sábado, 4 de mayo de 2013

Evangelio - Sábado V Semana de Pascua


† Lectura del santo Evangelio según san Juan 15, 18-21
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
"Si el mundo los odia, recuerden que primero me odió a mí. Si pertenecieran al mundo, el mundo los amaría como cosa propia; pero como no pertenecen al mundo, porque yo los elegí y los saqué de él, por eso el 
mundo los odia.
Recuerden lo que les dije: "Ningún siervo es superior a su señor". Igual que me han perseguido a mí, los 
perseguirán a ustedes; y en la medida en que pongan en práctica mi enseñanza, también pondrán en práctica la de ustedes. Los tratarán así por mi causa, porque no conocen al que me envió".
Palabra del Señor.

Comentario: Rev. D. Ferran JARABO i Carbonell (Agullana, Girona, España)
Todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado
Hoy, el Evangelio contrapone el mundo con los seguidores de Cristo. El mundo representa todo aquello de pecado que encontramos en nuestra vida. Una de las características del seguidor de Jesús es, pues, la lucha contra el mal y el pecado que se encuentra en el interior de cada hombre y en el mundo. Por esto, Jesús resucitado es luz, luz que ilumina las tinieblas del mundo. Karol Wojtyla nos exhortaba a «que esta luz nos haga fuertes y capaces de aceptar y amar la entera Verdad de Cristo, de amarla más cuanto más la contradice el mundo».

Ni el cristiano, ni la Iglesia pueden seguir las modas o los criterios del mundo. El criterio único, definitivo e ineludible es Cristo. No es Jesús quien se ha de adaptar al mundo en el que vivimos; somos nosotros quienes hemos de transformar nuestras vidas en Jesús. «Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre». Esto nos ha de hacer pensar. Cuando nuestra sociedad secularizada pide ciertos cambios o licencias a los cristianos y a la Iglesia, simplemente nos está pidiendo que nos alejemos de Dios. El cristiano tiene que mantenerse fiel a Cristo y a su mensaje. Dice san Ireneo: «Dios no tiene necesidad de nada; pero el hombre tiene necesidad de estar en comunión con Dios. Y la gloria del hombre está en perseverar y mantenerse en el servicio de Dios».

Esta fidelidad puede traer muchas veces la persecución: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20). No hemos de tener miedo de la persecución; más bien hemos de temer no buscar con suficiente deseo cumplir la voluntad del Señor. ¡Seamos valientes y proclamemos sin miedo a Cristo resucitado, luz y alegría de los cristianos! ¡Dejemos que el Espíritu Santo nos transforme para ser capaces de comunicar esto al mundo!
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Otro comentario: San Cromacio de Aquilea (?-407), obispo 
Sermón 19, 1-3; SC 164 
El siervo no es mayor que el maestro

    "Lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza " (Mt 27,28-29). Cristo es revestido como rey y príncipe de mártires, con una túnica roja... porque su sangre sagrada resplandece como una escarlata preciosa. Es como el vencedor que recibe la corona, porque es normalmente al vencedor al que se concede una corona... Pero podemos observar que la túnica púrpura es también el símbolo de la Iglesia que, permaneciendo en Cristo rey, brilla con una gloria real. De ahí el título de "raza real" que le da Juan en el Apocalipsis (1,6)... En efecto, la tela púrpura es una pieza preciosa y real.

    Aunque sea un producto natural, cambia de calidad cuando se la sumerge en un baño de tinte, y cambia de aspecto... Sin valor por ella misma, se transforma de hecho en un producto precioso. Lo mismo nos ocurre a nosotros: sin valor por nosotros mismos, la gracia nos transforma y nos da un precio, cuando [en nuestro bautismo] somos sumergidos por tres veces, como la tela de púrpura, en la escarlata espiritual, el misterio de la Trinidad...

    También podemos observar que la túnica roja es también el símbolo de la gloria de los mártires, ya que, teñidos de su propia sangre derramada, adornados por la sangre del martirio, brillan en Cristo como una preciosa túnica escarlata. En otro tiempo, la ley recomendaba ofrecer telas escarlatas para adornar el tabernáculo de Dios (Ex 25,4); los mártires, de hecho, son el ornamento de la Iglesia de Cristo...

    La corona de espinas que pusieron sobre la cabeza del Señor, es el símbolo de nuestra alianza, que, de todas las naciones, hemos venido a la fe. Éramos entonces sólo unas espinas, es decir pecadores; pero, creyendo en Cristo, llegamos a ser una corona de justicia, porque dejamos de pinchar o de herir al Salvador, y coronamos su cabeza con la confesión de nuestra fe... Sí, antaño éramos espinas, más ahora... nos hemos convertido en piedras preciosas.




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