martes, 10 de julio de 2012

Evangelio - Martes XIV Semana del Tiempo Ordinario


Día litúrgico: Martes XIV del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 9,32-38): En aquel tiempo, le presentaron un mudo endemoniado. Y expulsado el demonio, rompió a hablar el mudo. Y la gente, admirada, decía: «Jamás se vio cosa igual en Israel». Pero los fariseos decían: «Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios».

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies».

Comentario: Rev. D. Joan SOLÀ i Triadú (Girona, España)

Rogad (...) al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies
Hoy, el Evangelio nos habla de la curación de un endemoniado mudo que provoca diferentes reacciones en los fariseos y en la multitud. Mientras que los fariseos, ante la evidencia de un prodigio innegable, lo atribuyen a poderes diabólicos —«Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios» (Mt 9,34)—, la multitud se maravilla: «Jamás se vio cosa igual en Israel» (Mt 9,33). San Juan Crisóstomo, comentando este pasaje, dice: «Lo que en verdad molestaba a los fariseos era que consideraran a Jesús como superior a todos, no sólo a los que entonces existían, sino a todos los que habían existido anteriormente».

A Jesús no le preocupaba la animadversión de los fariseos, Él continuaba fiel a su misión. Es más, Jesús, ante la evidencia de que los guías de Israel, en vez de cuidar y apacentar el rebaño, lo que hacían era descarriarlo, se apiadó de aquellas multitudes cansadas y abatidas, como ovejas sin pastor. Que las multitudes desean y agradecen una buena guía quedó comprobado en las visitas pastorales del Papa Juan Pablo II a tantos países del mundo. ¡Cuántas multitudes reunidas a su alrededor! ¡Cómo escuchaban su palabra, sobre todo los jóvenes! Y eso que el Papa no rebajaba el Evangelio, sino que lo predicaba con todas sus exigencias.

Todos nosotros, «si fuéramos consecuentes con nuestra fe, —dice san Josemaría Escrivá— al mirar a nuestro alrededor y contemplar el espectáculo de la historia y del mundo, no podríamos menos de sentir que se elevan en nuestro corazón los mismos sentimientos que animaron al de Jesucristo», lo cual nos conduciría a una generosa tarea apostólica. Pero es evidente la desproporción que existe entre las multitudes que esperan la predicación de la Buena Nueva del Reino y la escasez de obreros. La solución nos la da Jesús al final del Evangelio: rogad al Dueño de la mies que envíe obreros a sus campos (cf. Mt 9,38).

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Otro Comentario: Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897), carmelita descalza, doctor de la Iglesia  - Carta 135 

«Rogad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies»

        Un día en el que pensaba qué podía hacer yo para salvar almas, una frase del Evangelio me dio una viva luz. En otro tiempo Jesús dijo a sus discípulos enseñándoles los campos de trigo ya maduro: «Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega». (Jn 4,35), y un poco más adelante: «En verdad, la mies es abundante pero el número de trabajadores es pequeño; pedid pues al señor de la mies que le mande trabajadores». ¡Qué misterio! ¿Acaso Jesús no es todopoderoso? ¿Las criaturas no son de quien las ha hecho? Entonces ¿por qué Jesús dice: «pedid, pues, al señor de la mies que le mande trabajadores»? ¿Por qué? 

        ¡Ah! Es que Jesús  nos tiene un amor tan incomprensible que quiere que tomemos parte con Él en la salvación de las almas. No quiere hacer nada sin nosotros. El creador del universo espera la oración de una pobre y pequeñita alma para salvar a las demás almas rescatadas, como ella, al precio de toda su sangre. Nuestra vocación no es ir a segar en los campos de trigo maduro. Jesús no nos dice: «Bajad los ojos, mirad los campos e id a segarlos». Nuestra misión [como carmelitas] es todavía más sublime. Estas son las palabras de nuestro Jesús: «¡Levantad los ojos y mirad. Mirad cómo en mi cielo hay lugares vacíos, os toca a vosotras el llenarlos; vosotras sois mis Moisés orando sobre el monte (Ex 17,8s). Pedirme obreros y yo os los enviaré, no espero otra cosa que una plegaria, un suspiro de vuestro corazón!»

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