miércoles, 15 de mayo de 2013

Partícula para Eucaristizarnos




« “He ahí a tu Madre” es la palabra más grande, solemne y generosa del Corazón de Jesús en el Evangelio después de “Esto es mi Cuerpo”. La maternidad de la Virgen sobre nosotros está siendo dada y creada en cada momento de Sagrario. Madre, la más limpia y sin mancha de todas las madres»
 (En busca del Escondido, 7ª ed., pp.33 y 146).
En el principio de la vida siempre se encuentra Dios. Por eso las madres, portadoras de vida, son mujeres «bendecidas» por el Creador, el fruto de sus vientres es bendito. María, Madre, es la «bendecida» por excelencia: con Ella nos llega Jesús, la bendición de Dios al mundo. Es así que fue llamada «bendita entre las mujeres».
Pero esta elección de María como Madre de Dios ha hecho que su vida esté cargada de misterio. Ella es presentada en el evangelio como virgen y como madre, realidades ilógicas, pero que nos revelan cómo la virginidad permite una fecundidad cuando la persona está abierta a los planes de Dios. «El “sí” de María implica a la vez maternidad y virginidad» (Benedicto XVI, 18/12/2011). Esto pudo ser así porque ese Dios que obró en el seno estéril de su prima Isabel, pudo obrar en su seno virgen, porque es el Dios de la Vida.
María concibió a Jesús y ejerció con Él la tarea continua que llevaba consigo la misión de madre. Acabado el tiempo, cuando llega la hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús concede a María, desde la cruz, una nueva misión, ya no como su madre, sino como la madre del discípulo amado: «He ahí a tu Madre», «He ahí tienes a tu hijo». Desde que el discípulo la acogió en su casa, María comenzó a ser parte integrante del universo espiritual de los cristianos. Se reconoce en Ella una nueva maternidad espiritual, madre de todos los que siguen a su Hijo. «La maternidad de María, que comenzó con el fíat de Nazaret, culmina bajo la cruz» (Benedicto XVI 29/11/2006).
De este modo María, que ha aprendido durante toda su vida a escuchar y hacer la voluntad de Dios, pasa a ser la Maestra que enseña a los discípulos. Ella es la que sabe que Dios no deja promesas sin cumplir, que el Señor se abre paso ante las confusiones de los hombres, la Madre que sabe que Dios es el Señor de la historia, que la luz traspasa las ti-nieblas y, porque lo sabe, lo enseña, lo contagia y se hace portadora de la Buena Nueva transmitiendo y viviendo lo que ha aprendido.
¡María es madre nuestra en el orden de la Gracia! Tal acogida conduce a un nuevo descubrimiento. Al acercarnos a María, a su Inmaculado Corazón, descubrimos que es todo de Jesús, toda su vida ha sido un constante sí al plan de Dios, es Ella quien mejor conoce al Hijo y quien mejor puede orientarnos para ser auténticos cristianos; así, dejándonos conducir por sus manos maternales, avanzamos por el camino que conduce más plenamente al Hijo, es decir, por el camino de la plena conformación a Él.
Nosotros, creyentes, siguiendo su ejemplo debemos expresar lo inédito de Ella: lo que sobre María no se ha escrito aún y que tiene que verse realizado en nuestra historia personal y en la historia de la humanidad.
«El amor del Bto. Manuel González a la Madre Inmaculada no tiene límites. A Ella se ha consagrado y la quiere tanto que no da un paso sin Ella. Pero su devoción mariana es en unión con Jesús Eucaristía. Ella es la que le enseña a amar a Jesús y a los hombres, la que le prepara para recibirlo y le acompaña para agradecerlo. Aquella Carne y aquella Sangre que recibe le traen el recuerdo de la Madre» (El Obispo del Sagrario Abandonado, p. 462).
Hna. Mª Leonor Mediavilla, m.e.n.

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