martes, 27 de marzo de 2012

Carta a un hermano Sacerdote - (25)




25
Divina Misericordia
Domingo de Pascua 3 de abril de 1994
Querido padre Tomás:
Monseñor Moisés Andrade fue el principal celebrante de nuestra Misa de Pascua de Resurrección. Estuvo magnífico cuando cantó el Exultet y su sermón fue de lo más inspirado.
Monseñor Andrade y yo somos amigos desde hace años: Su inteligencia armoniza con su gran corazón. Quiero decir que es muy humilde. Su doctorado se basa en la historia de la elevación de la Sagrada Hostia. Otro sacerdote amigo mío, piensa que es el mejor liturgista de la Iglesia de hoy.
Esta noche, monseñor Andrade usó en la misa una estola de la Divina Misericordia en forma muy significativa. Hay una gran conexión entre la Divina Misericordia y la Resurrección. Jesús pidió específicamente que la fiesta de la Divina Misericordia se celebrara el segundo domingo de Pascua.
Es aquí donde tenemos la culminación y la conclusión de la historia de la Salvación, la Divina Misericordia, que está Eucarísticamente unida al domingo de Pascua que es la resu­rrección. Esto es porque el acto final, la acción más grande de la misericordia de Dios, será la manifestación de Su gloria en el Santísimo Sacramento.
Ahora Él está escondido en el Santísimo Sacramento. Pero un día Él manifestará Su gloria y todas las naciones y toda la gente la verán. Esto no será Su Segunda Venida. Su Segunda Venida será como la salida del sol. Lo que quiero decir es que la revelación de Su gloria Eucarística se asemejará a los primeros destellos del alba.
La luz de Su gloria será Su amor y Su misericordia. Estos son los dos rayos que la hermana Faustina vio que irradiaban del Santísimo Sacramento. Los rayos blancos representan Su Amor Divino, mientras que los rayos rosa representan Su Divina Mise­ricordia. Estos son los rayos que toda la humanidad verá un día.
Así como Saulo fue convertido porque "de repente le rodeó una luz"' (Hch 9,3), así también el mundo entero se convertirá por la luz gloriosa que irradia el Santísimo Sacramento. Esto es lo que San Pedro llama la llegada del "Día grande del Señor. Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará" (Hch 2,21).
El obispo Pierce vive en Providence, Rhode Island. Después de su jubilación como obispo de Fiji, se le pidió que tradujera del polaco al inglés el diario de la hermana Faustina. Me contó que la visión más notable de la hermana Faustina fue ante el Santísimo Sacramento.
En cada hora santa que uno pasa ante el Santísimo, el Corazón Eucarístico de Jesús irradia rayos que rodean al mundo entero. Todo hombre, mujer y niño experimenta un nuevo efecto del amor y de la misericordia de Dios por cada hora santa de oración ante el Santísimo Sacramento.
Y esto es exactamente lo que el Señor le dijo a Santa Gertrudis. Una hora santa conmueve tanto Su Corazón, que cada persona experimenta un nuevo efecto de Su bondad en una explosión de gratitud Divina.
Los efectos del volcán Pinatubo todavía se sienten a miles de millas de distancia. En Canadá hasta las puestas del sol son diferentes debido a esa erupción. Una capilla de adoración perpetua es una central eléctrica de oración que envía gracias que benefician a toda la humanidad. El efecto e influencia de una sola hora santa es de mayor transcendencia para el bien de la humanidad, que el extenso daño causado por el volcán Pinatubo en todo el mundo.
Una encuesta reciente realizada en los Estados Unidos re­portó que sólo el treinta por ciento de los católicos que asisten a misa los domingos, creen en la Presencia Real. Si esto les ha sucedido a ellos, a nosotros nos puede pasar lo mismo. Nuestro pueblo se está pareciendo a María Magdalena cuando llegó al sepulcro. "Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto" (Jn 20,2).
De nosotros depende, querido Tomás, decirle a la gente dón­de está nuestro Salvador Resucitado ¡El Santísimo Sacramento es Nuestro Salvador Resucitado con todo el poder de Su amor y Su misericordia derramándose sobre aquellos que se acercan a Su presencia! Ahí es hacia donde debemos correr como Pedro y Juan. Ahí es hacia donde debemos llevar a todos, ya que con cada hora santa avanzará el día en que la luz de Su amor y Su misericordia brillará y así como Él, Su pueblo resucitará.
Fraternalmente tuyo
en Su Amor Eucarístico,
Mons. Pepe

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