lunes, 6 de mayo de 2013

Evangelio - Lunes VI Semana de Pascua


El Espíritu de verdad dará testimonio de mí
† Lectura del santo Evangelio según san Juan15, 26-27; 16, 1-4
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: 
"Cuando venga el Consolador, el Espíritu de la verdad que yo les enviaré y que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Ustedes mismos serán mis testigos, porque han estado conmigo desde el principio.
Les he dicho todo esto, para que no pierdan la fe en la prueba. Porque los expulsarán de la sinagoga; más aún, llegará un momento en el que les quiten la vida pensando que así dan culto a Dios. Y actuarán así, porque no conocen al Padre ni me conocen a mí. Les digo esto de antemano, para que, cuando llegue la hora, recuerden que ya estaba anunciado".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria 
Pascua. 6ª semana. Lunes
LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO
— Las virtudes sobrenaturales y los dones del Espíritu Santo.
Vivimos rodeados de regalos de Dios. Todo lo bueno que tenemos, las cualidades del alma y del cuerpo..., todo son dones del Señor para que nos ayuden a ser felices en esta vida y alcancemos con ellos el Cielo. Pero fue sobre todo en el momento de nuestro Bautismo cuando nuestro Padre Dios nos llenó de bienes incontables. Borró la mancha del pecado original en nuestra alma. Nos enriqueció con la gracia santificante, por la que nos hacía partícipes de su misma vida divina y nos constituía en hijos suyos. Nos hizo miembros de su Iglesia.
Junto con la gracia, Dios adornó nuestra alma con las virtudes sobrenaturales y los dones del Espíritu Santo. Las virtudes nos dan el poder, la capacidad de actuar de una manera sobrenatural, de juzgar el mundo y los acontecimientos desde un punto de vista más alto, desde la fe, y de portarnos como verdaderos hijos de Dios. Nos dan la posibilidad de conocer íntimamente a Dios, de amarle como Él se ama, y de realizar obras meritorias para la vida eterna. Bajo el influjo de estas virtudes nuestro trabajo, aunque humanamente parezca de escaso relieve, se convierte en un tesoro de méritos para el Cielo.
Las virtudes sobrenaturales nos dan la capacidad, de manera semejante a como las piernas nos permiten caminar y los ojos contemplar el mundo que nos rodea. Con todo, no basta tener piernas para emprender un viaje, ni ojos para contemplar un cuadro. Es necesaria la cooperación de nuestra libertad, nuestro querer y nuestro esfuerzo para ponernos en camino en el caso del viaje, y poner la atención necesaria para captar la belleza de un cuadro.
Los dones del Espíritu Santo son un nuevo regalo que Dios otorga al alma para que pueda realizar de modo más perfecto y como sin esfuerzo las obras buenas en las que se manifiesta el amor a Dios, la santidad1: presencia de Dios, caridad, ofrecimiento del trabajo, pequeñas mortificaciones a lo largo del día.
El alma es investida «de un aumento de fuerza, se hace apta para obedecer con mayor facilidad y prontitud a la llamada y a los impulsos del Espíritu. Es tanta la eficacia de estos dones, que conducen al hombre a las más altas cimas de la santidad, y tanta su excelencia, que perseveran intactos, aunque más perfectos, en el reino celestial. Merced a ellos, el Espíritu Santo nos mueve a desear y nos empuja a conseguir las bienaventuranzas evangélicas, que son como flores abiertas en la primavera, como indicio y presagio de la eterna bienaventuranza»2.
Los dones del Espíritu Santo van conformando nuestra vida según las maneras y modos propios de un hijo de Dios, nos dan una finura y sensibilidad mayor para oír y poner en práctica las mociones e inspiraciones del Paráclito, que así va gobernando con prontitud y facilidad nuestra vida, que entonces se guía por el querer de Dios, y no por nuestros gustos y caprichos.
Hoy le pedimos al Espíritu Santo que doblegue en nosotros lo que es rígido, particularmente la rigidez de la soberbia; que caliente en nosotros lo que es frío, la tibieza en el trato con Dios; que enderece lo extraviado3, porque son muchos los apegamientos terrenos, el peso de los pecados pasados, la flaqueza de la voluntad, la ignorancia de lo que en tantas ocasiones sería más grato a Dios... De aquí provienen los fracasos y debilidades, los cansancios y derrotas. Por eso, le pedimos en nuestra oración que arranque de nuestra alma «el peso muerto, resto de todas las impurezas, que le hace pegarse al suelo (...); para que suba hasta la Majestad de Dios, a fundirse en la llamarada viva de Amor, que es Él»4.
— Los siete dones. Su influencia en la vida cristiana.
Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí5. El Evangelio de la Misa recoge este nuevo anuncio del Señor, y la liturgia de la Iglesia nos invita de muchas maneras a preparar nuestras almas a la acción del Espíritu Santo.
La lucha decidida contra todo pecado venial deliberado nos dispone para recibir la luz y la protección del Paráclito a través de sus dones. La claridad que recibimos en la inteligencia nos hace conocer y comprender las cosas divinas; la ayuda que alcanza nuestra voluntad nos permite aprovechar con eficacia las oportunidades de realizar el bien que se nos presentan cada día y rechazar las tentaciones de todo aquello que nos alejaría de Dios.
El don de inteligencia nos descubre con mayor claridad las riquezas de la fe; el don de ciencia nos lleva a juzgar con rectitud de las cosas creadas y a mantener nuestro corazón en Dios y en lo creado en la medida en que nos lleve a Él; el don de sabiduría nos hace comprender la maravilla insondable de Dios y nos impulsa a buscarle sobre todas las cosas y en medio de nuestro trabajo y de nuestras obligaciones; eldon de consejo nos señala los caminos de la santidad, el querer de Dios en nuestra vida diaria, nos anima a seguir la solución que más concuerda con la gloria de Dios y el bien de los demás; el don de piedad nos mueve a tratar a Dios con la confianza con la que un hijo trata a su Padre; el don de fortaleza nos alienta continuamente y nos ayuda a superar las dificultades que sin duda encontramos en nuestro caminar hacia Dios; el don de temor nos induce a huir de las ocasiones de pecar, a no ceder a la tentación, a evitar todo mal que pueda contristar al Espíritu Santo6, a temer radicalmente separarnos de Aquel a quien amamos y constituye nuestra razón de ser y de vivir.
En estos días en que nos preparamos para celebrar el envío solemne del Espíritu Santo sobre la Iglesia, representada por los Apóstoles reunidos en el Cenáculo, junto a Santa María, Madre de Dios, pedimos insistentemente que seamos dóciles a la acción del Paráclito en nuestra alma y que no cese su acción y sus inspiraciones sobre los hombres de esta época nuestra, «particularmente sedienta del Espíritu Santo»7 y tan necesitada de su protección y de su ayuda. Le decimos:
Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz.
Ven, padre de los pobres; ven dador de las gracias; ven, lumbre de los corazones (...). Concede a tus fieles, que en Ti confían, tus siete sagrados dones. Dales el mérito de la virtud, dales el puerto de la salvación, dales el eterno gozo8.
— Decenario al Espíritu Santo.
Para aumentar la devoción al Espíritu Santo, empecemos por practicar las virtudes humanas y cristianas, en el trabajo y en la convivencia diaria. Si el cristiano «lucha por adquirir estas virtudes, su alma se dispone a recibir eficazmente la gracia del Espíritu Santo (...). La Tercera Persona de la Trinidad Beatísima –dulce huésped del alma(Secuencia Veni, Sancte Spiritus)– regala sus dones: don de sabiduría, de entendimiento, de consejo, de fortaleza, de ciencia, de piedad, de temor de Dios (Cfr. Is 11, 2)»9.
El Espíritu Santo desea –como nunca podremos nosotros llegar a quererlo– darnos sus dones en tal abundancia que formen un río impetuoso en nuestra vida sobrenatural y que produzcan en nosotros sus admirables frutos. Solo espera que quitemos los posibles obstáculos de nuestra alma, que le pidamos a Él mismo más deseos de purificación, que le digamos desde lo más hondo: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu Amor. No desea otra cosa que llenarnos de su gracia y de sus dones. Si vosotros –decía el Señor–, siendo malos, sabéis dar buenos regalos a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que le piden?10.
A lo largo de estos días en los que preparamos la fiesta de Pentecostés debemos rogar con humildad al Padre de las luces11 que envíe a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual nos hace exclamar: Abba! ¡Padre!12. Debemos pedir a Cristo que, desde el seno del Padre, mande al que es Consolador óptimo, dulce Huésped del alma, dulce refrigerio13.
En el Decenario que comenzaremos después de la solemnidad de la Ascensión, queremos disponernos para ser más dóciles a las gracias que continuamente nos otorga el Paráclito. Pidámosle cada uno de sus dones para ser buenos instrumentos suyos en la familia, en nuestras ocupaciones, en la sociedad. «Camino seguro de humildad es meditar cómo, aun careciendo de talento, de renombre y de fortuna, podemos ser instrumentos eficaces, si acudimos al Espíritu Santo para que nos dispense sus dones.
»Los Apóstoles, a pesar de haber sido instruidos por Jesús durante tres años, huyeron despavoridos ante los enemigos de Cristo. Sin embargo, después de Pentecostés, se dejaron azotar y encarcelar, y acabaron dando la vida en testimonio de su fe»14.
Nuestra fidelidad a las inspiraciones y gracias que recibimos del Espíritu Santo se concretará, en muchas ocasiones, a la docilidad en la dirección espiritual, con un esfuerzo diario para sacar adelante las metas y sugerencias que nos señalan.
Acercarse a la Virgen, Esposa de Dios Espíritu Santo, es un modo seguro de disponer nuestra alma a los nuevos dones que el Paráclito quiera darnos.
1 Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, 1-2, q. 68, a. 1. — 2 León XIII, Enc. Divinum illud munus, 9-V-1897, 12. — 3 Cfr. Secuencia del Domingo de Pentecostés. — 4 Cfr. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 886. — 5 Jn 15, 26. — 6 Ef 4, 30. — 7 Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, 4-III-1979. — 8 Secuencia de la Misa de Pentecostés. — 9San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 92. — 10 Lc 11, 13. — 11 Sant 1, 17. — 12Gal 4, 6. — 13 Secuencia de la Misa de Pentecostés. — 14 San Josemaría Escrivá,Surco, n. 283.
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Otro comentario: Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, (1891-1942), carmelita descalza, mártir, copatrona de Europa 
Poesías, Pentecostés 1937 
“El Defensor que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad”

¿Quién eres, dulce luz que me inundas
alumbrando las tinieblas de mi corazón?
Tu mano me guía como una madre
Si me soltaras
ningún paso ya sabría dar.
Tú eres el espacio
que entraña en si todo mi ser y me ampara.
Lejos de ti me hundiría en el abismo de la nada
de la que me salvaste y levantaste a la luz.
Tú, más cerca de mí que yo misma
más interior que mi interior
y al mismo tiempo inaccesible,
más allá de todo nombre:
Espíritu Santo- Amor eterno.

¿Eres Espíritu de plenitud y de poder
con que el Cordero rompe los sellos
de los designios divinos? (Ap 5,7)
Enviados por Ti, los mensajeros del juicio,
van por el mundo con la espada afilada
para separar el reino de la luz
del reino de las tinieblas (Ap 6,2s).
Habrá un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap 21,1),
y todo recobrará el lugar que le pertenece,
gracias a tu aliento:
Espíritu Santo – Poder victorioso!
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Otro comentario: Rev. D. Jordi POU i Sabater (Sant Jordi Desvalls, Girona, España)

La lucha del cristiano
Hoy, el Evangelio es casi tan actual como en los años del evangelista san Juan. Ser cristiano entonces no estaba de moda, como tampoco lo está ahora: es vivir a contracorriente. ¡Lo ha sido siempre! (incluso en épocas en que “todo el mundo” era cristiano).

El cristiano es, si vive según Jesucristo, un testimonio de lo que Dios tiene previsto para todos los hombres. Esto no gustará a muchos, como Jesús mismo no gustó a algunos y fue llevado a la muerte. Los motivos del rechazo serán variados, pero hemos de tener presente que en ocasiones nuestro testimonio será tomado como una acusación. San Juan no esconde la realidad de las cosas ni la substancia de la vida cristiana: la lucha. Una lucha que es para todos.

—Dios-Espíritu Santo, Tú "luchas" con nosotros. Tú eres quien nos das las fuerzas. Tú eres el Protector, quien nos libra de los peligros. ¡Contigo al lado nada hemos de temer!
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Otro comentario: Pbro. D. Luis A. GALA Rodríguez (Campeche, México)
«Yo os enviaré (…) el Espíritu de la verdad»
Hoy, el texto evangélico contiene el aviso de Jesús de las dificultades que encontrará todo aquel que sea su discípulo: «Incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios» (Jn 16,2). Humanamente es normal que el miedo pueda abrazarnos, pero también es cierto que nos conforta el saber que no estamos solos, sino que contamos con el Paráclito, el Espíritu de la Verdad, que es quien dará testimonio (cf. Jn 15,26).

Hay que tener presente que el Espíritu vive en cada bautizado, puesto que somos por adopción "hijos de Dios" y "Templo vivo del Espíritu": ¡cuánta verdad!, y muchas veces lo olvidamos o ya no lo creemos, porque no hemos conocido ni al Padre ni al Hijo (cf. Jn 16,3). Vivimos una crisis de valores y de fe, pensamos que el cambio está fuera y que tendría que ser sólo obra de Dios, algo mágico. Pero el Evangelio nos recuerda que el cambio opera en nosotros y por nosotros en la acción del Espíritu Santo. El “Paráclito” no viene a solucionar nuestros problemas, sino que nos enseña a analizarlos y a saber descubrir qué es lo que verdaderamente tenemos que trabajar en nosotros para poder sostener y avivar el testimonio de una vida en Cristo.

Benedicto XVI, en la Misa de apertura del Año de la Fe, nos recordó que, «hoy —más que nunca— evangelizar quiere decir dar testimonio de una vida nueva, trasformada por Dios», donde el Evangelio y la fe firme en la Iglesia constituyen lo esencial.

Hay que dejarse tocar por Espíritu de Dios para que ante tanto dolor, sufrimiento e impotencia de un mundo tan materialista —y aún cuando parezca que Dios no está presente o es inalcanzable— no tengamos miedo, sino que aprendamos a pedir la ayuda del Paráclito: «¡Ven Espíritu Santo y transforma a tu Iglesia según tu voluntad!».



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