sábado, 24 de marzo de 2012

El Perdón


Perdonados

                                                  
20. marzo 2012 | Por  | Categoria: Gracia
Cuando se propone o se estudia la doctrina de la Gracia, como hace el Catecismo de la Iglesia Católica, nos encontramos con un punto de capital importancia, como es El perdón de los pecados (983)
¿Podemos esperar un Cielo sin el perdón de los pecados? Es una imposibilidad total. Sin ese perdón de Dios, resulta inútil pensar en la vida eterna. ¿Por qué? 
Porque hemos de partir de este hecho: que todos somos pecadores. Y entonces, o Dios nos otorga su perdón, o estamos fatalmente perdidos. 
Y al revés, como Dios quiere la salvación de todos, y a todos ofrece su perdón, no se pierde sino el que no quiere aceptar el perdón que Dios le brinda. 
Se ha dicho muy bien que en el Infierno no hay ningún hombre ni mujer por haber pecado, sino por no haberse arrepentido y no haber pedido a Dios perdón.
Dios puede dar el perdón por Sí mismo, sin intervención alguna de nadie. Pero ha querido dejar este poder en manos de la Iglesia. Qué bien se expresaba San Agustín, cuando nos decía conmovido:
- Si en la Iglesia no hubiera perdón de los pecados, no habría ninguna esperanza, ninguna expectativa de una vida eterna y de una liberación eterna. ¡Demos gracias a Dios, que ha dado a la Iglesia semejante don!
Cuando confesamos en el Credo esta verdad: Creo en el perdón de los pecados, nuestro corazón se abre a toda esperanza. Nos estamos haciendo eco de la palabra que Jesús resucitado dirigió aquella tarde, en su primera aparición a los Apóstoles en el cenáculo: 
- ¡La paz con vosotros! A quienes perdonéis los pecados, les son perdonados. 
Fue el enorme regalo que Jesús nos hacía a los hombres como fruto de su muerte en la cruz
Oímos muchas veces en nuestras iglesias canciones preciosas a las que se les ha despojado de su sentido más profundo. Por ejemplo, ésa que dice: -Un pueblo que busca en esta vida la gran liberación. ¿Por qué —podemos preguntar—, por qué se ha de dar a una letra como ésta un significado sociopolítico y nada más? 
Ciertamente, que la injusticia, la opresión, la miseria son un delito, un crimen y un atentado incompatibles con la dignidad del hombre, y no caben y no tendrán lugar en el Reino de los Cielos plenamente constituido, en el que reinarán la paz, la justicia y el amor que nos harán felices sin más y para siempre. 
Pero la gran liberación que anuncia Jesucristo, y que es el primer Evangelio y la primera gran noticia, es ésta: 
- ¡Tus pecados están perdonados!
Cristo se lo dice al paralítico en particular y personalmente. Pero, después de resucitar, encarga a los apóstoles que vayan por el mundo repartiendo el perdón que Él nos ha merecido en la Cruz y que ahora nos da enviando su Espíritu, fuego abrasador que hace desaparecer toda inmundicia de las almas.
Ese peso que abruma la conciencia de tantos, se desvanece, y hasta se convierte en gozo, cuando se lo ve desaparecer al conjuro del perdón otorgado por Jesucristo a su Iglesia. Lo expresó bellamente un convertido: 
- Con la cabeza entre las manos, hablo, dejo correr la ola de mis pecados. Según los voy confesando, se alejan abandonándome; apenas confesados, ya están perdonados. ¿Cómo podía latir mi corazón con tanto peso muerto, con tanto veneno infiltrado en sus fibras?… ¡Tengo veinte años menos, veinte años de pecados! Una alegría desconocida me arrebata; corro, vuelo, no siento ya mi cuerpo (Henry Gheon)
¿A quién debemos esta gracia inmensa del perdón? Es una obra totalmente de Jesucristo. Por algo quiso Dios que su Hijo hecho Hombre se llamara JESUS, el Salvador. 
Y entendemos lo que significa ese primer Evangelio de Cristo, hacia el cual se dirige todo el mensaje de la Biblia: ¡Perdonados!… El Dios que habíamos perdido y nos habíamos hecho nosotros enemigo nuestro, es un Padre bueno que nos ama, nos espera y se nos quiere dar para colmar todas nuestras ansias de felicidad.
Sólo mirando a Dios como amor —Dios es amor, nos dice la Biblia—, se entiende ese gesto del perdón divino. 
El porvenir ultraterreno, incierto tantas veces para muchos, se nos ofrece ahora como un destino de felicidad insospechada. ¿Miedo a qué y a quién?… 
Jesucristo, el gran Libertador, ha borrado con su sangre el pecado, ha saldado la cuenta que teníamos pendiente con Dios, ha machacado con su pie triunfador la cabeza de Satanás, padre y príncipe del pecado, y nos ha dado una victoria total y definitiva. 
El miedo sólo tiene cabida en quien no extiende la mano para recibir la generosidad de Dios, que entrega la salvación.
Todas las religiones piensan que Dios es esto: un perdonador. De ahí, los ritos de purificación que utilizan como expresión de su confianza en ser liberados de la culpa. 
Pero ninguna tiene la seguridad que tenemos nosotros en la religión cristiana. Porque nosotros hemos oído a Jesucristo, el Enviado de Dios, y Dios como su Padre con el Espíritu Santo, decir después de haber muerto por nosotros: ¡Perdonados!…

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