplistas. ¡Y justo es decir que no lo son en absoluto! No lo son, como no lo es la vida real de cada día.

Ésta nos enseña que hay buenos que degeneran y acaban dando frutos malos y que, al revés, hay malos que cambian y acaban dando frutos buenos. ¿Qué significa, pues, en definitiva, que «todo árbol bueno da frutos buenos (Mt 7,17)»? Significa que el que es bueno lo es en la medida en que no desfallece obrando el bien. Obra el bien y no se cansa. Obra el bien y no cede ante la tentación de obrar el mal. Obra el bien y persevera hasta el heroísmo. Obra el bien y, si acaso llega a ceder ante el cansancio de actuar así, de caer en la tentación de obrar el mal, o de asustarse ante la exigencia innegociable, lo reconoce sinceramente, lo confiesa de veras, se arrepiente de corazón y... vuelve a empezar.

¡Ah! Y lo hace, entre otras razones, porque sabe que si no da buen fruto será cortado y echado al fuego (¡el santo temor de Dios guarda la viña de las buenas vides!), y porque, conociendo la bondad de los demás a través de sus buenas obras, sabe, no sólo por experiencia individual, sino también por experiencia social, que él sólo es bueno y puede ser reconocido como tal a través de los hechos y no de las solas palabras.

No basta decir: «Señor, Señor!». Como nos recuerda Santiago, la fe se acredita a través de las obras: «Muéstrame tu fe sin las obras, que yo por las obras te haré ver mi fe» (Sant 2,18).
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Otro Comentario:
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia Explicación del Sermón de la Montaña, cap. 24, §80-81 


“Por sus frutos los conoceréis”

        Preguntémosnos sobre qué frutos el Señor quiere llamar la atención para reconocer el árbol. Algunos consideran como frutos lo que constituye las vestiduras de las ovejas, así los lobos pueden engañarlos. Quiero indicar aquí los ayunos, las oraciones, las limosnas y todas las obras que pueden ser hechas por los hipócritas. Sin esto Jesús no habría dicho: "Absteneos de hacer justicia delante de los hombres, para llamarles la atención " (Mt 6,1)... Muchos dan a los pobres por ostentación y no por benevolencia; muchos rezan o más bien parece que rezan, pero no lo hacen por Dios sino más bien por la estima de los hombres; muchos ayunan y fingen una austeridad asombrosa, para atraerse la admiración de los que ven sus obras. Todas estas obras son engaños... El Señor concluye que estos frutos no son suficientes para juzgar el árbol. Las mismas acciones hechas con una intención recta y en verdad constituyen la vestidura de las ovejas auténticas...

        El apóstol Pablo nos dice por qué frutos reconoceremos el árbol malo: "Es fácil reconocer las obras de la carne: desenfreno, impureza, obscenidad, idolatría, brujería, odios, disputas, celos, cólera, disensión, sectarismo, rivalidades, borracheras, rencillas y cosas semejantes " (Ga 5,19-20). El mismo apóstol nos dice seguidamente por qué frutos podemos reconocer un árbol bueno: "Pero al contrario los frutos del Espíritu son amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fe, humildad y control de sí" (v. 22-23).
Hay que saber que la palabra "alegría" se toma aquí en su sentido propio; los hombres malvados en sentido propio ignoran la alegría, pero conocen el placer... Es el sentido propio de la palabra, lo que sólo los buenos conocen; "no hay alegría para los impíos, dice el Señor" (Is 48,22). Lo mismo ocurre con la fe verdadera. Las virtudes enumeradas pueden ser disimuladas por los malos y los impostores, pero no engañan al ojo límpio y puro capaz de discernirlo.


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