martes, 24 de julio de 2012

El Invisible motor de la Iglesia


                                                             El invisible motor de la Iglesia

16. julio 2012 | Por  | 
¡Hay que ver lo calladito que está el Espíritu Santo en la Iglesia! Diríamos que el Espíritu Santo, siendo Dios, es humilde a más no poder. Lo hace todo, lo vivifica todo, lo anima todo, lo embellece todo… y se esconde de tal manera que no aparece para nada por ninguna parte.
¡Bendito Espíritu Santo, con qué delicadeza trata a la Iglesia, que es hechura suya, desde que recibió de Jesús el encargo en Pentecostés de echarla a andar por el mundo!…
¿Por qué el Espíritu Santo ha de ser tan desconocido para muchos?… Hubo en Inglaterra un Arzobispo y Cardenal de la Iglesia Católica muy famoso. Pero antes, siendo Pastor en la iglesia anglicana, se le presenta una señora que se le queja:
- Reverendo, yo asisto regularmente a sus sermones. Y me atrevo a preguntarle: ¿Por qué usted habla tan poco o nada sobre el Espíritu Santo?
El reverendo se calla, pues no tiene excusa. La realidad era que no lo había estudiado y no encontraba nada o casi nada sobre el Espíritu en los libros de teología protestante. Tiene que echar mano de la teología católica, y aquí le esperaba el Espíritu Santo, pues con esto le clavaba la primera inquietud: -Sí; veo que he de cambiar… (Manning)
    Todos debemos cambiar nuestra actitud respecto del Espíritu Divino que Dios nos ha dado con la gracia bautismal. No más olvido. No más dejarlo en la penumbra. Aprendiendo de los hermanos del Movimiento de Renovación Carismática, hay que llamar al Espíritu Santo para que mueva nuestra oración, para que no nos deje parar cuando haya que hacer algo por el Reino de Dios.
El Papa nos lo proponía al iniciar el Tercer Milenio: -Cristo Resucitado nos convoca de nuevo como en el cenáculo, donde se presentó a los suyos para exhalar sobre ellos el don vivificante del Espíritu e iniciarlos en la gran aventura de la evangelización (NMI)
Por eso, nos preguntamos ahora: -¿Qué es y qué hace el Espíritu Santo en la Iglesia? Aunque la pregunta podría ser otra: -¿Qué le dejamos nosotros al Espíritu Santo hacer en la Iglesia?… Porque el Espíritu Santo es el que llena de energía a la Iglesia para que siga llevando a través de los tiempos y en todos los rincones de la tierra la obra de la salvación realizada por Jesucristo.
El Espíritu Santo, el día de Pentecostés, llena de su amor y de su alegría el corazón de los apóstoles, para que no se arredren ante ninguna dificultad. San Juan de Ávila lo comenta entusiasmado: -¡Qué sabor, qué olor, qué gusto, qué consuelo, qué descanso, qué regocijo, qué alegría, qué esfuerzo sintieron los apóstoles cuando sintieron el silbo del Espíritu dentro de sus entrañas! ¡Qué contentas sintieron sus almas, qué hartas, qué rellenas, qué abundantes del Espíritu Santo!…
Con un gozo así en el alma —y ese es el gozo que nos produce a todos el Divino Espíritu—, ¿quién no se siente con ánimos para toda empresa de Dios?… Como lo hace el joven húngaro (Esteban Kaszap) que quiere escalar las cumbres de la santidad, pero siente que a veces le fallan los ánimos: -¡Vamos! ¿Te espanta lo que te viene encima? ¿No tienes fe y no confías en la fuerza del Espíritu Santo?…
Porque el Espíritu Santo ha sido en la Iglesia la gran fortaleza del martirio. Sin el Espíritu Santo dentro, no se entendería jamás el acierto de los testigos de la fe en esos momentos supremos. Ya les había dicho Jesús que no pensaran en su defensa, pues Dios mismo les sugeriría en los tribunales lo que habrían de responder, puesto que sería el Espíritu Santo quien hablaría a través de ellos.
    Así, una Felícitas, madre de siete hijos —igual que la de los Macabeos—, que le desafía al juez, antes de ver morir a sus hijos: -Ni tus halagos me ablandan ni tu amenazas me hacen temblar, porque llevo en mí al Espíritu Santo, que no permitirá sea vencida del demonio, el espíritu inmundo.
El Espíritu Santo tiene la misión en la Iglesia —nos lo dice el mismo Jesús (Juan 16, 13)— de enseñarnos la verdad completa y de conservarla íntegra en la Iglesia de Cristo. Esa verdad, enseñada fielmente por los Pastores, la saben confesar con intrepidez los mártires como grandes testigos de la fe.
Las Carmelitas mártires de Compiegne, en la Revolución Francesa, están ya al pie del cadalso. Sus cabezas van a rodar una tras otra cortadas por la guillotina. Pero antes, la Superiora pide a los verdugos, y ellos se lo conceden, cantar el himno “¡Ven Espíritu Santo!” que tantas veces había gastado sus labios. La última en morir es la Superiora, y le toca en el momento en que acababa la estrofa: “¡Que por ti creamos en todo tiempo!”… Comenta bonitamente un escritor: “Y en el Cielo hubo aplausos para aquellas campeonas de la fe”…

El Concilio nos resume en un párrafo precioso toda la acción del Espíritu Santo en la Iglesia, cuando nos dice que habitando en los corazones de los fieles como en un templo, en los que ora y da testimonio de su adopción como hijos de Dios, es el Espíritu Santo quien “guía a la Iglesia a toda verdad, la unifica en la comunión y en el ministerio, la gobierna con sus dones y carismas y la embellece con sus frutos.  Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo”, mientras le hace decir: ¡Ven, Señor Jesús! (LG 4)
Aquella primera Universidad de México tenía como lema: “Por mi Raza hablará el Espíritu”. Cierto. El Espíritu habla en toda la Iglesia, pero lo ha hecho muy especialmente en nuestra América. ¡Y qué bien que la ha guiado desde su primera evangelización!… El Espíritu Santo calladito, calladito, pero sabe llevar muy adelante la obra del Reino…

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